La palabra mezquita, proviene de masyid (lugar donde el creyente se prosterna) y es el edificio más característico del mundo islámico y de su arte. La morfología de la mezquita consiste en un recinto rectangular, compartimentado en un patio (shan) con pórticos o galerías y una fuente de agua para abluciones (mida), y una sala cubierta para la oración (haram), que en la mayor parte de los casos es hipóstila, es decir, lleva filas de columnas.
Este modelo se basó en la primera mezquita que construyeron en Medina, en el siglo VII, el Profeta del Islam y el primer núcleo de sus seguidores, gentes de La Meca que habían emigrado a Medina en el año 622 d.C/ I de la Hégira.
Mezquita muy rudimentaria y humilde que se construyó sobre un solar cedido al Profeta por dos hermanos medinenses, a base de bloques de adobe y troncos y hojas de palmera. Con el tiempo y la expansión del Islam este mismo formato se mantuvo con la mayor veneración, agregándose el mihrab, el alminar y la maqsura, y enriqueciéndose con materiales costosos, como mármoles, mosaicos, alabastros y maderas talladas. Con ello se quiso dar también la imagen de la extensión del orbe islámico, y la asimilación política del Califato a los grandes imperios de la época. Imagen, para muchos hombres piadosos de aquella época, muy alejada de la sencillez y austeridad inicial.
La primera Mezquita Aljama cordobesa
La historia de la Mezquita de Córdoba está unida indisolublemente a la de Córdoba musulmana, como la de Córdoba eterna está unida a su Mezquita. Desde los primeros años de la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, a la que llamaron al-Andalus, eligieron la ciudad de Córdoba como sede de su capital peninsular (año 717 d.C/99 Hégira).
Quizá está elección se debió a las semejanzas orográficas y climáticas que encontraron con Damasco, capital política del mundo islámico y sede del califato Omeya. Para realizar sus plegarias, adquirieron por capitulación, a los cristianos, la mitad del recinto de la Iglesia visigoda de San Vicente, que estaba intramuros de la ciudad. Lugares de oración tan unidos que, según cuentan los cronistas, por una puerta lateral entraban los cristianos a oir misa y, por la puerta del lado opuesto, los musulmanes a realizar su plegaria.
Un prícipe de la dinastía Omeya, Abderrahman, conocido más tarde como Abderrahman I, al-Dajil («El Inmigrado»), huyendo de la persecución de los abbasíes -otra rama dinástica de la nobleza árabe- contra su familia, vino a instalarse a al-Andalus (año 756).
Aquí se declaró emir independiente del califato oriental, pasando al-Andalus a ser un emirato independiente desde el punto de vista político. Esta independencia se mantuvo con los siglos. Según cuenta el historiador magrebí Ibn Idari (siglo XII), Abderrahman I, tras comprobar que habían aumentado tanto los fieles musulmanes en Córdoba, que apenas cabían en la primera mezquita que se construyó, mandó comprar a los cristianos el resto de solar que mantenían como iglesia, para incorporarlo a la Mezquita Aljama (Mezquita Mayor), remunerando a los cristianos espléndidamente, en cumplimiento del pacto por el cual habían capitulado.
Aquí se declaró emir independiente del califato oriental, pasando al-Andalus a ser un emirato independiente desde el punto de vista político
El emir dio comienzo a las obras de ampliación en el año 785 d.C. tardando sólo un año en terminar la sala de oración, gastándose ochenta mil piezas de oro y de plata. Sin embargo la muerte le sobrevino en el año 788, dejando sin realizar el alminar. De ello se encargó su hijo y sucesor Hixam, hombre piadoso, que hizo levantar un alminar de cuarenta codos de alto y construir unas galerias dentro de la mezquita, para que las mujeres pudieran realizar sus plegarias, e instaló también, una pila de abluciones al este de edificio.
Historia de sus ampliaciones
Quizá podríamos analizar la psicología de los sucesivos emires y califas omeyas, cuya preocupación principal fue continuar con la tradición dinástica de engrandecimiento y ornato de la mezquita cordobesa, a través de las ampliaciones o reformas que a lo largo de los siglos fueron realizando.
En esa primera edificación, con once naves perpendiculares a la qibla, que mandó construir Abderrahman I, quedaron como símbolo distintivo del monumento, las dobles arquerías de herradura superpuestas sobre columnas y pilastras. Un aspecto grácil que no auguraba el milagro que ha supuesto su duración en el tiempo.
También serán eternos, los arcos de herradura con dovelas de ladrillos rojo-ocre. Arcos que se repetirán en siglos posteriores, como arquetipo del arte califal omeya, y, sobre todo, como arquetipo de la Córdoba omeya. Sin embargo su genésis se debe a la nostalgia, ya que Abderrahman al-Dajil siempre evocó a su Siria natal, a donde no podía volver, y en el caso de la Mezquita cordobesa quiso recordar a la Gran Mezquita omeya de Damasco.
