El legado de al-Andalus. La herencia andalusí y morisca en el Magreb” de Virginia Luque Gallegos (Almuzara. 2017) es una obra que permite una incursión hacia el trasvase, transferencias, influencias y aportaciones culturales en el Norte de África a través de doce capítulos que nos trasladarán a las evidencias, testimonios materiales, huellas inmateriales y legado de andalusíes y moriscos.
Si para la historiografía peninsular, al-Andalus corresponde a una realidad geográfica-política cronológica precisa y expirada en 1492, los moriscos se incluyen en el ámbito de la historiografía moderna hasta el momento de su expulsión definitiva de la península en el año 1609. Por el contrario en el Magreb, tierra receptora de dicha aportación, lo andalusí y lo morisco ha quedado natural y perfectamente asimilado sin complejos, sin etiquetas, sin el corsé de las determinantes sistematizaciones temporales, no cómo un anacronismo o una confusión aparente, sino como una consecuencia: lo morisco, de lo andalusí. De manera que los términos “andalusí”, “andalusí-morisco”, a pesar de corresponder a períodos y momentos migratorios diferentes, sirven en el Magreb para designar la procedencia peninsular.
Como ya advertía el profesor Epalza, estas tradiciones no están desligadas de un fuerte marco afectivo y quizás simbólico, sino que también las constituyen vestigios objetivos que abordamos desde la metodología que nos ofrecen las ciencias históricas y la dimensión holística de lo patrimonial como acercamiento al estudio de las reminiscencias.
En este sentido, el término “influencia” no tiene por qué suponer superioridad del influyente sobre el influido, sino una mirada a las consecuencias, dinámicas y mecanismos que generaron movimientos migratorios, de personas, ideas, tendencias, saberes, técnicas en las tierras magrebíes de acogida.
Memoria oral
Por tanto, en este libro, el lector no se encontrará con un ensayo histórico convencional o al uso, ya que aunque tomemos como punto de partida la historia de al-Andalus y de los moriscos, intentamos trascender de lo diacrónico y su desenlace, al estado actual del testimonio, así como la manifestación de las pervivencias y sus consecuencias. Hallará por tanto el fruto de un riguroso proceso de compilación, análisis e indagación de fuentes (históricas, literarias, arqueológicas, antropológicas, arquitectónicas, artísticas, audiovisuales, etc), y un concienzudo trabajo empírico o de campo, con entrevistas e informaciones relativas a la memoria oral.
De este modo, y a lo largo de doce capítulos de ligera lectura, pero de densa información y nutrida documentación, se irán descubriendo las conexiones que vinculan a andalusíes y moriscos con el Magreb, así cómo la manera en la que dicho legado, forjado a través de los siglos, constituye un rasgo actual de las identidades de países, ciudades y regiones del Norte de África. No sólo como un patrimonio tangible de las tierras donde éstos se asentaron, sino como herencia viva, símbolo, imaginario y evocación en el mundo araboislámico.
Comenzamos por las tumbas de dos monarcas andalusíes prisioneros, desterrados y enterrados en Agmat (Marrakech). La del célebre e inspirador rey de Sevilla Al-Mut’amid, adalid de la poesía andalusí escrita en el siglo XI, y la menos conocida tumba del rey de Granada, Abd Allāh, que nos dejó quizás la mejor crónica en primera persona sobre el desenlace de los reinos de taifas y de la conquista de los almorávides. Dicho capítulo enlaza con el sultán Yūsuf ibn Tašfin, artífice de su destierro, para analizar cómo en el imperio almorávide, la tradición arquitectónica y artesanal de las ciudades andalusíes llega a las mezquitas y mimbares de Marrakech, Fez (Marruecos) y Tremecén (Argelia).
El ámbito de la tierra
En los siguientes capítulos se da paso al ámbito de la tierra: productos agrarios y mesa. Los moriscos dejaron en pequeñas poblaciones del valle del Medjerda, cabo Bon, Bizerta (Túnez) y la llanura del Miditja (Argelia) clara impronta en sus paisajes agrícolas, desde prácticas colectivas, introducción de nuevos cultivos, técnicas de irrigación y obras de ingeniería.
