(…) Cuando Jerónimo Münzer visita Granada en octubre del año 1494, fecha en la que la ciudad apenas ha sufrido transformaciones desde su conquista, recorre sus calles describiendo sus descubrimientos y, entre ellos, hace una alusión, que no nos debe pasar desapercibida, a la cantidad de espacios religiosos que hay en la ciudad:
«Subiendo a la torre, conté tal numero de mezquitas que es difícil de creer» (3).
Con la lógica reticencia y la justificada sospecha de una más que posible exageración en la magnitud de la cifra que da el viajero, que escribe para lectores alemanes de un mundo desconocido y lejano, lo que le permitiría ciertas licencias, lo cierto es que la visión de Münzer no estaba tan alejada de la realidad.
Para confirmar esa exagerada impresión, cuando María Teresa Martínez Pérez (4) realiza su interesante estudio sobre las mezquitas de Granada en los libros de habices, contabiliza un total de 137 espacios religiosos que de forma pródiga se repartían por la ciudad y su área de influencia; fundamentalmente mezquitas, gimas o rábitas que pueden aparecer en los habices con una u otra denominación en las distintas ocasiones en que se las nombran.
137 referencias sólo de los espacios religiosos que poseían bienes habices inven tariados en los listados elaborados en los años 1505 y 1527 para poner orden en esas propiedades y derechos, por lo que es lógico pensar en la existencia de muchos otros espacios que no aparecen, simplemente porque no eran habices o porque no los tenían (5).
La lista de esos espacios religiosos que hoy conocemos y que no figuran en los habices, es también significativa pero, por poner un ejemplo, la mezquita aljama de la medina, donde posteriormente se ubicaría el Sagrario de la Catedral, no aparece en ese listado, como no aparecen las grandes rábitas o zawiyas que se ubicaban extramuros y a las que, casi en exclusiva, dedicaré este texto.
Podemos considerar, por tanto, que eran muchas más las que se distribuían por la ciudad y por áreas cercanas de la misma y aun sin olvidar, como ya se ha puesto de relieve en anteriores estudios, que el tamaño de algunas de ellas era sensiblemente pequeño, no parece lógico, en relación a su importancia, el poco espacio que ocupa en la investigación reciente sobre el entramado urbano de la medina medieval y de la posterior ciudad cristiana.
Urbanismo medieval
De esa investigación general sobre el urbanismo medieval, es en la arqueología donde el vacío adquiere aún mayor significación porque evidencia además que, salvo en muy pocas excepciones, los investigadores no son ni tan siquiera conscientes de que pudieran estar excavando un espacio religioso, aunque haya que añadir en su descargo, que los elementos de identificación que pudieran tener los restos de estos edificios que los distinguiesen de otro tipo de inmueble, fundamentalmente viviendas, son ciertamente escasos. Sin embargo, incluso esos indicios que ya empiezan a ser importantes; ubicación, enterramientos cercanos, referencias históricas,… no son habitualmente tomados en consideración.
Sólo en los últimos años se han hecho algunas breves incursiones en la investigación arqueológica de estos espacios con las excavaciones realizadas en la ermita de San Sebastián o en la Zawiya de la carretera que une Granada con el vecino pueblo de la Zubia y ambas han sido el resultado de intervenciones preventivas por obras que afectaban a esos yacimientos y a los que me referiré más adelante. No existía, por tanto, un objetivo científico en esas intervenciones, sino de protección, por lo que, al margen de la mayor o menor calidad de las investigaciones realizadas, las limitaciones de los resultados son coincidentes con las de los objetivos.
También hay que añadir en esa lista de descargos que, de todos los espacios religiosos que existían, apenas han llegado unos pocos hasta nosotros y éstos muy modificados; la kibla, con su mihrab, del pequeño oratorio del Mexuar de la Alhambra, el oratorio del Partal, la ermita de san Sebastián, de la que también hablaremos más adelante y el oratorio de la Medersa de Yusuf I, también notablemente transformados. A estos escasísimos espacios habría que añadir los restos excavados de la supuesta zawiya de la carretera de la Zubia que, tras una azarosa investigación, fueron enterrados de nuevo para, sobre ellos, construir la ampliación de la carretera que va desde Granada a ese municipio de la vega de Granada.
La razón de ese vacío, de esa ausencia es que, desde los primeros momentos de la conquista castellana, esos espacios comenzaron a difuminarse, a desaparecer a través de procesos que sería conveniente recordar con el fin de intentar rastrear la existencia de alguno de ellos (6).
Como norma general la inviolabilidad de los bienes habices como donaciones pías, se mantuvo durante un corto periodo de tiempo, lo que permitió, en cierta medida, la pervivencia de escuelas, cementerios, morabitos y otros edificios mantenidos con ellos, dependiendo igualmente de los territorios en que se ubicaban.
«Yten es acordado e concordado que las rentas de las dichas algimas e cofradías e otras cosas dadas para limosnas e las rentas de las escuelas de avezar mochachos queden a la governaçión de los alfaquíes e que las dichas limosnas las puedan gastar e destribuyr como los dichos alfaquíes vieren que conviene y es menester. E que sus altezas no se entremetan en cosa alguna de las dichas limosnas ni ge las manden tomar ni enbargar agora ni en tiempo alguno para siempre jamás» (7).
Su mantenimiento era una exigencia que se solía plantear en los acuerdos de mudejarización inicial o en las negociaciones posteriores de esos acuerdos donde no había llegado la violenta aculturación que se produjo en el Reino de Granada tras la revuelta del 1500.
