Nudo gordiano*
Albarracín es una ciudad que tiene su principal razón de ser en su posición geográfica, es decir, en la naturaleza del lugar donde se encuentra. No en vano está ubicada en un área que podemos considerar como nudo gordiano de la geografía española. A nivel hidrográfico, en estas sierras nacen ríos de las vertientes principales de la Península. En estas montañas nacen el Tajo, que va al Atlántico, el Júcar, el Guadalaviar, que luego será el Turia, y el Jalón, afluente del Ebro, que desembocan en el Mediterráneo. Los ríos y sus valles siempre han sido vías de comunicación. Por tanto, estas tierras han tenido relación con amplias zonas de la geografía española. Además, una zona de montañas abruptas como ésta, sin duda no de las más altas, pero sí que constituye uno de los núcleos orográficos más importantes de la Península, se presta a ser lugar de refugio, puesto que su accesibilidad se ve limitada por la topografía.
Pero no sólo las características de la región han influido en la existencia de Albarracín; también su ubicación dentro de esta región ha influido, y, sobre todo, el lugar de su asentamiento. En Albarracín se dan dos elementos muy importantes para que surja un núcleo habitado: la existencia de un punto de fácil defensa, que es la meseta rocosa en la que está la ciudad, rodeada del río que forma un foso natural casi en un setenta u ochenta por ciento del perímetro, y el que este lugar defensivo esté, a su vez, al lado de una vega, es decir, de un área agrícola no muy extensa en este caso, pero sí lo suficiente para permitir un asentamiento humano y alimentar un grupo de población. Por supuesto, hay vegas más grandes en la región. Las cercanas vegas de Torres o de Gea son más extensas que la de Albarracín, pero no tienen este complemento de un lugar de defensa.
Naturalmente, la existencia de estos dos elementos ha ocasionado, ya desde tiempos muy remotos, la existencia de un núcleo habitado aquí en Albarracín. No son muchos los datos que poseemos sobre la prehistoria o la historia antigua del lugar. Sabemos de la existencia de una villa romana en la zona de la vega, como debieron de existir seguramente en otras áreas agrícolas de la Sierra. Pero el valor estratégico de Albarracín ha empezado a tomar interés cuando los tiempos históricos se vuelven más inciertos, es decir, en la baja romanidad, a la caída del imperio Romano, y sobre todo, después de las invasiones germánicas. Sin duda, esta roca se convirtió en lugar de refugio, puesto que llegar hasta aquí es difícil y además tampoco es vía de paso para ningún sitio. Las referencias que tenemos de la época visigoda, son referencias indirectas que recibimos a través de las crónicas ítrabes, que dan a Albarracín un nombre sin duda de origen tardorromano o visigodo: Santa María al Sharqui o Santa María de Levante. Así aparece citado en las crónicas musulmanas, para distinguirla de otra Santa María del Algarbe, que corresponde a la actual Faro, en el Sur de Portugal. Este nombre es casi lo unico que sabemos del Albarracín visigodo, junto con alusiones dudosas a la existencia de un obispo.
Pero no sólo las características de la región han influido en la existencia de Albarracín; también su ubicación dentro de esta región ha influido, y, sobre todo, el lugar de su asentamiento.
Está claro que son datos que únicamente nos hablan de la existencia de un núcleo visigodo de población cristiana, al cual llegarían, tras la invasión de España en 711, los musulmanes. Su llegada a estas tierras se debió producir algunos años después, seguramente tras la conquista de Zaragoza. Como ocurriera en otras zonas de la Península, estas regiones duras y difíciles de clima y de geografía, no fueron ocupadas por árabes, sino por sus aliados bereberes del Norte de Africa, convertidos al Islam y recién arabizados, que constituyeron el contingente más importante de la hueste musulmana. Los árabes, como clase dominante, se reservaron siempre las mejores tierras y las zonas más fértiles, mientras a sus aliados les tocó la peor parte. De todos modos, es curioso comprobar cómo la arabización de estos primeros bereberes llegó a ser tan intensa, que posteriormente formarían bloque común con los árabes conquistadores frente a las nuevas aportaciones demográficas del Norte de Africa, de bereberes traídos, sobre todo por los califas de Córdoba, como elemento para integrar la parte principal del ejército musulmán. Además estos bereberes de la segunda época, van a tomar una parte muy importante en las luchas intestinas que llevan a la caída del Califato cordobés frente a los conquistadores del primer momento. No sabemos tampoco mucho de estos primeros años de la dominación musulmana, pero en el siglo X tenemos ya constancia de que en Albarracín está asentada una familia de origen bereber: los Banu Razin.
Esta familia bereber, que dió el nombre a la ciudad, pertenecía a la tribu de los Hawwara, del tronco de los Butr, y debió llegar a España con los primeros contingentes musulmanes traídos por Tarik. Estos Hawwara ocuparon, desde los mismos comienzos de la dominación musulmana, las serranías del Alto Tajo y del extremo Sur del Sistema Ibérico.
