En 1709, Antoine Galland, célebre traductor de Las mil y una noches del árabe al francés, se reunió con Hanna Diyab, un inmigrante sirio recién llegado a París. No hay mucha información sobre este encuentro, pero tuvo un profundo impacto en la realización de los volúmenes 9 y 10 de esta obra. La reciente publicación de las memorias de Diyab arroja nueva luz sobre la influencia que este encuentro tuvo en la recopilación de estas fábulas, y plantea una interesante pregunta, ¿podrían algunas de estas historias estar basadas en la vida de Diyab? Este artículo, publicado originalmente por el periodista Mathew Teller en AramcoWorld, explora esta influencia y profundiza en la vida y las memorias de Hanna Diyab.
Un domingo cualquiera, en una habitación tranquila en algún lugar de la ciudad, alejados del tumulto, dos hombres mantienen una seria conversación. El mayor, de unos 60 años, escuchaba atentamente lo que le cuenta el más joven, de apenas 20 años. Garabatea algunas notas breves y memoriza todo lo que puede.
Sin embargo, no se trata de una reunión política, ya lo que los hombres discuten; solo tiene una lejana relación con la realidad. A pesar de ello, las palabras que intercambiaron el 5 de mayo de 1709 estos dos hombres, cambiaron el mundo.
El mayor era Antoine Galland, erudito, bibliotecario y arqueólogo. Se encontraba en la cima de una brillante carrera que incluía viajes a Siria y a todo el Levante en busca de objetos históricos para las colecciones de Francia, y que había culminado con su nombramiento oficial como anticuario del rey. En 1709, Galland fue aclamado por el público por los ocho volúmenes de historias que había traducido de un manuscrito árabe medieval obtenido por un contacto parisino en la ciudad siria de Alepo. Se publicaron en francés bajo el título de Les mille et une nuit [sic], una traducción del título árabe Alf layla wa layla, en español, Las mil y una noches.
Tras casi una década de trabajo, Galland se estaba quedando sin material. El volumen 8 había sido una pantomima. El editor lo había montado sin el conocimiento o el permiso de Galland, juntando las traducciones de Galland del árabe con otras historias de una colección diferente, turca, traducida por uno de los competidores de Galland. Esto le había generado un gran malestar, pero también había revelado que la demanda de historias de magia de Oriente por parte de los lectores era insaciable. Galland estaba desesperado por encontrar material nuevo.
Así que cuando, poco antes de la Pascua de 1709, conoció a Hanna Diyab, un joven sirio recién llegado a París, la oportunidad le pareció demasiado buena como para ignorarla. Le preguntó si conocía alguna historia que pudiera contar. ¿Historias? ¡Ja! El bibliotecario estaba de suerte. Diyab había nacido y crecido en Alepo, famosa por su cultura de cafés, su cosmopolitismo literario y sus narradores profesionales. Podía hilar historias con una facilidad inaudita. Galland estaba encantado. Poco después, volvieron a reunirse. Se sucedieron otros encuentros durante todo el mes de mayo e incluso junio. Entonces Galland se puso a escribir.
Los volúmenes 9 y 10 de las historias de Las mil y una noches se publicaron en 1712 con una acogida entusiasta. En el momento de su muerte, en 1715, Galland estaba preparando nuevos textos, y los volúmenes 11 y 12 fueron publicados de forma póstuma. La fama de los cuentos se extendió rápidamente. Las versiones de la obra de Galland en inglés (con el título de The Arabian Nights Entertainments), y en alemán, ya eran muy populares. Siguieron más traducciones al italiano, al ruso y a otros idiomas. Todas ellas alimentaron un gusto literario por los cuentos populares y las historias de hechiceros y lo sobrenatural que no ha disminuido desde entonces.
La búsqueda de las fuentes originales
Durante más de un siglo, Galland fue aclamado como un genio solitario, un erudito brillante y creativo que había logrado traer por sí mismo a «Aladino» y otros cuentos del árabe a la literatura europea. Entonces surgieron las dudas. Los estudiosos podían rastrear las historias de los primeros volúmenes de Galland hasta los manuscritos en árabe. Pero algunos de los cuentos posteriores más populares entre los lectores europeos – «Alí Babá y los cuarenta ladrones», por ejemplo, así como el personaje de Aladino- parecían no tener una fuente anterior a la publicación de Galland en francés. Con el tiempo, se hizo evidente que los manuscritos árabes de «Aladino» y otros cuentos que circulaban entre los conocedores no sólo eran falsificaciones como fuentes, sino que en realidad eran retro traducciones del propio texto de Galland.
