Si Victor Hugo es conocido internacionalmente por su literatura, su poesía y sus posiciones en contra del absolutismo, es mucho menos conocido por su defensa del islam, en un momento en que la islamofobia ya corroía la sociedad de su época.
Dentro de su gran repertorio, Victor Hugo tiene dos poemas que tratan del islam, “L’an IX de l’Hégire” y “Le Cèdre”.
Su periodo místico y su relación con Dios
“L’an IX de l’Hégire” es un poema bastante desconocido del escritor, que se desarrolla como un elogio fúnebre que canta la figura del Profeta Muhammad. Este texto, que dibuja un retrato del Profeta en los últimos momentos de su vida, ilustra a la perfección el conocimiento de Victor Hugo del islam – tanto de la Sunna, la tradición islámica que narra los dichos y hechos del Profeta, como del Corán –, así como el respecto que sentía por la cultura musulmana.
El poeta francés Théophile Gautier llegó a decir sobre Victor Hugo:
“Para describir a Mahoma, [Hugo] se impregna del Corán hasta tal punto que se le podría tomar por hijo del islam”[1]
Igualmente, el miembro de la Académie Française Alain Decaux, decía durante un discurso por el bicentenario del nacimiento de Victor Hugo:
“La Biblia ya no responde a sus preguntas. ¿Por qué no descubrir el Corán? Encuentra esta idea en el Corán que le llama la atención porque es la suya propia: ‘El hombre está rodeado de Dios por todas partes.’” [2]
Un poema, muy contemporáneo, para luchar contra la islamofobia
Victor Hugo escribe “L’an IX de l’Hégire” en su colección de poemas, La légende des siècles, justo después de la muerte de su amor Léopoldine, lo que le arrastra a una crisis mística. En este libro, que recorre la historia del mundo a través de algunos de los personajes históricos más importantes, como Muhammad, encontramos otro poema que habla del islam, “Le Cèdre”, pero esta vez desde una perspectiva diferente.
Il semblait avoir vu l’Éden, l’âge d’amour,
Les temps antérieurs, l’ère immémoriale.
Il avait le front haut, la joue impériale,
Le sourcil chauve, l’œil profond et diligent,
Le cou pareil au col d’une amphore d’argent,
L’air d’un Noé qui sait le secret du déluge.
Si des hommes venaient le consulter, ce juge
Laissant l’un affirmer, l’autre rire et nier,
Écoutait en silence et parlait le dernier.
Sa bouche était toujours en train d’une prière ;
Il mangeait peu, serrant sur son ventre une pierre ;
Il s’occupait lui-même à traire ses brebis ;
Il s’asseyait à terre et cousait ses habits.
“L’an IX de l’Hégire”, extracto.
El poema “Le Cèdre” actúa como respuesta a los discursos islamófobos que proliferan en esta época, tras el asesinato de los cónsules de Francia y Reino-Unido el 15 de junio 1858 en Yeda (Arabia Saudí), durante una masacre que costó la vida a veintitrés personas. Los responsables de este trágico acontecimiento fueron, según la opinión pública europea de la época, los musulmanes. El islam constituía para Europa la fuente del fanatismo y la motivación de estos rebeldes, mientras las dos potencias coloniales aumentaban su dominio y su control sobre la economía de la región. Pero algunas voces ya protestaban contra este discurso islamófobo, y la gran y reconocida pluma de Victor Hugo fue una de ellas.
En su poema “Le Cèdre” el poeta trata el islam desde una perspectiva humanista universal[3], con el objetivo de mostrar que oponer el islam al cristianismo iba en contra de las leyes de la naturaleza y de la historia. Con este propósito, el poema reproduce dos diálogos místicos entre San Juan el Evangelista y el califa Omar, y también entre la ciudad de Yeda y Grecia, que simboliza aquí la cuna de la civilización europea. La ciudad de Yeda tiene una dimensión simbólica muy importante para Hugo, y para la historia, porque era en esa ciudad donde se encontraba la tumba de Eva, de acuerdo con la mitología, que fue destruida en 1928.
