Joyas bereberes en Mallorca

Autor del artículo: Jorge Dezcallar

Fecha de publicación del artículo: 10/05/2007

Año de la publicación: 2007

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El próximo día 15 de mayo se inaugura en Valldemossa (Mallorca) la Exposición Joyas Bereberes. Colección Jorge Dezcallar de Mazarredo, acogida por el Gobierno de las Illes Balears y el Ayuntamiento de Valldemossa.

Esta exposición de carácter permanente recoge la colección de joyas bereberes reunida por Jorge Dezcallar, que fue Embajador de España en Marruecos, a lo largo de estos últimos años. Cuenta con unas 260 piezas de alto valor etnográfico, procedentes de Marruecos, Argelia, Libia, Túnez y Mauritania.

Los berberes, o ‘imazighen’

Mujeres de Khenifra, Marruecos

Son las poblaciones originarias del Magreb, un inmenso espacio de unos cuatro millones de kilómetros cuadrados que se extiende entre los confines del desierto del Sáhara y las costas mediterráneas y atlánticas del extremo noroccidental de África.

Ferozmente independientes, los bereberes, o imazighen, siempre se opusieron a los invasores fenicios, romanos, bizantinos, vándalos y árabes, todos los cuales dejaron huella en su cultura. Sin embargo, una vez islamizados se convirtieron en la fuerza de choque de los árabes que conquistaron la península ibérica en el año 711. También los almorávides y los almohades fueron bereberes, como lo eran los Banu Ganiya que gobernaron la Madina Mayurqa (Mallorca).

El mestizaje de los bereberes con la población hispano-romana fue muy intenso y se prolongó durante 300 años en Baleares, dejando una fuerte influencia en la toponimia, la agricultura y algunas costumbres locales. El propio nombre de Valldemossa tiene este origen, el Valle de Muza.

Hoy en día los bereberes constituyen el 40% de la población de Marruecos y el 25% de la de Argelia, con porcentajes menores en Túnez, Libia y Mauritania.

A lo largo de los siglos y en lo alto de sus montañas, los bereberes han conservado su lengua y sus tradiciones. Parte de esta antigua cultura son las joyas que presenta esta colección. Es probable que las mujeres valldemossinas de hace mil años realzaran sus encantos con adornos muy parecidos a los que aquí se muestran.

Valor simbólico y pecuniario

Colección Jorge Dezcallar

En el mundo bereber, al igual que ocurre en otras sociedades tradicionales, la vestimenta, el peinado, los tatuajes y las joyas proporcionan mucha información acerca de la pertenencia clánica y tribal, el nivel social e, incluso, el estatuto personal de la mujer que las luce y su cualidad de casada, soltera o viuda. En algunos casos, como ocurre con el «adwir» de la Kabilia argelina, incluso nos indican que su portadora es la madre orgullosa de un hijo varón cuando lleva esta joya en la frente y no sobre el pecho.

Las joyas las compran los hombres en los años de bonanza económica. Pueden ser vendidas en momentos de dificultad, como cuando se producen malas cosechas. Pero si son los varones quienes fabrican y compran las joyas, son las mujeres en cambio quienes las disfrutan, ya que en principio les pertenecen y son su seguro de vida en caso de viudedad o de repudio por parte del marido. Por eso las portan siempre encima, y no es extraño encontrar a una pastora llena de cadenas y pulseras de plata en remotos pastizales, mientras atiende a sus ovejas. En la sociedad bereber, robar a una mujer sus joyas se considera un delito particularmente grave que se castiga con severidad.

Valor estético y mágico

Colección Jorge DezcallarComo en todas las culturas, desde los tiempos más remotos, las joyas han tenido la finalidad de embellecer a sus portadoras. Lo mismo ocurre en el mundo bereber, donde las mujeres usan joyas, y también asesoran a los hombres para el montaje de collares y diademas.

Además de embellecer, algunas joyas tienen un sentido eminentemente práctico, como sucede con las fíbulas, conocidas ya por griegos y romanos, que se siguen empleando en zonas rurales para sujetar las vestimentas.

Las joyas tienen además en el mundo bereber una función profiláctica, en el sentido de que  atraen la buena suerte sobre quien las lleva, al tiempo que alejan a los malos espíritus portadores de enfermedades y desgracias. Para ello, incorporan en sus diseños un rico simbolismo asociado con colores, números, formas y dibujos, cuyo origen se ha perdido y es hoy ampliamente desconocido, aunque perviva en las costumbres. Exigen la repetición de ciertos modelos para obtener eficacia, como es el caso del triángulo que esquematiza el pubis femenino y se vincula con la fertilidad, desde que los fenicios importaran el culto a la diosa-madre Tanit, así representada.

El rojo del coral se asocia a la vida y se cree que evita las hemorragias. Por su parte, el ámbar remite a las nociones de poder y riqueza. Por otra parte, se afirma sin asomo de duda que la representación figurativa o abstracta de un escorpión o una serpiente evita la mordedura de estos animales. La paloma, en cambio, es sinónimo de fidelidad.

Colección Jorge Dezcallar

Algunas joyas refuerzan estos poderes mágicos incorporando pequeños receptáculos donde se introducen textos sagrados o cabalísticos. Particularmente potente es el numero cinco, que aparece en muchas piezas y tiene fama de ser muy eficaz contra el mal de ojo.

Los varones, por su arte, no visten joyas, aunque usan anillos y adornan sus cuchillos (gumías) y las culatas de sus escopetas.

En el mundo bereber, la orfebrería ha estado siempre en manos de artesanos y orfebres judíos, porque los musulmanes consideraban esta labor impura al pensar que el dominio de estas técnicas exigía un pacto con los diablos (yenún), que desde las tinieblas del centro de la tierra controlan el fuego necesario para la fundición de los metales. La emigración de los judíos en años recientes a Israel, y la globalización uniformadora de las formas de vida y de vestir, marcan el final de la producción de estos dijes.