Incluso cuando se encontró y se publicó en 1881 el diario de Galland, que revelaba que el 5 de mayo de 1709 un tal Hanna Diyab le había contado la historia de Aladino, así como 15 historias más en las semanas siguientes, y que habían sido utilizadas para escribir los últimos cuatro volúmenes de su magnum opus, la reputación del bibliotecario permaneció intacta. Diyab parecía, en aquel momento, tangencial. Galland no lo había acreditado en sus publicaciones, y ninguna otra fuente mencionaba su nombre. La breve referencia en el diario era la primera mención que se hacía de él. Algunos incluso dudaban de la existencia de Diyab, sugiriendo que Galland podría haber inventado un encuentro casual con un narrador sirio como tapadera para haber conjurar él mismo las historias. Así pasaron otros cien años.
En 1993, el lingüista Jérôme Lentin encontró las memorias de Diyab en Roma. El manuscrito había llevaba décadas en la biblioteca del Vaticano, trasladado allí a principios del siglo XX pero catalogado erróneamente como anónimo por faltar sus primeras páginas (incluida la portada). Ha sido publicado muy recientemente -en francés, por Lentin y otros; en 2017, en árabe; y desde el año pasado, dos veces en inglés. La obra ha cambiado rápidamente nuestra comprensión de cómo «Aladino» y otras historias fundamentales de Las mil y una noches entraron en la cultura europea. Su descubrimiento significa no sólo que por fin podemos reconstruir el encuentro entre Galland y Diyab en aquellos días de 1709, sino también reevaluar la génesis de los posteriores volúmenes de cuentos de Galland.
Las memorias de Diyab han cambiado rápidamente nuestra comprensión de cómo «Aladino» y otras historias fundamentales de Las mil y una noches entraron en la cultura europea.
«Las memorias nos ofrecen una rara visión del mundo mediterráneo del siglo XVIII a través de los ojos de un sirio. Diyab era un narrador maravilloso, y [su libro] muestra un verdadero arte en la composición de sus narraciones y la viveza de sus descripciones», dice el profesor de literatura comparada de la Universidad de Brown, Elias Muhanna, cuya traducción al inglés de Diyab ha sido publicada este año por New York University Press con el título de The Book of Travels.
Sin embargo, Lentin no fue el primer lingüista que analizó el manuscrito dañado de Diyab. El año pasado, la escritora británica Caroline Stone publicó la traducción al inglés de las memorias de Diyab, realizada por su difunto marido, Paul Lunde, un erudito y lingüista estadounidense criado en Arabia Saudí, colaborador durante más de 40 años, de AramcoWorld (al igual que Stone). En su prólogo al libro titulado El hombre que escribió Aladino, publicado por Hardinge Simpole, Stone relata cómo Lunde había encontrado el manuscrito de Diyab en la biblioteca del Vaticano a principios de los años 70, pero había decidido no publicar su descubrimiento, ni su traducción del mismo, antes de su muerte en 2016. «Nunca le interesó publicar», dice.
250 años más tarde, Hanna Diyab se hace famoso
«Lo emocionante de la lectura de las memorias de Diyab es que nos ofrece el retrato de una persona muy compleja, con una sensibilidad compleja, que tiene todo tipo de experiencias y gustos específicos y singulares», explica Yasmine Seale, que ha escrito el prólogo de la traducción de Muhanna. La autora está traduciendo de nuevo Las mil y una noches para una edición prevista para 2023.
«La cuestión de quién escribió ‘Aladino’ se plantea a menudo de forma binaria: ¿Es una fantasía orientalista inventada por Galland, o es, en realidad, una historia árabe con un autor árabe? El descubrimiento de esta memoria nos ayuda a pensar en ella más como una colaboración franco-árabe», dice Seale.
