Al-Ándalus, reflexiones para el diálogo

Autor del artículo: Margarita López

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El diálogo entre culturas es el objetivo de nuestra Fundación desde hace casi treinta años. Nuestra experiencia en todos esos años en la Fundación de Cultura Islámica, se ha basado en intentar abrir los caminos del diálogo entre la sociedad musulmana y la occidental. Para ello hemos desvelado al mundo occidental, la mejor esencia de la cultura islámica, a través de múltiples actividades culturales, procurando colaborar en la mejora de las relaciones interculturales y la erradicación de los prejuicios que, desde hace siglos, empañan la visión de la cultura islámica.

En este largo período de tiempo hemos sido testigos de excepción de la complejidad de esta relación y hemos sido capaces de adelantarnos a los acontecimientos, contribuyendo en cierta manera a definir algunos de los desafíos a los que nos enfrentamos en la actualidad.

A modo de introducción de la cuestión de la que hoy les voy a hablar, el talante intercultural que durante siglos mostró la civilización islámica, me gustaría resaltar las palabras del Premio Nobel Naguib Mahfuz, acerca de que “el verdadero Islam  no está en contradicción con el contenido de la democracia. En el Corán se recoge el concepto de Shura o Consejo.” La idea de Consejo, como la de Asamblea, se basa en no seguir una única voluntad, la propia, sino en contrastarla con otras voluntades y ver cuál es el consenso general, que debe predominar.

En resumen, señalar que los conceptos básicos de una democracia, sí estuvieron presentes en los primeros años del Islam, con un ejemplar carácter igualitario, que fue pionero en la historia de todos los gobiernos.

El Islam lleva implícito en su esencia ese mensaje igualitario, que anima a buscar lo positivo de cada cultura, armonizando diferencias formales, aunque lamentablemente, no siempre haya sido entendido en esos términos.

Azulejos toledanos de arista

En definitiva, la fusión entre culturas, como consecuencia de ese igualitarismo, no es un producto de nuestra época. Se ha dado en muchas ocasiones históricas, por encima de las creencias y las tradiciones, con resultados enormemente positivos. Y esto es lo que sucedió en al-Andalus, al menos durante el siglo X, y que hoy puede servirnos de ejemplo.

Reflexiones sobre la permanencia andalusí en España y Portugal

Como todos sabemos, con el nombre de al-Andalus denominamos el espacio territorial y político en el que permaneció el gobierno y la cultura islámica, durante siglos (del s. VIII al XV), en la Península Ibérica. Lo que hoy es Portugal y España. Esa permanencia, en general fructífera, fue de casi seis siglos en Portugal y de ocho  en España, especialmente en las zonas del sur, como el Algarbe y Andalucía.

La sociedad andalusí se compuso de árabes y bereberes, que fueron mezclándose étnicamente con los hispano-romanos y visigodos, ya establecidos en la península; integrando así un fecundo mestizaje. Durante la existencia de al-Andalus coexistieron en paz, bajo gobierno musulmán, al menos durante el siglo X, musulmanes, cristianos y judíos.

Sin embargo, la trascendencia histórica y social que tuvo esta permanencia, así como el magnífico legado islámico que nos dejó, tanto en las artes, como en las ciencias, en el idioma y las tradiciones, apenas han sido reconocidos por la historiografía española posterior. Muchas veces por olvido, otras por negligencia y las más por deseo de ocultarlo.

Nuestra Fundación se ha esforzado en informar sobre ese pasado histórico común, así cómo en reconocer cuánto le debemos a la cultura islámica, como piedra angular de los avances de Occidente, a partir del Renacimiento europeo. Génesis clara, de esa alianza de civilizaciones, que hoy preconizamos.

