La revista Las nueve musas nos narra en este interesante artículo los enfrentamiento ocurridos en el s. IX (años 827-828) entre las tropas andalusíes exiliadas de Córdoba y asentadas en la isla de Creta y el Imperio bizantino. A través de su narración, ofrece una detallada descripción del desarrollo de las campañas militares de la época, la composición de sus flotas y los avances científicos de los que hacía gala cada bando. La batalla narrada constituyó la primera gran victoria cretense-andalusí contra Bizancio.
Antes del otoño —en septiembre, aunque las fuentes difieren[1]—, Bizancio finalmente mostró indicios de dolerse de aquellas incursiones andalusíes y de las pérdidas ocasionadas. Los espías avisaron a la capital, Khandaq, que el Imperio había ordenado que parte de la flota bizantina radicada en Sicilia se replegara hacia el Egeo.
Aquellos musulmanes andaluces comenzaban a preocupar al emperador Miguel II. Las escuadras árabes, sirias y egipcias habían irrumpido siempre en aquel área mediterránea, pero sus ataques limitábanse a simples razzias, usual guerra de desgaste en que procuraban hacer numerosos cautivos. Pero el caso de estos cordobeses presentaba distinto cariz. La proclamación de un Emirato en la isla confirmaba las sospechas del emperador. “Apohapsis” —helenización del nombre del emir Abũ Hafs— conquistaba para establecer bases permanentes. Aquellas incursiones probaban la intención de Creta: las islas invadidas eran fortificadas y dotadas, mientras sus nativos elegían permanecer bajo el nuevo gobierno o abandonarlas voluntariamente.
Llegado a Creta el anuncio del repliegue hacia el Egeo de las naves bizantinas de Sicilia, Abũ Hafs concentró su armada en las dos islas más cercanas del cinturón defensivo —Christianá y Día—, para salirles al paso e impedirles aproximarse a Creta, puesto que las fortificaciones del puerto y las murallas de Khandaq (actual Heraklyon) aún estaban edificándose.
Antes de zarpar, en la Mezquita se congregarían marinos, autoridades y pueblo para asistir a la ceremonia `aqd al-alwiya, durante la cual las banderas y estandartes, que tapizan los sagrados muros en tiempo de paz, se descuelgan y anudan a sus astas para la campaña militar. Los alfaquíes rezarían las oraciones de rigor, la sahãda —”No hay otro dios, sino Dios; solo Él…”— y los noventa y nueve nombres de Alá, mientras las enseñas eran anudadas y entregadas a los abanderados; luego recordaron a infantes de marina, remeros y tripulaciones que quien muere en batalla naval alcanza doble recompensa en el Paraíso que el caído en tierra[2] y, tras impetrar el auxilio de Alá para que otorgara vientos propicios, acompañaron en procesión a las banderas hasta el puerto, donde permanecieron hasta verlas izadas en los mástiles y presenciar su partida.
La proclamación de un Emirato en la isla confirmaba las sospechas del emperador. “Apohapsis” —helenización del nombre del emir Abũ Hafs— conquistaba para establecer bases permanentes.
Se cree que la flota cretenseandalusí doblaba a la bizantina; si los imperiales no recibían refuerzos, la victoria podía sonreír a los cretenses. Cuando los barcos bizantinos divisaron en lontananza las altas montañas de la isla, los andalusíes saliéronles al encuentro para alejarlos de la capital, Khandaq, y la contienda tuvo lugar en la bahía de Almiros. Acompañando a la norma bizantina, veíase sobre las arboladuras de los dromones enemigos el pendón del thema de Anatolia, que indicaba hallarse bajo el mando del estrategos Photeinós. Los esfuerzos del general por pisar tierra y dar batalla campal —las crónicas aseguran que fletaba caballos— fueron estorbados por la armada cretenseandalusí, y la contienda tuvo lugar en el mar.
Antes de narrar la batalla, veamos los tipos de barcos árabes que tomaban parte en conflictos navales del siglo IX y sus equivalentes bizantinos.
Barcos árabes
Shini (shiniyyãd), equivalente al dromon bizantino; barco de 130-135 pies de eslora y 18 de manga, impulsado por 200 remos y dos mástiles con velas latinas. Algunos llevaban ariete.
Shalandi (shalandiyyãt), podía llevar en cubierta cuadra para caballos (hasta 40). Impulsado por 100 o 120 remeros, también disponía de velas.
Harraqa, shini que en la proa disponía de sifón para lanzamiento del “fuego Naft”. De medidas similares a las del shini, podía llegar a servirse de 140 remos.