«En 1526 los moros de Valencia exigen algunas condiciones para su bautizo masivo a Carlos V, entre otras que los que habían sido alfaquíes se sustentasen en las mandas de tierras y posesiones que los moros habían hecho por vía de limosna…» (8).
Propiedades de habices
En Granada, ciertamente esta situación fue muy efímera y muy pronto
, tras la ruptura de las Capitulaciones, las propiedades y derechos sujetos a habices fueron cedidos al cabildo o a la Iglesia (9). A partir de ese momento una parte importante de esos espacios religiosos, y dependiendo casi siempre de su tamaño, fueron incorporados, de forma casi siempre ilegal, a viviendas de los nuevos ocupantes castellanos para pasar a cumplir diferentes funciones; en algunos casos simples habitaciones, pero también establos o corrales. Para desarrollar esas funciones, muchas de esas propiedades fueron simplemente derribadas, otras, sin ser anexionadas, quedaron en absoluto abandono hasta su desaparición igualmente. Otras, quizás las que más nos interesan desde el objetivo de su localización, se transformaron en espacios religiosos cristianos, aunque con tantas modificaciones que apenas son reconocibles en la actualidad.
De estos últimos, espacios religiosos modificados, las fuentes, fundamentalmente los habices, aunque también otros tipos de documentos o crónicas, nos hablan de una evolución hacia dos tipos de edificios sobre todo: ermitas e iglesias, aunque también aparecen algunos monasterios y conventos, como el de San jerónimo en el célebre morabito del Quemado en la actual ubicación del Hospital de san Juan de Dios.
Pedro de Medina narra con una sorprendente soltura el procedimiento habitual:
«… un obispo iba a la mezquita donde los moros se ayuntaban, según su seta mahomética, a hacer sus ritos y ceremonias y, entrando dentro el obispo, la bendecía y dedicaba a nuestra religión cristiana…» (10).
Aunque no siempre era tan fácil el proceso y a veces exigía algunas medidas imaginativas, como el caso que se narra en Valencia donde la mudejarización se mantuvo con algo más de normalidad que en el Reino de Granada:
«… Pretendían los moriscos que en el citado lugar de Azaneta existía la sepultura de un moro santo, a la cual desde antiguo acostumbraban concurrir con toda libertad, y «como si fuera en Fez», muchos moriscos de los pueblos comarcanos y aún de Ganada, Aragón y Cataluña, en número superior a veces a seiscientos, entre hombres y mujeres, que hacían el viaje descalzos, «como si fuera en romería». Y aconteció que, en la visita pastoral realizada en nombre del Arzobispo de Valencia por cierto Prelado, notó éste el escándalo producido por la celebración pública de las ceremo- nias mahometanas en la referida mezquita, y, por entender que su autoridad no era suficiente para ordenar el derribo de la misma, se limitó a señalar dentro del edificio algunas cruces de almagre, a fin de que, por estas señales, los moriscos en general, y los justicias y criados de D. Sancho, entendiesen que en adelante debían abstenerse de cumplir en tal lugar toda ceremonia mahometana. Al fin, la mezquita fue der ribada por orden de Felipe II» (11).
En cualquier caso, es bastante probable que la mayoría de estos espacios religiosos en el extrarradio de la ciudad y zonas rurales se convirtiesen directamente en ermitas en las que, incluso, se mantuvieron gran parte de las tradiciones islámicas existentes; sobre todo, romerías, que en tiempos islámicos solían celebrarse con el nombre de mussen, aunque también sometidas a curiosas transformaciones tendentes a su irremediable cristianización.
Desde esta consideración, es importante señalar además que, sobre esos edificios y sobre las propias prácticas que en ellos se desarrollan, se diseñaron desde los primeros momentos de la conquista castellana, pero sobre todo a principios del siglo xvii, estrategias específicas de eliminación y enmascaramiento, vinculadas a objetivos más amplios de aculturación de la sociedad granadina medieval.
Notas
- 3 Jerónimo Munzer, Viaje por España y Portugal, Madrid, 1991, pág. 288.
- 4 María Teresa Martínez Pérez, Las mezquitas de Granada en los libros de Habices. Anejo de Cuadernos de Historia del Islam, Granada, 1986.
- 5 Aunque la literatura científica sobre los bienes habices es variada, y en Granada hay lecturas imprescin- dibles a las que haremos referencia, las obras de Ana María Carballeria Debasa, Legados píos y fundaciones familiares en al–Andalus, (siglos iv/x –vi/xii), Madrid. CSIC, 2002, 416 págs. y de Alejandro Garcia Sanjuan, Hasta que dios herede la tierra: los bienes habices en al Andalus (siglos x al xv), Huelva, 2002, 492. págs., son dos textos que pueden aclarar cualquier duda al respecto. También Pedro Hernández Benito, La vega de Granada a fines de la Edad Media según la renta de los habices, Granada, 1990.
- 6 José Luis Orozco Pardo, Christianópolis. Urbanismo y Contrarreforma en la Granada del Seiscientos, Granada, 1985, pág. 67 y 68.
- 7 Miguel Garrido Atienza, Las capitulaciones para la entrega de Granada, Granada, 1910.
- 8 Pedro Longás, Presbítero, Vida religiosa de los moriscos, Madrid, 1915, pág. XLII.
- 9 Pedro Hernández Benito, La vega de Granada…, op. cit., pág. 10.
- 10 Pedro de Medina, «Del principio del reino de Granada», en Jesús Luque Moreno, La Granada del siglo
- xvi.Testimonios de la época, Granada, 2013, pág. 191.
- 11 Pedro Longás, Vida religiosa…, op. cit., pág. LV y LVI.
Extracto del artículo Algunos morabitos, zawiyas y rábitas en el Reino de Granada.