La estrella en los jardines del sabio

La exposición ‘La ciencia en el mundo andalusí’ recoge en la Plaza de la Marina ochocientos años de conocimiento sobre el hombre y el medio

Más cerca que todas las mitologías en torno al encuentro y la tolerancia se encuentra la evidencia del florecimiento científico en Al-Andalus, como auténtico paraíso del mundo medieval musulmán.

La Ciencia en el Mundo Andalusí

El conocimiento atesorado en la Casa de la Sabiduría de Bagdad desde el siglo IX bajo la dirección de Hunayn ibn Ishaq, a partir de las traducciones de tratados de medicina, botánica, agricultura, astronomía o matemáticas escritos en copto, persa, griego, sánscrito y siríaco entre otros idiomas, prendió en la Península Ibérica gracias a sus mejores pensadores e iluminó a una Europa que se introducía en una de las etapas más oscuras de su historia. Un compendio de aquellos ocho siglos de inquietud e investigación en torno al hombre y su medio se encuentra en la exposición La ciencia en el mundo andalusí, organizada por la Obra Social de La Caixa en colaboración con la Fundación de Cultura Islámica e instalada en la Plaza de la Marina, donde se inauguró ayer y donde permanecerá hasta el 30 de mayo.

Espacios expositivos

La distribución de la muestra responde a la clasificación elemental de los estudios científicos de la época: cada una de las salas está dedicada respectivamente a la astronomía, medicina y farmacia, agricultura y arquitectura, además de otros espacios complementarios. Después de abandonar el mundo moderno, el visitante entra en una reproducción del Salón Rico de Madinat al-Zhara, donde Abderrahman III celebraba sus recepciones y audiencias. La introducción no es azarosa: el desarrollo político y económico del Califato se tradujo en un crecimiento intelectual que habría de alimentar los siglos posteriores incluso hasta la actualidad. En consonancia, la mayor parte de los elementos de la exposición son reproducciones de ingenios y libros creados entre los siglos IX y XI.

Después, el observatorio astronómico contiene reproducciones de las tablas de Ibn al-Banna del siglo XIII, un astrolabio del mismo siglo, un ecuatorio y una esfera armillar, ambos diseñados por Azarkiel en el siglo XI. En la misma sección se conservan diferentes artilugios que dan cuenta de la preocupación de los árabes por la medida del tiempo, desde el reloj de candela de Muhammad V (que contaba los minutos por el desgaste de una vela) hasta una clepsidra de agua como las que todavía hoy se pueden hallar en Marruecos.

La siguiente estación está dedicada a la medicina y la farmacología. Los olores delatan el ambiente propio de la herboristería: la farmacia, que podría ser la que perteneció al eminente botánico benalmadense Ibn al-Baytar, presenta un muestrario de hierbas y sustancias aromáticas como el tomillo, el romero, la lavanda y la canela. Junto a ellas descansa un pliego (en facsímil) de la traducción al árabe de la Materia médica de Dioscórides.

En la mesa contigua se presentan una serie de instrumentos quirúrgicos del siglo X según la descripción que Abulcasis recogió en su Tasrif; algunos, como la sierra y la pinza para la extracción de cataratas son prácticamente iguales a los que se siguen empleando en la actualidad. Al lado, el visitante descubre la reproducción del mapa anatómico de una mujer embarazada dibujado por Muhammad Eliyas Shirazi en el siglo XV.

En el mismo rincón se esconde estratégicamente situado el rincón del alquimista, con un enorme recipiente al fuego en el que se destilan los materiales. La alquimia fue una práctica habitual en al-Andalus, donde se siguieron las enseñanzas de Yabir ibn Hayyan de Kufa (descubridor del ácido nítrico y el agua regia) en la búsqueda del elixir de la vida eterna y la fabricación de oro a partir del cobre. A partir del siglo XII, este conocimiento cayó en desuso acusado de magia supersticiosa y en beneficio de un concepto espiritual de la alquimia, como purificación del alma, que se terminó imponiendo. El escaparate médico concluye con un ilustrado repaso por los estudios andalusíes en material de oftalmología, especialmente los recogidos por el toledano Ibn Harit en el siglo XII.

El desarrollo agrícola con la noria y los sistemas de regadío y la reproducción de un taller de alarife (fabricado por técnicos marroquíes) y de un salón de la Alhambra en obras como testimonio de la arquitectura andalusí completan la muestra. Al final, el curioso puede contemplar las distintas partes de un astrolabio, manejar un nocturlabio y conocer los nombres árabes de las estrellas que entonces, como hoy, coronaban el cielo.

Pablo Bujalance