Reproducimos a continuación la ponencia presentada por Inés Eléxpuru, Directora de Comunicación de FUNCI, en el 6º Congreso de ICLARS celebrado el pasado 20 de septiembre. La comunicación se desarrolló en el panel de «Espiritualdidad femenina e islam», en el que también intervenían la islamóloga Asma Lamrabet y el teólogo Juan José Tamayo. Dicho panel fue organizado por la Fundación Euroárabe de Altos Estudios.
A poco que se estudien las fuentes del islam, en especial el Corán y la Sira, o vida del Profeta Muhammad, se deducirá que, en términos de espiritualidad, la igualdad entre hombre y mujer es indiscutible.
Sin embargo, hoy me voy a referir en particular a la presencia de la mujer en la mística musulmana, presencia más importante que en otras corrientes del islam pues, como dice Cherif Abderrahman Jah, el presidente de la FUNCI:
“La ma’arifa, la gnosis, o el Conocimiento con mayúscula, no tiene límites ni fronteras, ni para hombres ni para mujeres”.
Para ciertos místicos musulmanes, el principio femenino de la Creación y la figura femenina como fuente de contemplación de lo divino son de gran relevancia, anteponiéndolo en ocasiones al masculino. Para estos mísiticos, masculinidad y feminidad son meros accidentes y no pertenecen a la esencia de la naturaleza humana.
Así decía el gran místico murciano del s. XII Ibn Arabi en su obra Los engarces de la sabiduría: “Sitúate en cualquier escuela de pensamiento y no encontrarás sino referencias a lo femenino, hasta entre quienes afirman la causalidad diciendo que Allah es la causa de la existencia del Mundo. Pues bien: “la causa” es femenina.”
Es interesante comprobar la importancia que se acuerda en la cultura islámica no ya solo a la riquísima y compleja lengua árabe, sino al género de las palabras.
También en esta obra Ibn Arabi nos recuerda el aprecio del profeta Muhammad por las mujeres, en estos términos, siempre espirituales: “Por ello amó a las mujeres: por la plenitud de la contemplación del Verdadero en ellas, pues al Verdadero no se Le ve desnudo de la materia”.
Por otra parte, la figura de la madre en el islam es de suma importancia y simbolismo. No pocas palabras como Umma, comunidad, ummiyi, el término asociado con el profeta, y muchas otras, provienen de umm, madre. Así describe esta cuestión Qashani (m. 1329 d.C.), discípulo de Ibn Arabi, en su comentario a Los engarces de la sabiduría:
“La base u origen primigenio de todo se llama madre (umm), porque la madre es el tallo del que brotan todas las ramas. (…) El origen de todos los orígenes, más allá del cual no hay nada, se llama en femenino haqiqa, o Realidad trascendente (…), y las palabras que se refieren a la Esencia divina `ayn y dhat, también son femeninas.”
En cuanto al principal atributo de Allah, que es Rahman (El muy Misericordioso), con el que comienzan todas las azoras, salvo una. Su raíz trilítera significa matriz, refiriéndose así al poder maternal y protector de Dios hacia sus criaturas.
Definición de sufismo
Antes de entrar en materia de la santidad femenina en el islam, convendría definir qué es la mística musulmana, también conocida como sufismo, o tasawuf en árabe, que no es más que el islam en su forma más profunda y esencial. En este sentido empezaré citando a María Tabuyo:
“La radicalidad del islam, es decir, su insistencia en el recuerdo permanente de la unidad y unicidad de Dios, la Realidad absoluta, que exige una entrega y sumisión totales, marca de forma inigualable a los seguidores de todas sus vías”.
El sufismo hunde sus raíces en la shahada, o profesión de fe: No hay más Dios que Dios. Solamente Él es Absoluto y Uno. Todo viene de Él y hacia Él regresa. Es el Primero y el Último, el Manifiesto y el Oculto (Corán 57, 3).
También el sufismo implica cercanía et intimidad absoluta con el Creador. Esto se expresa de forma clara en el Corán: “estoy más cerca de vosotros que vuestra vena yugular”, y en muchos hadices qudsíes, o dichos inspirados por Dios a Muhammad:
“Soy como Mi siervo piensa de Mí (…) Si se acerca a Mí la distancia de una mano, Me acerco a él la distancia de un codo; si se acerca a Mí la distancia de un codo, Me acerco a él la distancia de un brazo. Y si él viene a Mí caminando, Yo voy a él corriendo”.
