Reproducimos el artículo » Sea of Tears, Garden of Memory » (Mar de lágrimas, el Jardín de la Memoria) publicado en el último número de AramcoWorld. Redactado por la periodista Juliet Highet, todas las fotos pertenecen al gran artista argelino Rachid Koraïchi, productor de la exposición.
La exposición de escultura, caligrafía y cerámica “Sea of Tears, Garden of Memory” fue presentada recientemente en Londres. El cementerio que reproduce -propiedad del artista Rachid Koraïchi, encargado, también, del diseño y construcción del mismo – se encuentra en las afueras de la ciudad de Zarzis, en el sur de Túnez, a orillas del mar Mediterráneo. Tanto la exposición como el cementerio reflexionan sobre la migración, la memoria y el luto, así como sobre la empatía, la dignidad y la paz.
“The Garden of Africa” (El Jardín de África) se inauguró el 9 de junio de 2021 como un cementerio benéfico. Se trata de un lugar de descanso diseñado de forma creativa para algunos de los cientos de refugiados y migrantes cuyo destino en las aguas cercanas solo se conocen cuando las corrientes marinas, que son especialmente fuertes alrededor de Zarzis, arrastran sus cuerpos hasta la orilla. El Jardín de África es, por tanto, «un lugar de recuerdo, lleno de plantas aromáticas que emulan el Paraíso descrito en el Corán», explica Koraïchi.
La Directora General de la UNESCO, Audrey Azoulay, que asistió a la ceremonia de inauguración, invitada por el Presidente de Túnez, Kais Saied, declaró después en Twitter que la iniciativa de Koraïchi «ofrece belleza a los que no tuvieron tumba. Su gesto atestigua nuestra humanidad común y muestra que todos tienen derecho a esta dignidad». Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en 2020, más de 1.000 personas se ahogaron al intentar cruzar el Mediterráneo desde el norte de África hasta Europa. A la ceremonia de inauguración asistieron, también, representantes de las tres principales tradiciones religiosas históricas del país, el islam, el cristianismo y el judaísmo, con el fin de subrayar la misión humanitaria y no sectaria del proyecto. Azoulay también presentó una escultura de bronce llamada «El árbol de la paz».
Tanto la exposición como el cementerio reflexionan sobre la migración, la memoria y el luto, así como sobre la empatía, la dignidad y la paz.
Este paraíso, como lo llama Koraïchi, está situado en un huerto de olivos, al que se entra a través de una puerta pintada de amarillo brillante, que representa la intensidad del sol africano. La puerta tiene intencionadamente una altura baja, de forma que cada visitante tenga que agacharse para pasar, en un gesto de deferencia hacia aquellos que se hicieron a la mar con la esperanza de un futuro mejor que nunca llegó.
Dos grandes estelas de alabastro, una a cada lado de la puerta, sirven como «guardianes simbólicos y talismán de los que rezan por los muertos», explica Koraïchi, refiriéndose a las familias y amigos de los perdidos. Las estelas son una réplica de las utilizadas por la familia del artista, cuyo linaje se remonta a los descendientes del profeta Muhammad y que emigraron al norte de África a través de la ciudad de Kairuán (que contribuyeron a fundar en el actual Túnez, a unos 350 kilómetros al norte de Zarzis), para finalmente establecerse en Argelia.
Desde la puerta, los caminos, pavimentados con antiguos azulejos ornamentales de Nabeul (ciudad tunecina famosa por sus diseños de cerámica), bordean las hileras de parcelas funerarias. En sus bordes crecen hierbas aromáticas y terapéuticas como el alga, el aloe vera y la caléndula, junto con flores fragantes como el jazmín, los cactus de floración nocturna y la buganvilla roja. Se han plantado naranjas amargas para simbolizar tanto la dureza de la muerte como la dulzura de la otra vida. También se han plantado cinco olivos para representar los cinco pilares del islam y, en la misma línea, 12 vides que representan a los 12 discípulos de Jesús. El camino central conduce a una sala abovedada dedicada a la oración y la reflexión interconfesional.
