Ciudades oasis en la ruta de la seda
En pleno corazón de Asia, rodeado de áridos desiertos y montañas gigantescas, Uzbekistán es la tierra en la que tres conflictivos janatos lograron confundir y exasperar a los dos grandes imperios del siglo XIX. Durante el «gran juego», Rusia y la India británica se disputaron el vasto territorio de Asia central, emplearon a agentes secretos y manipularon a los dirigentes locales. La república de Uzbekistán, cuyas fronteras fueron creadas por los soviéticos después de la revolución rusa, es la heredera orgullosa e imprevisible del legado más rico de Asia central, las legendarias ciudades de Samarkanda, Jiva y Bujara, de la antigua ruta de la seda. La primera es un monumento espectacular al extraordinario poder de Tamerlán; las otras dos son ciudadelas islámicas, conjuradas a partir de frágiles oasis y conservadas por la aridez y el aislamiento. Las tres fueron antiguamente metrópolis imperiales y hoy conservan gran parte de la gloria y la majestad de sus creadores.
No obstante, Uzbekistán no se limita a retrotraernos en el tiempo. Cada esquina, cada chai-jana (salón de té), es prueba de uno de los encuentros culturales más fascinantes del siglo XX. Los uzbecos y sus colonizadores rusos viven juntos desde hace más de 150 años, pero siguen conservando sus respectivas identidades culturales. Los uzbecos musulmanes siempre han preferido los casquetes y las chopans (túnicas de seda) de colores brillantes a los trajes europeos, grises y baratos; las lepyosjas sin levadura a las hogazas rusas en forma de ladrillo; los shashlyk (kebabs) de cordero al buey stroganoff y el té verde al negro. Aun así, existe una gran armonía en la sociedad y los uzbecos no parecen tener resentimiento hacia sus antiguos colonizadores, mientras que los rusos sienten un tremendo patriotismo respecto a su país de adopción.
La belleza de Samarcanda
«Todo lo que he oído sobre la belleza de Samarkanda es cierto, salvo que es todavía más hermosa de lo que podía imaginarme». Estas palabras las pronunció Alejandro Magno en el 329 antes de Cristo, después de conquistar la legendaria ciudad de la ruta de la seda. Sin embargo, habría que esperar al Gobierno de Tamerlán para que Samarkanda alcanzase su verdadero momento de gloria; durante sus campañas, que le llevaron hasta lugares tan alejados como Delhi, Bagdad, Moscú y Constantinopla, Tamerlán enviaba de vuelta a Samarkanda a los mejores artesanos y los más preciados tesoros de Asia.
El Registán, la plaza central de Samarkanda, se ha definido como el conjunto arquitectónico más maravilloso del mundo islámico. Cuando se ven las tres grandes madrassas (escuelas islámicas) por primera vez, con las cúpulas de color turquesa que se elevan con aire imperial sobre el horizonte, es imposible no sentir el inmenso poder del imperio de Tamerlán. Samarkanda está llena de monumentos históricos, incluida la gran mezquita de Bibi Janym, construida como homenaje a la esposa favorita de Tamerlán, pero asimismo acoge, desde hace siglos, a miles de comerciantes que venden sus mercancías exóticas: alfombras, tapices, especias y, por supuesto, seda.
Jiva es la más intocada de las ciudades uzbecas. Sus calles de barro y sus plazas interiores están tan bien conservadas que deben de tener el mismo aspecto que en la Edad Media. Jiva fue objeto de las más audaces expediciones por tierra de los siglos XVIII y XIX; de todas las ciudades oasis de la vieja ruta de la seda, era la más remota, y ahora es la más completa. El palacio de Tash Jauli posee los mejores techos pintados de Asia central y la mezquita del Viernes es la más cautivadora de Uzbekistán.
Bujara, la ciudad sagrada de Asia central, tenía 360 mezquitas y 80 madrassas. La leyenda decía que, desde ellas, el sol brillaba hacia arriba, cuando en las ciudades comunes brilla hacia abajo. La mezquita más grande es la enorme mezquita de Kalyan, coronada por el epónimo minarete de Kolyan. Cuando se construyó este último, en 1127, se dijo que era el edificio más alto del mundo, y se empleaba como faro para las caravanas que viajaban hacia la ciudad a través de la llanura del desierto de Karakum. Bujara, además, acoge la legendaria Arca, una ciudadela que es una ciudad dentro de una ciudad y que tenía de todo, desde el arsenal hasta sus propias mezquitas, además de la vivienda del Emir. Los edificios representan mil años de historia, no sólo dos siglos de intensa construcción como en Samarkanda, y entre ellos, por las calles flanqueadas por muros de barro, caminan personas que viven y trabajan aquí. Beben té junto a la piscina sagrada de Lyab i Jauz y se asean en los baños públicos del siglo XVI, exactamente como han hecho durante siglos.
Desierto de Karakum
Ahora bien, Uzbekistán no interesa sólo por sus ciudades. El territorio está dividido entre el feroz calor del desierto de Karakum y las cumbres de una de las cadenas montañosas más impresionantes y bellas del mundo: Tien Shan, o Montes Celestiales, que se extienden a lo largo de 1.500 kilómetros por Asia central hasta el interior de China. En todo Uzbekistán es posible encontrar aldeas cuyos habitantes viven igual que vivían sus antepasados hace miles de años, y se ve sin cesar a pastores montados en burros diminutos, que conducen sus rebaños de ovejas y cabras.
En las afueras de uno de esos pueblos, en lo alto de un ancho valle, presencio un partido de ulak tartysh. Este antiguo juego, muy extendido entre los pueblos de Asia central, es parecido al polo, sólo que se utiliza una cabra muerta en lugar de una pelota. El objetivo es hacerse con el cuerpo de la cabra en el centro del campo y llevarlo hasta la portería del equipo rival. Cada equipo está formado por centenares de hombres y niños que arremeten a todo galope unos contra otros e intentan arrebatar la cabra a sus oponentes. La imagen de 500 hombres vestidos con sus túnicas de rayas y sus botas largas, blandiendo sus látigos de cuero y corriendo por el valle es una experiencia fantástica y memorable.
Uzbekistán sorprende por sus contrastes: las espléndidas ciudades islámicas con sus azulejos, los pueblos de adobe amarillo en medio del desierto, las magníficas montañas cubiertas de nieve, los valles verdes y llenos de flores, y, por supuesto, los propios uzbecos, un pueblo orgulloso y hospitalario.
Fuente: El Viajero (El País), 14-06-2003
Alexandra Tolstoy es autora del libro The last secrets of the silk road (Los últimos secretos de la ruta de la seda), editado en el Reino Unido por Profile Books.