El comercio en Al-Andalus

Autor del artículo: Cherif Abderrahman Jah

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Con el nombre de al-Andalus se conoce al espacio territorial y politico que, bajo la impronta de la cultura islámica, se mantuvo a lo largo de ocho siglos, con ineludible convivencia, en la Península Ibérica. Fructífera permanencia a la que debemos una parte importante de nuestro legado socio-cultural, que ha prevalecido a lo largo de los siglos.

Esta herencia no se sustenta únicamente en el terreno de las ciencias (medicina, botánica, matemáticas, astronomía, etc), o en los saberes del espíritu y del puro intelecto, como la mística sufí y la filosofia, sino en una forma hedonista de entender la vida, rodeándose de cuanto es bello, susceptible de ser captado a través de los sentidos. Tanto por la vista y el oído, como por medio del gusto y del olfato. El significado de estos últimos sentidos alcanzó cotas tan elevadas, que sobrepasaron la función meramente fisiológica.

El simbólico lenguaje que podia trasmitir el perfume de una planta o las variadas sensaciones del gusto y el olfato que podían percibirse de un guiso aderezado con diversas especias, se inscribían como goces semejantes a los del Primer Paraíso, al que tienen acceso los buenos musulmanes en la Otra Vida. No en balde en los textos sagrados coránicos se alude en varias ocasiones a las bebidas paradisíacas de los bienaventurados, elaboradas con especias:

«Allí se les servirá una copa que contendrá una mezcla de jengibre, tomada de una fuente de allí que se llama Salsabil» Corán, Sura, 76, aleya, 17.

O la referencia a la abundancia de almizcle y de ámbar en el Paraíso, sustancias aromáticas que fijaban las raíces del arbol celestial Tubà, perfumando intensamente el Jardín del Bienestar (Yannat al-na`im).

De ahí que, en la vida de acá, estas sensaciones del gusto y el olfato se cultivaran hasta lo más sublime de una percepción sensitiva. Por eso fueron tan cuidadas y se procuró su logro y perfección, yendo a buscar esas plantas aromáticas y las especias orientales hasta las tierras mas recónditas.

Oriente Extremo

Durante la expansión islámica se abrieron nuevos caminos hacia el Oriente Extremo, rutas que fueron también transitadas por mensajeros de las ciencias y por mercaderes. Hacia la cuenca mediterránea afluyeron especias poco conocidas o, hasta entonces, sólo utilizadas por las élites egipcias o romanas, como la canela, la pimienta, el clavo o el jengibre, procedentes de Ceilán, la India, Islas Molucas y China, respectivamente.

AzafránComo consecuencia de ello, las llamadas «rutas de las especias» se fueron trazando desde el Oriente hacia el Mediterráneo, en un ir y venir de mercaderes y cargamentos, por mar y por tierra, haciendo llegar hasta al-Andalus todo el elenco de esos productos, siglos antes de que el veneciano Marco Polo llevara a su país las especias orientales como una gran novedad.

Desde Java y Sumatra, la islas de Ceilán (Sri Lanka) y las Molucas o las costas occidentales de la India (el Malabar), se navegaba hasta los puertos del Yemen, como Aden, con cargamentos de especias, maderas perfumadas como el sándalo indio, sustancias aromáticas como el almizcle del Tibet, o frutos como los melones del Sind (Pakistán). En el populoso puerto de Aden cargarían incienso y ámbar gris, abundantes en Yemen, y con todo este bagaje se adentrarían por el Mar Rojo para alcanzar el curso del Nilo hasta llegar a la costa sur del Mediterráneo, Alejandría, y desde alli a al-Andalus.

Otra ruta posible desde el litoral indio era navegar hacia el Golfo Pérsico y, adentrándose en la desembocadura conjunta del Éufrates y el Tigris, remontar el curso de este gran río bíblico hasta Bagdad, capital del mundo islámico oriental y sede del califato abbasí. Desde Bagdad se llegaría en largas caravanas al litoral mediterráneo de Palestina. El siguiente destino sería al-Andalus.

Al ir atravesando, de este a oeste, todos estos países del orbe islámico, los mercaderes harían acopio en los bulliciosos zocos orientales de sésamo de Irán, rosas de Alejandría, juncia de Kufa (Iraq), granadas e higos doñegales de Siria, almáciga de la isla mediterránea de Chíos, dátiles de Ifriqiya (Túnez) y alheña del Magreb, entre otros productos.

Segun refieren los viajeros de la época ( ss. X-XIII), atravesar el Mediterráneo desde la costa palestina o desde Alejandría (Egipto), hasta los puertos de al-Andalus (Denia, Cartagena, Almería o Málaga) tenía una duración de tres meses, a veces más, por las frecuentes tormentas y consiguientes naufragios. Al llegar a los puertos andalusíes, los fardos de especias y otros productos exóticos, que habían conseguido alcanzar el final del periplo, eran depositados en funduqs (alhóndigas), una especie de posada-almacén, para el descanso de los mercaderes y sus acémilas, al tiempo que servían de lugar de depósito de sus fardos de mercancías.