Una corriente de investigadores españoles y franceses, como Levi-Provençal y Asín Palacios, cuyos trabajos han demostrado la simbiosis hispano-musulmana en los más recónditos tejidos del carácter español, han venido a cubrir una serie de lagunas sociológicas, que existían desde hace mucho tiempo, ya que la importancia del factor islámico en la Península Ibérica, fue generalmente objeto de ignorancia, desconocimiento u olvido voluntario, como hemos dicho.

Los más grandes arabistas españoles, como Ribera, Codera o D. Miguel Asín Palacios en la primera mitad del siglo XX, abrieron las puertas a otras consideraciones más veraces y positivas, de las que hasta entonces se habían contemplado entre los filólogos e historiadores.

Fue ya posible hablar en España y Europa de esa herencia islámica etérea y subyacente en el modo de ser de las gentes de nuestra Península, que se manifestó en los primeros tiempos de la llegada del Islam, mediante una aceptación de la religión islámica, por parte de un sector de la población hispana que era arriano, rama del Cristianismo muy coincidente con los contenidos islámicos.

También detectamos esa herencia islámica entre la población peninsular, en el  gusto por la filosofía popular de los refranes, esa tendencia providencialista a lo divino, la afición a peregrinaciones y romerías, la concepción a «su manera» del Más Allá, el uso de la tolerancia o cierto carácter hedonista…, revelan siglos de mestizaje cultural y étnico. Mestizaje incluso espiritual, que se funde y transporta en la utilización inconsciente de un lenguaje, el castellano, cuyo 20% se nutre con palabras árabes.

Mucho hemos discutido sobre el tema quienes nos encontramos en este barco de concebir al Islam como una civilización universal. Barco que se ha enfrentado a grandes tempestades. Autores prestigiosos como Américo Castro han plantado cara a los vientos que anunciaban los malos presagios de una nueva conquista que provenía de Oriente.

Pero la historia sigue su marcha, para bien o para mal. Hoy las emociones se han hecho más agudas en el campo de la dialéctica histórica, a tenor de los últimos sucesos de nuestra época. Propiciando, cada vez más el aumento de estereotipos negativos.

La génesis de al-Ándalus

Para intentar cambiar esos estereotipos negativos, y comprender hasta qué punto las culturas nunca se han desarrollado aisladamente unas de otras, sino que entre ellas se produce el fenómeno sociológico del intercambio, retomemos nuestro relato histórico a partir de la llegada de los musulmanes (árabes y bereberes) en el 711 a la Península Ibérica, en que comenzará a llamarse al-Andalus.

Carmen de los Catalanes, Granada

Los musulmanes tenían ya referencia de una excelsa tierra lejana en Occidente, a través de una serie de tradiciones islámicas y leyendas piadosas. De ahí que esas tierras andalusíes les fueran muy queridas y a ellas venían como a una tierra de promisión. Hay muchas tradiciones al respecto, pero escogeremos dos por su belleza y significado.

Según un hadit (o piadosa tradición islámica) el Profeta del Islam dijo:

“Los lugares mejores de la Tierra son los que están en el Magrib”

(Con ello se comprendía también a al-Andalus, en el Magrib)

También se cuenta una leyenda musulmana atribuida a Salomón (que recogemos en nuestro libro “El enigma del agua en al-Andalus). Estando Salomón sentado en su trono, pasó una nube y este profeta le preguntó de dónde venía; la nube respondió: “Vengo de una de las Puertas del Paraíso, llamada al-Andalus, y que está en el Extremo Occidente (al-Magrib al-aqsa`)

Al volver a preguntar Salomón hacia dónde iba, la nube contestó: “Hacia una ciudad de Persia”.

El rey quiso saber si esta ciudad persa superaba en algo a al-Andalus, a lo que la nube le respondió: “¡Oh Profeta de Dios! Todo lo contrario. El lugar de donde vengo es mejor que cualquier otro, como el Cielo es superior a la Tierra”.

Al cabo de medio siglo de permanencia en la Península, podemos decir que los musulmanes establecieron un auténtico imperio político y cultural, con capital en Córdoba, bajo el gobierno de la dinastía Omeya, reinstaurada en al-Andalus.

