El libro, coeditado por la FUNCI junto con el Ayuntamiento de Madrid con ocasión de «Noches de Ramadán 2018», profundiza en los orígenes de Madrid, que se remontan al periodo andalusí, y desvela algunos de los aspectos más desconocidos de la única capital europea de origen islámico. Mediante la recuperación de la historia de la ciudad, el libro pretende, no solamente contribuir a su preservación histórica y cultural, sino combatir los esfuerzos por difuminar sus orígenes, llevados a cabo desde que, en 1561, Felipe II la designase como capital del Imperio español.
HIJOS ILUSTRES DE MAYRIT
El personaje más renombrado y conocido del Madrid islámico es Maslama al-Maŷriti, es decir, Maslama «el Madrileño», así llamado precisamente porque no vivía en Madrid sino en Córdoba. Matemático, astrónomo y astrólogo, fue el más insigne representante de lo que en su época se llamaban «ciencias de los antiguos» y en la Europa cristiana se le ha atribuido durante largo tiempo, erróneamente, la autoría de un célebre tratado de magia llamado Picatrix. No es, sin embargo, el único madrileño conocido ni el único que utilizó el gentilicio al-Maŷriti. Los nombres de algunos otros personajes que nacieron o vivieron en Madrid, o ambas cosas a la vez, han pervivido en los repertorios biográficos y las crónicas históricas, aunque ninguno sea tan conocido como Maslama al-Maŷriti o como el ulema Abu Umar al-Talamanki («el Talamanqués»), cuyas famas trascendieron las fronteras de al-Ándalus.
El primer habitante conocido de Madrid fue un tal Ubayd Allah ibn Sálim, que en el año 871, dicen las crónicas, interceptó a un rebelde toledano que huía hacia el norte. El nasab o patronímico ibn Sálim, que significa «hijo de Sálim» remite a una famosa tribu, los Bani Sálim o «hijos de Sálim», un linaje bereber llegado a la Península en los primeros tiempos de al-Ándalus. Estaban sólidamente establecidos en la Marca Media, donde incluso fundaron una ciudad que llevaba el nombre del patriarca del clan: Madinat Sálim, «ciudad de Sálim», es decir, Medinaceli, y se dice que el nombre original de Guadalajara, Madinat Faraŷ o «ciudad de Faraŷ», se debe al caudillo Faraŷ ibn Sálim, hijo o nieto del anterior. No es extraño por tanto que algunos escritores de la época se referían a ellos como «príncipes de la frontera» y que llamaran a la propia región «frontera de los Bani Sálim».
El personaje más renombrado y conocido del Madrid islámico es Maslama al-Maŷriti, es decir, Maslama «el Madrileño», así llamado precisamente porque no vivía en Madrid sino en Córdoba.
Seguramente fueron ellos los primeros madrileños, e incluso es posible que la construcción de Madrid se deba a su iniciativa y que solo después, por su alianza con los Omeyas de Córdoba, se atribuyera la fundación al emir Muhammad I. El primer gobernador de Madrid que aparece como tal en las crónicas es Abd Allah ibn Muhammad ibn Ubayd Allah, que tiene todo el aspecto de ser el nieto de aquel primer madrileño del que hemos hablado y que fue nombrado por el califa Abd al-Rahmán III en el año 930, a la vez que un «indígena», Garsiya (García) ibn Ahmad, se hacía cargo del gobierno de Talamanca y un bereber, Arzaq ibn Maysara, gobernaba Guadalajara. Conforme el poder central se fue asentando en la frontera, los Bani Sálim decayeron tanto en Madrid como en Guadalajara, que perdió su nombre de Madinat Faraŷ y adquirió el del río, Wad al-Hiŷara.
Mucho más abundante que la nómina de los gobernadores es la de los sabios. Los madrileños que tenían inquietudes intelectuales solían irse a estudiar a ciudades más importantes, como Toledo o Córdoba, o incluso a oriente, y a menudo no regresaban. Conocemos a varios, a los que delata su gentilicio al-Maŷriti. El más famoso de ellos fue, por supuesto, Maslama al-Maŷriti, de quien sus biógrafos dijeron que era el principal de los matemáticos de su tiempo y más sabio que todos los que le habían precedido en la ciencia de los astros. La fama y la influencia de Maslama al-Maŷriti fueron enormes, a pesar de lo cual son muy escasos los datos que tenemos sobre su vida, empezando por su nacimiento, que debió de ser a mediados del siglo X. Su vida transcurrió en Córdoba, donde se dio a conocer sobre todo por su comentario de las tablas del matemático persa al-Juwarizmi (de cuyo nombre proceden las palabras algoritmo y guarismo), en el que introdujo modificaciones para adaptarlas al meridiano de Córdoba y al calendario islámico, ya que las originales usaban el persa. También escribió notas y adiciones al Almagesto de Ptolomeo. Maslama tuvo también fama como astrólogo. Se dice que pronosticó que la conjunción de Saturno y Júpiter en el año 398 de la Hégira (1006-1007) provocaría grandes desastres, entre ellos un cambio de dinastía, como efectivamente ocurrió. Maslama murió al año siguiente, el 399 (1007-1008). A Maslama se le ha atribuido modernamente una supuesta hija llamada Fátima de Madrid, que por desgracia no existió en realidad.
