La islamofobia en la Historia, siglos XVIII – XXI

Autor del artículo: Inés Eléxpuru

Fecha de publicación del artículo: 24/01/2016

Año de la publicación: 2016

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Fundación de Cultura Islámica, Madrid, 2007

No nos pararemos a analizar las connotaciones del término islamofobia, cuyo origen etimológico parece bien claro: temor irracional y aversión hacia el Islam. Más bien, es importante saber que, aunque indudablemente es un término de nuevo cuño, este fenómeno no es tan nuevo, siendo que el rechazo al islam y a los musulmanes y sus creencias se arrastra desde antiguo. Cierto es, sin embargo, que este fenómeno de rechazo cobra mayor o menor intensidad a lo largo de la historia y las distintas circunstancias, y que las motivaciones que encierra también varían.

Desde el miedo a un contagio de la entonces llamada herejía cristiana (el Islam en los primeros tiempos era considerado una herejía cristiana al mismo título que el arrianismo, el pelagianismo, etc), entre la cristiandad en Al-Andalus, durante la Alta Edad Media, a una demonización estudiada durante la época de las Cruzadas, también en un intento defender la identidad cristiana, se pasará , tras la expulsión de los moriscos, a una relación oscilante entre el rechazo al moro nuevo, converso a la fuerza, y la admiración del moro viejo, tan presente en los tratados de caballería y en el romancero. Más adelante, en época otomana, la relación entre Europa y el orbe islámico será también conflictiva, por diferentes razones, aunque no exenta de una estrecha relación diplomática y comercial que suavizará los contornos de hostilidad.

En tiempos de la Ilustración, a partir de finales del siglo XVIII, la percepción del islam y sus gentes, entre la clase “pensante” y los ideólogos de aquel movimiento que realzaba la supremacía de la razón, no mejoró, erigiéndose en precursora del racismo, que tan bien serviría para justificar el colonialismo de los siglos XIX y XX.

Así pues, trataremos de analizar la percepción que se tiene del Islam y los vaivenes relacionales, y muchas veces contradictorios hasta en un mismo autor, a partir del siglo XVIII y su evolución hasta la actualidad. En este vaivén histórico veremos que a menudo el islam es utilizado para criticar el cristianismo o como acicate para fortalecerlo. También, hay que admitirlo, hubo intentos de “reparación” histórica y reconocimiento veraz.

El siglo XVIII, el Profeta como hombre de estado

En el siglo XVIII surge en Europa una corriente de estudios del Islam que, por primera vez, trata de verlo desde un punto de vista positivo y con cierto rigor, aunque los primeros estudios sistemáticos de lengua árabe habían comenzado en el Collège de France de París en 1587, y en 1613 se creó una cátedra de árabe en la universidad de Leiden, seguida de otras en Cambridge y en Oxford.

En 1708 Simon Ockley escribe el primer volumen de Historia de los sarracenos, en el que describe un perfil positivo de la aportación de los árabes a Europa, llegando a decir que trajeron:

“…cosas de la Necesidad Universal, el Temor de Dios, la Regulación de nuestros Apetitos, una Economía Prudente, la Decencia y la Sobriedad del Comportamiento”.

El orientalista inglés George Sale (1697-1736), por su parte, hace una traducción del Corán relativamente fidedigna, y Voltaire (1694-1778), en su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, aporta una visión favorable del Profeta Muhammad, como excelente hombre de estado. El historiador francés Boulainvilliers (1658-1722) a su vez, consideró al Profeta como uno de los hombres más relevantes de la Historia, y el historiador inglés Edward Gibbon (1737-1794), en su célebre El decline y caída del Imperio Romano, alabó el monoteísmo del Islam, y el propio Corán era según él “un testimonio glorioso de la unicidad de Dios”.

En cuanto a Joseph White (1746-1814), uno de los primeros arabistas de Oxford, tildó a Muhammad de personaje extraordinario dotado de una gran alma.

El Islam, sinónimo de fanatismo

No obstante, tras este intento de “reparación” histórica, propio de la Ilustración, persistían los viejos clichés procedentes de la cristiandad y la época de las cruzadas. Entre estos estereotipos, destacaba el de Muhammad como gran estadista, pero no como profeta imbuido de una misión revelada. En el fondo, era considerado como un hábil impostor, audaz e inteligente, pero no como un hombre espiritual y de paz. El Islam fundó un gran imperio y fue superior en algunos aspectos al cristianismo, como aseguraba Voltaire, pero lo hizo por medio de la espada y no de los argumentos. Era una religión natural, y no revelada, que tomó prestadas sus creencias de las escrituras anteriores.

