Ibn ‘Arabi, el sufismo y la arquitectura islámica

Autor del artículo: Cristina de la Peña Pacheco - FUNCI

Fecha de publicación del artículo: 26/07/2023

Año de la publicación: 2023

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¿Por qué el ser humano decide expresarse a través del arte y cómo lo hace? ¿Cuál es el verdadero significado de las formas artísticas que elige el islam? Las artes, en la medida en que suponen una fuerte herramienta de conmoción y deleite de los sentidos, son también un importante instrumento para avivar el espíritu y conducirlo hacia la divinidad. Por esta razón, la mayoría de religiones y culturas las emplean como vía de conexión con Dios.

El caso del arte islámico no es una excepción, pese a que muchos autores occidentales lo han estudiado tradicionalmente desde una perspectiva reduccionista, que limita el porqué de sus formas, composiciones y tipologías a una simple evolución de estilo que parte de las técnicas tomadas de otras culturas colindantes con los límites de su territorio.

Sin embargo, es fácil advertir que las formas del arte islámico, especialmente de la arquitectura, mantienen durante siglos unas características fijas e inmutables que la identifican, y que sirven de prueba para entender que su objetivo es transmitir unos valores espirituales que van más allá las modas estilísticas de cada momento.

El Risale-i Mimariyye, un tratado otomano de arquitectura escrito por Cafer Efendi a principios del siglo XVII y dedicado al arquitecto imperial Mehmed Aga, incluye una bella y evocadora cita que alude a la conexión profunda entre el acto divino de crear y el acto humano de diseñar:

¿Qué es esta exaltada mezquita y retiro para dar testimonio? ¿Qué es esta bóveda elevada y ornamento de lámpara? ¿Qué es esta ventana brillante, qué es este candil luminoso? ¿Qué es esta maravillosa creación y qué es esta bella forma? ¿Qué es esta bóveda del cielo, y qué es esta superficie del mundo? ¿Qué es este arco elevado, y qué es este gran pabellón? ¿Qué es esto? ¿Quién hizo semejante edificio? ¿Sin dibujos y sin matemáticas y sin analogía?

El sufismo, o tasawwuf en árabe, la tradición espiritual del islam que desarrolla la relación mística y esotérica del hombre con el mundo y la divinidad, entiende el sentido de la creación como el anhelo de Dios de ser revelado. Allah crea el universo para generar el paso de la oscuridad a la luz, y todo aquello que compone el universo contiene, por lo tanto, la esencia divina que debe ser develada. De este modo, el hadiz del “Tesoro oculto” afirma: “Yo [Allah] era un tesoro escondido, quise ser conocido, y para ello creé entonces el universo”.

Los testimonios relativos a la creación, a la estética y a la belleza en el islam, pueden aplicarse para entender esa conexión entre el acto de creación divina y el acto humano de diseñar. Para el célebre sufí persa al-Ghazali, “el mundo visible fue hecho para corresponderse con el invisible, y nada hay en este mundo que no sea símbolo del otro”. 

El gran místico murciano del siglo XII Ibn ‘Arabi, conocido como al-Sheij al-Akbar («El más grande de los maestros»), dice en su obra Las Contemplaciones de los Misterios:

Dios me hizo contemplar la luz de la intuición y la aparición de la estrella de la trascendencia y me dijo: en el interior de la Evidencia y de la intuición me escondo de quien se contente con los velos.

Ibn ‘Arabi y la importancia de la belleza

Ibn ‘Arabi, que nació en Murcia en 1165 y murió en Siria en 1240, es una figura clave en el desarrollo de la tradición sufí, y su corpus teórico y filosófico brinda una vía de acercamiento muy especial a la interpretación del arte islámico, sobre la que aún queda un largo camino de exploración. La investigadora iraní Mahsa Rahmani, que ha dedicado su tesis doctoral a este tema, señala los paralelismos entre la concepción del universo según las ideas de Ibn ‘Arabi y el sentido ontológico de la arquitectura (Rahmani, 2021).

El autor sufí desarrolló un pensamiento de orientación neoplatónica cuyo impacto fue muy grande, especialmente en el islam del este y en Turquía, aunque hoy en día se mantiene como una figura fundamental dentro del conjunto del pensamiento espiritual y la filosofía islámica. Sin embargo, a pesar de su origen murciano, pasa desapercibido entre los personajes más relevantes en la tradición cultural hispana.