O aun:
“Cuando Dios ama a su siervo, Él es el oído por el que oye, el ojo por el que ve, la mano con la que toca, el pie con el que anda y la lengua con la que habla”.
Como vemos, una noción de unicidad absoluta, la del islam.
Pero ello conlleva un sistemático combate contra el ego, el yo inferior, y una purificación del alma sensitiva hasta que, como decía el místico al-Ghazali, el corazón se convierta en un espejo que solo refleje la luz de Dios.
La mujer en el sufismo
Como decíamos, en esta corriente, el sufismo, hombres y mujeres pueden alcanzar el mismo rango y los mismos grados espirituales.
Así, en su obra Futuhat al-Mekiyya, “Revelaciones de La Meca”, Ibn Arabi escribe:
“Todas las moradas, todos los niveles, todos los atributos pueden pertenecer a quien Dios desee, tanto a mujeres como a hombres para quienes Dios lo pueda desear (…) [Hombres y mujeres] comparten todos los niveles, incluyendo el de Polo”.
Igualmente, Rumi se refiere a menudo a lo femenino y presenta a la mujer como el ejemplo más perfecto de la Creación. Así se expresa en su Matnawī: “La mujer es un rayo de Dios. Ella no es tan solo la amada terrenal; ella es creadora, no creada.” (Helminski 2013: 6).
En cuanto al poeta y sufí y poeta El Yami (s.XV):
“Si todas las mujeres fueran como las que he mencionado,
las mujeres serían preferibles a los hombres.
Pues el género femenino no es vergüenza para el sol,
ni el masculino un honor para la luna”.
Hagiógrafos musulmanes
Aun así, es innegable que el islam, como todas las religiones, en general, que surgieron como sistemas liberadores, ha derivado con el tiempo hacia visiones patriarcales y misóginas. Sin embargo, en el caso de la mística, la misoginia es claramente menor en el islam que en otras corrientes y que en ciertas tradiciones monoteístas.
De hecho, no es infrecuente observar en los relatos hagiográficos, que la aceptación de la mujer en los asuntos religiosos y en la relación entre géneros en materia de conocimiento espiritual era netamente más abierta y evolucionada que en la actualidad.
Para conocer la traza de estas mujeres extraordinarias nos serviremos en especial de los hagiógrafos masculinos que hicieron mención de ellas.
Entre los principales autores que dedicaron una parte de su obra escrita a las hagiografías y a las mujeres místicas, constan:
Al-Isfahāni (ss. X-XI), quien se refiere a la excelencia espiritual de algunas mujeres contemporáneas del Profeta.
Abu `Abdal Rahman al-Sulami (ss. XI-XII), quien escribió una obra sobre las mujeres santas de los primeros tiempos.
El místico persa Farid ud Din Al ‘Attar (ss.XII-XIII), que en su Memorial de los santos, ofrece la biografía más extensa y completa de la gran Rab’ia, así como de otras santas.
El bagdadí Ibn Al-Jawzi (ss.XII-XIII), quien escribió sobre 240 mujeres sufíes.
Ya más tarde, en el siglo XV un damasceno, Abu Bakr al-Hisni, escribió un libro en el que se refería tan solo las mujeres: el Ketāb siyar al-sālikāt al-mu’mināt, “Libro sobre los pasos de las buscadoras creyentes”.
Y en el mismo siglo Ŷāmi incluyó en su Nafahāt al-uns 33 apartados dedicados a las mujeres bajo el significativo título: «Memoria de mujeres gnósticas (‘ārifāt) que han alcanzado las moradas de los hombres».
Pero, sin lugar a dudas, al autor que más se refirió no ya a las santas, sino al rol femenino en el islam como principio del Todo, fue el gran Ibn Arabi de Murcia, uno de los sufíes más prolijos y que dejó una mayor obra escrita, con numerosos datos autobiográficos, que nos dan una idea clara y veraz de la situación en relación a los hombres y mujeres gnósticos de su tiempo.