Los mismos autores anteriormente señalados, cuyo enjuiciamiento del Islam y del Profeta fue en ocasiones positivo, oscilaron sin embargo a lo largo de toda su obra, caracterizada por una relación de amor / odio hacia el Islam y su Profeta.

El paradigma de esta relación esquizofrénica, podríamos decir, lo representó el filósofo francés Voltaire. Fue autor en 1741 de la tragedia Mahoma o el fanatismo, en la que no escatima en insultos y necedades. Sin embargo, en su Ensayo sobre las costumbres de 1756, es capaz de afirmaciones como que el Islam trajo consigo “El mayor cambio que la opinión haya producido sobre el globo”. Esto no quita su animadversión, en general, o mejor dicho sus enormes contradicciones. De echo, prácticamente sólo utiliza al Islam para denigrar al cristianismo, y a los árabes, para insultar a los judíos.

El fanatismo, en efecto, es ya entonces una de las armas más empleadas para acusar el Islam. Este término se utilizaría, al parecer, desde finales del siglo XVII, procedente del latín fanatiens: “inspirado, en delirio”. Sería empleado frecuentemente por Ockley y Boulainvilliers. En este sentido, propondré otro ejemplo de la dicotomía que ha caracterizado la obra de estos autores a lo largo de su vida.

Si Boulainvilliers reconocía que los árabes de los primeros tiempos del Islam eran “espirituales, generosos, desinteresados, bravos y prudentes”, también llegaba a afirmar cosas contradictorias como que los mismos árabes habían traído numerosas desgracias a la Historia.

“Fue un fanatismo de la Religión, que les llevó a todos a la vez, como por encantamiento, a una conducta tan cruel: fanatismo sostenido por la estima que tienen del libro en el que su Religión está contenida…”.

El islam, una religión impostora

“…El santo profeta no sabía leer ni escribir: de ahí el odio de los primeros musulmanes contra todo tipo de conocimiento; el desdén que se ha perpetuado entre sus sucesores, y la más larga duración basada sobre las mentiras religiosas en las que se han empeñado”.

Esto dijo el famosos escritor y enciclopedista francés Diderot en sus Cartas a Sophie Volland, de 1759. Diderot fue sin duda uno de los más acérrimos detractores del Islam, y lo tachó, como tantos otros, de impostura. Aun los autores que reconocían cierta o bastante valía en la misión de Muhammad, como Sale, ponían en duda la naturaleza revelada del Corán. Así éste último, en su introducción a su traducción del Corán, afirma que Muhammad no estuvo directamente inspirado por Dios, y que Dios había utilizado sus cualidades y sus intereses humanos,

“con el fin de ser una plaga para la Iglesia cristiana, que no vive de acuerdo con la religión muy santa que había recibido”.

Más adelante veremos cómo esta teoría del Islam como azote del cristianismo se perpetúa a lo largo del siglo XIX.

El propio Gibbon, uno de los especialistas supuestamente más respetuosos, vino a decir a propósito de la naturaleza divina del Corán, que era una patraña solamente creíble por las mentes no cultivadas. Así,

“Este argumento se dirige de forma convincente a un árabe devoto cuya mente esté en sintonía con la fe y el éxtasis, cuyo oído se deleite con la música de los sonidos, y cuya ignorancia sea incapaz de comparar las producciones de la genialidad humana. El infiel europeo será incapaz de captar el estilo rico y armonioso; examinará con impaciencia la inacabable rapsodia incoherente de fábulas, preceptos y arengas, que raramente despierta un sentimiento o una idea, que unas veces se arrastra entre el polvo y otras se pierde en las nubes”.

Por supuesto, la idea del Islam como religión no revelada y que había tomado prestado sus creencias del cristianismo se perpetuará hasta la actualidad. En el siglo XIX, el orientalista escocés William Muir (1819-1905), había escrito una biografía del Profeta, y aseguraba que en el Islam:

“hay suficiente verdad, una verdad tomada prestada de las Revelaciones anteriores, pero moldeada de forma diferente, para que desvíe la atención de la necesidad de saber más”.

Algunos autores contemporáneos, como el profesor de filosofía política en la Universidad de Québec, Thierry Hentsch, sostienen que también se produjo en el siglo XVIII una teoría que emparentaba el Islam con un cataclismo de la Historia, así como con el despotismo, como bien lo ilustraba el pensador Montesquieu. Por lo demás, los estereotipos se prolongan hasta el infinito, y así, el Corán es un libro aburrido y lleno de embrollos, y el Islam incita inexorablemente a la lujuria. Los musulmanes no han aportada nada, o poca cosa a las ciencias y el arte universales.

