A menudo se cae en el tópico simplificador y en el dramatismo al enjuiciar a la mujer musulmana, en general, y la marroquí, en particular. Esto, al menos, opinan muchas feministas marroquíes como Hayat Dinia, geógrafa y urbanista, presidenta de la asociación Le Féminin au Pluriel. Casi de forma invariable se asocia a la mujer musulmana con la dependencia en las relaciones de género y parentesco, la docilidad y la marginación social y laboral.
Con demasiada frecuencia, también, se tiende a emplear el binomio Islam-velo en un discurso reduccionista, herencia involuntaria del colonialismo europeo. Como señaló Fenon en un estudio sobre la descolonización en Argelia, los ocupantes intentaron a toda costa diluir el Islam en la sociedad argelina y arrastrar a la mujer hacia su proyecto político. Para ello utilizaron el velo como símbolo de retraso y sometimiento; un concepto que se sigue manejando en la actualidad, sin tener en cuenta sus diversos usos y significados.
A la hora de analizar la mujer magrebí, tampoco se estiman los diferentes factores que conforman su circunstancia: características étnicas, extracción social y determinismo geográfico. Poco tienen que ver, por ejemplo, las mujeres provenientes de un medio urbano con las del mundo rural, ni las árabes con las bereberes, o imazighen.
Los imazighen, u hombres libres, (no admiten el término bereber, impuesto durante la romanización del Magreb, y que deriva de bárbaro, o extranjero), son los habitantes originarios del Norte de África, antes de su arabización e islamización durante la Edad Media. Forman entre el 40 y el 60 % de la población actual de Marruecos, según estimaciones difíciles de comprobar.
Algunos están arabizados, otros son bilingües, y otros solamente hablan el tamazigh, su lengua original, lo cual dificulta su integración en las estructuras del Estado, cuya cultura y lengua oficial es el árabe. Pese a las diferencias entre los distintos grupos que habitan el Rif, el Atlas y el Sur, los imazighen se caracterizan a grandes rasgos por mantener una fuerte estructura tribal, regirse por el derecho consuetudinario y poseer una percepción de la mujer, más abierta y flexible que la árabe, a pesar de su misma pertenencia al Islam. Si el parentesco tribal es patrilineal, como entre los árabes, y teóricamente agnático (que solamente reconoce la sucesión a través de los varones), en la práctica es a menudo de tipo cognático, teniendo en cuenta la filiación femenina, tanto como la masculina.
Imazighen
Así, el linaje de la mujer representa un factor importante de prestigio, y se la considera depositaria de las tradiciones de la tribu. Si los árabes son proclives a la endogamia y la poliginia, los imazighen son en cambio monógamos por naturaleza y tienden a establecer alianzas entre tribus y confederaciones, por encima de los lazos de parentesco, como sucede en el Atlas Medio. Entre los imazighen la dote pagada a la mujer en su matrimonio es a menudo insignificante, mientras que el divorcio se acepta con mucha mayor naturalidad, lo mismo que la emancipación.
Los espacios están menos definidos que entre los árabes, y se puede ver a la mujer desarrollar tareas en el campo, y al varón, labores consideradas femeninas, como sucede por ejemplo con los Hansala, del Atlas Medio, que acuden al río a lavar, y cocinan durante las celebraciones.
Las mujeres tienen posibilidades de negociar, como se aprecia entre los Beni Uriarhel, del Rif central, que poseen zocos exclusivamente femeninos. Pueden incluso encabezar una confederación tribal, como sucedió durante los años treinta con Buha Hssain, de los Ait Habdlluli del Atlas Medio. En las elecciones comunales de 1997, los Ait Daudauali, de la región de Azilal, eligieron a una mujer para que los representara, aunque no fue aceptada porque no hablaba árabe. Y fue también una mujer: la Kahena, reina del Aurés (Argelia), quien protagonizó la resistencia bereber contra los invasores árabes en el siglo VII.
