Reseña del libro Anarchist, Artist, Sufi: The Politics, Painting, and Esotericism of Ivan Aguéli, editado por Mark Sedgwick (ed. Bloomsbury). Tanto la reseña como el libro profundizan en las múltiples facetas que caracterizaron el trabajo político, religioso y artístico de Ivan Aguéli, así como la lucha que llevó a cabo contra la islamofobia.
Artista, anarquista, teósofo y sufí, el artista sueco acuñó el término islamofobia en 1904 y defendió el islam contra los estereotipos occidentales.
Los nuevos movimientos religiosos contribuyeron significativamente (de forma desproporcionada incluso, si se tiene en cuenta el número de sus adeptos) al nacimiento y progreso del arte modernista. De entre todos estos artistas, que fueron espiritualistas, teósofos, rosacruces o seguidores de otros movimientos espirituales (la lista incluye a luminarios como Piet Mondrian y Giacomo Balla, miembros de diferentes ramas de la teosofía), el pintor sueco Ivan Aguéli (1869-1917) constituye un caso especial. Durante décadas fue poco conocido fuera de los círculos especializados tras su muerte en 1917; sin embargo, fue honrado posteriormente con un museo en Sala (Suecia), su ciudad natal, e incluso con sellos del servicio postal sueco.
El libro Anarchist, Artist, Sufi: The Politics, Painting, and Esotericism of Ivan Aguéli (Londres: Bloomsbury, 2021), recopila una colección de 14 ensayos y textos clave de Aguéli, editados por Mark Sedgwick, uno de los principales estudiosos de la corriente esotérica conocida como Tradicionalismo, y ofrece la primera evaluación completa en inglés del pintor e intelectual sueco.
Las múltiples dimensiones de Aguéli
Se trata de un libro magnífico, que presenta al lector al menos cinco Aguéli diferentes, que son, por supuesto, uno y el mismo. El primero es el Aguéli anarquista, que se sintió atraído por la política radical en Francia, donde fue a estudiar arte y conoció a importantes líderes anarquistas como Pedro Kropotkin, a quien visitó en Londres. En 1894, Aguéli acusado de complicidad con el terrorismo anarquista fue detenido en París; sin embargo, su violencia era puramente verbal y, finalmente, fue declarado inocente. Más tarde, participó en actividades ilegales, como su disparo múltiple sobre un torero español en 1900, en una campaña contra las corridas de toros, sin conseguir herirle, pero alcanzando a un banderillero. El acto reflejaba una pasión por los derechos de los animales que duró toda su vida, y que se desarrolló tras su encuentro con la feminista francesa Marie Huot, 22 años mayor que él, con la que Aguéli entabló una estrecha amistad que puede o no haber incluido un elemento romántico.
Es un libro magnífico, que presenta al lector al menos a cinco Aguélis diferentes, que por supuesto son el mismo.
Posteriormente Aguéli abandonaría la política, pero la política le persiguió toda su vida. Durante los disturbios de la Primera Guerra Mundial en España, a la que había sido deportado desde Egipto en 1916 tras haber sido acusado falsamente de ser un espía otomano, fue considerado sospechoso y perseguido por los distintos bandos enfrentados. Este hecho pudo haber influido en su muerte, ya que fue misteriosamente atropellado por un tren cerca de Barcelona el 1 de octubre de 1917.
El segundo Aguéli es el buscador espiritual, que se hizo miembro de diferentes movimientos espirituales. De joven se interesó por el místico sueco Emanuel Swedenborg y se hizo amigo de Adolph Boyesen, el primer pastor de la recién creada Iglesia Swedenborgiana de Estocolmo. En París, se unió a la masonería y a la Sociedad Teosófica. Como señala Per Faxneld en su capítulo, estas elecciones no eran típicas de los medios «marginales», ya que tanto la teosofía como la masonería eran bastante mayoritarias en Suecia en aquella época.
El tercer Aguéli es el tradicionalista. El rol del pintor sueco en el desarrollo del tradicionalismo es controvertido. Otro libro de 2021, Ivan Aguéli: the Pearl upon the Crown, autoeditado por Oliver Fotros, acusa explícitamente a René Guénon, maestro esotérico francés de los orígenes del Tradicionalismo, de haber ocultado el papel clave de Aguéli en su introducción al islam, y de haber plagiado obras de su socio sueco sin citarlo. Un capítulo de Mark Sedgwick en Anarquist, Artist, Sufi aclara, de hecho, lo que Guénon debe a Aguéli, y cómo los Tradicionalistas posteriores trataron de restar importancia a su función. Fue Aguéli quien transmitió a Guénon una iniciación sufí válida. También fue a través de Aguéli que Guénon se convirtió al islam en 1911, aunque no empezó a vivir como musulmán piadoso hasta que se trasladó a El Cairo en 1930. Sin Aguéli, escribe Sedgwick, tal vez «el tradicionalismo podría haber seguido centrado en el Taoísmo y la Vedanta, y Guénon podría no haber adoptado nunca el camino del islam después de 1930».