La belleza de Dios es la fuente de toda belleza: física, espiritual, e intelectual, y por ello debe ser adorado a través de todas las formas de la misma, incluida la belleza temporal, como la que poseen las artes.

Veía el mundo como una composición de dos partes; una externa y visible y otra invisible, concibiendo el mundo externo y físico como un reflejo del invisible. Dios es el mundo invisible, y se refleja en el visible a través de Sus creaciones. Siguiendo los conceptos platónicos, que determinan que el amor es la fuerza primaria que mueve al mundo hacia la belleza y la perfección eterna, Ibn ‘Arabi definió la belleza como la causa de toda fuerza amorosa. Dios es amado porque es bello, y Él nos ama y ama todas sus creaciones porque ama la belleza (Allah Jamil, wa uhibbu el Jamal, Dios es Bello y ama la Belleza, afirma el hadiz, o tradición profética).

De este modo, Él es el origen y el fin del cosmos. La belleza de Dios es la fuente de toda belleza: física, espiritual, e intelectual, y por ello debe ser adorado a través de todas las formas de la misma, incluida la belleza temporal, como la que poseen las artes. La belleza es poderosa y atrae amor y deseo, y la armonía entre la humanidad y el universo se basa en el amor desinteresado (‘ishq) (Behrens-Abouseif, 1999).

La Verdad y la Unidad

El Profeta Muhammad dijo en otro célebre hadiz: “Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor”. El recogimiento, la meditación, el estudio del Corán o el seguimiento de las enseñanzas fundamentales del islam son actos esenciales para el acercamiento a Dios. El creyente debe realizar una práctica constante de aquello que le permita conocerse a sí mismo y, de ese modo, develar la divinidad que lo conforma y aspirar al conocimiento de Dios.

Dentro de los instrumentos que el islam desarrolla para ello, es fundamental la experiencia inmersiva que proporciona la arquitectura. La Verdad divina no posee una forma específica; su esencia es infinita y ningún recipiente tangible es capaz de contenerla. Para el sufismo, la Verdad debe buscarse más allá de los límites de la existencia superficial, pues toda forma sensible (zahir) contiene una esencia oculta (batin), una belleza interior que debe ser descubierta (Lomba Fuentes, 2000).

El místico y jurista del siglo XII Al-Kasani dice:

El conocimiento sensible de este mundo, es decir, del orbe del devenir, constituye el símbolo del conocimiento inteligible de este otro mundo. Lo físico es símbolo e imagen del orbe espiritual.

Sin embargo, el poder de conmoción de la arquitectura actúa como motor para buscar la Verdad oculta; la capacidad humana de sentir, de percibir el movimiento de su interior a partir de la contemplación de la belleza, es suficiente para iniciar el camino de elevación espiritual.

El propio Ibn ‘Arabi, en su obra El esplendor de los frutos del viaje, desarrolla esta idea del viaje espiritual que, en sus palabras, no tiene lugar más que en uno mismo. Basándose en su propia experiencia como asceta y viajero físico, pues pasó gran parte de su vida recorriendo Oriente, detalla que el verdadero viaje de la existencia no se realiza con los pies ni con el cuerpo, sino con el alma, con el espíritu, mientras se crean “nuevos órganos interiores de percepción”.

Este viaje, además, no tiene un fin definitivo, sino que culmina en la ascensión hacia la conversión en Luz, donde se contempla por fin la “ausencia de la ausencia”, y que sirve de puente hacia la propia esencia de uno mismo, donde Dios es quien señala el cruce (Ibn ‘Arabi, 2008).

La filosofía islámica, concretamente la ligada a la figura de Ibn ‘Arabi, mantiene una clara continuidad con la Antigüedad y especialmente la Tardoantigüedad. La concepción que Plotino tiene de la divinidad y que expresa en su idea de lo Uno mantiene muchas resonancias en la idea sufí de Unidad, Tawhid, pues el filósofo murciano defiende que existe en toda realidad una suerte de componente interno constante, un hilo conductor que atraviesa todos los niveles del ser, generando esa Unidad de la Existencia. A través de lo creado, de la materia, es como el místico puede revelar y conocer la presencia divina, que se hace visible en el cosmos, siguiendo un método de contemplación, disciplina e interpretación esotérica (ta’wil).