El equilibrio que floreció entre la sociedad andalusí, al menos durante el siglo X; equilibrio no sólo político, sino religioso, científico y de grandes frutos culturales, que la hicieron ser paradigma de ese diálogo intercultural, se debió básicamente a la aplicación de los valores islámicos en su plenitud. El Islam aportó en toda su grandeza una idea de universalidad que no se había conocido hasta entonces en la Península, así como el carácter tolerante de su concepción religiosa, junto a una prodigiosa capacidad de asimilación y creatividad, basada en la observación de naturaleza experimental.

Medina Azahara, Córdoba

Córdoba fue, en el siglo X, la capital del Islam en el occidente europeo y la ciudad más civilizada de Europa en esa época, según reconoció la monja alemana Roswitha. Emporio del saber y cuna de filosofía y de las ciencias, ya que cordobeses fueron filósofos como Averroes, médicos como Abulcasis, y astrónomos como Azarquiel.

Podemos recordar aquí algunas frases de gran historiador español del siglo XX, Ramón Menéndez Pidal, quien en su obra “España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam”, afirma:

“Es bien conocido que así como las más grandes y célebres creaciones de la actividad cultural de la Antigüedad se deben a los griegos, los grandes progresos realizados en el campo intelectual, desde el siglo VIII al XII, se deben a los musulmanes: el árabe era entonces la lengua del progreso, mientras que el latin, reducido en esta época a la lengua cultural del occidente europeo, no tenía ningún valor comparado con el árabe, como afirmaba aún el inglés Roger Bacon en pleno siglo XIII.”

“Dada la enorme superioridad de la civilización islámica, las influencias de ésta en el Norte de España se remontan al siglo VIII, pero es en los siglos XII y XIII, cuando fueron más intensas, pues se trasmitieron desde España a otros pueblos europeos de cultura cerradamente latina. Un fenómeno histórico constante se repetía entonces.”

Todos los progresos científico-filosóficos y tecnológicos, desarrollados por los sabios de al-Andalus, comenzaron a penetrar en Europa de una forma visible desde los siglos IX y X.

Cuando en al-Andalus, en un momento determinado de su historia, cesó la impronta de la aplicación de esos valores islámicos plenos, ya porque se obviaran por completo o se aplicaran equivocadamente, hubo un retroceso que supuso una crisis no sólo social, sino cultural y política, cediendo paso a la secesión y a la total desaparición de al-Andalus en 1492.

Las vías de transmisión intercultural

¿Cómo pudo realizarse esa transmisión cultural entre dos civilizaciones que “oficialmente”, estaban enfrentadas en el campo político y religioso, según ha quedado escrito por los cronistas poco objetivos de aquélla época?

Las vías de comunicación fueron tan sencillas que hoy nos sorprenden por su asombrosa actualidad:

1.- Los relatos orales de cuentos, poesías y, en general, literatura sufí, recogidas en las zonas de las fronteras, cristiano-musulmana, por los trovadores provenzales, se propagaron en Occidente de la misma forma que hoy se difunde una canción de moda.

2.- Los viajeros europeos que visitaron al-Andalus, para aprender la cultura superior de los musulmanes, como las matemáticas y la astronomía. (Ese es el caso de Gerberto de Aurillac, futuro Papa Silvestre II)

3.- Las intensas tentativas de acercamiento político y también cultural entre al-Andalus y los países europeos y de la ribera mediterránea, realizados por las diversas embajadas diplomáticas.

Estas embajadas venían a Córdoba en época del califato omeya para firmar toda serie de tratados de alianza, en los que se reconocía el liderazgo político-estratégico del Califa de Córdoba en el Suroeste de Europa, así como su importante papel en el control del Mediterráneo occidental, en pleno siglo X. Hasta Córdoba llegaron embajadas de los reyes de León y Castilla, del rey de Francia, del emperador de Alemania, del emperador de Bizancio, etc.