Sin ir más lejos, es curioso comprobar cómo para el Sheij al-Akbar, y para algunos otros, conceptos tan genuinamente masculinos y queridos en la tradición sufí como la futuwwa, la caballería espiritual, o la ruyuliya, la virilidad, en el sentido de valentía, pero también de elevación espiritual y moral, no son en absoluto patrimonio de los varones, sino también de las mujeres excelsas. Así, Ibn Arabi afirmaba:
“La perfección de la ruyuliya [hombría] se encuentra en quien hemos mencionado, ya sea hombre o mujer”.
Las siervas de Allah
Estas mujeres consideradas santas, es decir, mujeres que habían apaciguado su alma, como dice el Corán, y cuya entrega a su Señor y a la Unicidad era absoluta, no respondían en general a los cánones que encontramos en otras tradiciones, como en el catolicismo. En árabe, se las llama Waliyat Allah, lo que significa allegadas o amigas de Dios. No eran obligatoriamente castas ni célibes, ni de carácter sumiso y vulnerable, ni mártires, ni estaban necesariamente asociadas a los varones que las rodeaban, aunque sí eran con frecuencia ascetas y extremadamente virtuosas. Podían ser maestras de hombres y mujeres, célibes, casadas, madres, ricas, pobres, socialmente activas, solitarias y eremitas, eruditas y analfabetas; los perfiles eran múltiples.
Las había que eran presa de frecuentes raptos y estados extáticos, otras eran de las que suspiraban de amor divino o lloraban de anhelo y arrepentimiento. Las había que compartían su conocimiento esotérico, y también exotérico, mediante la exégesis y el estudio de la jurisprudencia islámica. Lo cierto es que eran en general mujeres con un grado de libertad mayor al de su época, y con un fuerte temperamento y rigor.
Lo que raramente hallamos son mujeres involucradas en la política y el poder de su tiempo, como era a veces el caso de los varones, sobre todo en época colonial. Sin embargo, había excepciones como la de Lalla N’sumar, argelina, que con tan solo 24 años creó en su Kabilia natal un ejército que venció a las tropas del General Randon en 1846 y luego murió a manos de los franceses.
En cualquier caso, todas eran, o son, mujeres totalmente entregadas a la purificación del alma, la intimidad con su Creador, el amor divino y la gnosis. Eran ‘ibad Allah, siervas de Dios.
Acerca del concepto de servidumbre, citaré a Amina González, de la Universidad de Murcia:
“Esta teología de la Servidumbre hizo verdaderamente libres a estas mujeres de las limitaciones impuestas a ellas en sus sociedades. Estas “siervas” de Dios elegidas se podían separar de la masa de mujeres que no compartían la misma vocación espiritual. Escogían una vida independiente como “mujeres dedicadas a la carrera del espíritu”, así podían viajar sin un chaperón o tutor legal, mezclarse socialmente con los hombres, enseñar a los hombres en asambleas públicas y desarrollarse intelectualmente de una manera que no era accesible a sus hermanas musulmanas no sufíes”.
En relación al concepto de Servidumbre para alcanzar lo Divino, tenemos esta bella afirmación de Umm ‘Alī, una mujer sufí de Nishapur: «Aquel quien es confirmado en el conocimiento de la servidumbre pronto alcanzará el conocimiento de la señoría» (Sulamī 1999: 244).
Algunas mujeres santas históricas
La santa sufí por antonomasia de los primeros tiempos del islam es Rabi’a el Adawiya, de los ss.XVIII-IX. La perfección de su carácter, su gran piedad, su gnosis y su ascesis la dieron a conocer más allá de las fronteras, los siglos y las culturas. Los místicos posteriores la reconocieron como “la corona de los hombres” (Smith 1984:4).
Por otra parte, como decíamos, sus biografías y las leyendas dejan traslucir un carácter fuerte y templado, también en relación a los varones. Así lo demuestra esta anécdota, así como muchas otras leyendas: en una ocasión el discípulo de Rab’ia, Hassan (supuestamente, al-Basri), extiende su alfombrilla sobre el agua y le dice, ‘Rab’ia ven a rezar un par de rakats’. Ella extiende la suya, que queda suspendida en el aire, como signo de superioridad espiritual. Entonces le dice:
“Hassan, lo que tú hiciste también lo hacen los peces, y lo que yo hice, las moscas también lo hacen. La verdadera cuestión está al margen de ambos trucos. Hay que aplicarse en la verdadera cuestión” (El memorial de los Santos).
