A lo largo de los últimos años hemos asistido en Gijón a un despliegue de iniciativas culturales de la Fundación la Caixa que se han saldado con gran éxito de público. (…)
En la carpa del Náutico tenemos ahora «Los aromas de Al-Andalus» en colaboración con la Junta de Andalucía, la Fundación de Cultura Islámica y la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón. La muestra ha sido preparada por Cherif Abderrahman Jah y tiene como base o referente el libro del mismo título editado por Alianza Editorial en 2001. Como los diversos paneles de la muestra, el libro habla de la ruta de las especias, la vida comercial y social de Al-Andalus, los jardines y el gusto por la naturaleza de los andalusíes, y cierra con un glosario de plantas y productos aromáticos.
A cualquier hora la exposición o recreación histórica se encuentra llena de visitantes. Por la mañana están los colegios, y disfrutan los niños con los espacios y los aromas. Por la tarde, grupos de gentes de todas las edades. Y es que, además de las planchas con dibujos y textos, siempre breves, tenemos las semillas a la vista en tubos de metacrilato, como en los viejos paneles escolares de principios del siglo XX; la reproducción de espacios, llenos de detalles y alicientes (el zoco, la mezquita, la casa y el jardín), y por último, las esencias de que se habla, metidas en un frasco, que podemos oler moviendo con la mano unas aspas, todo en vidrio o metacrilato trasparente.
El sentido del olfato, uno de los sentidos que considerarnos menos importantes y que estamos perdiendo por atrofia, se ejercita aquí con toda verdad, con toda la carga instintiva que posee.
Salimos convencidos de que la cultura hispano-musulmana de los siglos VIII al XV fue grande y refinada, asentándose en la convivencia y la tolerancia entre judíos, moros y cristianos. Tres ilustraciones de las Cantigas de Alfonso X el Sabio (s. XIII), de la Biblioteca de El Escorial, sirven de prueba: la tienda con estantería de arcos de herradura y todo tipo de especias en tarros de cerámica, recipientes de cobre o bolsas de cuero; el cambista y el vendedor de alfombras.
Debió de ser tan fuerte el impacto y el sentimiento de la superioridad de esta cultura, que la Iglesia cristiana permitía repre-sentar con vestidos islámicos a los patronos de los médicos (santos Cosme y Damián), y en el siglo X santificó el trabajo de los perfumistas escogiendo para ellos un patrono que fue San Nicolás de Bari.
Según la tradición, el cuerpo del santo emanaba un aceite oloroso que se repartía en frasquitos por toda Europa, tanto cuando estaba enterrado en Mira como cuando fue robado y llevado a Bari por marineros italianos del partido normando. Al aceite de San Nicolás se le atribuían capacidades curativas de todo tipo, las mismas que producían de verdad los aceites y perfumes de Al-Andalus, si bien se mira, sólo que con cierto toque de sublime obra divina. Pues el aceite del santo alegraba el corazón, aligeraba el estómago, eliminaba sarpullidos y cerraba heridas.
De todas formas, éstas son meras anécdotas frente a la base cultural común, a los tres pueblos del libro, que coinciden en la idea del paraíso como jardín maravilloso, lleno de frutos, olores y lugares de agradable frescor (justo lo contrario a la experiencia del desierto); y el cuerpo como parte esencial del ser humano en esta vida y en la otra.
Esencias y prefumes
La muestra de la Caixa tiene la virtud y la fuerza de llevamos a la Edad Media, la época del alambique, capaz de extraer el espíritu del vino y las esencias de las plantas y flores. Tecnología punta de aquel tiempo, el alambique permitía fabricar perfumes, aceites, licores, jarabes y venenos, lo que hacían los sabios musulmanes en sus laboratorios y los monjes en las boticas y bodegas de los monasterios. Sobre esta base buscaban los alquimistas el alma del mundo y la piedra filosofal, el gran elixir de la vida eterna… Con acierto nos introdujo en este ambiente hace algunos años Patrick Süskind, con su novela «El perfume» (Seix Barral, 1985).
Mucho queda entre nosotros de esta cultura, en aromas, infusiones y prácticas culinarias. Si el lector pasa por Málaga, acérquese al mercado de las Atarazanas y en la barra de Especias Moraleda adquiera combinados de especias para pinchos morunos, para el cordero o el adobo de la carne, Si viaja por Andalucía, tráigase a casa un tajine, ese recipiente circular con tapadera cónica que mezcla vapores y sabores.
Adquiera una cazadora de piel de cabra con su peculiar olor de curtida con tanino. Pruebe la cocina tradicional andaluza, que cada día recupera y ofrece mayor cantidad de sopas, carnes y dulces a la manera medieval. Y si no llega tan abajo, deténgase en Medina del Campo y goce de las tortas, turrones, almendrados, empiñonados, rosquillas, almojábanas y julepes, que ofrece la repostería de la ciudad castellana, cuyo territorio está lleno de iglesias de ladrillo, el famoso mudéjar de Madrigal, Olmedo, Peñafiel, Arévalo, etcétera. Y no hablemos de Toledo o de Valencia…
En fin, el visitante (ya han pasado cerca de dos millones de personas por esta exposición en diferentes ciudades) conocerá el bosque de columnas de la mezquita islámica, el plan de la ciudad (con su alcázar, zoco, mezquita y arrabales) y el sentido de intimidad de la casa hispano-musulmana o la frescura del agua en el jardín. Recordará las maravillas que hicieron con el agua los ingenieros españoles para crear ambientes frescos en la Expo de Sevilla-92. Saldrá con la cabeza llena de nombres de plantas y perfumes que le suenan y le huelen, como el incienso, la mirra, el almizcle, el sándalo; o el azafrán, el orégano, la hierbabuena, el jazmín y la albahaca. Yo salí con el recuerdo de los tarros de la farmacia de mi padre, boticario de Colombres durante cuarenta años.
(Nota: sobre los temas de la muestra habrá tres charlas los días 8, 9 y 10, a las 19.30 horas, en la sala de conferencias del Antiguo Instituto).
Jose Antonio Samaniego Burgos es director del IES Mata-Jove.
La Nueva España, Sábado, 5 de Octubre de 2002, Gijón