Pero el resultado fue mucho más bello. Su hijo Hixam I, como hemos dicho, realizó el alminar, las galerías para las mujeres y la pila de abluciones. De todo ello no han quedado más que simples referencias cronísticas, pero desde nuestro análisis, suponemos que, al tratarse de un hombre piadoso y justo, agregó a la mezquita aquello que evidentemente le faltaba, para un cumplimiento perfecto de la piedad musulmana.
Pasado casi medio siglo, el emir Abderrahman II (s. IX), desdendiente de los anteriores, inició la primera ampliación de la mezquita inicial. Este emir omeya fue hombre refinado, culto y elegante, que supo imprimir a Córdoba los aires cosmopolitas que desde esa época imperaron en la Córdoba islámica, con un evidente deseo de emular al otro gran centro urbano del mundo islámico, Bagdad, capital del califato abbasí. La ampliación de Abderrahman II hizo honor a su perfil personal, ya que eligió los materiales más hermosos y ricos, como el albastro y los mármoles de colores , así como los capiteles corintios de talla más perfecta, para prolongar las naves de columnas hacia el lado del río (sureste), y por ello hubo de realizar un nuevo mihrab cuya descripción no nos consta, pero la belleza de esta ampliación quedó perpetuada en los versos áulicos que le dirigió al emir uno de sus poetas:
«Edificó una mezquita como ninguna otra, hecha para Allah y que no tiene nada comparable en el mundo, excepto la Creación del Misericordioso, o la mezquita que erigió el Profeta de los musulmanes, Muhammad. Tiene columnas rojas y verdes, como si en ellas resplandecieran jacintos y esmeraldas.»
Quizá esa perfección movió a sus descendientes que hicieron nuevas reformas a respetar, casi con veneración, esos materiales tan ricos. Hasta la época del califato (s. X) no vuelven a realizarse en la Mezquita cordobesa grandes innovaciones, no obstante hemos de señalar como dato curioso que, el emir Abdallah (s. IX) abuelo del futuro califa Abderrahman III, movido por su temor a algún tipo de atentado, que ya se habían producido en épocas anteriores, mandó construir un pasaje elevado que unía el palacio de los emires omeyas con la mezquita. Dicho palacio ocupaba el lugar del antiguo alcázar visigodo, extendiéndose desde los Reales Alcázares hasta los edificios del arzobispado que hay en la actualidad, justo enfrente de la mezquita. Se trataba de un pasadizo formado por arcadas exteriores elevadas, que unía el Alcazar omeya con la parte occidental de la mezquita8, desembocando directamente en la maqsura, que había sido construida en tiempos de su padre, Muhammad I. El pasadizo desapareció en el siglos posteriores, pero aún puede verse una puerta a cierta altura del nivel de la calle, cerca del lado del mihrab, o cabecera de la mezquita.
Esplendor político cultural
Con Abderrahman III (s. X), la dinastía omeya en al-Andalus llegó a su cenit. Dinastía exterminada en Oriente, pero que fue la piedra angular del esplendor político-cultural del Occidente islámico, y con ello de la hegemonía de al-Andalus. No fueron la mayor parte de los omeyas excesivamente piadosos, pero sí quisieron hacer cumplir la ortodoxia de la doctrina malikí que seguía todo el Magreb (tierra del occidente musulmán).
Aunque, por encima de todo, fueron grandes hombres de Estado, especialmente Abderrahman III. Él fue quien respondió al desafío que supuso la aparición del califato fatimí en Ifriqiya (Túnez), auto proclamándose Califa de Córdoba (año 929), rompiendo con el vínculo religioso, que aún perduraba con el califato de Oriente y que sus antepasados no se habían atrevido a romper. Era el momento para los omeyas de al-Andalus de proyectar sus ideas de esplendor casi imperial, en todas sus manifestaciones, tanto políticas, económicas, culturales, como arquitectónicas. Así se empezó un programa arquitectónico de gran envergadura, que comprendía la nueva construcción de la ciudad-palacio de Madinat al-Zahra, cuyo emplazamiento, elegido por el califa, se situó a 12 kilómetros de Córdoba.
También en ese gran proyecto se contemplaba una nueva ampliación de la mezquita cordobesa, tanto de sus naves, como de su patio y alminar. Proyecto sin precedentes en el Occidente en esa época y que, por lo grandioso, necesitaría mucho tiempo para su ejecución, rebasando el período del reinado de Abderrahman III, al-Nasir – aunque duró más de cincuenta años-, teniendo que continuarse y finalizarse durante el califato de su hijo al-Hakam II.