Todavía en esta época se sigue llamando Santa María de Levante, lo cual es una buena muestra del carácter tolerante que tuvo en gran medida la invasión musulmana, puesto que denota, primero, la preservación de un nombre cristiano y, seguramente, con ello la persistencia de una minoría, o quizá mayoría de población autóctona cristiana.
Forma de vida tradicional
Una vez más, como de hecho debió ocurrir con romanos y visigodos, existía una población local, dominada o gobernada por una minoría, fueran romanos, godos o árabes, pero que en el fondo mantuvieron siempre la forma de vida tradicional del país, sobre todo en cuanto a la estructura socioeconómica y a la explotación del territorio. En estas tierras de difícil geografía y áspero clima, la riqueza mayor que existe son sus recursos naturales, que están constituidos por los bosques, los pastos y algunos recursos mineros, importantes para una economía de ámbito reducido, aunque de escaso valor para las grandes industrias actuales, que necesitan otro tipo de explotaciones. Pero estas sierras tienen abundancia de elementos básicos para poder permitir una economía bastante autosuficiente, incluso a nivel de una incipiente industrialización y, por lo tanto, este tipo de recursos naturales sé ha aprovechado, seguramente desde época prehistórica, dentro de un régimen comunal, que en este medio geográfico es casi la única forma racional de explotación. Este sistema se ha conservado hasta hoy en día. La Comunidad de Albarracín es el único ejemplo, aún existente en España, de una forma de explotación del territorio, que fue muy corriente sobre todo en la Edad Media y en épocas anteriores, que paulatinamente ha ido desapareciendo, y que sólo el fuerte arraigo que este sistema ha tenido siempre en la población de la Sierra, ha permitido conservar.
Mezclados con los cristianos de estas tierras turolenses, los Banu Razin desarrollaron la misma vida de montañeses que antes tuvieron en las abruptas tierras del Norte de Africa, de donde provenían, no impidiéndoles sin embargo, que el esplendor del Califato de Córdoba, les iluminara y culturizara, abriendo el camino al desarrollo posterior, que sin duda alcanzaron en el siglo XI.
En el siglo X Albarracín aparece mencionado en las crónicas. Está gobernado por esta familia de bereberes, los Banu Razin, que acuden a Córdoba a rendir obediencia al Califa y que participan en las movilizaciones que se ordenan desde la capital del Califato, para hacer la guerra contra los reinos cristianos. A pesar de ello, el aislamiento de esta tierra debió permitir a esta familia mantener una autonomía que, aunque no total, sí era de hecho importante y que acabó fraguando en una independencia completa a la caída del Califato cordobés a comienzos del siglo XI. Su territorio de acción se extendía desde Calamocha a Ademuz, y desde las Sierras de Albarracín, en donde tenía su centro, hasta Alacón y el Alto Mijares. En suma, buena parte de la actual provincia de Teruel. Este territorio aparece nombrado en las crónicas musulmanas como la Sahla (llanura), aludiendo sin duda a los llanos del Alto Jiloca, aún cuando su centro político y militar siempre lo tuvieron en el castillo de Albarracín.
A1 producirse la disgregación del Califato cordobés y tras las luchas de la fi’tna (1009 1013), nuevamente el aislamiento de esta tierra permitió a sus moradores vivir una relativa tranquilidad y convertirla en un foco político y cultural de cierta relevancia. En estos años turbulentos, los Banu Razin se erigen en soberanos independientes, consagrando una autonomía que de hecho venían ejerciendo desde mucho antes. El primer soberano independiente, Abu Muhammad Hudail ben Jalaf ben Lubb ben Razin, era un joven de unos veinte años cuando rompió con todo lazo de obediencia a Córdoba.
Nos dice Ibn Hayyan que era hombre guapo, de porte distinguido, noble linaje y valor a toda prueba. Pero también sabemos que, era vanidoso, avaro y duro de corazón, y a su origen bereber se ha querido achacar el que cometiera la crueldad de dar muerte a su propia madre por haber sospechado de ella, sin que sepamos las razones de tal sospecha.
Al lado de tan execrable acción, son muchas las noticias que nos han llegado de su valor personal y de su proverbial generosidad, así como de su trato afable que le permitía granjearse la simpatía de todos. Ibn Hayyan nos relata que mantuvo en su corte «la mejor orquesta de la época», y una prueba de su carácter generoso y su espíritu cultivado, lo encontramos en el acto de pagar tres mil dinares de oro por la más bella y famosa mujer de su tiempo, a la que trasladó a Albarracín para dar entretenimiento y esplendor a su corte. Se había educado aquella hermosa mujer en la academia del músico cordobés Ibn al Qattani y de ella nos cuenta un poeta de su época que:
«Nadie vió en su tiempo mujer de andar más gracioso, de silueta más fina, de voz más dulce, sabiendo cantar mejor, excelente en el arte de escribir, en la caligrafía, de una cultura más refinada, de una dicción más pura; estaba liberada de toda falta dialectal en lo que escribía o cantaba; tanto sabía de morfología, de lexicografía y de métrica…».