Por otro lado los ingenieros y arquitectos asentados en las citadas poblaciones tunecinas trajeron consigo el conocimiento de los tratados clásicos de arquitectura al edificar puentes y presas al más puro estilo renacentista y manierista. En esta interesante región también trazaron plazas mayores a las que desembocaban calles en damero. En ellas se celebraban y se celebran fiestas religiosas islámicas, se soltaban vaquillas, se cantaba o se jugaba a las cartas. Una cartas con palos de dinares (oros), bastun (bastos), esbata (espadas) y kub (copas), que hunden sus raíces en la Edad Media peninsular, y que constituyen hoy la baraja tunecina. Junto a dichas plazas pueden verse mezquitas moriscas de carácter rural, pero también otras con un claro guiño a la arquitectura mudéjar toledana y aragonesa.
Ciertas denominaciones de platos, especialidades, modos y técnicas de preparación de recetarios andalusíes coinciden con los del Magreb, aun a pesar de las variedades locales. Así lo vemos en costumbres alimentarias similares asociadas a ciclos festivos vitales y religiosos.
De igual modo irrumpe la herencia musical andalusí como un verdadero fenómeno transcultural en evolución, y dividido en un amplio abanico de escuelas, composiciones, cancioneros, estilos y géneros en el Magreb y Oriente Medio, gracias a la transmisión de poetas, místicos, músicos andalusíes y familias cuyas madres cantaban a sus hijas un repertorio secular, celosamente guardado, difundido y a veces resucitado.
Cuando las orquestas de Marruecos, Túnez y Argelia, entonan los acordes de las variantes al-‘Ala, Garnati y Ma’luf, no están sino haciendo un ejercicio de éstas, poniendo en valor el legado depositado por siglos de intercambios humanos y culturales que desde la nawba cimentan el poso de la herencia compartida. Pero no sólo lo logran con las músicas cortesanas, sino cada vez que suenan o se entonan zéjeles y moaxajas, de algún modo cobran vida aquellas cancioncillas andalusíes populares que acabaron adaptándose a las lenguas dialectales en las regiones del Norte de África y Próximo Oriente. Músicas en suma que sus habitantes disfrutan, comparten y difunden en festivales como el de Testour, Tánger, Fez, Oujda, haciendo de estos rituales, una bandera y una seña de identidad.
Como maestros y transmisores de doctrinas místicas, hallamos además a santones andalusíes que vivieron entre los siglos (XI-XV), patronos de principales metrópolis como Marrakech, Tremecén, Tetuán, Salé cuyas tumbas y zawiyas siguen atrayendo miles de devotos.
Trasvases artísticos
La materialización histórica la de las obras y los trasvases artísticos de arquitectos e ingenieros, da paso al valor de lo inmaterial a través de un universo de vidas, sucesos, pensamientos, hechos y acontecimientos. La herencia de los espacios donde residieron y se reunieron andalusíes y moriscos. Un legado toponímico visible en barrios, calles y mezquitas de ciudades históricas (Fez, Qayrawān, Orán, Bujía, Túnez), puertos estratégicos (Bizerta, Ghar-El-Melh, Argel) y asentamientos rurales de nueva creación o prácticamente repoblados. Entre estos últimos encontramos unos veinte pueblecitos tunecinos donde se hablaba castellano hasta finales del siglo XIX y persiste la costumbre de destilar con alambiques domésticos agua de rosas, geranios, azahar y flores blancas.
Andalusíes y moriscos también llevaron consigo técnicas y destrezas artesanales. Desde al-Andalus se cree que también llegaron a Fez los brocados de Oriente a través de la ruta de la seda donde quedan escasos tejedores que dominen este arte. En Túnez, la industria de la šašīya, un bonete rojo de fieltro usado en al-Andalus y el Magreb, conoció gran expansión y florecimiento gracias a las familias de origen morisco. Veremos como esta y otras prendas tradicionales perviven con igual o diferentes acepciones en varias poblaciones del Magreb.