«La cuestión de quién escribió ‘Aladino’ se plantea a menudo de forma binaria: ¿Es una fantasía orientalista inventada por Galland, o es, en realidad, una historia árabe con un autor árabe? El descubrimiento de esta memoria nos ayuda a pensar en ella más bien como una colaboración franco-árabe.» -Yasmine Seale
Gracias a esta autobiografía, podemos completar algunos detalles. Decubrimos que Diyab nació en el seno de una familia cristiana maronita en Alepo hacia 1688, justo en el momento en que los maronitas «se convirtieron en los interlocutores preferidos de los comerciantes y misioneros europeos» en la ciudad, dice Seale, o que subraya el privilegio que le confería su identidad religiosa. Desde su infancia, Diyab trabajó para los magnates del comercio de Alepo, aprendiendo idiomas como el francés y el italiano. De adolescente ingresó en el monasterio de Mar Lichaa (San Eliseo), en las montañas del Líbano, pero en seguida dejó de estar atraído por esa vida. Fue de regreso de allí, tras un periodo de enfermedad, cuando conoció a Pablo Lucas, «un viajero enviado por el sultán de Francia».
Lucas, que tenía entonces unos cuarenta años, formaba parte del círculo de cazadores de tesoros arqueológicos de la corte de Luis XIV. Tenía experiencia -éste era su tercer viaje a Levante en busca de artefactos para las vitrinas parisinas-, pero carecía de conocimientos de árabe. Lucas le hizo una oferta a Diyab: servir de guía e intérprete durante el resto de su viaje a cambio de que le garantizase un trabajo en la Biblioteca Real de París y el patrocinio real de por vida. Diyab aceptó. Debía de tener 19 años.
Este episodio pone fin al primer capítulo de las memorias de Diyab, que continúa cuando la pareja se embarca en todo tipo de aventuras, siguiendo una ruta que va desde Siria, Egipto y Túnez hasta la costa italiana, Marsella y, finalmente, en septiembre de 1708, París.
Diyab permaneció en París unos nueve meses hasta que se cansó de esperar a que Lucas cumpliera su promesa. Tras abandonar París en junio de 1709, hizo una larga escala en Estambul y llegó de nuevo a Alepo el verano siguiente. Con el apoyo de su familia, se dedicó a los negocios y se convirtió en un pilar del famoso zoco de Alepo, donde vendió textiles durante más de veinte años. Terminó sus memorias en 1764, a la edad de 75 años. No sabemos cuándo murió, pero el libro que se convirtió en su legado permaneció en su familia durante varias generaciones antes de pasar a Paul Sbath, un sacerdote católico sirio y coleccionista de manuscritos. En la primera mitad del siglo XX, Sbath donó parte de su biblioteca, incluido el manuscrito del Diyab, al Vaticano. Allí ha permanecido desde entonces.
Una historia propia de los cafés
Las memorias muestran de forma espectacular la habilidad narrativa de Diyab. Es una lectura fascinante, llena de historias, personajes, pequeños roces y situaciones pintorescas. Seale lo califica de «algo asombroso», y hace referencia a su importancia en el contexto de los anteriores escritos de viajes árabes medievales, que suelen consistir en listas impersonales de lugares visitados, densas en citas y referencias literarias. «Diyab es diferente: nos deja entrar y nos mantiene cerca», señala. «No hay poesía en estas memorias, ni citas. Sus cadencias son las del habla siria, su tema, las emociones cotidianas: Miedo, vergüenza, asombro, alivio».
Esto significa que este maestro de la narración no escribió su propia autobiografía, sino que la dictó en la forma de los cuentos narrados en los cafés. De vez en cuando un pasaje termina con: «Volvamos a la historia» o «Déjenme volver a lo que estaba diciendo». El análisis lingüístico realizado por el editor Johannes Stephan del vocabulario y las formas verbales no literarias del árabe de Diyab confirma esta teoría.
Seale se ríe. «Uno tiene la sensación al leer [las memorias], de que Diyab se debió pasar la vida entera contando estas historias. Por supuesto que sí. Es lo más extraordinario que te puede ocurrir a los 19 años».
El especialista en Las mil y una noches Paulo Lemos Horta explica cómo las memorias de Diyab «revelan su habilidad para entrelazar anécdotas e historias en un relato fascinante de una vida formada por la ambición y la curiosidad». Horta explica cómo las memorias ofrecen «una clara evidencia de la atracción [de Diyab] por la religión, la magia y el misterio; su sed de aventura; y su voluntad de romper con lo convencional».