Sin embargo, fue tal su fama, que trascendió hasta época cristiana muchos siglos después, que eclipsó a otras grandes mujeres de su tiempo, entre las que cuentan ‘Abda bint Shuwal y Maryam de Basora, poco mencionadas y que sin embargo la acompañaban. Se cree que en aquella época los místicos y místicas, contrariamente a la actualidad, eran muy numerosos. Y es que, como asegura el Corán, los había “Muchos de los primeros, pocos de los últimos”.
Maryam de Basora era compañera y discípula de Rābi‘a y dedicó su vida con enorme intensidad al amor divino (la mahabba li-Llah). Era frecuente que cuando se hablaba de la doctrina del amor cayera en éxtasis profundos.
Siglos después, otra de las mujeres que debieron de brillar con luz propia e impresionar por su sabiduría y altura fue Nizam, que Ibn Arabi conoció en la Kaaba de La Meca, mientras recitaba unos poemas místicos, y a la que dedicó encendidos escritos y poemas. Así la describió:
“Una joven esbelta que atraía hacia sí las miradas. Adornaba las reuniones y a los propios contertulios, al tiempo que turbaba a quienes accedían a contemplarla. Se llamaba Nizam (…). Era la mayor de las creyentes, de las sabias y ascetas, templada y Señora de los dos Santuarios. Crecida en la Ciudad Fiel, aparecía majestuosa y sin doblez, de aspecto embrujador y elegancia iraquí. Cuando se mostraba desbordante (en su parlamento) abrumaba, y si (quería ser) concisa, era inimitable”.
Ibn Arabi también quedó impresionado por una esclava de Qasim al-Dawla que vivía en La Meca y tenía el don de cubrir largas distancias sin apenas desplazarse. Según él, practicaba una dura disciplina de ascetismo y poseía las cualidades de la caballería, o futuwwa.
Conmovedoras e inspiradoras son también las historias de santas que compartían con su cónyuge la gnosis y las moradas espirituales.
Así describe Michel Chodkievizc uno de estos casos:
“Aunque Rābi’a al-Shāmiyya, a menudo confundida con Rābi’a al-‘Adawiyya, era esposa de Ibn Abi Hawāri, no se la reconoce por este hecho en la hagiografía. Ibn Abi Hawāri, que era suficientemente importante por méritos propios, se dedicó, con una conmovedora veneración, a su esposa, cuya superioridad reconocía; y él fue quien pasó a la posteridad gracias a las virtudes y éxtasis de ella (Ibn al-Ŷawzi 1986, IV, p. 300)”.
En Futuhat al-Mekiyya Ibn Arabi se refiere en diversas ocasiones a su esposa, Maryam bint ‘Abdūn, como una mujer virtuosa que, en cierto modo, por medio de una visión que tuvo, le mostró la vía a seguir en el camino hacia el Conocimiento.
En cuanto al rol de las madres en la transmisión del midmo, tampoco fue desdeñable. Así sucedió con el gran maestro, padre de la mayoría de las tariqas, o vías sufíes actuales, ‘Abd al-Qādir Ŷīlānī (s.XII), cuya madre y tía influyeron grandemente en su vida espiritual.
Mujeres maestras
Como decíamos, muchas de estas santas musulmanas fueron además grandes maestras, guiando también a los hombres.
“Hallé en ella un maestro más digno de confianza en la ciencia de los santos y en la doctrina de salvación que en cualquier otra fuente llegada a mí, quitando las Sagradas Escrituras.”
Esta afirmación sobre Rabi’a la hizo Jean-Pierre Camus, obispo de Belley, Francia, en los ss.XVI-XVII. Nada menos que siete siglos después de su muerte.
En época temprana (s.IX), Fatima de Nishapur fue maestra de los grandes místicos Abū Yazīd al-Bistāmī, Dū l-Nūn al-Misrī y al-Ŷunayd.