Usar ciertas prendas, pulseras y arracadas a “la morisca”, pintarse lunares, fabricar una shashiya en un “banku”, aplicarle “carmín” y “afinar” o recortar el “burdi” sigue siendo además habitual en algunas poblaciones tunecinas que se sienten orgullosas de dichas tradiciones. Lo andalusí y lo morisco en el Magreb denota pues distinción, aportación, evolución, refinamiento, esplendor, desarrollo y orgullo. Un orgullo que a veces se interpreta como cierta superioridad gracias al poder que dichas familias adquirieron a nivel político y económico en Rabat, Tetuán, Fez o Túnez. Hacia 1720 un viajero definía a los descendientes de los moriscos tunecinos como «más civiles y corteses que los demás habitantes», aunque «arrogantes, severos y ávidos de gloria», algo de lo que todavía se hacen chistes en Túnez, nos dice Raha Yassine.
Además de prendas y otro tipo de mercancías, saberes, libros, códices y copias de manuscritos andalusíes llegaron a la otra orilla amasando un legado familiar; el patrimonio documental y bibliográfico heredado de generación en generación al menos desde el siglo XV en Marruecos.
Ciudades marroquíes
El penúltimo capítulo se adentra a dos ciudades marroquíes de personalidad muy marcada por el denso patrimonio material e inmaterial preservado por sus gentes. Chefchaouen y Tetuán, ésta última ciudad andalusí, “viva” tal y como se detalla y deduce de los informes de justificación de su declaración como patrimonio mundial por la Unesco.
Tendremos la oportunidad de reconocer barrios, mezquitas, calles, adarves y viviendas de las que asoman las voces de sus herederos, algunos con antropónimos castellanos, conscientes y responsables de lo que representan y del deber innato de venerar a sus antepasados a través del legado de su memoria oral, y de sus archivos de incalculable valor. Este estudio se cierra con un último capítulo sobre al-Andalus como idea, objeto, paradigma de contemplación y evocación artística. Se mencionan aquellos autores árabes que tanto en la poesía, teatro y narrativa han tomado como referencia, personajes, ciudades, temas andalusíes y moriscos que les inspiraron. Todo ello sin olvidar la creación audiovisual en sus distintos formatos donde al-Andalus nada entre la ensoñación estética, ficción de entretenimiento y pretexto para analizar el mundo árabe contemporáneo.
Este trabajo, no tendría sentido sin la base bibliográfica que lo sustenta donde el lector hallará desde fuentes andalusíes y magrebíes así como monografías generales y obras de consulta de grandes y diferentes autores: Emilio García Gómez, Henri Terrasse, Georges Marçais, Pedro Martínez Montávez, Julio Caro Baroja, Mikel de Epalza, Antonio Domínguez Ortíz, María Jesús Viguera, Mercedes García-Arenal, Luis Bernabé Pons, José Antonio González Alcantud, Jorge Lirola Delgado, José Manuel Puerta Vílchez, Emilio González Ferrín. A ellos sumamos los estudios específicos de investigadores de la talla de Mohammed Benaboud, A. Gafsi Slama, A. Shafik, L. Abu Shams, Antonio Almagro Gorbea, Basilio Pavón Maldonado, Manuela Cortés, Manuela Marín, Expiración García Sánchez, Gonzalo Gozalbes Busto, Joaquina Albarracín Navarro o Clara Thomas, entre otros.
En suma, cuando las familias andalusíes del Magreb siguen preservando con empeño su legado documental, más allá de mitos y nostalgias, inconscientemente se amarran a un cordón umbilical que los une a sus orígenes y también a España. Todo ello hay que entenderlo en el sentido que refiere el profesor Benaboud: “Dada la dimensión universal de la cultura andalusí, su continuidad fue asegurada después del fin del estado andalusí como entidad política a partir de finales del siglo XV (…), siendo los propios andalusíes o moriscos que se instalaron en ciudades como Tetuán quienes explican y sostienen la autenticidad de dicha transmisión”. Dicha cuestión también la vemos en el poema del Naŷīb Abū Mulham, cuando el refugiado se convierte en profeta de la tierra que le acogió:
“Amigo, yo soy aquél huésped que se ha convertido en anfitrión, aquel visitante que se ha vuelto residente, aquel extraño que ya es un familiar más”.
El legado de al-Andalus. La herencia andalusí y morisca en el Magreb puede adquirirse en la siguiente web de la editorial Almuzara.