Hoy, además, vemos como en las poblaciones más dispares surgen organizaciones cuyo fin es el desarrollo sostenible y la formación del colectivo femenino, cuyo índice de analfabetismo es extremadamente elevado en el medio rural.
En la actualidad, la cultura tamazigh –sin consideraciones de género– se reivindica cada vez en mayor medida. Sus defensores vindican, entre otras cosas, una estructura social generalmente de tipo segmentario, igualitario y carente de jerarquías, frente a un estado que no está en medida de atender las necesidades más fundamentales de la población rural.
Como lo explica Yolanda Aixelá en su interesante y documentado Mujeres en Marruecos, un análisis desde el parentesco y el género, “Es en este contexto social donde el parentesco tribal –más o menos cohesionado– sigue siendo la institución que da respuesta a las necesidades de los individuos y es la estructura que socorre a las personas en la práctica…”
Progreso y rebeldía
Tras la descolonización, los nuevos estados magrebíes trataron de unificar la identidad nacional promocionando la cultura árabo-islámica, lo cual condujo a una marginalización del colectivo bereber, que se identificaba con un fenómeno rural, contrario al progreso y sinónimo de rebeldía, en especial en el caso de la Kabilia argelina, y el Rif marroquí. Los propios colonizadores franceses ya habían introducido un elemento de discordia en Marruceos cuando promulgaron en 1930 el famoso Dahir Bereber, que pretendía aplicar a los imazighen una jurisdicción diferente a la de los árabes, enfrentando a ambos pueblos entre sí, algo que, sin embargo, no consiguieron. Es lo que se conoce como Siba.
A la sombra de los kabileños argelinos, los marroquíes mantienen desde principios de los años noventa una importante militancia amazigh, aunque mucho más moderada y menos politizada que la de sus hermanos. Se oponen a ser encuadrados en un estado que se autodefine como árabe, y pretenden preservar su lengua logrando su enseñanza y su reconocimiento oficial. Cada vez son más las publicaciones y asociaciones que trabajan en ese sentido. Existe incluso un partido amazigh: el Movimiento Nacional Popular, dirigido por Mahjoubi Aherdan, y del que derivan muchos otros.
Actualmente, el amazaghismo se presenta como una oposición al Estado –que no a la corona–, de signo progresista y contrario al islamismo, que representa, en cambio, el rostro tradicionalista de la cultura árabo islámica. En 1995 se creaba el Congreso Mundial Amazigh, con un centenar de asociaciones pertenecientes a Marruecos, Argelia, Níger, Mauritania, e incluso las Islas Canarias, cuyos nacionalistas reivindican sus raíces prehispánicas de origen norteafricano.
Sin embargo, según Said Ait Berri, miembro de la Asociación Marroquí de Investigación e Intercambios Culturales, sección Beni Mellal, el último congreso habido en Lión fue un fracaso, “porque no nos poníamos de acuerdo a la hora de reclamar nuestros derechos. Los marroquíes solo intentamos que se reconozca nuestra identidad y se enseñe nuestra lengua. No nos proponemos enfrentarnos al Estado, como sucede en Argelia”.
La moderación del movimiento amazigh marroquí con respecto a sus vecinos, es debida en gran parte a la política de cohesión étnica y religiosa de la monarquía alauita. De hecho, el propio rey Hassan II anunció en 1994 la necesidad de preservar la lengua y el patrimonio amazigh, cosa que no se ha logrado hasta la fecha. Recientemente, Mohamed VI anunciaba su boda con una fasía (de Fez) de origen árabe, acabando así con la tradición alauita de esposar a una bereber. Casi al tiempo, sin embargo, proclamaba la creación del Instituto Real de la Cultura Amazigh, en cuyo consejo de administración se incluyen varias mujeres.
Un paso más hacia adelante, que los imazighen esperan no sea más que el principio del ansiado reconocimiento y preservación de su patrimonio cultural, y una puerta para la mejora de la condición femenina.
Inés Eléxpuru
(Domingo) El País, agosto de 2002