Esto se ejemplifica en un episodio temprano, que tiene un paralelismo especialmente atractivo con “Aladino”. Diyab describe cómo un día, cerca de la ciudad siria de Idlib, le muestran a Lucas una tumba excavada en la tierra, y envía a un cabrero a explorarla. El cabrero sale con un anillo y una vieja lámpara.
Diyab describe cómo un día, cerca de la ciudad siria de Idlib, le muestran a Lucas una tumba excavada en la tierra, y envía a un cabrero a explorarla. El cabrero sale con un anillo y una vieja lámpara.
Más tarde, en París, Diyab relata cómo Lucas organiza una audiencia con el rey en el palacio real de Versalles y hace que Diyab se vista con un elegante conjunto traído especialmente de Alepo: pantalones con una cinta a la altura de la cintura (hechos, irónicamente, de una tela exportada a Siria desde Francia), con una daga de plata, una chaqueta de seda de cordón de Damasco y un elaborado sombrero de pelo de marta. (Seale comenta: «Su atuendo, al igual que su mente, lleva un estampado panmediterráneo»). Diyab se queda atónito ante la grandeza del palacio de Luis y se asombra cuando la pareja es conducida ante la presencia del rey. Lucas se presenta con una inclinación, y Luis acepta los tesoros traídos por Lucas. A continuación, Diyab es llamado para que coloque delante del rey una jaula con dos pequeños roedores de orejas exageradas y largas patas.
Luis pregunta a Lucas de dónde los ha sacado. Previamente, Diyab ha descrito cómo Lucas los compró a un mercader de Túnez, pero, en ese momento, retrata a su jefe mintiendo al rey: «En el Alto Egipto», dice Lucas. Luis pregunta su nombre. Diyab disfruta de la vergüenza que siente Lucas al dirigirse al joven sirio en busca de ayuda.
Dirigiéndose al rey y a los cortesanos reunidos, Diyab los llama jarbu’, o jerboa, una especie de ratón saltarín del desierto, y escribe la palabra tanto en árabe como en francés. A continuación, pasa el resto del día siendo convocado para mostrar los animales a una marea de ministros y princesas extravagantemente enjoyadas en suntuosos salones. Esa misma noche, se le llama para que vuelva a mostrar las jerboas en el dormitorio del rey, rodeado de sedas, y acaba alojándose en Versalles durante una semana, «[recorriendo] el palacio libremente. … Las glorias del lugar son simplemente indescriptibles».
Menos de seis meses después, Diyab conoce por casualidad a un hombre -Galland- que estaba desesperado por escuchar historias de escenas sorprendentes y sucesos increíbles.
En la versión de «Aladino» que publicó Galland, Aladino es un pobre muchacho de una tierra lejana (referida como China, aunque todo el escenario sugiere una Arabia exótica), esclavo de un pagador carismático pero decepcionante, deslumbrado por un palacio opulento. Resulta sorprendente que, gracias a las memorias de Diyab, ahora descubramos que él también era un chico pobre de la lejana Siria, esclavo de su carismático pero decepcionante pagador Lucas, deslumbrado por la opulencia de Versalles. ¿Cuánto de «Aladino» proviene de Diyab y cuánto de Galland? Quizá nunca lo sepamos. Para Seale, la historia es «una mezcla inidentificable de ambos hombres».
Preguntas en torno a la naturaleza de Las mil y una noches
Esto refleja un problema central al tratar de analizar Las mil y una noches: ¿qué es en realidad? ¿Es un libro? En realidad, no. No tiene autor, nunca ha tenido un título fijo, y no existe un registro autorizado de su alcance o contenido (ninguna colección contiene 1.001 historias: el número era tan simbólico de la elevada cantidad de historias, como China lo era de la lejanía). El punto de partida -una historia sobre una joven inteligente que se defiende de una amenaza mortal contando historias- se ha identificado como originario de la literatura sánscrita de la India hace más de 3.000 años. Es probable que esta historia, y las que la rodean, se trasladaran primero al persa y luego, quizá en algún momento del siglo VIII de nuestra era, al árabe. Las historias contadas por la joven, entonces conocida como Scheherazade, entraron y salieron de la recopilación con cada traducción y cada nueva edición. Galland, por ejemplo, incluye el ciclo de historias protagonizadas por Simbad el Marino, aunque hasta entonces Simbad nunca había formado parte de esta obra.