La idea de Unidad puede apreciarse claramente en las concepciones de la producción artística del islam, cuya intención es hacerla evidente para el ser humano, empleando el poder emotivo de las artes. Las formas artísticas no sólo generan placer, sino que también estimulan la imaginación y la capacidad de crear imágenes en la mente que conducen a pensamientos profundos. Además, la abstracción de estas formas, cuando se aleja de la figuración tangible, produce un efecto aún más estimulante y evocador como sucede, por ejemplo, con la música.

El reflejo de las formas de la naturaleza en un charco de agua ondulante, o la representación de un jardín vegetal a través de su esquematización en atauriques, son elementos plenamente evocadores y poéticos que contribuyen a la sensibilización del alma con más efectividad que la propia realidad.

La función de la geometría

Para entender mejor este complejo pensamiento, es importante analizar las obras de arte que mejor lo materializan. A menudo se percibe en el arte islámico una transformación de lo real en algo irreal, es decir, la esquematización de las formas y objetos de la realidad en su versión más abstracta reducen a puras formas geométricas lo que, como hacen otras culturas, podría imitarse de modo naturalista. Sin embargo, una mera imitación de la realidad del mundo visible no incentivaría la búsqueda de aquello que sobrepasa los límites de lo visible.

Uno de los mayores exponentes del dominio de la geometría en el arte islámico son las características decoraciones de ataurique que inundan las paredes de sus edificios. El primer elemento evidente de este tipo de ornamentación es el ritmo, transcrito de forma perfecta a través del sentido geométrico. Las representaciones de elementos vegetales y estrellas de la decoración del arte islámico generan un ritmo visual constante de expansión y contracción, de una fluidez que pretende evocar la que el sufismo considera propia del cosmos. El sentido de la Unidad en el sufismo defiende el origen y fin único de todas las cosas; de Allah se viene y a Allah se regresa.

En palabras del historiador del arte Titus Burckhardt, el islam es “la religión del retorno al origen, retorno que se nos muestra como la vuelta de todas las cosas a la Unidad” (Burckhardt, 2016). Ese origen no puede representarse de otra forma que a través de la geometría, que es la medida primigenia por la que se componen todas las formas visibles. La abstracción es el modo más fiel a la par que evocador de imaginar la esencia divina que confecciona el mundo.

Los patrones del ataurique y el arabesco recrean el proceso cósmico del Creador. Como los ciclos o las olas, simulan una sucesión sincrónica del tiempo mediante un efecto rítmico formado a partir de composiciones espaciales unidas entre sí que destacan sobre un fondo pasivo.

Foto de Pablo Gumiel Campos

La sucesión sin fin de estos elementos se extiende como las divisiones celulares, partiendo de un elemento primario, como es el punto, que los compone y que se multiplica dotándolos de infinidad. Las innumerables posibilidades de combinación de estas formas crean siempre, a partir de patrones muy similares en todo el horizonte artístico islámico, composiciones prácticamente singulares y únicas. Se renuevan constantemente sin dejar de expresar el sentido de Unidad, parangonando lo que sucede en la naturaleza pero a través de la abstracción de sus formas (Orselli-Dickson, 2017).

Los dibujos geométricos del arte islámico se basan en el número uno, desde el que proliferan reflejando la acción del Creador. La multiplicación de esta unidad se da en todas las direcciones, siguiendo una simetría e ignorando cualquier límite. Uno de los ejemplos más claros de ello es la decoración de las cúpulas, siendo las bóvedas de mocárabes de la Alhambra de Granada un paradigma excepcional. La ingeniosidad de los muhandis, o arquitectos, consiguió con el tiempo idear bóvedas cada vez más complejas y pesadas, pero más bellas por su aparente ligereza (Ruiz Souza, 2000).

El centro en la arquitectura es un recordatorio constante del concepto de Unidad Divina, y en estas construcciones se percibe una reproducción de la visión celestial del islam donde los mocárabes simulan una expansión del cosmos que procede de ese centro y que se multiplica.

Un hermoso y evocador poema persa del siglo XV dice:

El punto aparece en el círculo, aunque 

no estaba…

pues tal punto es el origen del círculo.

El punto crea en su girar el círculo,

a los ojos de quien lo mide.

Su principio y su fin se unen,

cuando el punto mide la totalidad 

del círculo.

Cuando éste se completa,

el compás junta sus pies con su cabeza,

y descansa.