El origen del Jardín de África se remonta a 2018, cuando la hija de Koraïchi, Aicha, leyó en las redes sociales que las corrientes del Mediterráneo habían estado arrastrando un número inusual de cadáveres a las playas de los alrededores de Zarzis, y que muchos no estaban recibiendo sepultura. Hija y padre visitaron Zarzis ese mismo año, y lo que encontraron les entristeció profundamente. «No podía soportar la idea de que las personas que huían de la pobreza, el cambio climático, la guerra y el covid terminaran en un vertedero. Quería que descansaran en un lugar digno», comenta Koraïchi. La iniciativa también evoca la dolorosa pérdida personal del hermano mayor de Koraïchi, Mohammed, que en 1962 fue arrastrado al mar por una marea viva y nunca fue encontrado.
El proyecto tiene una dimensión tanto artística como humanitaria. «Compré allí un terreno de 2.500 metros cuadrados para convertirlo en un cementerio: El Jardín de África. Es una tarea enorme, que estoy financiando yo mismo, sin ayuda gubernamental», dice Koraïchi. Esto ha incluido no sólo plantar, construir y decorar, sino también elevar el nivel del suelo para que las tumbas, al ser excavadas, no lleguen a la capa freática. Para cada refugiado que es enterrado, el pequeño personal de El Jardín de África obtiene y mantiene un registro de una muestra de ADN «con la esperanza de que algún día podamos identificarlos a través del ADN proporcionado por los familiares», explica. Construir este refugio y cubrir sus gastos de funcionamiento, incluidos los sueldos de empleados como un guardián y sepultureros, subraya Koraïchi, «es como ofrecer un regalo a un ser querido. Lo importante no es el precio. Es cuánto quieres ofrecer el regalo».
«No podía soportar la idea de que las personas que huían de la pobreza, el cambio climático, la guerra y el covid terminaran en un vertedero. Quería que descansaran en un lugar digno.»
La exposición «Tears That Taste of the Sea»
Ligada a “El jardín de África” encontramos una segunda exposición “Tears that Taste of the Sea” (Lágrimas que saben a mar), inaugurada en la primavera de 2021 en la Galería October, en Londres. Las cuatro instalaciones que la conforman, cada una de ellas con diferentes materiales tratados, se hacen eco de aspectos del cementerio tanto en sus formas emocionales como en sus evocaciones de la pérdida y la compasión.
Tres grandes esculturas negras caladas, hechas de acero corten, fueron iluminadas para que sus formas escasas y fluidas pudieran arrojar delicadas sombras sobre las paredes blancas: se trata de un recurso familiar para Koraïchi, que ha jugado con la fugacidad de las sombras para evocar el carácter efímero de la vida, en contraste con la permanencia y rigidez del acero.
De estas formas escultóricas, que hacen referencia tanto a la caligrafía como a los cuerpos en movimiento, Koraïchi, que ahora tiene 74 años, explica que su origen también es una mezcla de tradiciones y el estudio de los materiales: «Mi obra está arraigada en la tradición islámica, pero estudié arte al modo occidental, y me formé en metalistería, cerámica, escultura y pintura». Por ello, su abanico de materiales se ha ampliado, a lo largo de las décadas, al textil, con pinturas sobre seda, lienzo y papel, y al trabajo en madera, bronce y acero. «Cuando nací, Argelia era un departamento de Francia. Mi país ha sido colonizado por diferentes pueblos a lo largo de miles de años: fenicios, romanos, sirios y luego los franceses». Pero yendo más atrás, añade, hay pinturas rupestres en las cuevas de la región sahariana de Tassili n’Ajjer que datan del 5.000 a.C. y de épocas anteriores, cuya iconografía, vivacidad y delicadeza le fascinaron.
