La gran contradicción
Entre los temas que aparecen con frecuencia en debates, periódicos, telediarios, tertulias, encuentros internacionales, así como en conferencias literarias y mundanas, se encuentran los siguientes: democracia, diálogo intercultural, diálogo interreligioso, diálogo de culturas, tolerancia, coexistencia, aceptación del otro en su diferencia, diversidad cultural, igualdad, equidad, etc. La recurrencia de estos temas demuestra que el tercer milenio, tantas veces descrito por especialistas como la era de la comunicación intercultural, no es, en definitiva, lo que se supone que es.
Es, incluso, peor cuando cada individuo parece cargar contra el «otro» peligrosos estereotipos e ideas erróneas y se rodea de muros y escudos, supuestamente para defender su entorno de un potencial peligro cultural desconocido, y no se plantea, en absoluto, construir puentes y pasillos, en cambio, para lograr la tan necesaria unión.
Ya es hora de que se destruyan definitivamente las barreras culturales naturales y superficiales y se establezcan diálogos abiertos y honestos entre los distintos grupos de la sociedad.
Por eso, hoy en día, aunque la ciencia ha ampliado las fronteras de la ignorancia y nuestro mundo se ha convertido, como predijo el famoso visionario canadiense Marshall McLuhan, en una «aldea global», uno se pregunta, con insistencia, si el mundo es realmente una verdadera aldea, con todo lo que tiene de atractivo una reunión humana de este tipo: solidaridad, calidez, armonía, amistad y amor, o más bien una «jungla» en la que sólo sobreviven los aptos, los fuertes y los fieros.
Sin embargo, ya es hora de que se destruyan definitivamente las barreras culturales naturales y superficiales y se establezcan diálogos abiertos y honestos entre los distintos grupos de la sociedad. Este noble objetivo no puede realizarse plenamente si no es adoptando la filosofía del compartir y del cuidado, tan querida por San Martín de Tours, este gran hombre que reinventó, hace muchos siglos y más concretamente en el 337 d.C., «la solidaridad entre los hombres».
Compartir en la sociedad tradicional
Una de las consecuencias perjudiciales de esta globalización invasora y en rápido crecimiento es la inevitable destrucción de las normas estructurales de la sociedad tradicional. En efecto, las limitaciones económicas de la globalización en el mundo actual empujan hacia la extinción de la familia tradicional extensa.
Es cierto que, con el progreso constante de la ciencia, la sociedad humana sigue automática y simultáneamente su movimiento e intenta, de alguna manera, adaptarse a la nueva realidad y a las nuevas formas de vida. La globalización acerca a la humanidad y crea nuevas riquezas, aunque éstas no se distribuyen por igual entre las distintas capas de la sociedad y sus diferentes grupos. La brecha en riqueza, conocimiento y tradición, entre un norte desarrollado y rico y un sur magullado y pobre, es cada vez mayor y se está convirtiendo en un abismo insondable.
Antiguamente, el sur subsistía gracias a sus estructuras sociales tradicionales, y con la desaparición de estas estructuras, esta parte del mundo es hoy muy vulnerable y en muchos lugares se traduce, sin quererlo, en violencia, delincuencia, corrupción y odio. Esto nos lleva, sin embargo, a plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cuál es el secreto del éxito de las estructuras sociales tradicionales?
Uno de los aspectos destacados de la familia extensa es, sin duda, la filosofía de compartir, conocida como twiza entre los pueblos amazigh/bereber del norte de África. Un concepto social basado en valores como:
- Reparto equitativo de la riqueza.
- Compartir responsabilidades y obligaciones.
- Solidaridad activa.
- Ayuda y protección mutuas.
- Salvaguarda de los intereses vitales de la comunidad.
- Protección de la identidad colectiva.
Estas sociedades se regían por un fuerte sentido de comunidad; el individuo existía como tal en tanto que pertenecía a una comunidad y juraba protegerla de los peligros externos, fueran de la naturaleza que fueran.
Pero, para que la filosofía del compartir pueda manifestarse plenamente en una sociedad tradicional, sin obstáculos ni trabas, la sociedad está llamada a rechazar definitivamente el individualismo equiparado al egoísmo y a fomentar el colectivismo activo. En un entorno así, el individuo, en realidad, es una pequeña partícula de una comunidad determinada, que no tiene existencia cultural propia.
Las sociedades tradicionales eran, en su colectivismo, respetuosas con la naturaleza y el medio ambiente y plenamente ecologistas, porque no había excesos en la utilización de la tierra ni de sus productos.