Omer, scheik de l’Islam et de la loi nouvelle
Que Mahomet ajoute à ce qu’Issa révèle,
Marchant, puis s’arrêtant, et sur son long bâton,
Par moments, comme un pâtre, appuyant son menton,
Errait près de Djeddah la sainte, sur la grève
De la mer Rouge, où Dieu luit comme au fond d’un rêve,
Dans le désert jadis noir de l’ombre des cieux,
Où Moïse voilé passait mystérieux.
Tout en marchant ainsi, plein d’une grave idée,
Par-dessus le désert, l’Égypte et la Judée,
À Pathmos, au penchant d’un mont, chauve sommet,
Il vit Jean qui, couché sur le sable, dormait.
Car saint Jean n’est pas mort, l’effrayant solitaire ;
Dieu le tient en réserve ; il reste sur la terre
Ainsi qu’Énoch le Juste, et, comme il est écrit,
Ainsi qu’Élie, afin de vaincre l’Antéchrist.
« Le Cèdre », extracto.
Su discurso es muy actual y da una imagen bien diferente de Muhammad y del islam de la que podemos leer y escuchar hoy en día en la opinión pública occidental. Como todo poema, se puede interpretar de diferentes maneras, pero lo que resulta obvio tras su lectura es la voluntad humanista Victor Hugo de crear puentes simbólicos entre el islam y el cristianismo, entre Oriente y Occidente.
Entre la admiración del Emir Abd el-Qader y los silencios sobre la colonización
El autor de Los Miserables forma parte de ese grupo de escritores que no se quedan encerrados en la literatura y que siempre han participado activamente en el debate social, como escritores, a través de sus rimas y metáforas, y como políticos, utilizando su elocuencia y oratoria por el bien común. Paradójicamente, Victor Hugo, que escribió sobre la cultura islámica y la historia del mundo musulmán a través de su obra Les Orientales, no dedicó ninguna de sus obras o de sus discursos políticos cuando fue senador (entre 1876 y 1885) a la colonización de Argelia que empezó su enemigo Napoleon III. A pesar de ello, un personaje histórico y simbólico de la resistencia contra la invasión francesa fue el protagonista central de su poema Orientale, el Emir Abd el-Qader (El Guettana, Argelia, 6 de septiembre de 1808 – Damasco, 26 de mayo de 1883). El nombre de este Emir continúa resonando en el mundo por sus grandes acciones durante la lucha contra la invasión francesa, por su bondad y su inteligencia, y ocupa un espacio muy importante en la literatura francesa.
El poema Orientale muestra una representación compleja de Abd el-Qader. Victor Hugo lo describe como un personaje a la vez «noble» y «monstruoso», calificándolo como un “pensativo, feroz y gentil Emir”. Esa descripción se contrapone con la de un “hombre de mirada traicionera”, que no es otro sino Napoleon III. Este último es representado por un lobo “odiado por las madres y las mujeres”, mientras que el Emir es descrito como un “león”, un “tigre”, un “hadji” (persona que ha realizado la peregrinación a La Mecca), o un “hermoso soldado”. El león Abd el-Qader parece ser considerado por el autor como una persona de honor que lucha y resiste contra el lobo de Napoleon III, pero que no duda en utilizar la violencia.
Sin embargo, no se menciona, ni se opina, sobre la legitimidad de sus acciones, y si la hay, esta se refleja únicamente en su oposición a Louis Napoléon Bonaparte. De este modo, este poema nos transmite una cierta admiración por el Emir Abd el-Qader, pero también la utilización del personaje como crítica feroz a Napoleon III.
Su relación con el Emir, al que nunca conoció en persona, no se limita solo a ese poema. Hugo también lo cita en Los Miserables, obra en la cual se refiere a la traición de los franceses hacia Abd el-Qader tras su encarcelamiento en 1948, a pesar de la promesa del gobernador de Argelia de dejarle libre si se rendía.