También fueron vías de comunicación entre la cultura islámica y la cristiana:

4.- Los refugiados políticos, como eran muchos mozárabes, cristianos que vivían conservando su cultura y su religión, en el seno de la sociedad musulmana, como dimmíes, acogidos a los pactos islámicos de protección, y que emigraron a tierras cristianas a partir del siglo XII, época de crisis política y religiosa en al-Andalus en la que la presión de la intolerancia religiosa aumentaba.

Estos mozárabes, educados en la lengua árabe por propia voluntad, trasmitieron sus conocimientos de la cultura islámica, en tierras bajo gobierno cristiano en el norte de la Península.

5.- Los scriptorium o bibliotecas de los monasterios cristianos del norte peninsular, especialmente el monasterio de Santa María de Ripoll en Cataluña, que entre los siglos XI y XIII registra la adquisición de una serie de libros de ciencia en árabe (matemáticas, astronomía, medicina, técnica, etc.) que fueron traducidos del árabe al latín por esos mozárabes procedentes de al-Andalus, grandes conocedores de la lengua y cultura árabes.

6.- Las escuelas de traductores, que desde la conquista cristiana de Toledo en 1086, fueron creadas en esta ciudad por obispos y reyes cristianos como Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII. El objetivo de estas traducciones, del árabe al latín y más tarde a la lengua romance, fue conocer en profundidad el contenido de toda la sabiduría islámica y sus avances científicos, acumulada en las grandes bibliotecas de Córdoba y de Toledo, que habían pertenecido a los anteriores soberanos musulmanes.

A partir del siglo XII, eruditos europeos y de la península, ya fueran musulmanes, judíos o cristianos, confluyeron en estas escuelas de traducción en Toledo. Formaban grupos de traducción y el que mejor conocía la lengua árabe leía el texto en voz alta, traduciéndola directamente a la lengua romance, y el copista, en general, un clérigo, escribía todo, traduciéndolo al latín. En estos grupos hubo italianos (Gerardo de Cremona), ingleses (Abelardo de Bath), escoceses Miguel Scoto) eslavos (Hermann de Carintia), e hispanos (Juan Hispalense), y entre éstos últimos algún mudéjar (musulmán entre cristianos) y varios judíos (Judá ben Mose), entre otros.

Fueron grupos donde coexistían, las lenguas árabe, latina, hebrea y romance, descubriendo con ello una concepción intelectual nueva, que transformaba los cerrados horizontes de Europa.

Las aportaciones científicas

A través de esas numerosas traducciones procedentes de las bibliotecas de al-Andalus, Europa conoció los numerales árabes que trajeron los musulmanes de la India, entre ellos el cero, aportado por los árabes bajo el nombre de sifr, origen de nuestra  palabra española “cifra”.

Se conoció el tratado matemático del persa al-Juwarizmi, al-Yabr, cuyo desarrollo aprendimos desde niños en las escuelas bajo el nombre de álgebra y algoritmos, palabras derivadas de esa obra y su autor. La traducción de los estudios del gran físico iraquí Ibn al-Haytham (siglo XI) sobre la óptica, la naturaleza corpuscular de la luz, y la constitución del ojo humano, abrieron las puertas a un gran progreso en Europa para el conocimiento de la oftalmología y sirvieron de base, pasados los siglos, para la construcción de telescopios y máquinas fotográficas.

Y así podríamos enumerar multitud de aportaciones científicas, como los conocimientos astronómicos de Maslama de Madrid, la botánica de Ibn al-Baytar de Málaga, o las técnicas de construcción de clepsidras de Azarquiel,  que por el camino de al-Andalus llegaron hasta Europa e hicieron posible el esplendor del Renacimiento europeo.

 

Las rutas marítimas y el comercio

Otra gran vía de comunicación, que no debemos olvidar, es la marítima, pues unió las riberas mediterráneas y el Oriente con Occidente, pasando muchas de esas rutas por al-Andalus.