Lo que el individuo perdería en identidad, lo ganaría, en definitiva, compartiendo, solidarizándose y protegiéndose. En estas comunidades, la riqueza se repartiría de forma justa: todos los miembros del clan tendrían comida suficiente para comer, tendrían un techo bajo el que dormir y tendrían ropa para vestir decentemente. No hay grandes diferencias de riqueza, ni de oportunidades entre los distintos miembros de la sociedad, ni ningún sentimiento de inseguridad, ni ningún resentimiento hacia el otro.
Es cierto que las sociedades tradicionales estaban menos desarrolladas que las modernas, eran menos sofisticadas, pero tenían esa gran cualidad de ser humanas, en su propio sentido del término, ya que creían y practicaban el compartir y la solidaridad por convicción y amor y no por interés o miedo. Pero lo más importante es que las sociedades tradicionales eran, en su colectivismo, respetuosas con la naturaleza y el medio ambiente y plenamente ecologistas, porque no había excesos en la utilización de la tierra ni de sus productos: el consumo estaba estrictamente regulado y no había residuos innecesarios de ningún tipo.
Este tipo de sociedad, en su mayoría obsoleta hoy en día, a la vista del desarrollo de la humanidad y de la aparición de la modernidad, contiene muchas enseñanzas positivas, que uno puede utilizar para construir una estructura social moderna justa, sin inseguridad y tendiendo la mano a todas las personas, sin conceptos erróneos ni ninguna forma de estigmatización y que se oriente hacia el desarrollo y la modernidad, de una manera responsable y respetuosa con la tierra.
Solidaridad en el islam
En el islam, la filosofía del compartir está inscrita en oro en el Corán. De hecho, existe una amplia gama de conceptos que ponen de relieve la solidaridad y la bondad hacia el otro: las nociones de ummah, zakat, kafalat al-muhtaj (apadrinamiento del necesitado) y kafalat al-yatim (apadrinamiento del huérfano). La Ummah, «La nación de los creyentes», es una noción en la que todos los musulmanes son iguales ante Dios a pesar de sus diferencias étnicas, lingüísticas, materiales o geográficas; lo que distingue a unos de otros es su grado de devoción o piedad.
Esta solidaridad efectiva entre musulmanes de diferentes regiones y culturas encuentra su máxima expresión durante la temporada del hajh (peregrinación a La Meca), cuando tres millones de creyentes, procedentes de todo el mundo, se encuentran en un espacio reducido de La Meca o Medina, en Arabia Saudí, para cumplir con los ritos de la peregrinación. Este rito se basa en la solidaridad activa y el compartir generoso.
Zakat: es un impuesto religioso anual que el creyente entrega al bayt-al-mal (tesoro del Estado) y cuyos fondos sirven para combatir la pobreza y la exclusión social. A diferencia de los impuestos modernos, los impuestos religiosos son voluntarios y, en caso de impago, la ley no lo reprime.
Kafalat al-muhtaj / kafalat al-yatim: es la ayuda inmediata que el Estado Islámico presta a los necesitados y huérfanos gracias a los fondos del zakat. Los necesitados son atendidos en dar al-mouhtaj (casa de los necesitados), que se financian con los fondos de bayt al-mal o los legados religiosos conocidos como habus o waqf. Los creyentes hacen legados religiosos o habus en metálico o en bienes, con el fin de ayudar al Estado a ayudar a los pobres, los necesitados, los huérfanos y los discapacitados.
Cabe señalar que estas prácticas religiosas tienen un gran valor para los creyentes y, desde hace siglos, se han convertido en una especie de obligación ciudadana. Además, el creyente que hace las donaciones al Estado, con el propósito de compartir, se llama en árabe mohsin «benefactor» esta misma palabra ha pasado al francés bajo la forma de «mécène» y esto es una prueba más de la centralidad de dar y compartir en la fe islámica.
Estados en crisis
A principios del siglo pasado apareció en el mundo árabe una filosofía que predicaba el «renacimiento» de la nahda y la modernidad, tras la independencia del colonialismo europeo.
El Estado posterior a la independencia empujó a las clases bajas a la marginación total, haciéndolas así fácilmente captables por los movimientos radicales antisistema.