El siglo XIX, o el espíritu colonialista

En el siglo XIX Europa se lanzó a colonizar el mundo, desde una mentalidad de provecho, desde luego, pero también civilizadora. Ello condicionaría su visión de los demás, siempre desde una perspectiva de superioridad. La evangelización del infiel, se convierte así en una necesidad. También crecerá el número de viajeros occidentales que se interesan por Oriente y los territorios colonizados, ya sean éstos India o el Mundo árabe.

El mundo arabo islámico fue colonizado desde el 1830, en que Francia invadió Argelia. En 1839 los británicos colonizaron Adén, en Yemen; entre ambos se apropiaron de Túnez (1881), Egipto (1882), Sudán (1898), así como Libia y Marruecos (1912).

No es de extrañar pues, que, como dice la teóloga británica Karen Armstrong:

“Hoy el mundo musulmán asocia imperialismo occidental y misiones cristianas con las cruzadas, y no se equivoca al hacerlo”.

Pero aparte de evangelizar las poblaciones dominadas, en razón de una supuesta superioridad racial y cultural, se hacía además necesario conocer la mentalidad del pueblo colonizado, para alcanzar el éxito en las campañas. Por ello, los estudios orientales y africanistas conocieron un gran avance, no siempre exento de una visión tendenciosa, como era de esperar.

Por lo demás, la idea del nacionalismo y la supremacía cristiana cobran un auge nuevo. En este contexto, el ideal de las cruzadas tomaría un nuevo impulso, en boca, por ejemplo del escritor apologista cristiano Chateaubriand (1768-1848), que magnificó este concepto en su Viaje de París a Jerusalén y de Jerusalén a París. Así se expresaba éste último en Memorias de Ultratumba:

“Más vale mil veces para los pueblos la dominación de la Cruz de Constantinopla que la del Creciente. Todos los elementos de la moral y de la sociedad política son en el fondo cristianismo, todos los gérmenes de la destrucción social están en la religión de Mahoma”.

Hubo un retroceso en cuanto a las ideas de apertura del Islam, y surgió nuevamente la idea de enfrentar el Islam contra el cristianismo. Esto fue patente entre los británicos del Imperio, y un nuevo espíritu evangelista surgió con fuerza. No sólo los misionarios, sino también funcionarios se vieron imbuidos de este nuevo espíritu evangelista. Uno de ellos, el escocés William Muir, había publicado un artículo llamado “la controversia islámica”, en el que afirmaba que el Islam, “es el único adversario franco y peligroso del cristianismo… un enemigo activo y potente…”

Cierto que este ansia de dominación se entremezclaban elementos de fascinación por lo oriental, como veremos que sucedió con las corrientes del Romanticismo. Hípolito de Villeuneuve, miembro de la Academia Real de Ciencias, Bellas Artes y Letras de Marsella, hizo la siguiente alocución ante el embarque del poeta Lamartine hacia el Levante:

“Oriente, tierra de potentes, recuerdos, cuna del mundo, fuente de divinas creencias, Occidente te quiere poseer; vamos a conquistarte, deseamos poder llevarte libremente nuestros honores, como hijos píos que arden por honorar y glorificar a sus madres.”

Los primeros orientalistas y arabistas. El racismo

Por otra parte, surge el primer intento serio de conocimiento de lo que se llamó Oriente, dentro de lo cual estaba situado el mundo árabe, en la figura de Silsvestre de Sacy, profesor de árabe a finales del s.XVIII en la recién creada Escuela de Lenguas orientales vivas de Francia, de la que llegó a ser director. De Sacy, escribió una crestomatía árabe en tres volúmenes y acordó gran importancia a la poesía y otros aspectos de la cultura árabe, que conocía en profundidad. Dejó una gran impronta en los posteriores estudiosos alemanes, franceses, noruegos, suecos y españoles.

Pero su alumno más destacado fue el influyente arabista francés Ernest Renan (1823-1892), a quien debemos algunos de los pasajes más racistas de la historia del arabismo y el orientalismo. Era un apologista de la raza y la identidad aria y, desde su gran erudición y conocimiento del método científico, denigró los pueblos semitas, tachándolos de simples e infantiles, entre otras cosas. Fue un gran precursor del ideario nazi.

Estas son algunas de sus declaraciones:

“El Islam es la más completa negación de Europa. El Islam es el desdén por la ciencia, la supresión de la sociedad civil, es la espantosa simplicidad del espíritu semítico, encogiendo el cerebro humano, cerrándolo a toda idea delicada, a todo sentimiento fino, a toda búsqueda racional, para ponerlo frente a una eterna tautología: Dios es Dios”.

Para Renan, judíos y musulmanes no tenía cabida en este mundo, pues.

