La interculturalidad en el Islam

Autor del artículo: Cherif Abderrahman Jah

Fecha de publicación del artículo: 20/03/2009

Año de la publicación: 2009

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Con esta intervención, además de una mesa redonda, participó la FUNCI en el Primer Foro de Diversidad e Interculturalidad de Córdoba (España), organizado por el Ayuntamiento de esa ciudad los pasados 17 al 19 de marzo en el marco del programa «Córdoba Intercultural».

La interculturalidad en el Islam, por Cherif Abderrahman Jah, Presidente de la Fundación de Cultura Islámica

«En primer lugar quiero agradecer al Ayuntamiento de Córdoba y a Encuentro Civil  EUROMED su invitación para participar en la feliz iniciativa de esta convocatoria, celebrando el “Primer Foro Internacional sobre diversidad e interculturalidad.».

Iniciativa que supone abrir una nueva y esperanzadora puerta: la del análisis político, psicológico y sociológico, para llegar a la comprensión y al intento de hacer realidad ese concepto, a veces tan esquivo, que llamamos Convivencia en Paz, entre hombres y mujeres de diferentes culturas, mentalidades y espiritualidad.

Interculturalidad como fenómeno secular

Últimamente está escuchándose con fuerza la palabra “interculturalidad”, como si fuera una gran novedad en el mundo actual. Lo cierto es que la diversidad cultural siempre ha coexistido desde el arranque de la sociedad humana, tanto sedentaria como nómada.

A la relación activa entre culturas que no pretenden ser universos cerrados en sí mismos, se la denomina interculturalidad. Así, la Humanidad se ha apoyado siempre en un conglomerado de pueblos, en los que, unos a otros, se iban haciendo préstamos cuturales, a veces involuntariamente; unos muy patentes y, otros, imperceptibles, pero préstamos al fin. De hecho, el ser humano es intrínsecamente tendente a entenderse por encima de particularidades culturales; prueba de ello son los niños, y ejemplo de ello lo hemos tenido hasta hace relativamente poco en ciudades como Tánger, o en países como Turquía, Indonesia y Egipto.

Sin embargo, esa relación casi siempre ha terminado por plantearse, a lo largo de su desarrollo, en términos de desigualdad, con el establecimiento de repartición de roles  entre las diferentes culturas. La “cultura claramente dominante” intentará imponer sus “valores”, generados únicamente desde su perspectiva, y por tanto con gran carga de subjetividad, sobre la sociedad considerada menos desarrollada, o infravalorada por la dominante.

Pero esto no es un hecho espontáneo pues, como decíamos, el ser humano es básicamente igual en sus anhelos, su júbilo y su sufrimiento, y como tal, se identifica con los demás más allá de las diferencias. La separación a la que a menudo asistimos en la actualidad es fruto de las estrategias políticas y económicas de dominación, perfectamente orquestadas.

La aparición del “Otro”

De ahí la aparición del concepto “del Otro” como distinto, y del concepto de “choque de civilizaciones” acuñado por el pensamiento neoconservador estadounidense. Radicalidad y reducción que no es de nuevo cuño, y que hizo pensar durante siglos, a los creadores de esa ideología, que el eje del mundo global era Europa. Concepto que más tarde se amplió a una abstracción: Occidente.

El resto de las culturas y sociedades, que, pese a todo, habían existido desde los primeros tiempos con su propia vivencia, sabiduría e idiosincrasia, no contaban como población de civilización milenaria, en condiciones de aportar su sabiduría secular.

Es el caso del  Islam.

El Islam como civilización integradora

Cuando el Islam surge en el siglo VII, no había una cohesión socio-cultural en torno a

la cuenca mediterránea y Medio Oriente, por mucho que el Imperio Romano se empeñara en convencerse de su sentido imperial, repitiendo el engañoso nombre de la Pax Romana y el de un idílico Mare Nostrum.

Roma aglutinaba provincias tan dispares como la Muritania Tigitana, la Lybia, Egipto, Judea o la Galia, a las que impuso su cultura, sin respetar las particularidades  autóctonas.El eje de aquel mundo era la Roma Imperial, eje que, desde la perspectiva occidental, tuvo que compartir protagonismo con su gran enemigo oriental: el imperio persa, que también se consideraba el centro de Oriente.

Posteriormente este espejismo etnocéntrico romano, continuó como un legado inserto en la llamada “cultura judeo-cristiana”.