Para acompañar a aquella beldad hasta Albarracín, Hudail compró un gran número de jóvenes reputadas por su talento. Todo ello muestra el refinamiento de la corte de Hudail ben Razin, que le dió merecida fama en su tiempo.
A la muerte de Hudail en 1045, le sucedió su hijo Abdelmalik, que gobernó durante cuarenta y ocho años. Hábil político, como su padre, supo mantener la independencia de su Estado frente a las presiones de sus vecinos y a la acción expansiva cristiana llevada a cabo por Alfonso VI y el Cid. Con este último tuvo tratos alternantes, llegando en una ocasión a ser gravemente herido el Campeador en una algarada con los de Albarracín. En sus últimos años tuvo que reconocer la supremacía de los almorávides, que absorberían el pequeño Estado, tras un brevísimo reinado de su sucesor.
Abdelmalik fue hombre controvertido por quienes le describieron. Frente a encendidos elogios de unos, otros le tildaron de perverso, desvergonzado, ignorante, débil, embustero, tacaño y duro con los poetas. Sin duda pesaba en este último juicio el ser, él mismo, poeta nada vulgar, que mantuvo correspondencia con otros poetas y visires de su tiempo.
Tuvo Abdelmalik en Albarracín una finca de recreo, la Almunia de las Fuentes, situada sin duda en una zona de la vega en que abundan los manantiales, en donde entre música, vino, cantares y bailarinas, se celebraban fiestas frecuentadas por poetas y artistas. Clara muestra del refinamiento de esta corte, la tenemos en una hermosa joya aparecida en la propia vega de Albarracín. Se trata de una jarrita de plata con incrustaciones de oro, sin duda destinada a contener perfume, y que por la inscripción que porta, sabemos fue dedicada por Abdelmalik a su amada Zahr (Flor).
Presión de los reinos cristianos
A la muerte de Abdelmalik en 1103, el panorama de la España musulmana se ensombrece. Frente a la presión en aumento que ejercen los reinos cristianos, la llegada de los almorávides supone la desaparición de los reinos de taifas y la ruina de muchos centros culturales, desarrollados a lo largo del siglo XI. El hijo y sucesor de Abdelmalik, Yahia, no llegó a gobernar ni un año. Tras apoderarse los almorávides de Santa María de Aben Razín, la oscuridad vuelve a extenderse sobre la historia de esta ciudad, y no volverá a levantarse hasta que pase a manos cristianas en torno al año 1170. Tras la caída del imperio almorávide, Albarracín y su territorio de la Sahla formaron parte del reino musulmán de Levante, sin que tengamos más testimonios sobre la vida de la ciudad.
A la época musulmana debe Albarracín su nacimiento como ciudad y su entrada en la historia. Aun cuando debió existir un habitat permanente en estos contornos, Albarracín no toma estructura urbana hasta su conversión en cabeza de los dominios de los Banu Razín, que le darán su nombre. En los primeros momentos, a lo largo de los siglos VIII y IX, la población debió reducirse al castillo, asentado sobre un peñasco cortado a pico en todo su perímetro, y que por su extensión debió permitir acoger en su interior a la población musulmana, en especial a la de carácter militar o vinculada al gobierno. A los pies del castillo se iría desarrollando un caserío ocupado por artesanos y cristianos mozárabes, de cuya presencia nos ha quedado un interesante documento en una inscripción de finales del siglo X.
Cuando los Banu Razín empiezan a ser conocidos como jefes militares de la Marca Media, en el siglo X, debía estar formado ya el núcleo inicial de la ciudad, que quizás contó ya con zoco y mezquita aljama. El núcleo urbano se extendería hasta la actual plaza, que debió ser originalmente un mercado a la puerta de la muralla del primer recinto. De esta época nos queda también la Torre del Andador, construcción de mediados del siglo X, que hacía de atalaya exterior a la ciudad, vigilando sus accesos. En los comienzos del señorío independiente, esta estructura debía estar plenamente consolidada, pues hacia mediados del siglo XI la ciudad se amplía con un arrabal que se cierra con otra muralla, que asciende hasta enlazar con la Torre del Andador. De este muro quedan diversos vestigios y, en especial, una torre en el frente oriental que sigue las pautas de las fortificaciones de época califal.
A la época musulmana debe Albarracín su nacimiento como ciudad y su entrada en la historia. Aun cuando debió existir un habitat permanente en estos contornos, Albarracín no toma estructura urbana hasta su conversión en cabeza de los dominios de los Banu Razín, que le darán su nombre.
Con esta configuración la ciudad se mantendrá hasta la Edad Moderna, y constituirá la base de la estructura urbana actual. Las calles estrechas y tortuosas, el ambiente oclusivo de los espacios urbanos y las técnicas constructivas, sobre todo el empleo del yeso, son patente muestra de la herencia musulmana en Albarracín. Junto a éstos, otros elementos vienen a sumarse a esta herencia cultural, entre otros, los relativos al cultivo de huertos y a la vida del campo.