Todos nosotros estamos sin

 Ser, sin Ser.

Estamos sin Ser, y Tú eres el Existente.

Llamó al mundo entero Su sueño; miró

una y otra vez,

y Su sueño era Él mismo.

Sayyid Ni’matullah Wali (s. XV).

Luz y color

Además del recurso de las formas geométricas, el arte islámico busca la representación de la divinidad a través de la luz y el color. Para el sufismo, la Pura Luz o Luz Absoluta de la divinidad es la que trae todo a existencia y, en su totalidad, resplandece tanto que el corazón del hombre no es capaz de percibirla, pero sí puede reconocer los colores y todo lo que en oposición a la oscuridad se hace visible, dice al-Ghazali, pues el color se manifiesta mediante la luz. De este modo, el color es un vehículo para el desarrollo del hombre esotérico, y lo percibe a través de su “ojo de visión espiritual” (‘ayn al-basirah) (Crespo, 2022).

Uno de los ejemplos más representativos de la plasmación de las teorías sufís y místicas acerca de la luz y el color en el arte es la arquitectura safávida, esencialmente por la gran presencia de desarrollo de la mística en la cultura islámica iraní. El místico safávida Lahiji afirmaba que el mundo en sombra que habitamos es la nada, mientras que la luz es el Todo, y como el Todo y el mundo de la Luz Absoluta sólo pueden ser experimentados por unos pocos, es labor del ser humano creativo evocar ese mundo luminoso a través de la obra de arte como su símbolo. Los espacios iluminados, la música, los olores, los colores y las formas, incluso los sabores; todo ello es una herramienta evocadora y muy útil para activar la imaginación y los sentidos y dirigirlos hacia la exploración del Ser y la divinidad.

Por otro lado, el mundo de los colores se considera un símbolo de la multiplicidad, esa capacidad de reproducción infinita de la Luz que, de nuevo, simbolizaría la Unidad Absoluta. Al simbolismo del blanco y el negro asociado a la Luz Divina y a la sombra de la oscuridad del mundo, se suma el sándalo, color de la tierra, que encarna para el geómetra el plano neutral y para el arquitecto, el suelo. Del mismo modo, el rojo se asocia al fuego y a la vitalidad, y se complementa por el verde, que caracteriza la superioridad del alma, y también el agua. El amarillo, que simboliza el aire, la contemplación, lo activo, se complementa por el azul, que representa la tierra, la inferioridad del alma, el final de los ciclos. Los dinamismos ascendentes y descendentes de estos colores completan un ciclo en constante movimiento.

En el islam, el verde es el color supremo por contener a los demás: es la unión de azul y amarillo, simboliza la esperanza, lo eterno, la fertilidad y su opuesto es el rojo. El hombre creativo genera estos colores y los transforma en arte participando de la alquimia, transmutando la materia en una actividad física y espiritual a través de una elección consciente de los colores que conduce a la transformación del alma.

Las armonías, los contrastes, los brillos y la complementación de los colores son un importante elemento de sugestión para la acción transformadora del arte y la arquitectura en el interior del espectador. Especialmente como complemento a la decoración de patrones geométricos, el color aporta una tercera dimensión a las formas, una profundidad que las dota de una belleza capaz de transformar totalmente su percepción a través de los tonos (Ardalan y Bakhtiar, 2007).

No debe perderse nunca de vista el gran componente místico que conlleva el acto de creación artística, pues son los ojos del artista aquellos capaces de ver más allá de la materia tangible a través de la visión espiritual, y es su intelecto el que transmite lo divisado a su ingenio para llevar a cabo la materialización de la obra de arte. Por esta razón es tan importante su labor de contribución al mundo y al ser humano, tanto como lo es la responsabilidad de este por entender y recibir de forma correcta su aportación creativa.

A través del estudio y la contemplación consciente de la geometría, el protagonismo del centro, la configuración de la cúpula, el espacio centralizado y el uso de la luz y el color en la arquitectura islámica, y aplicando las ideas del sufismo y de autores tan representativos como Ibn ‘Arabi, se pueden comprender mejor los fundamentos espirituales y esotéricos que empujan a la creación por parte de los artistas musulmanes, y extender en la idiosincrasia colectiva la idea de que el arte islámico posee una inmensa profundidad espiritual que debe ser reconocida.

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