Como fue el primero en señalar de forma seria y rigurosa, no exenta de polémica, el profesor de literatura inglesa y comparada en la Universidad de Columbia, de origen palestino, Edward Said, en su célebre y riguroso ensayo Orientalismo, de 1978:

“Esto no significa que el orientalismo tenga que determinar unilateralmente lo que se puede decir sobre Oriente, pero sí que constituye una completa red de intereses que inevitablemente se aplica (y por tanto, siempre está implicada) en cualquier ocasión en que esa particular entidad que es Oriente se plantea. (…) También (este libro) pretende demostrar cómo la cultura europea adquirió fuerza e identidad al ensalzarse a sí misma en detrimento de Oriente, al que consideraba una forma inferior y rechazable de sí misma”.

En este sentido es también en extremo chocante las aseveraciones del poeta francés Gérard de Nerval (1808-1855), en su Viaje a Oriente:

“El árabe es el perro que muerde cuando se retrocede, y que viene a lamer la mano levantada sobre él. Al recibir un golpe, ignora si, en el fondo, no tiene usted derecho a dárselo”.

El Islam como acicate para el cristianismo

Del siglo anterior, también se arrastró la idea del Islam como religión natural que se adaptaba mejor a las necesidades y a la razón humana -concepto éste clásico de la Ilustración-, y en esa medida se revelaba útil como estímulo para la cristiandad rígida y extraviada. En esa época la religión, en general, ya fuera cristiana u otra, fue seriamente replanteada. De hecho, se la acusaba de estar al servicio de la política y las autoridades eclesiásticas y de haberse corrompido, y en especial al cristianismo.

A menudo se ensalzó el Islam para azuzar y criticar el cristianismo, lo que no significaba que se lo reconociera, ni mucho menos.  En este sentido resulta clarificadora la postura de Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres:

“Agarrémonos siempre a esta verdad histórica: el legislador de los musulmanes, hombre potente y terrible, estableció sus dogmas por su coraje y sus armas; sin embargo, su religión se convirtió en indulgente y tolerante. El institutor divino del cristianismo, viviendo en la humildad y la paz, predicó el perdón de los ultrajes, y sin embargo su santa y dulce religión se ha convertido, para mi ira, en la más intolerante de todas, la más bárbara.” En otro párrafo decía “Por lo menos Mahoma ha escrito y combatido; y Jesús no supo ni escribir ni defenderse”.

Aseveración cuanto sorprendente e inexacta, cuando se considera que el Profeta del Islam era iletrado.

La teoría del Islam como acicate para reavivar el cristianismo era, por otra parte, la de no pocos estudiosos del siglo XIX, como F.D Maurice, teólogo de la iglesia anglicana (1805):

“La Edad Media se preocupó más de Mahoma, de lo que hubiera primero imaginado hasta que después lo hubiera meditado. No habría ninguna creencia en Cristo, si no hubiera habido esta afirmación firme de la existencia de un Dios absoluto (en el Islam)”.

Charles Foster (1822) escribió un libro llamado Mahometism Unveiled (algo así como Mahometismo al descubierto), en que el afirmaba que, aunque Mahoma era el enemigo de Dios, al combatir la idolatría, las herejías cristianas y el judaísmo, el Islam podía “indirectamente modelar el curso de la cosas “, empujándolas hacia el Cristianismo.

El romanticismo

Por otra parte, en la primera mitad del siglo XIX surgirían en Alemania, para extenderse rápidamente a Francia, Inglaterra, España y otros países de Europa, las tendencias del Romanticismo, contrario al racionalismo propio de la Ilustración. Preconizaba la supremacía de la intuición y el sentimiento frente a la razón, pero también era contrario al despotismo y estaba abierto a la estética y lo diferente.

En ese sentido, se volcará hacia Oriente y el Islam, pero siempre desde una perspectiva del exotismo. La sensualidad, el color y el lujo decadente impregnaron los relatos y pinturas de Delacroix, Ingres, Robert Davids, Hugo, Lamartine, Irving, Byron, Richard. F. Burton o Domingo Badía.

La belleza y lo ambiguo forman parte del ideario romántico, y también lo culturalmente extraño. Este sentimiento ya había invadido la Europa del siglo XVIII en relación con la literatura árabe, con la publicación, en 1704, en París, de los cuentos de las mil y una noches, traducidos por Antoine Galland. Aquellos cuentos fascinaron a propios y extraños y alimentaron el subconsciente colectivo, produciendo una gran admiración:

“Hay que ver cómo los árabes superan a las demás naciones en este tipo de composiciones”, decía Galland, o “género literario en el cual no se ha visto nada de tan bello hasta la fecha, en ningún idioma”.

Pero tal vez, donde el Romanticismo hizo un mayor esfuerzo de integración de Oriente en Occidente como complemento cultural indispensable, fue en Alemania, donde ya en el siglo XVIII, los filósofos idealistas Herder y Hegel se habían ocupado de la cuestión.