Los intercambios comerciales en la Edad Media, fueron intensos por vía terrestre entre Europa y el mundo del Islam, gracias a los numerosos comerciantes que ejercían su profesión entre Córdoba y el Centro de Europa, o el oriente mediterráneo.

Muchos de estos comerciantes, al menos hasta el siglo XIII, fueron judíos, como Abraham de Tortosa, originario de esa ciudad catalana. Eran mayoristas, en el comercio marítimo se encargaban de fletar los barcos y contratar la tripulación. Y gozaban de una buena reputación social, considerados y respetados por la sociedad islámica y por el poder político musulmán.

A partir del siglo XIII, el tráfico comercial marítimo de al-Andalus se cedió por los reyes musulmanes a favor de comerciantes cristianos: catalanes, venecianos, florentinos, y especialmente a los genoveses. Estos últimos, los genoveses, fueron los más activos y firmaron un tratado con el sultán nazarí de Granada, por el que tenían el monopolio de la exportación al Oriente mediterráneo y a  Europa, de la seda granadina, los brocados de Almería, la cerámica dorada, los higos y pasas malagueños, los frutos secos y el azafrán.

Sin embargo, los intercambios comerciales no quedaron reducidos para los andalusíes en la cuenca mediterránea. El tangerino Ibn Battuta que visitaba frecuentemente al-Andalus, y otros viajeros de esas épocas, nos relatan en sus viajes al Extremo Oriente (Rihla), cómo encontraron en esas tierras a algún comerciante andalusí afincado en la India o en las Islas Maldivas.

En todos estos viajes a los confines del mundo, los musulmanes llevaban un objetivo, además del puramente comercial, y era la búsqueda del saber, que preconiza un conocido hadit.

La vuelta al Mediterráneo, de regreso a al-Andalus, la podían realizar los mercaderes andalusíes, según nos relata el viajero Ibn Yubayr al-Balansí (siglo XII), a través de barcos cristianos, siguiendo la ruta del litoral mediterráneo del norte, o en barcos musulmanes, en la ruta del litoral sur.

Es decir, dependía de las circunstancias del viaje, si el mercader había llegado al litoral por la ruta siria, lo más fácil era embarcarse en el puerto de San Juan de Acre, (Reino cristiano de Jerusalén, en esa época). O si el camino se había hecho remontando el curso del Nilo o el Mar Rojo, se embarcarían en Alejandría, puerto bajo autoridad musulmana.

En el puerto cristiano, según nos relata Ibn Yubayr, a pesar de estar en época de guerra de cruzadas, apenas tenían los mercaderes musulmanes ningún problema, mas bien al contrario; Ibn Yubayr señala muy intencionadamente que el trato de los aduaneros cristianos era mucho más amable y respetuoso que el de sus correligionarios en Alejandría.

Lo cual nos hace pensar, que en materia de comercio, las relaciones fueron siempre mucho más cordiales y tolerantes entre un mundo y otro, que lo que  cuentan las crónicas de guerras.

La herencia en la agricultura

 

Desde esos lejanos lugares, los andalusíes trajeron a al-Andalus, desde el siglo VIII, productos poco conocidos en Europa como el arroz, la caña de azúcar, el azafrán, el jengibre o el clavo, así como la canela de China; los cítricos, como el limón y la naranja amarga, y frutas como el melón y la sandía, procedentes del Sind (actual Pakistán), y otros muchos, procedentes del Magreb.

La llegada de todos estos productos a tierras andalusíes debemos verla como un hito sociológico, ya que se trataban de productos, muchos de ellos, desconocidos en la Península Ibérica; pero además, gran cantidad de estos productos, fueron aclimatados en tierras de al-Andalus, entre los siglos VIII al XII, y hoy podemos gozar de su consumo, sin que muchos españoles sepan que su disfrute se lo deben a los musulmanes de aquella época.