Especias, maderas olorosas, frutos secos, sustancias aromáticas… Todo ese elenco de mercaderías del aroma pasaban a ser vendidos en los zocos de al-Andalus, tras el consiguiente pago de las alcabalas a las autoridades del mercado. Así en los zocos intramuros de la Cordoba califal, la Sevilla almohade o la Granada nazarí, como en los zocos del resto de las más importantes ciudades andalusíes, se podian encontrar desde la pimienta negra de la India, la casia de China, el cardamomo de Java, la nuez moscada de las Molucas, la canela de Ceilán, el áloe de Socotora, hasta el incienso, la mirra y el ámbar gris de Yemen, junto al almizcle de la meseta del Tibet. Estos productos costosos por su laboriosa importación, se vendían en las tiendas de los especieros o perfumistas (al-‘attarin), incrustadas en las callejas del zoco. Un zoco populoso por el que deambulaba una sociedad mestiza, la andalusí, integrada por diversos grupos de población, de origen hispanorromano y visigodo, junto al grupo social arabe y al bereber, con un mosaico de creencias musulmanas, cristianas y hebreas. En definitiva, una sociedad plural y cosmopolita que demandaba esa gran cantidad de mercancías exóticas, traídas desde las más lejanas latitudes.

Productos aromáticos

La cantidad de productos aromáticos que enmarcaban la vida de los andalusíes, era tanta, que no podia quedarse limitada a la oferta de mercancías orientales transmediterráneas. Se hizo necesario la aclimatación en tierras andalusíes, de aquellas plantas aromáticas que no eran susceptibles de importarse por su corta duración y lo costoso de su importación, iniciándose a lo largo de dos centurias, una especie de movimiento migratorio de plantas y frutales aromáticos hacia al-Andalus, de la mano del hombre.

Muchas de ellas se aclimataron bien en lo predios andalusies como el azafrán, cuyo cultivo se extendió por los campos de Baza (Jaén), Toledo, Guadalajara, Zaragoza, Valencia, Sevilla y Granada.

La gran producción de azafrán que se consiguió, hizo posible que sus excedentes fueran exportados a Oriente desde los puertos de Málaga y Almería. También progresó el cultivo del comino, el ajonjolí o sésamo índico, y el anís, entre otros.

GranadaFrutales como los limoneros y naranjos amargos de China, así como los granados de Siria, junto a las hortícolas como el melón y la sandía procedentes del Lejano Oriente, inundaron los jardines-huertos de al-Andalus, haciendo que en las mesas de los andalusíes hubiera fruta aromática abundante durante casi todas las estaciones del año.

El universo de esos aromas y perfumes, ya producidos en al-Andalus o importados, ocupó sus espacios propios tanto en el ámbito comercial, como en el socio-religioso, el doméstico y lúdico. Los espacios señeros del olor eran los zocos, donde al abigarramiento visual de colorido múltiple se unia la mezcolanza de aromas diversos, unos, gratos a la percepción olfativa, contiguos a otros olores menos agradables, como los que despedían curtidores y tintoreros, por ello a extramuros de la medina o ciudad islámica. También a las afueras se instalaban los zocos de ganado : ovejas, cabras, bovinos, caballos y camellos.

Entre los olores placenteros, se encontran no sólo los aromas de especias y condimentos, también de verduras, frutas, quesos, cuajadas de leche, churros y buñuelos elaborados en el propio zoco, dulces con canela y miel y, sobre todo, el inmisericorde olor de los chiringuitos que ofrecían comida caliente a las gentes del zoco : Platos como los tayines o guisos de carne, muy especiados con cilantro, pimienta negra y jengibre, o los mirkas o salchichas de cordero con comino y canela, junto a los clásicos platos de cus-cús similares a volcanes humeantes y con un arco iris de verduras rematando su cráter, receta de vocación bereber, introducida en la Península por los almohades . Todos estos efluvios, inundaban los espacios callejeros de los zocos, como un apetitoso reclamo para los hambrientos, cumpliendo con esa tradición tan arraigada en la sociedad islámica desde hace siglos, de «comer fuera ».

Productos culinarios

En la cocina doméstica esos platos aumentaban su nómina y su sofisticación, también su composición de aromas, con las berenjenas rellenas con espliego, canela, pimienta y hojas de cidra, o la refinada «bastela» de origen andalusí, exportada con los moriscos al Magreb, y su cálido olor a hojaldre recién hecho, rociado de canela y azúcar en polvo. Junto a ella, almojábanas de queso, canela y miel y las típicas pastas de almendra (al-lawziny ) con agua de azahar, almendras, miel y azúcar. O los famosos canutos (qananit) rellenos de almendras, piñones y pistachos picados con amalgama de miel, pimienta, canela, espliego y azafrán. De esta forma, el cosmos aromático tambien envolvía el espacio doméstico, ámbito de vital importancia.