Para Herder (1744-1803) el Islam era el espíritu mismo de los árabes, pueblo solitario, romántico y libre donde los haya. Herder trató de probar que la valía de la humanidad no estaba en función de la preponderancia de una cultura única y dominante, de una rica diversidad. A éste propósito diría en sus Reflexiones sobre la filosofía y la historia de la humanidad:

“…una Europa unida que se erigiría en déspota y obligaría a todas las naciones del mundo a ser felices a su manera… una idea tan orgullosa, no representa una traición hacia la majestad de la naturaleza?”.

A su vez, el filósofo idealista Hegel (1770-1831), expresó su admiración por los musulmanes, empujados por su entusiasmo y valor. En efecto, este filósofo también trató como su predecesor, Herder, de dar un sentido completo y único a la Humanidad. Para él, todas las manifestaciones de este mundo eran las expresiones de un mismo Espíritu Universal que busca definir lo que es potencialmente. Por ello, Hegel fue un gran admirador de la doctrina unitaria del Islam:

“…el principio de la pura unicidad: no existe nada más, nada puede ser fijado. Solamente el culto a lo Único permite la unidad de todo”.

No obstante, Hegel termina por anunciar que de aquello no quedaba ya nada: “El Islam a dejado desde hace tiempo la escena de la Historia, y se ha refugiado en la calma y el reposo orientales.”

GoethePero fue sin duda el poeta y pensador alemán Goethe (1749-1832), quien, en su famoso Diwan de Oriente y Occidente, dedicó más tinta a ensalzar no solamente el mundo árabe, sino sobre todo el propio Islam y el Corán: “Es estúpido que todo el mundo esté alabando su opinión particular. Si el Islam significa sumisión a Dios, todos vivimos y morimos como musulmanes”, o aun:

“¿Es el Corán eterno? / No lo dudo./ Éste el es libro de los libros, / Lo creo más allá del deber de los musulmanes (de creerlo así)”.

Los siglos XX y XXI, los «think tanks» y los expertos

Realmente, si revisamos los tópicos y estereotipos empleados en la actualidad para denigrar el Islam y fomentar el miedo y la fobia, veremos que divergen muy poco de los que se arrastran desde siglos anteriores. Los mismos lugares comunes: el Corán no es un libro revelado, sino una amalgama desordenada de preceptos inspirados en las Escrituras anteriores, el Profeta era un hombre astuto e inteligente que creó un vasto imperio por medio de las armas. La civilización islámica tiene poco de original e incorporó elementos de las culturas antiguas y clásicas sin aportar nada, el Corán y la Sunna incitan al odio y son implícitamente violentos, etc.

Solamente tal vez un concepto haya cambiado. Si ya desde la Edad Media y entre la cristiandad, y más tarde durante la Ilustración y el Romanticismo, se perpetuó la idea de un profeta, una religión y una cultura que incitaban a la lujuria y eran intrínsecamente sensuales, debido, entre otras cosas, a que el Corán incita a gozar de los placeres terrenales sin incluir la noción de pecado tan propia del cristianismo, hoy la percepción es diametralmente opuesta, y se considera a Islam y a los musulmanes el colmo del puritanismo.

Creo que a nadie medianamente bien informado se escapa hoy que gran parte de esta intoxicación, servida muchas veces en bandeja, desde luego, por los propios acontecimientos y el ejemplo que dan ciertos sectores que dicen actuar en nombre del Islam, proviene de los think tanks, o laboratorios de ideas políticas, neoconservadores y pro sionistas.

El propósito de estos gabinetes de relaciones internacionales es el de desacreditar al mundo de ámbito musulmán demonizando el Islam, para así legitimar las más violentas intervenciones. Se trata en realidad, de la misma ideología de las cruzadas o el colonialismo: dominar desde una ideología de lucro y superioridad de raza. La dominación secular de Occidente sobre Oriente.

En sus informes, estos think tanks alegan por supuesto que luchan por la democracia y la libertad, contra la amenaza terrorista y el totalitarismo, a favor de las mujeres y las libertades. Distinguen entre musulmanes buenos y musulmanes malos, y en esta categoría no entran sólo los violentos sino aquellos que no se amoldan exactamente a los cánones occidentales.

Y todo ello desde una visión siempre victimista: el terror contra la democracia y la libertad, ¿Qué habremos hecho para merecer esto odio?