Con el acceso de estos países a la independencia, los regímenes que vinieron con ella fueron en su mayoría estructuras lógicas de inspiración europea, lo que implicó, la deserción definitiva del califato, el modo de gobierno del Estado Islámico. A diferencia de Europa, estas estructuras y entidades políticas posteriores a la independencia no eran democráticas, sino más bien totalitarias, de carácter militar u oligárquico. Este sistema de gobierno favoreció la aparición de clases dirigentes y élites que incrementan su riqueza a costa del Estado por medios rentistas o ilegales. Esto provocó una gran división en las sociedades árabes, por no decir una brecha entre las élites que han amasado riquezas gracias al sistema de rentas y la clase trabajadora y los pobres que se empobrecieron aún más. El Estado posterior a la independencia, al no prever, voluntaria o involuntariamente, un sistema de solidaridad, bienestar y reparto, empujó a las clases bajas a la marginación total, haciéndolas así fácilmente captables por los movimientos radicales antisistema, ya fueran de izquierda o islamistas.
En 1972, apareció en Marruecos una banda de música llamada «Nass El Ghiwane» que sí trataba, con éxito, en la melodía, las preocupaciones y problemas cotidianos de la población. Esta banda cantaba temas sobre la exclusión y la pobreza, sobre la represión y la falta de justicia social, así como sobre la tan deseada democracia, haciendo uso de instrumentos tradicionales largamente olvidados. Las canciones de esta banda encontraron público entre los intelectuales antisistema y las sociedades menos favorecidas de todo el mundo árabe.
El éxito ejemplar de este tipo de música, tanto a nivel nacional como internacional, se debe principalmente a los temas relevantes sobre la filosofía de la solidaridad y el compartir, así como, sobre inclusión y libertad, abordados abiertamente por los artistas de una manera tan directa y atrevida.
El grupo «Nass El Ghiwane», 37 años después, sigue siendo antisistema y enarbola con orgullo la bandera de la solidaridad. Pero, además, canta sobre las persistentes dolencias y quebraderos de cabeza de la sociedad árabe moderna, con mucha elocuencia y fervor, y sin rodeos:
Oh Dios misericordioso
¿Por qué nuestro verano se ha convertido en invierno?
¿Y la primavera en otoño?
¿Por qué los funcionarios
mentirosos y opresores?
¿Y por qué los jueces son injustos?
¿Y por qué nuestros dirigentes,
opresores y violentos?
Tras el advenimiento de la revolución iraní de Jomeini a finales de los años 70 del siglo pasado, los grupos islamistas aparecieron como setas en todos los países árabes, anhelantes de libertad y hambrientos de poder político. Fue el comienzo del islam político, que predicaba abiertamente la reislamización de la sociedad y el retorno a las fuentes islámicas, deshaciéndose de cualquier forma de modernidad y democracia, al considerarlas una estratagema de Occidente para controlar el mundo musulmán por medios y vías indirectas.
Los grupos islamistas deben su evidente éxito no a su ortodoxia religiosa, sino, más bien, a sus acciones decididas y voluntarias de solidaridad y de compartir ayudando a las personas menos favorecidas, olvidadas por sus gobiernos corruptos y opresores, como en el caso de los Ikhwan (Hermanos Musulmanes) en Egipto. De hecho, los Ikhwan suplantaron al gobierno en el ámbito del bienestar social con los pobres y propiciaron su victoria democrática en las elecciones, tras el advenimiento de la Primavera Árabe. Así, sin disparar un tiro, los islamistas ganaron el apoyo de los menos favorecidos en muchos países árabes donde los porcentajes de pobreza oscilan entre el 60% y el 70% de la población total.
De esta forma indirecta, el proyecto de sociedad islamista se ganó el corazón de la gente y, al mismo tiempo, sus votos electorales, mientras que los partidos políticos laicos o de otro tipo sufren un problema de credibilidad debido a su falta de transparencia, capacidad de defensa y voluntarismo político, además de su cooptación por los regímenes de turno.
La era del compartir, la filantropía y la solidaridad está aquí ahora más que nunca
El mundo de hoy es un lugar mucho mejor, aunque no sea plenamente igualitario, pero la solidaridad, la responsabilidad y la generosidad no están muy presentes en la sociedad. Sin embargo, es deber de la ciudadanía manifestar voluntariamente el sentido de la solidaridad y del compartir. Para ello, todo el mundo está llamado a reinventar el gesto histórico de San Martín de Tours y a, solemnemente, universalizarlo e ir, incluso, más allá para pedir a la política mundial que incluya tal acto de generosidad humana en las constituciones de los países miembros de las Naciones Unidas, como ocurrió, en el pasado, con los derechos humanos.
Para mantener la cordura en el planeta, urge preocuparse por sus habitantes de forma desinteresada. ¿Estarán los seres humanos a la altura de un reto tan elevado? Es una pregunta que sólo el tiempo podrá responder.
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