El conocido gusto del musulmán por la jardinería, ha tenido su reflejo en el entorno de esta ciudad. Sabido es que el musulmán entiende el jardín, no como un mero lugar lleno de flores, sino como un sitio de solaz, donde la estética y la funcionalidad deben hallar acogida. En el jardín musulmán hay frutales y plantas utilitarias, igual que flores de bellos colores o de exquisito aroma. Este gusto y esta norma de entender el jardín, lo encontramos aún en muchos huertos que todavía algunos habitantes de Albarracín cuidan, tanto para aprovecharse de sus frutos, como para gozar del frescor y la fragancia de sus plantas en los rigores del verano. De su influjo han quedado también los sistemas de riego y, sobre todo las norias; éstas, por desgracia, cada día en número más reducido. Recorriendo las márgenes del río en las inmediaciones de la ciudad, nos sorprende el sabio aprovechamiento de cada rincón de tierra cultivable que queda entre las agrestes paredes rocosas del cañón, por. el que discurre el Guadalaviar. Para el riego y mejor cultivo de estos minúsculos huertos, el uso de azudes, acequias y norias, dan buena muestra de una tradición heredada del pasado musulmán de esta tierra.
El problema del final del dominio musulmán de Albarracín es todavía un tema que sigue no estando demasiado claro. Las conjeturas, de todas formas, son suficientes y nos dan una idea bastante clara de lo que ocurrió. Quizás estemos ante uno de los pocos casos, dentro de la historia de la Reconquista española, en que se ocupa un territorio bastante extenso, incluso con una importancia estratégica grande, sin que haya una lucha entre quien va a ocupar el territorio y quien lo va a ceder. Este hecho ocurre en un momento en que la Reconquista aragonesa recobra nuevo brío con Alfonso II, tras la reacción almorávide que había detenido el avance cristiano durante varios años, sobre todo después de la muerte de Alfonso I el Batallador. Hacia 1170, Alfonso II está haciendo avanzar la frontera de Aragón y, naturalmente, Albarracín caía dentro de sus planes de conquista. Hay documentos de esos años, en los que el rey de Aragón dona al Obispo de Zaragoza las Iglesias de Albarracín, que ha de conquistar. Pero de improviso, y sin que las referencias y documentos aclaren suficientemente los hechos, Albarracín aparece ocupado por un señor navarro, D. Pedro Ruiz de Azagra, que además se proclama en seguida vasallo de Santa María y Señor de Albarracín. Será ésta una fórmula muy diplomática para mantener la independencia, tanto de Aragón, que era el primer interesado por este territorio, como también frente a Castilla, el otro reino fronterizo, que nunca ocultó sus apetencias sobre este señorío.
Pero además, pocos años después, en 1172, se erige en Albarracín un Obispado, que, para mayor enrevesamiento de la lógica con que estaba planteada la Reconquista, no va a ser sufragáneo del Arzobispo de Tarragona, que era el Metropolitano de la Corona de Aragón, sino que dependerá del Arzobispo de Toledo. Naturalmente, detrás de todo esto, hay un mundo de manejos diplomáticos y políticos que hoy pensamos que están bastante aclarados, siempre en la observación del contexto histórico, y no porque existan datos documentales seguros. El problema fundamental es que, en este momento, en que la expansión castellana ha sido mucho más fuerte y ha ido más adelante que la aragonesa, resurge en Castilla la idea de hacer la reunificación de España sobre el modelo de la antigua monarquía visigoda. Lo que está ocurriendo en estos años en Albarracín, no es en el fondo más que una consecuencia de la política castellana que pretende unificar la Península, para lo cual se apoya en una supuesta restauración de las primitivas diócesis visigodas. Albarracín se convierte en un instrumento para alcanzar una pieza más codiciada, que es Valencia. En época visigoda Valencia dependió del Metropolitano de Toledo, y por ello, a pesar de que Valencia estaba en el área de influencia de la Reconquista aragonesa, hay un deseo de Castilla de incorporarla a sus Estados. De hecho, la preconquista de el Cid no deja de ser un exponente de este deseo castellano de unificación de la Península, a semejanza de la monarquía visigoda, con sus facetas religiosa y política.
D. Pedro Ruiz de Azagra es un caballero navarro que ha estado al servicio de Ben Mardanis, el llamado «Rey Lobo» de Murcia, señor de todo el Levante tras la desmembración del imperio almorávide. Ante la presión de la nueva invasión de los almohades, cuando ya su reino va a caer, Ben Mardanis debió de hacer un pacto, al que seguramente no sería ajeno el Arzobispo de Toledo, por el cual cedía este Señorío a D. Pedro Ruiz de Azagra, que como se ha dicho, había estado a su servicio como hombre de armas.
¿Qué hubo ahí? ¿Pago de sus servicios? ¿Juego diplomático de Castilla para crear un enclave a través del cual llegar a Valencia? Seguramente de todo un poco; pero la realidad es que a finales del siglo XII surge ya un Señorío cristiano en Albarracín, que se va a mantener hasta finales del siglo XIV, cuando Pedro IV lo incorpora definitivamente a Aragón en 1379.