Para ilustrar el gran poderío espiritual y moral que tuvo Fatima de Nishapur, mencionaré una anécdota recogida por al-Sulami, según la cual el célebre místico egipcio Dhu l-Nun, al ser interrogado acerca de la persona más remarcable que había conocido, respondió: “Nunca vi a nadie más excelente que una mujer que conocí en La Meca llamada Fátima de Nishapur. Solía discutir maravillosamente sobre materias relativas al significado de El Corán (…). Ella es una santa de entre los amigos de Dios, Glorioso y Poderoso. Ella es también mi maestra.”
Du l-Nūn relata además su encuentro con una mujer anónima que le transmitió los atributos que había de tener un sufí, recordándole que la esencia del conocimiento con mayúsculas no se encuentra en los estados paranormales o esotéricos, sino en la práctica espiritual, al igual que hiciera Rabi’a con Hassan.
Regresando a Ibn Arabi, en al-Futuhat destaca de entre sus maestras a Fatima bint ibn al-Muthanna, o Fatima de Córdoba, una nonagenaria de especial elevación espiritual a la que Ibn Arabi sirvió y con la que convivió durante dos años en una choza de cañas construida por él mismo en las afueras de Sevilla. A ella se refiere como su madre espiritual. Al parecer Fatima enviaba la azora de apertura del Corán, la Fatiha para obtener lo que deseaba, y dominaba la ciencia de las letras. Para ella cualquier cosa era objeto de contemplación divina. Ibn Arabi contaba que, a pesar de su avanzada edad, era tal su luz que apenas podía mirarla a la cara:
“Tenía ella a la sazón, más de noventa y cinco años de edad y, sin embargo, me daba vergüenza mirarle al rostro, pues lo tenía, a pesar de sus años, tan bello y hermoso, por lo regular de sus facciones y lo sonrosado de sus mejillas, que se la hubiera creído una muchacha de catorce años (…) Vivía en continuo trato con Dios”.
Siglos más tarde, ya en época otomana, al-Munawi, en sus Tabaqat, realiza un homenaje a 35 mujeres. Una de ellas es Fátima bint ‘Abbas (ss.VIII/XIV), doctora en jurisprudencia y ley, y mujer de mística. En su relato pone de manifiesto que en aquella época la mujer musulmana figuraba no ya en el espacio público, sino también en el ámbito religioso. De hecho, Fatima pronunciaba todos los viernes el sermón en la mezquita. Algo impensable hoy en día.
Pero no hay que olvidar a aquellas mujeres propias del sufismo llamado popular, en especial en el Magreb, un sufismo menos “ortodoxo” y teñido de matices animistas, debido a la influencia amazigh y subsahariana.
Estas mujeres, aún veneradas e inspiradoras, a veces incluso incorpóreas, que abarcan no pocos topónimos locales, nunca fueron sin embargo mencionadas en las hagiografías. Entre ellas constan Lallā Sitti de Tremecén, Lallā Mimuna en Marruecos y ‘A’iša al-Mannūbiyya de Túnez, entre otras muchas.
La leyenda en torno a Mimuna es cuanto menos conmovedora:
«Era una pobre negra que pidió al capitán del barco que le enseñara la plegaria ritual, pero no podía recordar la fórmula correctamente. Para oírla de nuevo y poder retenerla, salió corriendo, tras el barco que partía, caminando sobre las aguas. Su única oración era: “Mimuna conoce a Dios, y Dios conoce a Mimuna”.
Y es que, como las definió con acierto Chodkievicz, algunas de estas grandes figuras eran espíritus simples y anonadados, que no por ello menos elevados.
Referencias
De Rabi‘a Al-‘Adawiya (m. 801) a Fatima Al-YaŠrutiyya (m. 1978): modelos de santidad y feminidad, mujeres de conocimiento y maestras sufíes en el orbe islámico. Amina González, Univ. Murcia
El principio femenino de los textos cosmológicos del sufí Muhyidin Ibn Arabi (1165-1240 d. C.) Gracia López Anguita, univ. Sevilla
La santidad femenina en el islam. Michel Chodkiewicz
El memorial de los santos. Farid Uddin Attar
El islam cristianizado. Miguel Asín Palacios
Los engarces de la sabiduría. Ibn Arabi