Nunca estuvo la situación internacional tan crispada como en estos días, ni se prodigaron tantas manifestaciones de intolerancia y de barbarie, cometidas en ciertas ocasiones por una minoría que actúa arbitrariamente en nombre del Islam. Tampoco hubo, como ahora, una necesidad tan apremiante de acercamiento al mundo islámico.
No se trata de una impresión personal sino de una sensación que comparten muchos ciudadanos occidentales. En un reciente informe publicado por el Instituto Europeo de Observación de los Fenómenos Racistas y Xenófobos se advierte sobre el peligro que supone el aumento imparable de la islamofobia durante el último año.
Desde el atentado contra las Torres Gemelas se ha disparado el odio al Islam, fomentado por quienes sacan claros beneficios de la intoxicación ideológica. Siempre hubo malentendidos entre Oriente y Occidente, pero el odio es cada vez más profundo, traspasa el ámbito político y se extiende a las actitudes cotidianas de los ciudadanos.
Está claro que existen razones estratégicas interesadas en agravar las posturas de rechazo hacia todo lo que tenga reminiscencias árabes. Hay que repetir, una vez más, que el petróleo y el fundamentalismo han hecho añicos la reputación de un pueblo que ni es fanático ni violento ni terrorista, por más que los intermediarios se encarguen de difundir una imagen atroz del mundo árabe, donde la mayoría de los ciudadanos viven ajenos al fundamentalismo y, desde luego, a los beneficios del petróleo.
Árabes y musulmanes
Hay que evitar el error de confundir a los árabes y, concretamente, a los musulmanes con sus propios gobernantes y, menos aún, con un grupo de terroristas que manipula la cultura y la religión musulmanas.
Precisamente, para tratar de impedir que la guerra, la injusticia, la manipulación del pensamiento y la ignorancia contribuyan a aumentar el odio hacia lo árabe, la semana pasada se firmó en Madrid un Manifiesto contra la islamofobia, patrocinado por la Fundación de Cultura Islámica, que recordó, además, una serie de propuestas aprobadas en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.
Entre otras muchas iniciativas, se debería mejorar el contenido de los programas de enseñanza y los manuales escolares para dar una visión equilibrada y objetiva de la civilización islámica, aumentar el número de cátedras sobre el Islam y la filología árabe, incluir su estudio desde el punto de vista religioso en los cursos de teología, desarrollar cursos de intercambio al estilo de los programas Erasmus y Demóstenes, realizar exposiciones y conferencias relacionados con la cultura de Al-Andalus y promocionar artistas y escritores contemporáneos del mundo islámico.
Esta declaración de buenas intenciones, unida a decisiones económicas más efectivas a corto plazo, pretende salir adelante con el apoyo de un buen número de ciudadanos españoles, conscientes de que nuestra arquitectura, gastronomía, costumbres, lenguaje y hasta nuestra forma de entender la vida tienen raíces comunes con la civilización islámica. No aceptarlo sería rechazar una parte de nosotros mismos.
Fuente: Revista Tiempo Nº 1084 – 10 de febrero de 2003 – Página 77
Autor: Nativel Preciado