Había otro espacio social, marco mucho más solemne y espiritual como receptáculo de perfumes y aromas, era el lugar de las mezquitas. Para la reflexión espiritual y el acercamiento a la divinidad, era preceptivo el impregnar la atmósfera con olores de cierta connotación religiosa de carácter universal, como el incienso, en sus variantes amarilla y blanca, y la mirra, con su color rojo cristalino, ambos procedentes de Arabia.

Como especialidad propia del mundo de Oriente Extremo, se quemaba en pebeteros sustancias solidificadas como el almizcle y el ámbar gris, al tiempo que maderas costosas y aromáticas, como la del sándalo maqasiri, procedente de Makassar, ciudad de las islas Célebes o Sulawesi.

Las mezquitas de al-Andalus refulgían con sus abundantes lámparas de bronce y cristal, en las que ardían lamparillas en aceite perfumado. Desde los numerosos pebeterosse expandían los diferentes aromas, especialmente en el mes sagrado de Ramadán (noveno mes del calendario musulmán).

Una muestra de la solemnidad del mes de Ramadán en la Córdoba del siglo X, nos la ha dejado el cronista Ibn ´Idari (s. XIII), en su obra Bayan al-Mugrib, al referirse a la gran cantidad de perfumes empleados en esas fechas en la Mezquita Aljama de Córdoba:

«Se consumían anualmente alrededor de quinientas arrobas de aceite, de las que la mitad ardía solamente en el mes de Ramadán… El consumo de perfumes en la noche 27 de Ramadán [Noche del Destino] ascendía a cuatrocientas onzas de ámbar gris y ocho onzas de madera de agáloco»

Ya vimos que en el reducto de la casa andalusí la utilización de aromas y perfumes era abundante y cotidiana.

Pero la utilización de estos aromas no se limitaba sólo al ámbito de la cocina, como hemos descrito, sino que estaban también presentes en el cuidado personal de sus moradores.

Cuidados a los que, sorprendentemente, fueron muy proclives los andalusíes, hombres y mujeres, según se desprende de la gran cantidad de recetas con diversas aplicaciones estéticas que aparecen en los tratados de higiene y medicina. La utilización de estas aplicaciones cosméticas se realizaba, tanto en la casa como en las dependencias del hammam o baños árabes públicos, que funcionaban en cada barriada de las medinas y cuyo número fue elevado, ya que existía, al menos uno, en cada barriada.

A juzgar por las reseñas de los cronistas, se apuntan hasta 600 hammam en Córdoba, en época califal (siglo X).

A estos baños acudían los hombres por la mañana y las mujeres por la tarde. En sus dependencias, cuya entrada era gratuita por tratarse de un servicio público, se aplicaban masajes corporales con aceites de almendras, rosas, nenúfares, jazmines y narcisos, junto al aceite de manzanilla, para tonificar, relajar y perfumar la piel de las mujeres que acudían con frecuencia al hammam.

El zoco

Productos de embellecimiento que, en la mayor parte de los casos, los compraban previamente las usuarias en el zoco. Las andalusíes también se cuidaban los ojos con diversos colirios, que aparte de su función higiénica, servían para realzar la mirada y darle más intensidad, como sucedía con un famoso colirio elaborado con jugo de bayas de arrayán y khul (polvo de antimonio).

Otra práctica cosmética muy frecuente en el hammam fue el teñirse los cabellos con alheña (al-hanna), así como decorarse las manos y pies con tatuajes geométricos de hanna.

En al-Andalus se hizo famoso el teñido de los cabellos con alheña, mezclada con aceite dulce de oliva; moda que imperó desde el siglo IX, tanto entre mujeres como en los hombres.

Entre éstos, se cuenta que, siguiendo los dictados de la moda en Córdoba, el mismo emir omeya Abderrahman II (siglo IX) teñía sus cabellos y barbas con alheña. Esta planta, al parecer introducida por los árabes en al-Andalus en los primeros tiempos de la conquista, fue muy estimada en el mundo islámico, ya que una piadosa tradición, atribuye al Profeta del Islam estas palabras sobre la excelsitud de al-hanna: «Las flores de la alheña son las más suaves de las plantas aromáticas en esta vida terrenal y en la otra vida del Más Allá»

En cuanto a los perfumes, eran muy apreciados por los andalusíes, ya que según la creencia general tonificaban el cerebro y los órganos sensoriales. Los perfumes se seleccionaban según las estaciones del año. En invierno se usaban perfumes cálidos como los elaborados con almizcle, algalias o aceite de jazmín. Para primavera, eran apropiados los perfumes de agua de azahar, narcisos, jazmines, malvaviscos o albahaca. En el verano, perfumes de polvo de musgo y sándalo, y el de agua de manzana. En otoño, agua de rosas, o de plantas aromáticas como albahacas y toronjil. Esta selección marcaba las modas estéticas de la élite andalusí. Entre las clases populares, se utilizaba mucho el agua de azahar y el agua de mirto, menos costosas de adquirir.