Ya no se trataba de la religión en sí, sino que apoyándose en ella y con su certificado de garantía se encuadraban pueblos, los europeos, que negando su origen diverso (pueblos mediterráeos, centro europeos, o nórdicos) con distintas tradiciones culturales e idiosincrasia, se constituían en un bloque eurocéntrico que podía y debía conquistar otros territorios, por lejanos que fueran en nombre de la superioridad de sus valores ideológicos.

Así, desde el siglo XV, se fue tejiendo la superioridad europea y como oponente apareció “el Otro”, bajo la forma de las sociedades indias de América, los indígenas de India y África, y las gentes del mundo islámico. Siempre bajo una relación de subordinación a la cultura dominante.

La expansión musulmana, desde sus inicios, difuminó aquellos centros de poder y enfrentamiento cultural, y vino a englobar en su órbita una serie de pueblos que pervivieron hasta la actualidad conservando sus expresiones populares, y demostrando hoy su supervivencia participativa dentro del marco islámico. En el seno de la civilización islámica, desde sus inicios, no ha existido una sola cultura, sino muchos pueblos y culturas unidos por el nexo de una creencia en común.

Mucho antes que las modernas corrientes político-filosóficas, la civilización islámica ya se apoyaba sobre unas bases universales cuyo destinatario era el Ser Humano, adelántandose de muchos siglos a las declaraciones universales de Derechos Humanos:

“La Humanidad entera constituía una sola Comunidad…” ( Corán, sura 2, 213)

Universalidad patente, ya que, en sus bases esenciales, el Islam niega la existencia de cualquier privilegio de nación, de pueblo, de raza o de clase, como así lo declara su Profeta:

“Los seres humanos son todos iguales, como las púas de un peine”,

O aun:

«El árabe no es superior al extranjero, ni el extranjero al árabe, ni el blanco al negro o viceversa, sino que es superior únicamente aquel que practica una mayor piedad».

Lamentablemente, hoy la actualidad del mundo arabo musulmán está muy lejos en ocasiones de aplicar estas premisas, por una serie de razones que el tiempo no me permite desgranar.  La ignorancia, en unos casos, y la manipulación ideológica, en otros, llevan a menudo a tergiversar el espíritu de libertad  propio del Islam, achacándole barbaridades.

La transmisión y la educación para una cultura de paz

Estas bases universales de la civilización islámica fueron pues pioneras en su tiempo, y son las premisas necesarias para lograr una convivencia social basada en el respeto, en los países de mayoría musulmana, pero, también, para ayudar a los occidentales a una correcta comprensión de los musulmanes.

Los numerosos casos de confrontación social y hasta jurídica a los que asistimos últimamente en Europa por la aplicación de costumbres que, más que islámicas, son fruto de la profunda ignorancia de ciertos ciudadanos musulmanes y, por otra parte, la intensidad de los prejuicios y el desconocimiento por parte de la sociedad de acogida, nos obligan a profundizar en la labor de información y educación recíproca.

Hay una frase de Pitágoras de Samos que resume de maravilla esta cuestión: “Educad al niño y no tendreis que castigar al hombre”.

¿Pero quién está realmente en medida de facilitar esa comprensión entre las sociedades de acogida, en este caso la española, y las poblaciones musulmanas que las habitan? ¿Quién está capacitado o capacitada para hacer de transmisor y tender puentes?

Ello requiere de un gran conocimiento multicultural y, aún más, de un profundo conocimiento del ser humano, su psicología, sus motivaciones y sus frustraciones.

De una persona sabia, en definitiva, al modo clásico de la acepción.

De personas sabias de conocimiento universal y capacidad de transmisión de los valores fundamentales, cuya percepeción de las cosas, la espiritualidad y la

Humanidad como un todo, se proyecte por encima de particularidades culturales, sin por ello obviarlas ni despreciarlas.

Estas personas, desde su independencia política, ideológica y confesional, y desde su compromiso con la defensa de la justicia y la verdad, no se limitan ni se someten a los parámetros estipulados en cualquier cultura, sino que trascienden, en su interpretación de los hechos, las ataduras y coacciones sociales, religiosas y políticas.

Personas sabias que sean capaces de hacer suya, en definitiva, la conocida frase del gran místico andalusí, que anduvo por estas calles de Córdoba en el siglo XII, Ibn al-Arabi de Murcia:

“Mi corazón se ha hecho capaz

de recibir todas las formas.

Es pasto para la gacela

y abadía para el monje,

templo de ídolos y kaaba de peregrinos,

Tablas de la Ley y pliegos del Corán.

Profeso la religión del amor.

El amor es mi religión y mi fe».

Muchas gracias.