El libro sagrado de los musulmanes contiene abundantes referencias a los Jardines del Más Allá:
«Quienes obedezcan a Allah y a Su Enviado, / Él les introducirá en Jardines / regados por aguas vivas, / en los que morarán eternamente.» Corán (sura 4, aleya 13)
En estos Jardines Espirituales islámicos también está presente el concepto de Paz, junto con la abundancia de agua, árboles, frutos y flores:
“No oirán allí frivolidades, ni reproches de pecado,/ sino sólo la palabra ¡Paz! ¡Paz! / Y los bienaventurados se alojarán allí entre azufaifos cargados de fruta / y acacias en flor, / y una extensa umbría, / y aguas que brotan, / y fruta en abundancia que no se agotará, ni será difícil de alcanzar”. Corán (sura 56, aleyas 25-33)
Así, en los Siete Jardines espirituales hay multitud de ríos y fuentes, y gran cantidad de árboles con cien variedades distintas de frutas en cada uno. Entre ellos aparecen la palmera y el granado, “tan grandes y hermosos que nadie los podría describir”. Un caballo al galope tardaría cien años en salir de la sombra del banano, mientras que la hoja del azufaifo podría cobijar a toda la comunidad de los creyentes.
De acuerdo con la tradición islámica, al probar uno de los frutos del Paraíso se degustará el sabor de todos los más deliciosos de este mundo.
El primer paraíso
El Primer Paraíso de la espiritualidad islámica es el Jardín de Adán (Yannat ‘Adan), o Jardín del Edén, donde según la escatología musulmana fue creado Adán. En esta primera etapa de bienaventuranza hay un pleno disfrute del alma en relación a la naturaleza, pues, de acuerdo con la tradición islámica, la parte oriental de este Jardín está completamente repleta de árboles, que ofrecen una frondosa sombra. Por este Jardín fluyen cuatro grandes ríos caudalosos: el Nilo, el Éufrates, el Tigris y el Amu-Darya.
El Jardín del Edén islámico es el homónimo del Paraíso Terrenal, o Edén bíblico. En hebreo, edén significa “delicia”, por ello se ha traducido el Gan-Eden que rememora el Génesis, como Jardín de las Delicias.
Los cuatro ríos del primer paraíso
De estos ríos del Jardín del Edén (Yannat `Adan), atribuye la tradición el nacimiento de los que, con igual nombre, fluyen por la Tierra. El Nilo, mientras discurre por el Jardín, es de miel y se sitúa en Oriente. El Éufrates es de leche y fluye por el Oeste del Edén, mientras que el Tigris (al-Diyla) es de agua y se sitúa en el Norte. Y por último el Yayhun, es de vino y discurre por el Sur. En la Tierra este río recibe el nombre de Amu-Darya y atraviesa Afganistán y la región de Turkmenistán. La miel, la leche, el agua y el vino de los que están formados, son de naturaleza diferente a los conocidos en la Tierra.
Estos ríos paradisíacos, según la tradición islámica, son “hermosos, transparentes, claros y de una amplitud maravillosa”. En cada una de sus orillas se elevan las montañas del Paraíso, todas ellas de zafiro. Están destinados a producir el bienestar de las almas de los bienaventurados.
El jardín del Edén en la Biblia
Anteriormente al Corán, el Génesis ya recogía la tradición bíblica del Jardín del Edén, que se corresponde al Primer Paraíso musulmán. Su descripción es similar a la islámica:
“Plantó Dios un jardín en Edén, al Oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón… el segundo se llamaba Guijón… el tercero Tigris… el cuarto Éufrates.” ). Génesis (2, 8 a 14).
El árbol tuba
En el centro del Séptimo Paraíso islámico o Jardín (Yannat al-na`im) crece el árbol celestial Tubà, cuyas ramas recitan constantemente las suras del Corán, según la mística sufí. Es árbol de gran envergadura, “árbol de la alegría y del deleite”. El pie del árbol es de rubí; la tierra donde está plantado, de almizcle y ámbar; las ramas, de esmeralda; las hojas son de brocado; las flores, de oro, y sus frutos, “más blancos que la nieve”, son como perlas. La hierba en torno a él exhala un gratísimo perfume.
Es éste el Árbol de la Vida espiritual, que sólo alcanzan a ver los Elegidos que logran ascender al Séptimo Jardín, en la antesala de la contemplación mística de Allah.
El jardín de los Sufíes
Para los sufíes, o místicos musulmanes, el jardín reviste un simbolismo de pureza y bienestar espiritual. Es el reflejo de la belleza divina. El maestro sufi es la puerta que uno debe de atravesar para acceder al Jardín del Amado. En sus manos, el desierto florece como un jardín.
“Antes de que el mundo existiera, viña, racimo o uva, nuestra alma estaba embriagada de vino inmortal”. Ibn al-Farid (ss.XII-XIII).
Para el místico turco del siglo XIII Rumi, los árboles recitan la oración, los pájaros cantan al Amado y la violeta se curva en signo de adoración.