Un carácter especial
Todos estos avatares históricos, pero, sobre todo, la independencia mantenida de manera casi ininterrumpida desde el siglo X hasta el XIV, y aún después, y la independencia jurídica y administrativa de sus instituciones durante casi dos siglos más, han dejado un carácter especial en la ciudad y sus habitantes. La independencia de Albarracín, se mantiene primero con los señores de la Casa de Azagra; a D. Pedro Ruiz de Azagra le sucede su hermano D. Fernando; a éste, su hijo Pedro Fernández de Azagra, el más conocido de los señores de Albarracín. Participó con Jaime I en la conquista de Valencia, a pesar de haber tenido, en la minoría del rey, rivalidades incluso bélicas, que ocasionaron que Jaime I viniera a Albarracín a poner sitio a la ciudad, para querer castigar que D. Pedro hubiera dado asilo a un noble aragonés, perseguido por la justicia del Rey.
Este primer asedio, sufrido por Albarracín, del que tenemos conocimiento, fue totalmente desafortunado para el Rey de Aragón, quien tuvo que levantar el campo en muy malas condiciones, después de que una noche, según nos cuenta Zurita, los de Albarracín salieran y le quemaran las máquinas de guerra y parte del campamento; seguramente con la ayuda de aliados que tendrían en el campo del Rey. Pero el hecho es que la fortaleza de la ciudad permitía a su Señor hacer frente al mismo Rey de Aragón. A D. Pedro Fernández Azagra le sucede su hijo D. Alvaro Pérez de Azagra y a éste, su hija Dña. Teresa Alvarez de Azagra, con la que se va a dar un vuelco en la política de este pequeño Señorío.
En estos años en que los Azagra gobiernan el Señorío, a pesar de mantener su independencia, viven bastante vinculados a Aragón, entre otras razones porque los Reyes de Aragón, sobre todo Jaime I, siempre trataron de atraerse y mantener dentro del área de su influencia a los señores de Albarracín, otorgándoles señoríos o tenencias en el Reino de Aragón. Dña. Teresa Alvarez de Azagra casó con un noble castellano, D. Juan Núñez de Lara. Con este matrimonio Albarracín se une a uno de los estados nobiliarios más importantes de Castilla: la Casa de Lara. Este vuelco hacia la influencia castellana que supuso el matrimonio de la Señora de Albarracín, ha tenido gran transcendencia posterior, no sólo política, sino cultural y económica. Esta tierra de la Sierra de Albarracín siempre ha mantenido vínculos culturales y económicos con la Serranía de Cuenca y con Castilla, especialmente, por medio de la ganadería. Seguramente desde la época de D. Juan Núñez de Lara, y más tarde confirmado, sucesivamente, por los Reyes castellanos, la tierra de Albarracín ha pertenecido a la Mesta de Castilla, y, tradicionalmente, los rebaños de la Sierra han ido a pastar a zonas del Reino de Castilla y del Reino de Murcia, e incluso, a algunas de Andalucía.
En estos años en que los Azagra gobiernan el Señorío, a pesar de mantener su independencia, viven bastante vinculados a Aragón, entre otras razones porque los Reyes de Aragón, sobre todo Jaime I, siempre trataron de atraerse y mantener dentro del área de su influencia a los señores de Albarracín.
Tras este paso a la esfera castellana, Albarracín empieza a jugar un papel importante, a la vez que peligroso para su independencia, sobre todo en la guerra que va a mantener Pedro III de Aragón con Francia y con Navarra, tras la ocupación de Sicilia por el Rey aragonés y la excomunión lanzada contra él por el Papa, al haber privado de aquel Estado a sus feudatarios, los Anjou.
El turbulento carácter de D. Juan Núñez de Lara, aliado de Navarra y de Francia, hará entrar en este juego político a Albarracín, que se convertirá en base para hostilizar al Rey de Aragón, iniciando la guerra, aún antes de que lo hagan sus otros aliados. Esta precipitación le costará el Señorío. Pedro III se apresuró y consiguió sorprender a Albarracín desabastecida. No la ocupó inmediatamente, sino que tuvo que sitiarla, movilizando todas las tropas del Reino. Aquí vinieron tropas catalanas y de todo Aragón, y tras un sitio de muchos meses, prácticamente desde la primavera hasta bien entrado el otoño, consiguió que la ciudad se le rindiera. D. Juan Núñez de Lara abandonó Albarracín en los primeros días del sitio, temeroso de la venganza que pudiera tomar contra él el Rey de Aragón. La descripción que del sitio nos hace el cronista de Pedro III, Bernat Desclot, denota la fortaleza que tenía la ciudad, que resultaba inexpugnable salvo por el acoso del hambre.
A pesar de esta conquista, Albarracín no se incorpora aún definitivamente a Aragón. Su valor estratégico y el temor de la influencia castellana, que no había perdido la apetencia por ocupar esta tierra, hicieron que los Reyes de Aragón se mantuvieran cautos en su anexión. Todavía Albarracín volverá a ser independiente, e incluso volverá, al menos nominalmente, a las manos de un hijo de D. Juan Núñez de Lara, del mismo nombre. El final de ‘la independencia política de Albarracín aún va a dar lugar a una auténtica trama novelesca. Nuevamente independiente en manos del Infante D. Fernando, hermano bastardo de Pedro IV de Aragón, el Señorío jugará una neutralidad sospechosa en favor de Castilla, con motivo de la guerra entre Aragón y Pedro el Cruel.
