La mano de Fátima se ha convertido en uno de los símbolos más recurrentes a la hora de realizar joyas, accesorios e incluso tatuajes en el mundo occidental. Su origen se encuentra a medio camino entre la Historia y las leyendas.
La popular mano de Fátima, o jamsa (cinco, en árabe, en alusión a los cinco dedos de la mano), es una representación plana de una mano abierta, con los dedos extendidos. Suele estar constituida por un diseño estilizado, en el que el dedo corazón actúa como eje de simetría, lo que hace casi imposible distinguir si se trata de una mano derecha o una izquierda.
Y aunque se suele asociar con la cultura arabo musulmana, se trata de un talismán de origen preislámico ya existente en la religión púnica y la cultura cartaginense, asociado a la diosa Tanit. Está igualmente muy arraigado entre los imazighen, o bereberes, donde se lo conoce como tafust. En hebreo se llama asimismo jamsa.
Este popular amuleto adoptaba ya en la Edad Media diseños variados. En la tipología áulica de los jarrones nazaríes de la Alhambra, por ejemplo, su superficie se amplía más allá de la muñeca hasta abarcar el antebrazo, adornándose este con amplias mangas. Asimismo, la mano puede albergar a veces en su interior ojos, que acentúan su significación talismánica, e incluso incorporar inscripciones epigráficas de carácter coránico.
Este icono fue un símbolo de providencia divina, generosidad, hospitalidad y fuerza o poder entre los musulmanes medievales, especialmente los shiíes. Se le consideraba un amuleto eficiente que expulsaba los malos espíritus causantes de las enfermedades y las desgracias, además de repeler el mal de ojo. De hecho, llevar talismanes como protección contra el mal de ojo, o aojamiento, fue una de las muchas prácticas preislámicas absorbidas por la cultura islámica primitiva y tolerada por su teología.
Aunque se suele asociar con la cultura arabo musulmana, la mano de Fátima es un talismán de origen preislámico ya existente en la religión púnica y la cultura cartaginense, asociado a la diosa Tanit.
La eficacia de este amuleto está relacionada con el poder mágico del número cinco. Como ya señaló René Guénon, también se ha intentado tradicionalmente explicar el valor de este guarismo mediante su equivalencia con las cinco letras del nombre de Allah en árabe. Además, en la tradición suní, la mano es la síntesis de la ley del Profeta, ya que se identifican los dedos con los cinco pilares o preceptos del islam (el testimonio de fe, la oración ritual, la limosna, el ayuno y la peregrinación), mientras que la tradición shií los ha relacionado con las cinco personas sagradas pertenecientes a la familia del Profeta (Muhammad, Ali, Fátima, Hassán y Hussein).
Protección contra el mal de ojo
El mal de ojo, también llamado fascinación, es una creencia extendida por todo el mundo que se documenta ya en el Antiguo Egipto y en las culturas antiguas del Creciente Fértil. Los romanos también conocían esta superstición, y la denominaron “fascinatio” o “fascinum”, la cual fue transmitida al mundo medieval. Esta creencia se basa en la convicción, transmitida por Platón en el Timeo, de que la visión se produce por la proyección a través de los ojos de unos rayos o fuego visual que, al ser emitidos por almas contaminadas, dan lugar al mal. En el mundo islámico, sin embargo, se considera que este mal de ojo procede de la envidia, según explica Ibn Jaldún.
El mal de ojo, también llamado ‘fascinación’, es una creencia extendida por todo el mundo que se documenta ya en el Antiguo Egipto y en las culturas antiguas del Creciente Fértil.
En el Corán, Dios señala y reconoce la existencia del mal de ojo, y las tradiciones islámicas admiten que el propio Profeta aceptaba el uso de talismanes, siempre que estuvieran basados en los textos coránicos. En la Arabia preislámica, según Tertuliano, las mujeres se protegían del mal de ojo cubriéndose el rostro con un velo, e incluso por un fenómeno de magia simpática, Además, los ojos de determinados animales con presunto poder fascinador, como el lobo, eran utilizados como amuletos, igual que algunos minerales o piedras, entre ellas el azabache.
No obstante, la ortodoxia religiosa, en especial la sunní, no admite el uso de este tipo de talismanes, considerándolos una práctica politeísta y supersticiosa. Para ellos, solo Allah y el Corán tienen la capacidad de proteger al individuo.
¿Por qué Fatima?
La jamsa es denominada habitualmente “mano de Fátima” y hay diferentes teorías acerca del por qué de este hecho. Con frecuencia, se atribuye el origen de esta expresión a los europeos establecidos en el Norte de África durante el Protectorado, especialmente los militares franceses que tenían la costumbre de llamar Fátima, de forma despectiva, a todas las mujeres argelinas o tunecinas.
Los estudios más recientes, sin rechazar tampoco abiertamente la hipótesis anterior, abogan por su conexión con Fátima al-Zahra (606-632), hija predilecta de Muhammad. Ningún pasaje documentado de la vida de Fátima sugiere relación alguna con este símbolo, aunque las cuantiosas leyendas posteriores asociadas a ella hacen referencia a su carácter maternal y protector, lo que tal vez podría vincularla con el amuleto de la mano.
Autores como A. Maitrot o Probst-Biraben recogen el relato, sin ninguna validez histórica, de que durante la batalla de El Bedr Hanin (624 H.), que consagró la pujanza de Muhammad, los partidarios del fundador de la nueva religión no tenían estandarte o bandera, por lo que confiaron su pena a la hija predilecta de su jefe, Fátima, quién mojó su mano en la sangre de un herido y la imprimió sobre su velo.
Extensión del símbolo
Gracias a la permeabilidad cultural bajomedieval, su uso trascendió las fronteras políticas para ser asimilado también dentro del ámbito cristiano y judío en contacto con el islam. Entres las tradiciones religiosas y culturales no musulmanas que han adoptado el símbolo, encontramos, por ejemplo, la de los judíos sefardíes, que con frecuencia han usado el símbolo de la mano extendida como amuleto para salvaguardar personas y hogares.
Como amuleto protector y apotropaico se ha seguido empleando desde entonces hasta la actualidad dentro del ámbito musulmán o de pasado musulmán, donde lo podemos encontrar en puertas, viviendas y también decorando la joyería o metalistería popular. Hay infinitos ejemplos desde la península ibérica y el norte de África a Palestina, así como en el sur de Italia, sobre todo en la zona de Nápoles.
Gracias a la permeabilidad cultural bajomedieval, el uso de la jamsa trascendió las fronteras políticas para ser asimilado también dentro del ámbito cristiano y judío en contacto con el islam.
De hecho, la cultura constructiva popular española ha incorporado este icono en forma de aldabas en no pocas puertas. La palabra aldaba viene del árabe hispano aḍḍabba, y este del árabe clásico ḍabbah, que significa ‘lagarta’, por su forma, en origen semejante a la de este reptil. Aunque aún se pueden ver aldabas en forma de reptil en algunas viviendas de la península, la mayoría ha adoptado la forma de una mano que evoca la jamsa.
En la actualidad, este motivo está además ampliamente difundido como consecuencia del fenómeno de la globalización, y es muy común encontrar personas de cultura occidental que llevan collares o pulseras con el símbolo de la jamsa.
Referencia: SILVA SANTA-CRUZ, N. (2013) La mano de Fátima. En Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. V, nº10, pp. 17-25. e-ISSN: 2254-853X. Madrid: Universidad Complutense.