Shakhtũr (shakhturãh), barco de suministros; varios acompañaban siempre a los navíos de guerra. De fondo plano y anchos de manga, con aspecto panzudo, solo se movían a vela.
Hammãla, barco mercante. Se movía a vela.
Tarrida, mezcla de shalandi y shakhtũr, ya que era un barco de suministros con cuadra para caballos. Su nombre procede de la tarrãda, canoa de juncos de los árabes preislámicos del mar Rojo.
Barijãh, barco rápido y ligero, impulsado por remos y vela. Llevaba hasta 45 remeros. Útil en avanzadillas y como nave espía; similar al moneres bizantino. Solía ocupar los flancos en formación de batalla.
Fattãsha, embarcación espía ligera, análoga a la akatia eslava.
Cárabo (qauãrib al-jizma), navío de servicio.
Barcos bizantinos (koumbaria)
Dromon, aunque en principio era un barco de vela y remo, llamaron finalmente así a todos los navíos de guerra bizantinos; veamos las diferencias:
Chelandion o dromon de un ousiai, con 108 remeros y un mástil. Equivalente al shalandi árabe. Integraba cuadra para caballos.
Dromon de doble ousiai, era el doble que el anterior; llevaba hasta 230 remeros, 70 infantes de marina y dos mástiles; uno de cada dos remeros del banco superior, alternando, uníase a los infantes en la batalla.
Pirphora (πυρφορα), dromon que en la proa llevaba sifón para el “fuego griego”; equivalente al harraqa árabe.
Chelandion panphilon, inicialmente, barco de transporte (phortēgoi) de la región de Panphilia, usado para suministros. Llevaba como tripulación entre 120 y 160 hombres.
Skenophora, barco de suministros movido a vela. Equivalente al shakhtũr árabe.
Sandalion, embarcación de un mástil y cuatro remos, además de los dos timoneros. Barco pequeño que era remolcado por los grandes.
Moneres o galea, tenía un solo banco de remos de hasta 60 hombres; usado en exploración y avanzadillas de espionaje. Ocupaba las alas en batalla. Equivalía al barijãh árabe.
Akatia, embarcación pequeña y rápida de origen eslavo y ruso; llevaba hasta 45 hombres. Fundamental en misión de espionaje. Equivalente a la fattãsha árabe.(4)
El desarrollo de la batalla
La armada cretenseandalusí configuró un cerco que fue cerrándose hasta constreñir al enemigo, dejándolo a tiro de todas sus naves. Dentro de aquel letal anillo, los navíos bizantinos veíanse hostigados, dromones de todo tipo en anárquica barahúnda. En medio de la idílica calma marina estallaron el furor y el desconcierto. Las flechas, en enloquecida confusión, volaron cruzándose en el aire con sus enemigas. Muchas portaban mechas de estopa y brea prendidas. Los infantes de marina protegían con sus escudos a los arqueros mientras estos empulgaban y tensaban sus arcos.
Gritos desaforados de ambos contendientes, en árabe, en griego y hasta en romance hispano rivalizaban en estridencia y apremio transmitiendo órdenes. Sorprendería a los bizantinos que entre los gritos andalusíes no solo se oyeran atakebiras a Alá y al Profeta, sino también invocaciones a Cristo y a María procedentes de mozárabes cordobeses y de cretenses nativos al servicio ya de sus nuevos gobernantes. Serpientes y cabezas de fieras de bronce en las proas de harraqa/s y pirphora/s, conectadas a los sifones, vomitaban por sus pavorosas fauces el fuego líquido calentado en ellos, pero solo podían utilizarlo quienes se situaban al norte del adversario, pues el viento etesio sopla siempre del norte durante el verano, y únicamente con viento a favor podía el fuego alcanzar sus objetivos con acierto, ocasionando grandes destrozos. Si el fuego líquido era lanzado desde un navío situado al sur, el implacable viento etesio devolvía las fogaradas al punto de origen, incendiando el barco de donde habían partido.
Sorprendería a los bizantinos que entre los gritos andalusíes no solo se oyeran atakebiras a Alá y al Profeta, sino también invocaciones a Cristo y a María procedentes de mozárabes cordobeses y de cretenses nativos al servicio ya de sus nuevos gobernantes.
El fuego árabe tenía tanta calidad como el griego porque, entonces, los mejores químicos eran los árabes y poseían la mayoría de los pozos de nafta. Aunque según ben Hani existían diferencias objetivas entre ambos: mientras el “fuego griego” producía una llama amarillenta y ardía con humo, el “fuego árabe” originaba una llama blanca, luminosa y ardía sin humo. Vassilios Christides escribe: “Los musulmanes no necesitaban robar fórmulas bizantinas para obtener fuego líquido. En conocimientos químicos los aventajaban entonces y alcanzaban altísimo nivel en Física y Mecánica“.