La aclimatación de las plantas supuso reactivar el sistema de regadío romano, muy deteriorado en la Península desde el siglo V; supuso también aumentar los canales de riego y ordenar escrupulosamente el reparto del agua.

De todo este sistema hidráulico, que aún permanece activo en algunas zonas del Levante español. Han quedado en el idioma cotidiano arabismos como acequia, alberca, noria, azud, aceña o saniya. También han permanecido ciertas instituciones del agua, como el Tribunal de las Aguas de Valencia, que aún se sigue reuniendo los jueves a la puerta de la catedral valenciana, y cuyo origen data del siglo X, de aquella institución creada por el califa cordobés al-Hakam II, la wikalat al-saqiya

La genial síntesis en el arte

Los alarifes y artesanos del mundo medieval islámico en general, y andalusíes en particular, tuvieron una gran capacidad de síntesis que dieron enormes frutos en los campos de la arquitectura, el arte y la artesanía. Los artistas musulmanes supieron  integrar los progresos técnicos de las civilizaciones romano-bizantina y persa, y al mismo tiempo imprimir en ellos el sello de su talento. La mezquita de Córdoba nos da un buen ejemplo de esta genial capacidad de síntesis del mundo islámico.

En este monumento cordobés del siglo X, se mezclan las columnas y el sistema de arcadas romanas, coronadas de capiteles clásicos corintios, y visigodos, junto a arcos orientales, mosaicos bizantinos, caligrafías cúficas con azoras del Corán, y magníficas bóvedas califales con simbología cósmica, que recuerda a Dios.

Esta simbiosis artística siguió estando presente en al-Andalus a lo largo de su historia, en el arte almohade y en el mudéjar.

Tanto las dinastías almorávides como almohades, procedentes del sur de Marruecos, dejaron su impronta artística en el territorio de la Península Ibérica. Obras como la Torre del Oro de Sevilla, la alcazaba de Jerez de la Frontera o la torre de la Giralda (s. XII) se debieron a iniciativa almohade.

Muchos españoles consideran a la Giralda como un emblema nacional, y ya se va conociendo que, esa torre tan querida, es el alminar de la destruida mezquita almohade de Sevilla.

Alminar que no corrió la misma suerte que el edificio porque, al ser tan bella, Fernando III y su hijo Alfonso X el Sabio, ordenaron bajo pena de muerte, que no se destruyera. Ahí ha permanecido firme como un testigo fiel de esa historia, que da testimonio de su parentesco con los otros alminares hermanos, el de la Tour Hassan y el de la Kutubiyya.

A modo de conclusión

La conclusión reflexiva de esta ponencia, debe ser volver nuestra mirada hacia esa panacea de los valores universales que es el Islam. Pero un Islam socialmente justo, equilibrado, que propugna la convivencia entre diferentes religiones y culturas y toma lo mejor de cada una. En este sentido, quiero resaltar las palabras de nuestro Presidente, Dr. Cherif Abderrahman Jah, en la reciente Reunión en Doha, del Grupo de Alto Nivel de la Alianza de Civilizaciones, a propósito del diálogo intercultural:

“ Pienso que la clave estriba en analizar cada cultura a través de sus postulados filosóficos, políticos, ideológicos y científicos, sin prejuicios, comprobando sus resultados prácticos con plena objetividad, y a la vista de ellos, detectar los fallos e intentar corregirlos, buscando lo positivo de cada cultura, y respetándolo, con la armonización de sus diferencias, porque, en definitiva, el Hombre es uno, aunque sea diverso, y una es su creencia, aunque se articule en distintas religiones e ideologías.

Y como ejemplo de haberse conseguido ese diálogo, en un momento de la Historia, hay que recordar a al-Andalus, un crisol de etnias, religiones y culturas, basado esencialmente en ese equilibrio entre las diferencias.»

Conferencia pronunciada en la Embajada de Brasil en Rabat, en abril de 2006.