Lorsque Abd-el-Kader dans sa geôle
Vit entrer l’homme aux yeux étroits
Que l’histoire appelle — ce drôle, —
Et Troplong — Napoléon trois ;
Qu’il vit venir, de sa croisée,
Suivi du troupeau qui le sert,
L’homme louche de l’Elysée, —
Lui, l’homme fauve du désert ;
Lui, le sultan né sous les palmes,
Le compagnon des lions roux,
Le hadji farouche aux yeux calmes,
L’émir pensif, féroce et doux ;
Lui, sombre et fatal personnage
Qui, spectre pâle au blanc burnous,
Bondissait, ivre de carnage,
Puis tombait dans l’ombre à genoux ;
Qui, de sa tente ouvrant les toiles,
Et priant au bord du chemin,
Tranquille, montrait aux étoiles
Ses mains teintes de sang humain ;
Qui donnait à boire aux épées,
Et qui, rêveur mystérieux,
Assis sur des têtes coupées,
Contemplait la beauté des cieux ;
Voyant ce regard fourbe et traître,
Ce front bas, de honte obscurci,
Lui, le beau soldat, le beau prêtre,
Il dit : « Quel est cet homme-ci ? »
Devant ce vil masque à moustaches,
Il hésita ; mais on lui dit :
« Regarde, émir, passer les haches !
Cet homme, c’est César bandit.
« Ecoute ces plaintes amères
Et cette clameur qui grandit.
Cet homme est maudit par les mères,
Par les femmes il est maudit ;
« Il les fait veuves, Il les navre
Il prit la France et la tua,
Il ronge à présent son cadavre. »
Alors le hadji salua.
Mais au fond toutes ses pensées
Méprisaient le sanglant gredin
Le tigre aux narines froncées
Flairait ce loup avec dédain.
Jersey, le 20 novembre.
En definitiva, no hay que olvidar que Victor Hugo es un autor del siglo XIX, que fue marcado y que marcó el orientalismo romántico y cuyo conocimiento sobre “Oriente” era del todo conceptual, ya que nunca estuvo en el Magreb ni en Oriente Medio. De hecho, las críticas contra él son numerosas, sobre todo por sus silencios sobre el colonialismo y sus pensamientos contradictorios. Contradicciones, según el autor francés Frank Laurant, que le llevaron a justificar lo que él llamaba las “misiones civilizadoras” de la III República, a la vez que las criticaba por ser el resultado del colonialismo, un proceso monstruoso y violento que podía constituir el inicio de una nueva barbarie[4]. No le faltaba razón…
En todo momento Victor Hugo se ha visto marcado por sus contradicciones, de monárquico a republicano, de defensor de la necesidad de la «misión civilizadora de Europa» a la crítica de la colonización como «trabajo sucio, que es mejor dejar a otros» en su texto Rhin de 1842.
Lo más importante a retener de este gran autor son los valores que defendía, como la tolerancia, la fraternidad, el respeto y, sobre todo, su apertura al mundo, a otras culturas, y su lucha por la voluntad de entender al otro. Una frase contenida en una carta que dirigió en 1860 a M. Heurtelou, redactor jefe de un periódico en Puerto Príncipe (Haiti), resume y simboliza esa dimensión humanista: “En la tierra no hay blancos ni negros, hay espíritus; tú eres uno de ellos.”
[1] Rapport sur le progrès des lettres (1868), citado in Paul Berret, La Légende des siècles, Mellotée, 1945.
[2] Alain DECAUX, Victor Hugo et Dieu, discours prononcé à l’académie française le jeudi 28 février 2002
[3] Louis Blin, Un poème méconnu de Victor Hugo comme antidote à l’islamophobie, 16/12/2020, L’Orient XXI.
[4] Franck Laurent, Victor Hugo face à la conquête de l’Algérie, Paris, Maisonneuve & Larose, coll. « Victor Hugo et l’Orient », no 6, 2001.