Las manganas escupían bombas incendiarias (qarwãh), reforzando el efecto devastador del fuego líquido. La orina vieja y el vinagre, eficaces apagafuegos, corrían a raudales por las cubiertas. Los barcos de remos arriaban velas para evitar su calcinación durante los ataques, pero los de transporte, que no tenían más remos que los dos timoneros, veíanse obligados a mantener algunas velas desplegadas para continuar maniobrando, y era habitual que el velamen acabara siendo pasto de las llamas y propagándolas a arboladura y casco.
Solían lanzarse con las manganas bombas incendiarias hacia los sifones de nafta adversarios; seguía un descomunal estruendo y cegador fogonazo. Los sifones alcanzados reventaban y la nave volaba por los aires, incendiando también los navíos abarloados a ella. Hombres en llamas corrían por las cubiertas y lanzábanse entre alaridos al insondable mar, aunque este, como los componentes inflamables permanecen en superficie, también ardía en el entorno de los barcos, presa de incendio voraz. Las aguas del golfo de Almiros se incendiaron como si, en vez de agitado oleaje, estuvieran plagadas de maleza.
Los arietes de proa quebraban los remos enemigos antes de aventurar el abordaje. El ariete o espolón era una sólida estructura de madera recubierta de bronce que salía de proa a ras de la línea de flotación —aunque en siglos posteriores veíanse naves con espolón por encima del nivel del agua—. Se embestía con él a la nave enemiga para abrir vías de agua o inutilizar sus remos, dejando al barco atacado impotente frente al fuego líquido y las acciones de abordaje. Durante siglos el ariete había sido la principal arma ofensiva; además permitía que la nave llevase menos hombres y, por tanto, ganase en ligereza. Durante este siglo el espolón fue desapareciendo, aunque muchas flotas lo mantuvieron porque resultaba insustituible. Fue con frecuencia arma más eficaz que el fuego líquido, ya que este podía fallar en el momento más inoportuno, pues, como ya apuntamos, para aplicarlo con seguridad eran imprescindibles una mar en calma y viento favorable. En demasiadas ocasiones el fuego Naft árabe o el fuego griego no lograron evitar graves derrotas. Respecto a ellos podría decirse que era casi más importante el impacto psicológico causado al enemigo[3].
Cuando se clavaba el espolón, el choque era brutal y muchos marineros caían al agua; numerosos remeros resultaban heridos al ser golpeados por sus propios remos, al fracturarse o escapar de sus manos. Los barcos estremecíanse como heridos de muerte, sobre todo al extraerse el ariete del casco perforado. El barco atacante podía perder el espolón en la maniobra de extracción y acabar también hundido, por eso era de enorme importancia que lo manejasen buenos especialistas, que eran los mejor pagados. También era muy bien remunerado el nafatĩm, especialista que gobernaba el sifón de nafta.
La armada de Bizancio quedó aprisionada dentro del cerco y viose muy diezmada, incluidos los refuerzos que se les unieron al mando del protospatharios Damianós. Los andalusíes cretenses se cebaron en el buque enseña; pronto cayó abatido Damianós bajo la toldilla del pabellón de popa de su navío y las banderas bizantinas fueron arriadas para dar muestras de su rendición.
Por un resquicio abierto en las últimas maniobras de la flota cretense, viose a un dromon imperial alejarse ligero del infausto escenario. Según Makrypoulias, en él huía Photeinós en dirección a Constantinopla para comunicar al emperador la destrucción de su flota.
En aquella gloriosa jornada de septiembre de 828, tuvo lugar el primer gran triunfo cretenseandalusí contra Bizancio. Los cordobeses desterrados del arrabal no estaban dispuestos a perder aquel asentamiento que habían logrado tras tanto tiempo, tanto esfuerzo y sufrimiento. Si en Córdoba, en 818, hubiesen tenido la preparación y los medios que diez años después lograron poseer, no le hubiera resultado tan fácil al emir al-Haqem I expulsarlos de sus hogares del arrabal de Sequnda.
Pero a Creta no estaban dispuestos a perderla; habían venido para quedarse, y la defendieron contra el Imperio, durante siglo y medio, en otras muchas batallas, como esta de Almirós.
Fuente: Las nueve musas
[1] – Theóphanes, Skyllitzes, Detorakis, Tsougarakis, Makrypoulias, Vassilios Christides, etc.
[2] – Vassilios Christides citando a crónicas Arábigas.
[3] – Vassilios Christides en su obra: “The Conquest of Crete by the Arabs“.
(4)- “Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta“, Carmen Panadero.