Éste, siendo príncipe, ya se había hecho cargo de la dirección de las obras. En tiempos de al-Nasir se amplió el patio hacia el noroeste, añadiéndole los pórticos, se construyó un nuevo alminar de mayores proporciones y altura, enriquecido con arcadas sobre columnas de mármol, dibujos geométricos, frisos epigráficos y maderas nobles en sus fachadas, así como dos escaleras que terminaban en una cámara abovedada rematada con un gran yamur11 con cinco bolas plateadas y doradas. Este alminar fue modelo y referencia de los grandes alminares almohades del siglo XII, como la Giralda de Sevilla, la llamada Tour Hassan de Rabat o la Kutubiya de Marrakech. Desgraciadamente el alminar del Califa de Córdoba hoy no podemos admirarlo, pues se encuentra embutido en una torre-campanario edificada en época posterior, ya bajo gobierno cristiano. Su hijo y sucesor, al-Hakam II, continuó la magna empresa, mandando ampliar la mezquita hasta casi las estribaciones del río Guadalquivir, en las proximidades del Puente de la Estatua (hoy puente de San Rafael).
Esta nueva ampliación fue la que configuró definitivamente la Mezquita de Córdoba, dándole el magnífico aspecto que hoy podemos admirar. Respetando la tradición de sus antepasados, prolongó las naves con el mismo sentido y morfología, pero proyectó el más hermoso mihrab del orbe islámico, de todos los tiempos.
Para ello, y aprovechando el regalo de varios quintales de teselas de mosaico, que le hizo el emperador de Bizancio, se inició la decoración de musivaria de la cúpula gallonada del mihrab. Cúpula sobre estrella de ocho puntas que representa la esfera celeste con un punto central, cuya simbología evoca al Dios Creador. Bajo el arco de entrada al mihrab mandó colocar cuatros hermosas columnas de la época de Abderrahman II, como muestra de respeto y admiración a la tradición de sus antepasados. En el frontal de esa misma puerta del mihrab, también embellecida con mosaicos dorados y polícromos, entre adornos geométricos y vegetales, hay invocaciones a Dios y peticiones de bendición divina sobre al-Hakam II, que mandó realizar esa maravilla. Es decir, lo divino y lo humano se suelen evocar en las obras monumentales, pero en este caso suponía la intrusión del poder político en un espacio estrictamente religioso.
Esta nueva ampliación fue la que configuró definitivamente la Mezquita de Córdoba, dándole el magnífico aspecto que hoy podemos admirar. Respetando la tradición de sus antepasados, prolongó las naves con el mismo sentido y morfología, pero proyectó el más hermoso mihrab del orbe islámico, de todos los tiempos.
Nostalgia omeya
No obstante, el sabio califa cordobés, mecenas de tantas empresas culturales, supo culminar así la obra magna de su dinastía. De nuevo advertimos la llamada «nostalgia omeya», en el empleo del mosaico Bizantino; mosaico que fue utilizado, siglos antes, en la Mezquita de la Roca de Jerusalén por mosaiquistas bizantinos, y en la Gran Mezquita de Damasco. Con Muhammad ibn `Abi Amir, al-Mansur (Almanzor), uno de los visires del Califa, mientras éste vivió, y primer visir (hayib) y usurpador del poder califal, cuando el débil príncipe Hixam heredó el califato, se cierra el ciclo de ampliaciones de la Mezquita Aljama cordobesa.
Almanzor quiso emular el poder califal, en todo los sentidos, y al tiempo granjearse el apoyo de los ulemas cordobeses. Mandó ampliar la mezquita por el lado este, agrandándola casi el doble, para ello continuó con el mismo estilo de dobles arcadas superpuestas, ampliando en ocho naves más, perpendiculares a la qibla. No se atrevió, y es comprensible, a mover el inigualable mihrab, que con esta nueva ampliación quedó descentrado, y así ha permanecido hasta nuestros días.
Esta nueva ampliación de Almanzor fue de poca calidad en los materiales y en la ejecución, quedando como una mera ampliación de espacio, ya que casi duplicó el bosque de columnas. Aunque consiguió lo que siempre fue una constante en él: causar la mayor sensación de grandeza que proclamara el poderío político de al-Andalus; cuando en realidad, tras la muerte de al-Hakam II, ese poderío estaba entrando en claro retroceso. Sin embargo, en la actualidad, algunos estudiosos han querido ver en la obra de Amanzor una muestra equilibrada de respeto y sumisión a lo hecho anteriormente por sus soberanos omeyas, renunciando a construir un nuevo mihrab y empleando medios de una gran sobriedad, pero sin perder la proporción interior con cada una de las tres fases antiguas colindantes.