Abu Umar al-Talamanki
Algunos madrileños, después de pasarse la vida fuera, regresaban a su ciudad natal. Es el caso de Abu Umar al-Talamanki, nacido en Talamanca en el año 951, quien después de formarse en Córdoba con algunos de los maestros más relevantes del momento en ciencias islámicas, emprendió un viaje a oriente en el que, además de cumplir con la peregrinación a la Meca, completó su formación. Vivió y estudió con varios maestros en la propia Meca, en Medina, El Cairo, Damieta y Qayrawán, tras lo cual regresó a al-Ándalus cargado de conocimientos, algo en lo que insisten sus biógrafos. Siendo ya muy mayor, y famoso, decidió dedicar sus últimos años a instruir a sus paisanos talamanqueses.
Un discípulo de al-Talamanki fue Abu Yaʽqub Yúsuf ibn Hammad (1004/1005-1080/1081), gato por los cuatro costados, puesto que además de ser hijo de madrileño, nació y murió en Madrid. Era habitual que los ulemas pertenecieran a las mismas familias y que los hijos fueran discípulos de los padres, y en este caso la familia de los Bani Hammad fue de las más conocidas en Madrid. Como su maestro de Talamanca, tras estudiar con maestros andalusíes, Abu Yaʽqub emprendió una larga peregrinación a la Meca, que aprovechó, como era habitual en su época, para detenerse durante largo tiempo en distintas ciudades, donde completó su formación: además de en la propia Meca, vivió y aprendió de distintos maestros en El Cairo, en Barqa (ciudad de Libia, hoy desaparecida) y en Trípoli.
Pero Madrid no solo era un punto de emigración: también atraía a intelectuales como los dos que acabamos de nombrar: ulemas o expertos en ciencias islámicas, que incluían el amplio abanico del estudio del Corán, la tradición profética, la jurisprudencia, la teología, la lengua árabe, la literatura y la historia. Las fuentes han dejado datos de veintidós ulemas relacionados con Madrid, cinco con Talamanca y tres con Alcalá, una cifra baja en comparación con los sesenta ulemas que se conocen en Guadalajara, por no hablar de los 224 de Toledo solo en los siglos X y XI. Si los madrileños aspirantes a sabios tendían a emigrar, ¿por qué hubo en Madrid tantos ulemas? La razón es el ribat, una práctica muy extendida entre los hombres de religión que consistía en retirarse durante un tiempo ―o para siempre― a alguna población de frontera. Ello les permitía llevar una vida ascética y participar en la defensa de los territorios del islam, a veces con las armas, pero también realizando labores docentes entre la población y la tropa. La labor de los ulemas fue crucial en la difusión del islam y la lengua árabe entre la población, por lo que puede considerarse que Madrid fue un pequeño foco de irradiación cultural para la comarca circundante.
Madrid no solo era un punto de emigración: también atraía a intelectuales: ulemas o expertos en ciencias islámicas, que incluían el amplio abanico del estudio del Corán, la tradición profética, la jurisprudencia, la teología, la lengua árabe, la literatura y la historia.
En el Museo de los Orígenes puede verse un fragmento de hueso con las letras del alfabeto árabe grabadas toscamente, lo que sugiere que fue utilizado con propósitos didácticos. Ese debía de ser el caso del famoso alfaquí cordobés Ibn al-Qazzaz, quien en el año 887, y después de haber rechazado, en un gesto de ascetismo y virtud, el cargo de cadí que le ofrecía el emir Muhammad I, se retiró a hacer ribat a Madrid acompañado de su hijo Ahmad y dos discípulos llamados también Ahmad. Los tres Ahmad pronto tuvieron que llorar la muerte de su maestro, que enfermó en el camino de Madrid y hubo de ser llevado a Toledo, donde falleció. Otro de los practicantes de ribat fue Ŷassás al-Záhid, natural de Siŷilmassa, importante ciudad hoy desaparecida en el noroeste del desierto del Sáhara. Al parecer, Ŷassás se dedicaba a explicar en Madrid un controvertido libro de ascética debido al cálamo de Yumn ibn Rizq, santón milagrero de Tudela (Tutila) de quien se cuenta que tenía el don de estar en dos lugares a la vez, entre otras anécdotas fantásticas. En 1051, el ulema toledano Musa ibn Qásim ibn Jadir fue mortalmente herido por los castellano-leoneses en una emboscada en el fahs de la Salmedina. El último forastero que vino a Madrid a hacer el ribat fue el toledano Abu l-Walid Yúnus al-Azdi, llamado Ibn Shuquh, mote que Jaime Oliver Asín interpretaba como un híbrido árabe-romance: Ibn Chueco, es decir «hijo del patizambo», pues eso significaría chueco. Este hombre a quien las fuentes presentan como afectuoso y de buen carácter, murió en Madrid el 7 de diciembre de 1081.