En hebreo Hakkarmel (Monte Carmelo), hace referencia a la tierra del Jardín, el monte donde un profeta señaló que el Dios de los judíos es el verdadero.
Hace tan solo unos días que una empresa minera israelí halló una piedra preciosa en este monte, a la que llamaron carmeltazita. Al parecer, es de origen extraterrestre.
La sacralidad de la localización añade a la carmeltazita un valor único en el mundo, y es la demostración palpable de que no hay profecía sin meteorización.
El caso es que el Monte Carmelo produce tantos hombres notables como riqueza pétrea. También el Bab, fundador de la fe baha’i, entendió el valor del lugar, y se hizo enterrar en sus faldas en un complejo fascinante. La elección bahai no es baladí. Su templo es para sus fieles como el pardés persa de este mundo.
Normalmente cuando tratamos de señalar lo excepcional de algo, miramos al espacio. Todo lo que cae del cielo se convierte en un fósil brillante, que manifiesta lo incomprensible del firmamento, y la codicia de quien corre a comercializarlo, como una teofanía contemporánea destinada a la compra venta.
Pero la carmeltazita es un hallazgo revestido por un halo de santidad, lo que probablemente facilite su venta, para mayor gloria de los que poseen esta kriptonita alienígena. Su venta ya fascina a los paganos, que corren a hacerse con un ejemplar.
Es natural. Tierra Santa es como el útero de la humanidad, por eso dicen que los primeros cromañones proceden de allí, para disgusto de la raza aria. Israel es el milagro del desierto que multiplica las frutas con tan solo unas gotas de agua. Exporta tecnología y seguridad, eufemismo utilizado para ocultar que vende represión y control de masas.
Piedra de preciosa
Pero el éxito de esta piedra preciosa no está en que, como muchas otras, ha precipitado del cielo. Sino en el valor que otros le han dado, igual que aI Israel contemporáneo. Este país no sería lo que es, ni las piedras preciosas valdrían lo que valen, sin el apoyo de los dispensacionalistas, esos evangelistas tan decididos en defensa del pueblo elegido.
No es de extrañar que se peleen por las piedras del paraíso. Todo multiplica su valor en un lugar tan deseado de redención y necesidades. Al fin y al cabo se trata del pueblo elegido, el que tarde o temprano entrará al redil protestante, si es que no ha entrado ya.
Así son los protestantes dispensacionalistas que apoyan a Israel. Dicen que no son cruzados ni hitlerianos, es decir que no son católicos ni fascistas, con lo cual solo pueden ser demócratas. Es una deducción un tanto infantil, pero funciona para el gran público.
Tiene poca gracia mencionar a Israel como ejemplo de democracia. No hay estado que haya vulnerado con más furia el derecho internacional, el sentido común, y la humanidad más básica. Y ahí radica su éxito: lo que hace con su apartheid es tan monstruoso que nos hemos acostumbrado a ello.
En realidad, son los propios historiadores israelíes los que dudan sobre la existencia de un país ideal que soñaron en Europa y más allá, y que ahora es un familiar incómodo y molesto, pero necesario. Los vínculos sanguíneos, cuando están por encima de la equidad y la justicia, se convierten en un mal signo. En pocas palabras, cuando se sitúa a la secta por encima de la sociedad. Y eso es precisamente lo que sucede con Israel.
Aunque a muchos duela, Israel se comporta como un Estado homicida, el hermano menor de una gran familia que se imaginó con derecho a evangelizar con la palabra democracia.
Es verdad que el milenarismo dispensacionalista no muere, porque no termina por llegar. Y en eso está la gracia. Socializar la redención, cuando su raíz no puede ni debe salir de los contornos del individuo, es desastroso cuando se hace a costa de los demás.
Existe una geopolítica de las creencias, que va más allá de la razón. No se le presta la debida atención, pero es fundamental para entender qué sucede en ciertos lugares como Palestina.
No sabemos cuanto costaría esa piedra de haber caído en otro sitio. Pero los lugares y las manos que tocan pueden multiplicar su valor.
Fuente: Público