“Sólo alcanzará la calma en Ti aquél que perdió todo reposo por Ti. / Sólo entrará en Tu rosaleda aquel corazón herido por Tus espinas”.
El gran sufí murciano de los siglos XII-XIII Ibn Arabi, menciona los Jardines del Paraíso y sus criaturas al referirse a los estados de purificación. Así, los lechos elevados representan los grados de perfección; los forros de brocado, la cara interior del alma y las huríes, las almas celestiales. En la descripción de sus visiones teofánicas aparece a menudo la imagen del jardín y del vergel:
“Así pues, saqué (un poco) de aquella agua para llevarla conmigo, y cuando llegué a tierra, vi en medio de aquel desértico paraje un verde vergel. Se me dijo: “Entra”. Entré y vi sus radiantes flores, sus pájaros y frutos”.
Jardines terrenales
La simbología de los ríos paradisíacos y lo que representan, será constantemente evocada por el mundo islámico al crear sus jardines, tanto en Oriente como en Occidente. Los llamados “jardines de crucero” con cuatro canalillos en ángulo recto cuatripartitos que desembocan en una fuente o alberca central, se inspiran en el Primer Paraíso islámico. Son jardines-patio de carácter íntimo, que combinan agua, arquitectura y vegetación para crear un ambiente propicio para el disfrute y la relajación. Forman una prolongación de las estancias interiores. Las viviendas, cerradas al mundo exterior, abren sus puertas al patio, que actúa como crisol de la vida social y familiar.
La entrada a estos jardines-patio suele ser lateral, y alrededor de la alberca o el estanque se distribuyen parterres rehundidos con respecto a los andenes, para admirar la vegetación con una mayor perspectiva. Con frecuencia las fachadas están formadas de pórticos y pabellones dotados de arcos entrelazados y lobulados. El agua actúa como un elemento decorativo polivalente que proporciona efectos lumínicos y refresca el ambiente, haciendo las veces de espejo al duplicar el efecto visual de la arquitectura.
Jardines andalusíes
Según algunos autores, uno de los jardines interiores más antiguos que se conservan es el del Patio de los Naranjos, de la Mezquita de Córdoba, comenzada a construir en el siglo VIII. En él crecen actualmente palmeras y naranjos. De época omeya es también el jardín de los Surtidores, del siglo IX, en la Alcazaba de Málaga. En Zaragoza destaca el de la Aljafería, palacio taifal del siglo XI. Está rodeado de pabellones abiertos y posee dos estanques. La parte norte está presidida por el salón del Trono, decorado con arcos entrelazados y dos alcobas laterales.
De época almohade, entre los siglos XII y XIII, es el Patio del Yeso, en el Real Alcázar de Sevilla. Se trata de un evocador espacio flanqueado por un pórtico con arcos polilobulados y motivos de decoración en sebka, y una gran alberca central rodeada de un seto de arrayanes, que comunica mediante un canalillo con una fuente interior. Comenzado a excavar en el año 2003, el Patio de Doncellas del Real Alcázar de Sevilla muestra un jardín mudéjar en torno a un largo estanque central.
Algunos de los más espléndidos jardines que han perdurado hasta la actualidad son los del Generalife y la Alhambra de Granada. El Generalife, del árabe Yannat al ‘arif, la huerta del arquitecto, era la almunia, o finca de recreo del palacio de la Alhambra. Comenzó a edificarse en el siglo XIII, y sufrió una serie de importantes reformas durante los siglos XIV al XV en época de la dinastía nazarí. En él destaca de forma especial el Jardín de la Acequia, restaurado en 2003. Pero no es éste el único jardín de valor dentro del recinto de la Alhambra. También son sobresalientes los jardines del Partal, de Lindaraja y de los Adarves. En ellos se pueden contemplar arriates de flores, setos que bordean estanques y albercas, y toda clase de juegos de agua. El propio palacio de la Alhambra conserva una serie de bellísimos jardines interiores, cada uno con sus características: el del Adarve, el de Machuca, el de los Arrayanes y el de los Leones.
Ieronimus Münzer y Pietro Martire d’Anghiera
Así describió Granada y sus jardines el médico austriaco Jerónimo Münzer que viajó por la Península en los años 1494 y 1495:
“Terminada la comida, subimos a la Alhambra. Vimos allí palacios incontables, enlosados con blanquísimo mármol; bellísimos jardines, adornados con limoneros y arrayanes… Todo está tan soberbia, magnífica y exquisitamente construido, de tan diversas materias, que se creería un paraíso. No me es posible dar cuenta de todo”. (Viaje a España y Portugal).
El humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera, que visitó Granada a principios del siglo XVI, escribió en una de sus epístolas:
“Todo el país, en suma, por su gala y lozanía, y por su abundancia de aguas, semeja los Campos Elíseos. Yo mismo he probado cuánto estos arroyos cristalinos, que corren entre frondosos olivares y fértiles huertas, refrigeran el espíritu cansado y engendran nuevo aliento de vida”.
De la exposición de la FUNCI «El Jardín Andalusí».