El esplendor de una mezquita
La mayor parte de los autores musulmanes coetáneos y de épocas posteriores coinciden en señalar la riqueza del interior de la mezquita cordobesa. Fue uno de los santuarios más famosos del Occidente islámico, y punto de referencia de todos los viajeros orientales y norteafricanos, cuando visitaban al-Andalus.
Fue, quizá, la mezquita más grande de todos los tiempos, y según nos cuentan los historiadores tenía diecinueve filas de arcadas superpuestas y unas mil columnas de mármol. El techo era de paneles y vigas de madera de pino de Tortosa (madera muy famosa y apreciada en al-Andalus) con dibujos polícromos en rojo cinabrio, blanco, azul lapislázuli, bermellón, verde, gris y negro, así como frisos caligráficos con suras del Corán.
Cuentan los cronistas (aunque no se ponen de acuerdo sobre el número), que había doscientas ochenta lámparas, muchas de plata, las mayores con mil lamparillas de aceite cada una, y las menores hasta con doce lamparillas. Todas estas lámparas se encontraban encendidas durante las noches de Ramadán, por eso el consumo de aceite en el alumbrado, durante ese mes, ascendía a 500 arrobas, mientras a lo largo del resto del año se consumía en total, esa misma cantidad.
En la noche del 27 al 28 de Ramadán o Noche del Destino, se quemaba en pebeteros gran cantidad de ámbar gris y de madera de áloe, para perfumar el ambiente. Continuando con el asombro que producía la organización de esta mezquita, también nos refieren los autores musulmanes que, para el servicio de esta mezquita, entre imames, recitadores del Corán, intendentes, almuédanos, porteros, faroleros y otros, en época de Almanzor, había ciento cincuenta y nueve personas a las que se remuneraba con el erario público. Solamente los almuédanos eran dieciseis, y dos de ellos siempre «estaban de guardia» durmiendo en la cámara alta del alminar; desde allí, por turno, a la hora de cada plegaria del día, llamaban a la oración, a viva voz, mediante el canto del adan. El patio era de grandes proporciones, rodeado de anchos pórticos, tal como hoy lo podemos contemplar. Sin embargo, a pesar de que su nombre ha pasado a la posteridad como «Patio de los Naranjos», en un principio no tuvo árbol alguno.
En el siglo VIII un imam de la mezquita, llamado Salam al-Shami, plantó unos árboles en dicho patio, lo que dio lugar a que, un siglo más tarde, se plantearan una serie de discusiones jurídicas sobre su licitud.
No obstante, y como curiosidad, si en época andalusí hubo naranjos en el patio de la mezquita cordobesa, o de cualquier otra mezquita, debieron ser naranjos amargos, porque la naranja dulce no llegó a nuestra Península hasta el siglo XVI.
Recinto de la enseñanza
En esos anchos pórticos del patio se reunían los maestros que enseñaban el Corán con sus alumnos. La enseñanza tradicional coránica en el mundo islámico se ha realizado siempre mediante la repetición en voz alta de las azoras del Corán, por los alumnos, hasta que se las aprenden de memoria, con una pronunciación impecables de las palabras árabes. Para ello el maestro se sentaba en el suelo y los muchachos en torno a él, formando un semicírculo. Los muchachos, al tiempo que recitaban el Corán, tenían sobre sus rodillas unas tablillas de madera (luha) en las que escribían con un cálamo la aleya (ayat) del Corán que estaban aprendiendo.
El califa al-Hakam II, en cierta ocasión y como manda piadosa, pagó a una serie de maestros para que enseñaran el Corán a los hijos de los enfermos y de los pobres de Córdoba, estableciéndose tres de estas escuelas coránicas en la mezquita y veinticuatro en la medina.
También se reunían en estos pórticos los Maestros espirituales (sufíes) con los discípulos que seguían sus enseñanzas místicas. Hombres cuya sabiduría espiritual iba más allá de la práctica islámica malikí, encerrada en su ortodoxia, siendo por ello, en muchas ocasiones, perseguidos por los intransigentes.
Los Maestros sufíes fueron muy numerosos en al-Andalus, especialmente a partir de finales del siglo X. El gran místico murciano Ibn al-Arabi (ss.XII-XIII), más de una vez frecuentó estos círculos de sabiduría mística cuando visitaba Córdoba.
Conclusión
Quizá la majestuosidad de su Mezquita Aljama acaparó en exclusiva la atención de los historiadores, olvidándose un tanto de la gran ciudad que siempre fue Córdoba.
Brilló por sí misma en el siglo X, como cuna de las ciencias y capital del occidente musulmán, y aún de todo el occidente, pero la Historia la unió para siempre a su Mezquita como se engarza una perla a un collar, según diría un poeta andalusí de aquella época.