Lo verde nos capacita para el color, para los colores, nos hace presentirlos, como condición para que nuestra percepción y, más tarde, nuestra memoria, conozcan sus perfumes genuinos, sus vibraciones, sus frecuencias fundacionales. Quizás tenga esta cualidad por su condición ponderada, intermedia, capaz de acercarse a los demás colores sin confundirse con ellos, estableciendo una interacción cromática que las más de las veces nos pasa inadvertida. Vital, humilde y callado color que brota de nuevo en la conciencia contemporánea, que nos procura esperanza más allá del tópico, porque no deja de ser una paradoja que pueda hacerse un tópico de aquello cuya naturaleza es tan refractaria a la conceptualización.
Lo verde nos capacita para el color, para los colores, nos hace presentirlos, como condición para que nuestra percepción y, más tarde, nuestra memoria, conozcan sus perfumes genuinos, sus vibraciones, sus frecuencias fundacionales.
Kandinsky ya había intuido esta cualidad suscitadora de la percepción cromática al establecer un paralelismo entre el verde y el gris: “El azul, con su movimiento opuesto, frena al amarillo. Si añadimos más azul, ambos movimientos antagónicos se anulan mutuamente y resulta inmovilidad y quietud: surge el verde. Lo mismo sucede con el blanco cuando se mezcla con el negro. El color pierde su consistencia y aparece el gris, que en su valor moral se asemeja al verde. En el verde, sin embargo, se esconden el amarillo y el azul como fuerzas paralizadas que pueden volver a la acción. El verde posee una vitalidad que falta por completo en el gris. Y falta porque el gris se compone de colores que no tienen fuerza activa (dinámica)”. Vasili Kandinsky, De lo espiritual en el arte. Barral editores. Barcelona 1981. pág. 80.
‘Latifa haqqiya’
El centro sutil que se corresponde con la luz verde es denominado por el sheij Semnani como el Muhammad de nuestro ser, la latifa haqqiya (que se corresponde con el chakra shahasrara, denominado también chakra coronal o Loto de los Mil Pétalos, en el hinduismo), centro sutil de lo Real, la latifa que nos hace capaces de los más altos estados, visiones y experiencias, el guía cromático interior que nos va conduciendo gradualmente, mediante un proceso de expansión de la conciencia, hasta el paraíso de la Realidad.
Para los gnósticos ishraquiyún, la luz verde es como un guía luminoso que lleva nuestra conciencia hasta su límite y nos señala otros mundos y estados. Durante su primera experiencia de la Revelación, el profeta Muhammad, la paz sea con él, vio las rafrat, unas reverberaciones de color verde esmeralda intenso en el horizonte del cielo, enmarcando al ángel Yibril, al arcángel purpurado. Luz verde como quietud y elevación de la conciencia, de la vida del corazón, como expresión del alma sosegada que accede al Jardín de la Realidad, como escenario o ámbito de la Revelación que, surgiendo del mundo invisible, soporta los mundos de la manifestación y de la entropía. Naim Kubra describe así la eclosión de la luz verde: «Cuando has realizado el ascenso de los siete pozos en las diferentes categorías del existir, se te muestra el cielo de la condición soberana (Rububiyya) y de la potencia. Su atmósfera es una luz verde, que tiene el verdor de una luz vital, recorrida por ondas en eterno movimiento. Hay en este color verde tal intensidad que las inteligencias humanas no tienen fuerza suficiente para soportarlo, lo que no les impide prendarse de él con un amor místico. Y en la superficie de este cielo se muestran puntos de un rojo más intenso que el fuego, el rubí o la cornalina y que aparecen colocados en grupos de cinco…”. Henry Corbin, El hombre de luz en el sufismo iranio. Ed. Siruela. Madrid 2000. pág. 94.
El desvelamiento ocurre pues como un proceso de reconducción de los signos hasta su fuente luminosa, a través del Mensajero Divino, la paz sea con él, cuya existencia no es sino pura hermenéutica coránica (ta’awil al Qur’án) que nos pone en contacto con la Realidad Única subyacente a todas las señales y manifestaciones:
«Pero ahora hemos hecho de este mensaje una luz con la que guiamos a quien queremos de Nuestros siervos.”
(Qur’án, Sura 42, aya 52)
Esta es la luz que el Qur’án mantiene viva en nuestros corazones, la misma que iluminó a los que constituyeron la comunidad de Medina, y tal vez por eso la tradición nos dice que las gentes de Medina no tienen maqam, porque Medina es Al Munawwara, la Iluminada y Radiante, una ciudad dulcificada por la mirada de quien albergó en su corazón la más grande de todas las luminarias. La Medina Al Munawwara es un reflejo en este mundo de aquella tierra verde luminosa que divisó el Profeta, la paz sea con él, porque sus habitantes disfrutaron de la mirada que había contemplado aquella visión…