Una caligrafía personal de contenido espiritual
La segunda instalación de la muestra constaba de siete jarrones lacrimógenos de cerámica azul y blanca, o «recogedores de lágrimas». Koraïchi cuenta que fue en el Museo del Bardo de Túnez donde vio por primera vez pequeños y frágiles frascos de vidrio antiguo -preciosos e íntimos repositorios- hechos para guardar las lágrimas derramadas en el duelo por alguien querido, como un familiar. «Me inspiré en los pueblos que habían hecho esos pequeños y delicados recipientes de vidrio, como los antiguos fenicios, también los romanos, los griegos, los iraníes y más tarde los victorianos en Gran Bretaña, gente de multitud de lugares». Para él, hablaban de «una historia de amor».
Sin embargo, los recolectores de lágrimas que ha realizado miden medio metro cada uno. «Para reflejar la escala de la muerte en el Mediterráneo, los millones de lágrimas no recogidas, hice versiones gigantes de las diminutas botellas», dice, «con cuatro asas que podían sostener tanto una madre como un padre». “Las inscripciones azules en la superficie de los jarrones simbolizan el mar».
El tercer elemento de la exposición era un gran grabado, de 108,5×76 centímetros. Koraïchi lo tituló «El jardín de África» -como el cementerio- porque el grabado ofrece una historia similar. «Simbólicamente, las figuras rectangulares encierran elementos del mundo real, mientras que el círculo del centro, que representa el infinito, revela elementos de otro reino. La figura aislada, atrapada en el centro del círculo, se encuentra en una encrucijada, evocando un viajero que llega a ese lugar de destino donde termina el viaje terrenal y comienza el siguiente».
«Para reflejar la escala de la muerte en el Mediterráneo, los millones de lágrimas no recogidas, hice versiones gigantes de las diminutas botellas para recoger lágrimas de duelo»
A principios de 2020, cuando Koraïchi expuso en Pakistán en el marco de la Bienal 02 de Lahore, impartió un taller de grabado a los estudiantes del National College of Art, y organizó el envío de todo el material necesario a Lahore. Seleccionó “El jardín de África” como tema del taller para subrayar cómo diferentes países pueden estar vinculados por una crisis contemporánea, especialmente porque algunos de los emigrantes cuyos viajes terminaron tan trágicamente cerca de Zarzis podrían haber partido de Pakistán. Además de su gran obra, en la que colaboraron sus alumnos, fue el mentor de unos 70 grabados de estudiantes.
Pañuelos de la esperanza
El cuarto elemento de “Tears that Taste of the Sea” era una serie de siete pinturas rectangulares sobre lienzo, cada una de ellas sobre una representación de un pañuelo, enmarcada en negro. «Buscaba algo que acompañara a los jarrones lacrimógenos y que ampliara la idea de una crónica de emociones intensas», explica el artista. «Los pañuelos implican materiales más suaves y flexibles, e involucran al poderoso sentido del olfato. Los pañuelos de hoy tienen poco valor y se sustituyen fácilmente por pañuelos desechables». Indica cómo en el pasado tenían un mayor significado simbólico, considerados esenciales, por ejemplo, en «las elaboradas artimañas del amor», que al absorber rastros de perfume, lápiz de labios, transpiración, así como el residuo salado de las lágrimas, se convierten en palimpsestos de detalles íntimos de la vida de un individuo.
La serie de pinturas que siguió se llama “Handkerchiefs of Hope” (Pañuelos de la esperanza), ya que, como sugiere Koraïchi, «si pudiéramos traducir los mensajes codificados que contienen, descubriríamos señales de amor y alegría, así como lágrimas de pérdida, que están inseparablemente unidas porque derramamos la mayoría de las lágrimas cuando perdemos lo que más queremos».