Pedro IV, deseoso de incorporar el Señorío definitivamente a Aragón, hace asesinar a su hermanastro en su propia cámara. La mujer del Infante D. Fernando, Dha. Inés, Infanta de Portugal, ha quedado en Albarracín protegida por sus vasallos. Estos le aseguran, y no sin razón, que mientras permanezca en la ciudad, nada tiene que temer del Rey. Incluso ante las exigencias de éste para que se le entregue la ciudad, las gentes de Albarracín hacen correr el rumor de que la Infanta está encinta. A1 pasar el tiempo y comprobarse el engaño, vuelven las exigencias de Pedro IV para que se le rinda la ciudad. Sólo al final, a instancias del Rey de Francia que juzga poco seguro el refugio de Albarracín para la Infanta, ésta accederá a salir de la ciudad, junto con los enviados de aquel, tratando de pasar a Navarra y escapando del Rey de Aragón. Los espías de éste consiguen identificarlos, haciendo el Rey ajusticiar inmediatamente a los agentes franceses y apresar a la Soberana de Albarracín. A pesar de ello, los de Albarracín no quisieron entregar la ciudad, mientras el Rey no garantizara la vida de la Señora de y ésta no les levantara el juramento de fidelidad. Todo esto llevó años de transacciones entre la Infanta, los de Albarracín y el Rey, hasta que en 1379, después de ser obligado a jurar los Fueros de la Ciudad, Pedro IV pudo por fin ser soberano de Albarracin en incorporar definitivamente el Señorío a Aragón.
Fruto de este largo periodo de independencia fue la existencia de un Fuero muy similar al de Teruel y al de otros lugares de Aragón, pero, en cierta medida, particular, lo que va a ocasionar que en el siglo XV, y sobre todo en el XVI, se planteen nuevamente problemas de independencia, no ya de tipo político, sino jurídico y administrativo, entre Albarracín y la Corona. En estos momentos, realizada ya la unidad de España, este sistema foral de libertades va a chocar forzosamente con la nueva concepción del Estado de la Edad Moderna, basado en el absolutismo de la Monarquía. Todo Aragón, pero sobre todo Teruel y Albarracín, aunque con matizaciones distintas por esta herencia de independencia que tenía nuestra ciudad, van a mantener una serie de pleitos que acarrearán incluso la ocupación armada de ambas ciudades por las tropas de Felipe II.
Elección al azar
Por su derecho foral, Albarracín tenía el derecho de elegir por » insaculación» a todos los cargos y magistrados públicos. Este sistema consistía en elegir al azar, las personas entre las que se cumplían los requisitos para el cargo, cuyos nombres se metían, escritos en papeletas de pergamino, dentro de unas bolas y éstas, a su vez, dentro de un saco, del que se extraían por una mano inocente, normalmente de un niño. De esta forma se elegía el Juez, que era la autoridad suprema de la ciudad, tanto jurídica como política. Tenía la potestad de fallar, en última instancia, todos los pleitos, sin que hubiera posibilidad de apelación fuera de él.También de esta manera se elegían los otros cargos y magistrados de la ciudad y la Comunidad. Este sistema de tradición medieval, apartaba al Rey de toda posibilidad de influencia en el gobierno jurídico y, en cierto modo, también en el político, del territorio; y tenía que chocar forzosamente, como chocó al igual que toda la estructura foral aragonesa, con la concepción de la monarquía absoluta, tal como se concebía en el siglo XVI.
En realidad, las alteraciones que se producen en Albarracín en el siglo XVI, no son sino un hecho más, dentro de toda la lucha que mantiene el Reino de Aragón por la independencia y la conservación de sus Fueros, y en la que los incidentes de la huida de Antonio Pérez, el Secretario de Felipe II, a Zaragoza, su protección por la Justicia y la sublevación popular que se produce, serán la gota que colme un vaso que se venía llenando desde mucho tiempo atrás. La negativa de acatar las órdenes del Rey, órdenes que eran antiforales, por supuesto, llevará a la entrada de los ejércitos del Rey en Aragón y a la anulación definitiva del sistema, si no de manera total, sí por lo menos, en toda forma de independencia política y jurídica.
En estas luchas, Albarracín jugó un papel particular, puesto que Felipe II siempre mantuvo que este territorio no pertenecía foralmente a Aragón, y que por lo tanto no tenía derecho a acudir al Justicia, privilegio que, naturalmente, utilizaron los de Albarracín, desde el primer momento en que los oficiales del Rey intentaron imponer allí su autoridad. Estos pleitos y estas luchas se desarrollan a lo largo de todo el siglo XVI, siendo una consecuencia de esa tradición de independencia de la tierra, y no acabarán hasta muy entrado el siglo XVII, en que en tiempos de Carlos II, se dan nuevas Ordenaciones para el gobierno de la ciudad y Comunidad.