Para muchos, todo esto forma parte del encanto. «Yo abogaría por una definición lo más inclusiva posible de lo que son Las Noches«, dice Seale. «Siempre ha sido una serie de adiciones de material no auténtico, que se absorbe y se adapta a los gustos de cada lector en particular».
Esto describe perfectamente los relatos que componen los cuatro últimos volúmenes de Galland. Sin más fuente que -ahora lo sabemos- el narrador sirio de Galland, se les ha llamado «cuentos huérfanos». ¿Se los inventó Diyab? No tenemos nada en que apoyarnos. Por el diario de Galland, parece probable que Diyab los narrara en francés y no en árabe, pero ¿los ofreció como historias propias, sólo para que Galland borrara, después, su agencia? ¿O los describió como material extra de Las mil y una noches, o como cuentos alepenses similares a los de Las noches?
Otra cuestión que se plantea es cuánto de lo que escribió Diyab era real y cuánto era una invención. Está relatando sus memorias al final de su vida, recordando lo que era tener 20 años: ¿hasta qué punto moldeó sus recuerdos para que coincidieran con su propio estilo de narración, o incluso para que coincidieran con el «Aladino» de Galland, publicado 50 años antes?
Otra cuestión que se plantea es cuánto de lo que escribió Diyab era real y cuánto era una invención. Está relatando sus memorias al final de su vida, recordando lo que era tener 20 años: ¿hasta qué punto moldeó sus recuerdos para que coincidieran con su propio estilo de narración, o incluso para que coincidieran con el «Aladino» de Galland, publicado 50 años antes? Nos quedamos con la duda, aunque nada en las memorias, ni en ninguna otra parte, sugiere que Diyab tuviera alguna idea de la identidad del hombre que conoció en París o del impacto que su narración tuvo en él y en el resto del mundo. Diyab registra el contacto en unas pocas líneas, dejando a Galland sin nombre.
Sin embargo, ese encuentro del 5 de mayo entre los dos hombres, cuando, como señala Galland, Diyab terminó de contar «la historia de la lámpara», sí cambió el mundo. Desde las fantasías del siglo XVIII, pasando por los encuentros coloniales del siglo XIX, hasta el Hollywood del siglo XX y más allá, «Aladino» ha marcado los contactos políticos y culturales entre Occidente y el mundo islámico. En nombre del entretenimiento, ha alimentado prejuicios y estereotipos en abundancia. Las mil y una noches de Galland -especialmente las últimas historias- han tenido una influencia incalculable en la cultura europea y mundial, desde la música y el arte hasta el desarrollo de la novela.
Algo que sí podemos afirmar con certeza es que las memorias de Diyab echan por tierra la idea de que Galland trabajaba solo.
También se nos muestran las limitaciones de la perspectiva europea de su época. Lucas publicó su propio relato del viaje de Alepo a París, pero ignora por completo a Diyab, describiendo sólo ruinas y saqueos. Con el descubrimiento de las memorias de Diyab podemos ahora comparar ambas perspectivas. La mirada de Diyab capta lo que Lucas pasa por alto. Vemos la compasión por los pobres que sufren un gélido invierno parisino, la empatía por las lavanderas y los mendigos, y el placer de conocer a otros sirios en París y en otros lugares. Seale califica las memorias como «un recordatorio de que la presencia árabe en Europa se remonta a tiempos muy lejanos, así como de que el Mediterráneo no siempre fue una frontera».
Para Muhanna, este detalle contextual es clave. «No es de extrañar que Diyab desempeñara algún papel en la historia de Las mil y una noches, pero, en cierto modo, eso es lo menos interesante de él», afirma.
Horta concluye que las memorias fijan a Diyab como autor de los cuentos «huérfanos», cuyos orígenes pueden situarse ahora «no sólo en la práctica literaria francesa de Galland, sino en la imaginación y la capacidad narrativa del viajero sirio que los contó por primera vez».
Desconocida, e incluso despreciada, la publicación de la historia de su vida con 250 años de retraso sitúa a Hanna Diyab como uno de los grandes héroes desconocidos de la literatura mundial.
Fuente: AramcoWorld
Traducción: FUNCI