Algunos de los gabinetes más influyentes, todos estadounidenses, con una fuerte presencia judía de carácter pro sionista, son el Centro para la política y la Seguridad, del que forman parte algunos de los más altos cargos en defensa, la Fundación Heritage, la Jamestown Foundation, agencia creada por la CIA dedicada a escribir sobre el poscomunismo y el terrorismo y que nutre a los think tanks de Washington, la Foundation for the defense of Democraties, creada por millonarios estadounidenses sionistas a petición de Ariel Sharon, la NED (Fundación Estadounidense para la Democracia), etc, etc. Y en versión nacional, pero con mucho menos peso, es obvio, a escala internacional, la FAES, del Partido Popular, que por supuesto, entre sus publicaciones recomienda un libro bajo el título de La futura yihad, de Walid Phares, activo miembro fundador de la Foundation for the defense of Democraties, asesor de la Casa Blanca.

La propia Hisri Ali, ex parlamentaria holandesa de origen somalí, alabada por izquierdas y derechas (la comunidad de Madrid le dio un Premio a la Tolerancia) por su defensa a ultranza de los derechos de la mujer en el Islam, trabaja hoy en un think tank conservador estadounidense llamado American Enterprise Institute, uno de los arquitectos de la política de la segunda legislación Bush.

Otro de los más hábiles y virulentos islamófobos del momento es Robert Spencer, académico de teología y derecho islámico y director de JihadWatch. Para el autor del libro El Yihadismo y el Corán, está claro que el Corán tiene la culpa de todo. Spencer publica habitualmente en New York Post, Washington Times, Dallas Morning News, National Post, de Canadá, Middle East Quarterly, etc.

Jihad Watch tiene su sitio web, y en él además de artículos de Spencer, están recomendados algunos de sus libros: véanse los títulos: La verdad sobre Muhammad, el fundador de la religión más intolerante, o Guía políticamente incorrecta. El Islam (o las cruzadas), aquí, ya en el colmo del cinismo ¡asocia a las cruzadas (no olvidemos que el nombre proviene de cruz) con el Islam!

El contenido, es de suponer, se remite no sólo a los hechos históricos o actuales puntuales, obviando todo el resto de la realidad del mundo musulmán, sino que también a las fuentes, descontextualizando las azoras coránicas y la Sunna, para probar su violencia y demás.

Esta es una de declaraciones de Spencer:

”¿Cómo podría ser el Corán el mein kampf — es decir, la inspiración y el libro guía, la fuerza motriz– del movimiento de la yihad, y haber aún así musulmanes pacíficos? (…) Hay disponibles online centenares de fotos de terroristas de la yihad blandiendo el Corán, a menudo junto con rifles y otras armas, y cualquier vistazo rápido a las declaraciones de yihadistas demuestra que están llenas de citas del Corán…»

Entre los principales ideólogos mundiales de la islamofobia está también Daniel Pipes, medievalista y experto en Oriente Medio, cuyos artículos y editoriales se publican en Wall Street Journal, Los Angeles Times, el New York Post, y que aparece opinando en canales de televisión tan reputados como la BBC y Al-Jazeera. Pipes dirige una infinidad de institutos estratégicos. A él se deben conceptos de moda como los de «nuevo antisemitismo», «militantes del Islam» y «teoría medio oriental del complot», según la cual, los árabes, que se niegan a aceptar su incapacidad para resolver sus problemas, imaginan que son constantemente víctimas de complots occidentales.

Pipes fue nombrado por George W. Bush administrador del Instituto Estadounidense por la Paz, una de las instituciones más influyentes de Estados Unidos, y es sin embargo el más fiel defensor de la supremacía occidental sobre Oriente Medio, a costa de las armas.

La superioridad racial

No en balde, Pipes es hijo espiritual de Robert Strausz-Hupé, diplomático austriaco fallecido en el 2002, y visionario del nuevo orden mundial, que, en su manifiesto L’Équilibre de demain, expresa lo siguiente:

«El orden mundial que se perfila, ¿será el del imperio universal norteamericano? Deberá ser así, en la medida en que llevará el sello del espíritu norteamericano. El orden que se avecina constituirá la última etapa de una transición histórica y pondrá fin al período revolucionario de este siglo.

La misión del pueblo norteamericano consiste en eliminar a los Estados-naciones, conducir a sus pueblos enlutados hacia uniones más amplias y frenar, mediante su poderío, las fútiles intenciones de sabotear el nuevo orden mundial que sólo ofrecen a la humanidad una ideología corrompida y de fuerza bruta … Durante los cincuenta próximos años, el futuro pertenece a los Estados Unidos.

El imperio norteamericano y la humanidad no se verán enfrentados, sino serán dos nombres para un mismo orden universal bajo el signo de la paz y de la felicidad. Novus orbis terranum (Nuevo orden mundial)».

La libertad de prensa y el laicismo

Sin embargo, lo argumentos islamófobos se van agotando, y van quedando relegados al lenguaje típico neoconservador. Se hace pues necesaria una puesta al día. Ya no es sólo cosa de la derecha, hay que convencer también a la izquierda. ¿Y, por ejemplo, cómo? Muy simple: mediante el miedo, también. Pero el miedo a la pérdida de libertad de expresión y la laicidad, por ejemplo.