Aún sufrirá la independencia del país un nuevo recorte con el Decreto de Nueva Planta impuesto por Felipe V, tras la Guerra de Sucesión, y que, en el fondo, no dejó de ser un castigo a esta tierra, como a casi todo Aragón, por haber servido a la causa del Archiduque de Austria, el otro pretendiente a la Corona de España. Tras el Decreto de Nueva Planta, desaparecen, ya totalmente a nivel jurídico, los pocos elementos que quedaban de la foralidad, y solamente se ha seguido manteniendo el Fuero aragonés en el Derecho Civil.
Después de todas estas luchas, el país quedó pacificado, por expresarlo de alguna manera. Tras ello debió de haber un resurgimiento económico notable, aunque la pobreza de la tierra tampoco permitió que llegara a los niveles que alcanzó el desarrollo preindustrial del siglo XVIII en otras zonas dé España. Tenemos de esta época el testimonio de la propia ciudad. La mayor parte de sus edificios, sobre todo civiles, son de este momento, del siglo XVIII. Se construyen en esta época el Palacio Episcopal, el Colegio de Escolapios, el Hospital de la Ciudad, y la ermita del Arrabal. Se acaba casi seguro, la Iglesia de Santiago, y se hacen obras como la Capilla del Pilar de la Catedral. Además, es un momento en que se construyen, también en ~1a Sierra, muchas iglesias, destacando sobre todo la Iglesia de Orihuela del Tremedal, una de las más interesantes construcciones barrocas del Sur de Aragón.
Pero, naturalmente, esta pacificación trajo consigo un cierto decaimiento a nivel político. Albarracín deja de tener la personalidad y la importancia política que había tenido, al haber quedado absolutamente incorporado ya al resto de España. Unicamente, cuando vuelve a haber momentos de inseguridad, vuelve a resurgir un poco la importancia de Albarracín. En la guerra de la Independencia, nuevamente este núcleo aislado y de fácil defensa, fue un centro de aprovisionamiento de las partidas de guerrilleros.
En la ciudad, sobre todo en el siglo XVIII, se había implantado una industria de paños importante. En la Sierra se había desarrollado también una industria metalúrgica con tecnología de un período preindustrial. Había importantes herrerías que explotaban el mineral de hierro en la comarca, aprovechando la abundancia de los bosques, que proporcionaban el carbón vegetal. En la Sierra hay azufre, sal y carbón vegetal, elementos básicos para elaborar pólvora, y por lo tanto, todo esto permitía convertirse en un núcleo de aprovisionamiento. La Guerra de la Independencia supuso la ruina de toda esta industria que fue destruida por los franceses, sobre todo en la ciudad.
Algo parecido, aunque en menor escala, pasó nuevamente en las guerras carlistas. Tras ellas se abre la carretera que hoy aún sirve de acceso a Albarracín, que se construye hacia la mitad del siglo XIX, y que, seguramente, se concibió como una vía de penetración y de dominio, para permitir el fácil acceso al país, tanto a una posible columna militar con parque de artillería, como a los funcionarios y enviados del Gobierno.
En la ciudad, sobre todo en el siglo XVIII, se había implantado una industria de paños importante. En la Sierra se había desarrollado también una industria metalúrgica con tecnología de un período preindustrial.
Fruto de este agitado siglo XIX y de los cambios sociales de nuestro siglo, Albarracín sigue siendo una ciudad decaída a nivel económico, igual que lo estuvo a nivel físico. Sus construcciones, sobre todo después de la pasada guerra civil, en que volvió a ser nuevamente un núcleo de defensa y de refugio, sufrieron grandes desperfectos, que, poco a poco, se han ido resanando. Sobre todo en los últimos años, el turismo de los que huyen de los «peligros» que hoy produce la vida moderna quizás el mayor peligro sea hoy el del «stress» de la vida de las ciudades , ha provocado que estas zonas apartadas en las montañas, vuelvan a tener ese valor «estratégico» de poder ser lugares de refugio. Por lo tanto, hoy Albarracín vuelve a resurgir lentamente, sobre la base del turismo y un poco con la industria maderera, que aprovecha lo que siempre fue una de las riquezas fundamentales del territorio, los bosques.
Creo que este repaso histórico, nos permite entender la razón de ser de esta Ciudad. También, si analizamos la estructura física, sus construcciones, veremos traslucirse en ellas todas estas realidades de la historia, plasmadas en elementos visibles. La arquitectura de Albarracín no es monumental. No hay sitio para grandes construcciones, ni el país ha tenido riqueza suficiente para costearlas. El Obispado de Albarracín ha sido; sobre todo después de la desmembración de una parte de él para formar la Diócesis de Segorbe en el siglo XVI, el más reducido en extensión de España y, seguramente, el más pobre. Su Catedral, con ser el edificio más grande de la ciudad, no es ni comparable a muchas Iglesias de poblaciones con menos renombre.