La minuciosidad de tantos cuidados estéticos, aplicados entre la sociedad de al-Andalus, ha quedado reflejada en la obra de higiene del granadino Ibn al-Jatib (siglo XIV), visir del emir nazarí de Granada, Muhammad V.

Pero el máximo despliegue de ese atractivo mundo de perfumes y aromas, se hallaba en la naturaleza que rodeaba la vida del andalusí, ya fuera en el espacio menor del jardín doméstico, o bien en el jardín-huerto de los grandes predios, o en los jardines palaciegos creados para experiencias botánicas. Estos espacios evocaban reminiscencias de aquel Jardín del Paraíso, ya aludido anteriormente, con todo su profundo sentido espiritual.

La sociedad de al-Andalus, esencialmente a partir del siglo XI, salía con frecuencia al campo, en grupos familiares, disfrutando de jornadas completas al aire libre, en especial junto a los ríos, donde merendaban. La mayor parte de los andalusíes eran grandes conocedores de las plantas y buenos jardineros y agricultores. Gracias a esta afición, y a la política de aclimatación de nuevas plantas, hubo un enorme desarrollo de la agricultura, desde finales del siglo IX hasta el siglo XIV. Autores como los toledanos Ibn Wafid e Ib Bassal (siglo XI), los sevillanos Abu l- Jayr (s. XI-XII) e Ibn al-Awwam (s.XII-XIII), o el almeriense Ibn Luyun (s. XIV), entre otros muchos, nos han dejado magistrales tratados de agricultura, que hasta tiempos relativamente recientes, han servido de manuales para los agricultores españoles entre los siglos XVII al XX, pues, durante el XVI, fueron traducidos muchos de ellos al castellano.

La afición por la naturaleza tuvo una vertiente de sublimación poética. Muchos poetas de al- Andalus quisieron plasmar lo que contemplaban sus ojos al pasear entre la vegetación, y con una enorme minuciosidad y espíritu metafórico, describieron granados, almendros, ciruelos…bajo el rocío de la mañana o la brisa del atardecer, como si el propio jardín en su conjunto fuera un ser vivo con sentimiento. Aquel cromatismo natural dio lugar a la «poesía de jardines» (rawdiyyat, de rawd = jardín), y dentro de este género sobresalieron los temas florales en los que se aludía a rosas, violetas, mirtos, jazmines, lirios, azucenas… como si fueran la persona amada. Género poético que se denominó nawriyyat o «poesía floral».

Entre los cultivadores más sobresalientes de este tipo de poesía de los jardines, fue Ibn Jafaya de Alcira (siglo XI), llamado por esta afición al-Yannan («el Jardinero»). A él debemos descripciones poéticas como ésta:

«Ráfagas de perfume atraviesan el jardín cubierto de rocío, cuyos costados son el circo donde corre el viento… Yo enamoro a este jardín donde la margarita es la sonrisa; el mirto, los bucles, y la violeta, el lunar.»

Anteriormente, poetas como Ibn Abi ´Abda, ministro y poeta de la corte del califa Abderrahman III (siglo X), nos habían dejado fragmentos poéticos en torno a las flores, como esta exaltación a la rosa, que sintetiza ese amor por la belleza de las flores aromáticas:

«La rosa es lo más bello que el ojo puede contemplar, lo más delicado de cuanto riegan las nubes generosas. Las flores de los jardines, se inclinan ante su hermosura y la obedecen por lejos que estén. Cuando surge la rosa en sus ramas, Unas flores mueren y otras palidecen de envidia…»

BIBLIOGRAFIA

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RESEÑA DEL AUTOR

Cherif Abderrahman Jah, Presidente de la Fundación de Cultura Islámica, islamólogo y especialista en la historia de al-Andalus, ha publicado diversas obras sobre distintas facetas de esa etapa histórica (reseñadas en la bibliografía), especialmente sobre la cultura andalusí, a través del agua y de sus plantas aromáticas y jardines, así como su comercio, entre otros temas. Comisario de la Exposición los «Aromas de al-Andalus» y autor del libro del mismo nombre. Su esfuerzo y labor en aras del diálogo intercultural y del acercamiento al conocimiento objetivo de una de las etapas históricas más fecundas de la Península Ibérica, son suficientemente conocidos.

Extracto del libro «Los Aromas de Al-Andalus», Alianza editorial, Madrid, 2002.