En esto es pionera, una vez más Francia, acérrima defensora, no sin mérito, de la República laica. El problema surge cuando el laicismo es usado como arma ideológica contra otras formas de pensar, y para colmo se pone en favor del choque de civilizaciones. No en balde los partidarios europeos de la administración Bush se han apoderado de ese concepto y lo han desviado.

Esto es lo que escribe, en un lúcido análisis, Cédric Housez, colaborador de la Red Voltaire.

“El laicismo es una forma de organización social en que la Ley es fruto del debate razonado del que se excluyen las convicciones de cada cual. Ese sistema garantiza a cada cual la libertad de conciencia (lo cual incluye el derecho a la apostasía y la blasfemia) y la paz civil para todos. Son escasos los Estados que proclaman ese modelo, por lo que Francia aparece como una excepción. Sin embargo, en este país el discurso político-mediático está atribuyendo al «laicismo» un sentido diferente. El caso «sobre» el velo islámico en Francia ha sido un elemento revelador de ello”.

En aquel momento asistimos al desarrollo de un discurso que convierte el laicismo no en garantía de la coexistencia entre todos los ciudadanos, sea cual sea su religión, sino en un medio de castigar a un sector específico de la población, los musulmanes y, con ellos, a los franceses de origen árabe. La clase dirigente francesa se niega a compartir el poder económico y político con esa parte de la población. Fustigar el Islam es por consiguiente un medio de impedir que los franceses de ascendencia árabe se inserten en las más altas esferas.

Esos ataques se hacen más virulentos en la medida en que se asocian al discurso del «choque de civilizaciones» [5]. La «defensa del laicismo» se transformó así en la defensa de la supuesta identidad judeocristiana de Francia [6]. Ese discurso presenta a los musulmanes como gente intrínsecamente hostil al laicismo y afirma que impedir la afirmación política de los musulmanes y la reafirmación de la identidad musulmana es el único medio de defender un laicismo ya manipulado.”

Lo mismo sucede con el miedo a la pérdida de la libertad de prensa, debate que surgió con una gran virulencia con ocasión de la aparición de las famosas viñetas contra Muhammad. Hubo una feroz campaña entre una gran parte de los medios de comunicación europeos a favor de la libertad de prensa y la sátira.

Siempre se ha ridiculizado la religión, se alegaba, y los musulmanes con sus presiones antidemocráticas no nos lo van a impedir. La libertad de prensa corre grave peligro, decían (se olvidaban sin duda que donde de verdad corre un grave peligro es en la mayoría de mundo de ámbito musulmán, dónde sin embargo, algunos medios tuvieron el valor de mostrar las imágenes a título informativo, con las consecuentes represalias posteriores).

De esta forma, a mi entender, estaban entrando al trapo de lo que en el fondo esta provocación perseguía: alimentar el fanatismo por un lado, para después crear una respuesta basada sobre el miedo a los recortes de las libertades. Ante la violencia de las respuestas por parte de algunos colectivos de musulmanes, numerosos medios de comunicación europeos reprodujeron las viñetas de la discordia con el pretexto de solidarizarse con el Jilland Posten. Pero gran parte de ellos lo hacía sumándose manifiestamente a la humillación, blandiendo para ello la bandera de la libertad de prensa.

Algunos medios con una visión más equilibrada y distante del asunto, las reprodujeron también, como sucedió en España con El País y el Periódico de Cataluña, y no pasó nada, nadie salió por ello a la calle. Un cosa es informar, y otra provocar intencionadamente.

Esto no demoniza a una población, un colectivo, se decía, sino que se mofa de una religión, luego no tiene nada que ver con el racismo. Ya, pero da la casualidad de que esa población, por muy laica que sea, que también la hay y más de lo que se cree, se sintió profundamente insultada por aquella burla, porque se siente identificada en general con el Islam. Tampoco nadie pareció hacerse eco de que la islamofobia es un delito penal castigado en nuestro código, como delito de incitación al odio.

Nadie tampoco pareció recordar que con chistes y viñetas satíricas comenzaron los nacionalsocialistas a demonizar a los judíos, y más tarde, como la propia Europa hizo lo mismo para castigar a Alemania y Austria, con las consecuencias que todos conocemos.