El desarrollo artístico de Rachid Koraïchi
Nacido en 1947 en Ain Beida (Argelia), Koraïchi recuerda que desde pequeño le fascinaba la caligrafía árabe que encontraba en su casa en libros antiguos, cuyas páginas solían estar iluminadas con florituras arabescas. Desde los 3 años, antes de empezar su jornada escolar, asistía a una zaouia (una cofradía en la que se enseñaban estudios coránicos), donde las letras eran un componente esencial del programa. Durante una entrevista con el director de proyectos especiales de la galería October, Gerard Houghton, publicada en 2016, explicó: «Allí donde caía mi mirada estaba viva la palabra escrita. Mi forma de abordar el proceso creativo mezcla la escritura y el dibujo, como en un movimiento gestual, como una partitura musical visual. Para mí, la escritura sólo puede tener un origen sagrado. Es el signo visual que denota la actividad divina».
Venetia Porter, conservadora del Departamento de Oriente Medio y Norte de África del British Museum desde 1986, describe la obra de Koraïchi como «pasión por la escritura». La incluyó en su exposición de 2008, “Word into Art: Artists of the Modern Middle East”, que abrió los ojos y las mentes a la riqueza del arte caligráfico. En el particular y personal «alfabeto» de Koraïchi, las letras se convierten en símbolos y signos, y viceversa. Algunas son imaginarias, como los cuadrados mágicos; otras se inspiran en las formas utilizadas en los caracteres bereberes y tuaregs tifinag, así como en los ideogramas chinos y japoneses. En efecto, Koraïchi ha desarrollado un lenguaje propio en el que cualquier medio, desde la escultura de acero negro hasta el bordado de hilo de oro sobre seda, se convierte en su propia caligrafía cargada de espíritu.
La educación artística formal de Koraïchi comenzó en Argel, en la École des Beaux-Arts, y en 1971, a los 24 años, se trasladó a París. Allí estudió en varias instituciones, incluida la École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs, interactuando con un mundo artístico cosmopolita y desarrollando su propio enfoque de los medios contemporáneos e internacionales.
Aunque El jardín de África sea su proyecto más ambicioso hasta la fecha, no es raro que sus obras tarden años en ser terminadas: su homenaje a los poetas místicos del siglo XIII Rumi e Ibn ‘Arabi, una instalación titulada “Path of Roses” (Camino de rosas), tardó una década en producirse (1995 – 2005). En este tipo de proyectos suele combinar materiales, e incluso colaborar con artesanos, de varios lugares. Por ejemplo, para su serie de 2002 “Seven Variations of Indigo” (Siete Variaciones de Añil), colaboró con Fadila Barrada, una bordadora marroquí, así como con expertos artesanos del lino sirio. El resultado fue una serie de pancartas y cuadros serigrafiados en los que se utilizaron sellos de madera entintados -algunos antiguos y otros tallados por Koraïchi- para producir intrincados patrones.
En 2011, la selección de estandartes de tela bordada de Koraïchi de una serie llamada “The Invisible Masters” (Los maestros invisibles) ganó el prestigioso Premio internacional Jameel de arte islámico contemporáneo. En su secuencia ganadora, utilizó caligrafía, símbolos y cifras inspiradas en una serie de escrituras, idiomas y culturas para explorar las vidas y los legados de 14 grandes místicos del islam. El jurado del Premio Jameel le elogió por «haber hecho accesible a todos su gran linaje espiritual e intelectual a través del lenguaje gráfico que había creado a partir de su herencia artística».
La directora de la Galería de Octubre, Chili Hawes, añade su propio elogio al «esfuerzo de toda una vida de Koraïchi por transmitir, por un lado, los desarrollos históricos del amplio mundo del islam y, por otro, la expresión de gran belleza de los ciclos de la vida desde el nacimiento hasta la muerte».
Con “Tears that of the Sea” y El jardín de África, Koraïchi es más que una respuesta, más que una inspiración: Crea oportunidades en las que individuos, comunidades, organizaciones y gobiernos pueden unirse a él para cultivar un futuro más empático.
Traducción: Alfonso Casani – FUNCI
Fuente: AramcoWorld