El cuarto Aguéli es el pintor. El libro muestra claramente la influencia del esoterismo en sus obras, sus relaciones con otros pintores teosóficos y con los libros que exponen las teorías esotéricas de los colores. Incluso el sufismo se revela en lo que Simon Sorgenfrei llama los «paisajes monoteístas» de Aguéli. Por otra parte, la visión de Aguéli sobre el arte era muy diferente a la de los Tradicionalistas posteriores, ya que no solamente apreciaba los movimientos modernistas como el cubismo (que los Tradicionalistas consideraban antitradicional y subversivo) sino que incluso encontraba en ellos una dimensión espiritual.
Un crítico de la islamofobia
A los lectores de Bitter Winter les interesará sobre todo el quinto Aguéli, el converso al islam y crítico de la islamofobia. Sin embargo, esta dimensión sólo puede entenderse en conversación con las otras cuatro. Aguéli pasó importantes periodos de su vida en Egipto. Aunque en un principio podría haber mirado a Oriente con una mirada orientalista y concebir su primer viaje como una búsqueda de lo exótico, siguiendo los pasos de Gauguin en Tahití, en 1898 se convirtió al islam y, durante el resto de su vida defendió su religión frente a las críticas occidentales. Si vivió de acuerdo con los preceptos del islam en su vida privada es una cuestión sobre la que los testimonios divergen.
A los lectores de Bitter Winter les interesará sobre todo el quinto Aguéli, el converso al islam y crítico de la islamofobia. Sin embargo, esta dimensión sólo puede entenderse en conversación con las otras cuatro.
Aguéli privilegió la vía mística de los sufíes, y fue iniciado en la Shadiliyya por el shaykh egipcio ‘Abd al-Rahman ‘Illaysh, quien también le dio a conocer las obras del místico medieval Ibn ‘Arabi y del líder religioso argelino, y promotor de la lucha contra el colonialismo francés, Abdelkader. Sin embargo, a diferencia de otros conversos europeos, Aguéli, al igual que Guénon, creía que para seguir el camino esotérico sufí había que abrazar también la vida exotérica de un musulmán.
Algunas de las observaciones de Aguéli en su defensa del islam contra los misioneros cristianos y los críticos racionalistas mencionadas en el libro editado por Sedgwick son bastante ingenuas. Por ejemplo, afirmó que, mientras que los ascetas sufíes que conoció eran normalmente delgados y demacrados, los monjes católicos aparecían bien alimentados y con sobrepeso, lo que hacía dudar de su espiritualidad. Algunos autores del libro critican, también, su interpretación universalista del islam, lo que puede ser otra forma disfrazada de orientalismo.
Sin embargo, el libro también llama la atención sobre la importancia de Il Convito/Al-Nadi, una revista multilingüe que se publicó en El Cairo entre 1904 y 1910, y que fue creada por Aguéli y el estudioso independiente del islam y agente de inteligencia italiano Enrico Insabato, cuya historia se cuenta en los capítulos de Paul-André Claudel y Alessandra Marchi.
Fue en el artículo «Los enemigos del islam», publicado en Il Convito/Al-Nadi en italiano en varias entregas en 1904, y reproducido en inglés en el libro, donde Aguéli acuñó la palabra italiana «islamofobia», mucho antes de su primer uso en francés en 1910 y en inglés, en 1923. En este texto, Aguéli distingue entre diferentes tipos de islamofobia, una cristiana, otra racista y otra racionalista, y muestra cómo todas ellas se basan en prejuicios y estereotipos. El artista sueco mantiene, sin embargo, algunos estereotipos propios, ya que afirma que la mala fama del islam se debe, en ocasiones, al hecho de que se confunda a los musulmanes con los «levantinos». Estos últimos, despreciados por su búsqueda única del «dinero » por «todos los medios», son en realidad –según Aguéli–una población formada mayoritariamente por cristianos de Oriente Medio, «y a veces por judíos», aunque, por desgracia, algunos egipcios musulmanes también se asemejen a los «levantinos» en su erróneo esfuerzo por ser más «europeos».
Fue en el artículo «Los enemigos del islam», publicado en Il Convito/Al-Nadi en italiano en varias entregas en 1904, y reproducido en inglés en el libro, donde Aguéli acuñó la palabra italiana «islamofobia», mucho antes de su primer uso en francés en 1910 y en inglés en 1923.
A pesar de todo ello, la función de Aguéli continúa siendo importante como ejemplo temprano de un occidental que identificó y denunció la islamofobia. En la actualidad, se ha llegado a argumentar que la palabra «islamofobia» ha sido acuñada por los musulmanes árabes o turcos con fines geopolíticos. Este libro demuestra que no fue así. Si hubo una motivación política, fue el esfuerzo del gobierno italiano (para cuyo servicio de inteligencia trabajaba Insabato) de presentar a Italia como amiga del islam en oposición a otras potencias coloniales, una estrategia que mantendría durante varias décadas. «Islamofobia» fue una palabra acuñada por los europeos para criticar a otros europeos. Las motivaciones políticas jugaron una función, pero no hay razón para creer que el deseo de Aguéli de defender el islam no fuera sincero y genuino.
Massimo Introvigne, sociólogo de las religiones italiano, es el fundador y director general del Center for Studies of New Religions (CESNUR).
Fuente: Bitter Winter
Traducción: Alfonso Casani – FUNCI