El miedo a la pérdida de identidad, y la amenaza terrorista

El miedo a la pérdida de identidad, el miedo en general. Este es el gran problema de las fobias de la actualidad, y quienes lo manejan políticamente conocen bien esta cuestión. Europa teme hoy más que nunca las invasiones migratorias, el crecimiento demográfico extranjero, el ingreso de Turquía en la UE, las imposiciones culturales, la falta de libertad de expresión. Y, por supuesto, y es lo peor, teme la amenaza terrorista.

sartori-GiovanniNo son pocas las voces en Europa que se hacen eco del peligro de una pérdida de identidad. Entre ellas algunas tan autorizadas como la de Giovanni Sartori, el especialista italiano en ciencias políticas, supuestamente de izquierdas y Premio Príncipe de Asturias. En su presentación en 2004 en España de su libro “La sociedad multiétnica, pluralismo, multiculturalismo y extranjeros”, no tuvo ningún empacho en afirmar que:

“El Islam representa el extremo más alejado de Europa por su visión teocrática del mundo. Sus creencias están en contra del sistema pluralista. La integración de sus fieles es muy difícil…”.

El profesor de filosofía francés Robert Redeker provocó el año pasado una encendida polémica por unas declaraciones en Le Figaro en que tachaba a los musulmanes de fanáticos y violentos. Naturalmente, se desató la más virulenta campaña contra él, llegándosele a amenazar de muerte y dándole en apariencia la razón.

En el artículo elocuentemente titulado “Frente a las intimidaciones islamistas, ¿qué debe hacer el mundo libre?” está presente, una vez más, esa visión del Islam y su Profeta como adalides del odio que legitima la violencia:

“Ninguna de las faltas de la Iglesia hunde sus raíces en el Evangelio. Jesús es la no violencia (…) En cambio, el recurso a Mahoma, refuerza el odio y la violencia. Jesús es un maestro del amor, Mahoma, un maestro del odio (…). Odio y violencia habitan el libro en el cual es educado todo musulmán: el Corán”.

Nada más mezquino que recurrir a las Escrituras de un pueblo, muchas veces sin el mínimo conocimiento de base, y otras sin el mínimo acercamiento lingüístico, histórico o antropológico.

Porque, puesto en esa tesitura, también se podría blandir en mano el Antiguo Testamento, para justificar la ira sionista o los atentados del Ira:

“El Señor tu Dios te librará estas naciones y arrojará sobre ellas un gran pánico hasta que sean exterminadas. Librará a sus reyes entre tus manos, harás desaparecer su nombre de bajo el cielo, ninguno permanecerá ante ti, hasta que los hayas exterminado (Deuteronomio 7, 23-24).

O aun:

“El jefe de la mujer es el hombre (…). Si la mujer no viste el velo, que se haga rapar. (…). El varón, él, no debe cubrirse la cabeza: está hecho a imagen de la gloria de Dios; pero la mujer está hecha a la gloria del hombre. (…) Y el hombre no ha sido creado para la mujer, sino la mujer para el hombre. He aquí por qué la mujer debe llevar sobre la cabeza el signo de su dependencia” San Pablo, en su primera epístola a los Corintios.

Por su parte, el especialista en pensamiento político Antonio Elorza, con bastante bagaje intelectual, y desde un estudio pormenorizado de las fuentes, tampoco escatima esfuerzos a la hora de azuzar el miedo a la amenaza terrorista. Su última obra lo deja bien claro: Umma, el integrismo en el Islam. El título en sí ya desacredita el libro. Sólo en el enunciado, está jugando peligrosamente con un concepto clásico en el Islam, el de Umma, o comunidad de creyentes, amalgamándola en su totalidad con el integrismo.

Esto es lo que dijo en una entrevista concedida a La Clave:

“Si tomas los aspectos positivos del Corán, no se plantea ningún tipo de problema con la integración cultural. Pero si lo tomas en su conjunto, estás creando un problema serio, no sólo en los países árabes respecto a los derechos humanos, sino también en Occidente: se puede producir una disociación cultural y de enfrentamiento con consecuencias graves. No hay que olvidar que para los integristas, en su afán de supremacía universal, la última reconquista a efectuar sería Andalucía, auténtico mito de recuperación para los islamistas, desde el FIS a Bin Laden.

El integrismo no necesitó leer a Huntington para afirmar con fuerza el choque de las civilizaciones. Al desconocer a Alá, Occidente se convierte en el enemigo que debe ser destruido. Y frente a la desigualdad de medios militares y económicos, el único recurso disponible es el empleado siglos atrás por el ‘Viejo de la Montaña’ de Alamut al frente de sus «asesinos»: la acción terrorista”.

Desde 2007, en que fue escrito este texto, hasta la actualidad, las cosas no han mejorado ni cambiado sustantivamente, sino que, sin lugar a dudas, han empeorado. Las terribles condiciones de la política contemporánea, la crisis financiera, los conflictos medio orientalesm, el terrorismo y las crisis migratorias, han azuzado aún más, y con menos pudor, el viejo fantasma de la islamofobia y el miedo.