El Fuero no permitió que en la ciudad hubiera palacios, ni a nivel de privilegio, ni siquiera a nivel físico. Lo más que hallamos en la ciudad es alguna casa algo más distinguida que las de al lado. Pero nunca se les puede dar el apelativo de palacios, porque no lo son. Por otro lado, la angostura del lugar no ha permitido, tampoco, construcciones mayores. El otro gran edificio, que está simbolizando cuáles eran los polos de importancia en la ciudad, es el Ayuntamiento. Realmente, todo el resto del caserío está integrado por casas muy pequeñas en general. El módulo de las viviendas medievales debió ser una casa, prácticamente, de planta cuadrada con una fachada de no más de cuatro o cinco metros a la calle, normalmente con tres o cuatro plantas, en la que la planta baja solía estar dedicada a la cuadra, la planta inmediata, a la cocina y lugar de vida cotidiana aveces en esta planta había alguna alcoba , y en la planta inmediata superior, o estaban las alcobas, si la casa tenía más plantas, o si no, el granero.
Probablemente este módulo de edificación popular se debió de mantener, por lo menos hasta el siglo XVI o XVII como norma general. Tenemos referencia que, a partir de esta época y sobre todo en el siglo XVII, se producen muchas agrupaciones de casas. Seguramente, las familias importantes de la ciudad, que debieron de ser principalmente grandes ganaderos, pues ésta era la riqueza fundamental del país, para hacer sus casas a tono con la época, compraron diversas casas pequeñas. En alguna de ellas, analizándolas, se ve que no son construcciones de nueva planta, sino que son edificios que se han formado por agrupación de otros, que se han ido intercomunicando, lo cual hace que haya alternancias de niveles en los pisos, y que no haya un plan claro y preconcebido de la casa. Por lo tanto, la arquitectura más interesante de Albarracín quizá sea la arquitectura popular y, en todo caso, estos escasos ejemplos de casas solariegas que pertenecieron a las familias de lo que debió ser la oligarquía económica del país, pero que, de todos modos, nunca llegó a tener un peso específico en la economía general de España.
El interés mayor de la ciudad es sin duda su urbanismo. Analizándolo podemos apreciar cómo la historia ha ido configurando, junto con el medio físico y en particular la topografía, la estructura de la ciudad. Originalmente no debió existir más que un pequeño núcleo asentado en la peña del Castillo. Luego, se extendería en un caserío a sus pies, y en el siglo X debió llegar a la plaza. Hay restos de una muralla embebida dentro de las casas, en lo que hoy es el lado izquierdo de la calle del Portal de Molina, y hay referencia de una puerta en el comienzo de la calle de la Catedral, conocida como Puerta del Hierro. Seguramente es la traducción directa del término árabe Bab al Hadid. Puerta de Hierro es un término que aparece en casi todas las ciudades musulmanas. Indicaba seguramente que la puerta estaba forrada de chapas de este metal.
La plaza surgiría como un lugar de mercado, que se hacía a la puerta de la ciudad y que, a lo largo del siglo XI, se convertiría en el núcleo alrededor del cual se formó un arrabal, que es la zona de la ciudad que va desde la plaza hasta la muralla. En el siglo XI se cierra este recinto que sube por la montaña, con una muralla de la cual quedan una torre y algunos restos embebidos dentro de la muralla posterior. Esta muralla se refuerza, casi seguro, en el siglo XIV, tras la incorporación definitiva de Albarracín a Aragón. Pedro IV que había sufrido la invasión castellana, que llegó a ocuparle una gran parte del reino, tras liberarse de su homónimo Pedro I el Cruel de Castilla, emprendió una política de fortificaciones en toda la frontera de Aragón con Castilla, y seguramente las murallas que hoy vemos, sean en buena parte, el fruto de esta prevención de Pedro IV contra Castilla, y del deseo de hacer de Albarracín un núcleo seguro de defensa de la frontera.
La plaza surgiría como un lugar de mercado, que se hacía a la puerta de la ciudad y que, a lo largo del siglo XI, se convertiría en el núcleo alrededor del cual se formó un arrabal, que es la zona de la ciudad que va desde la plaza hasta la muralla.
El arrabal actual ha surgido ya en una época bastante reciente, no muy anterior al siglo XVIII. Corresponde a un fenómeno corriente, como es la bajada de la población desde un lugar agreste de defensa, núcleo tradicional medieval, hacia el llano. Este proceso ha sido desmesuradamente impulsado en los últimos años, sobre todo con muy poca visión urbanística, fomentando la formación de núcleos urbanos muy separados, desperdigando la escasa población de la ciudad y generando problemas de gestión urbana de toda índole. La ciudad alta y el propio arrabal, podían haber absorbido sobradamente las necesidades, tanto de equipamiento, como de vivienda, que se necesitaban. Hoy la dispersión provocada constituye una pesada carga que el municipio tendrá que soportar en el futuro. Aún en el siglo XIX, la carretera ha sido la génesis de lo que se denomina.
*Este texto pertenece a las Actas de las II Jornadas Internacionales de Cultura Islámica. Aragón vive su Historia, Teruel, 1990, organizadas por la Fundación de Cultura Islámica.