Estos son algunos de los puntos que más alimentan la islamofobia y acerca de los cuales quienes desconocen el Islam suelen discutir de manera más apasionada, sin el mínimo conocimiento de causa. Ofrecemos algunas respuestas generales, a modo de «manual» contra la islamofobia.
Introducción
Para empezar, cuando hablamos del Islam, así, en genérico, a qué nos referimos, ¿a una religión, a un sistema de vida, a una civilización que aportó grandes logros a la humanidad, a una región del mundo cuya población se rige mayoritariamente por unas creencias determinadas? Y es que en la actualidad, vemos que esta palabra se usa de manera indiscriminada, facilitando la confusión o, al menos, la simplificación.
Y si nos refiriéramos a la región habitada por una mayoría musulmana, de qué hablaríamos: ¿De la república islámica de Irán, y dentro de ella, de los ayatolahs o de los cineastas? ¿De la laica Turquía? ¿De los socialistas Iraq o Siria? ¿De Túnez con su liberal constitución en materia de género? ¿Del paupérrimo Malí, o del riquísimo Dubai? ¿De la intolerancia de ciertos países para con las minorías, o de Siria que acoge en su seno las más variadas expresiones culturales y religiosas?
Solo esta pincelada muestra la compleja variedad de lo que hoy se conoce por países de mayoría musulmana.
Y aun, cuando nos referimos a musulmanes, de quién hablamos, ¿de los árabes, que sólo representan el 13 por ciento de los musulmanes en el mundo? ¿De los indonesios, que suman 143 millones? ¿De China con su etnia huigur, que tiene 23? ¿De los albaneses y bosnios europeos? ¿De las repúblicas ex soviéticas? ¿De los turcos, iraníes o senegaleses? ¿De los black muslims estadounidenses?
De hecho, llamamos mundo islámico a esos países con población mayoritariamente musulmana, poniéndole un epíteto que hace referencia a su religión, pero en realidad, no lo hacemos con los demás. A Occidente no lo llamamos mundo cristiano, o a ciertos países del sureste asiático, mundo budista.
Una vez más, el mosaico es vasto y variado, y las simplificaciones, abundantes.
De hecho, llamamos mundo islámico a esos países con población mayoritariamente musulmana, poniéndole un epíteto que hace referencia a su religión, pero en realidad, no lo hacemos con los demás. A Occidente no lo llamamos mundo cristiano, o a ciertos países del sureste asiático, mundo budista. Así pues, hay muchos árabes o musulmanes laicistas que se quejan de esta denominación y quisieran acuñar un término en consonancia con los demás, que “desislamizara” el mundo llamado islámico, considerando la religión tan sólo una cuestión privada, y no un hecho político y cultural determinante.
En el otro lado de la balanza, hay cada vez más musulmanes que hacen bandera del Islam y tratan de incorporarlo a la vida pública, a la política y a la legislación. Hay musulmanes que instrumentalizan y manipulan el Islam en aras a sus intereses políticos o de dominación familiar y social, mientras que otros tienen una práctica equilibrada, benéfica y de carácter democrático.
Y es aquí dónde queremos resaltar un concepto que venimos defendiendo en la Fundación, acuñado por nuestro Presidente Cherif Jah: y es que la Alianza de Civilizaciones no debe hacerse entre el Norte y el Sur, Oriente y Occidente, Europa y el mundo islámico. No, debe de hacerse entre gentes de bien y de diálogo por una parte, y en contra del reduccionismo de ambos signos y del odio recíproco. Una alianza contra el miedo y la ignorancia.
En cualquier caso, lo cierto es que los desvaríos y fanatismos de una parte de la población musulmana, a los que los medios nos tienen tan acostumbrados, no representan, ni a la mayoría de los musulmanes en el mundo ni, mucho menos, al propio Islam. Por eso el deseo de algunos en “desislamizar” la actualidad y devolverle a este término su dignidad y valor, por mucho que unos y otros mantengan ese empeño en emplearlo sin escrúpulos ni rigor: terrorismo islámico, ablación islámica, lapidación islámica, guerra santa islámica, etc.
Lo que es cierto es que hoy, el regreso al Islam tradicionalista, y en ocasiones político, es un reflejo de la necesidad de recuperar una identidad perdida, o cuanto menos amenazada, como lo sienten numerosos musulmanes en el mundo. La actual coyuntura neocolonialista que ha regido el mundo en estos últimos tiempos, no ayuda a apaciguar los ánimos ni a estimular la moderación: baste si no recordar la situación en Palestina, Iraq, Afganistán, Líbano, Chechenia, Bosnia… en fin, la lista el larga y vergonzante.
Ello sin embargo, no debería dar pie a la tentación reduccionista y de carácter victimista, que se aprecia a menudo en determinados musulmanes, que ven a todos los occidentales como adalides del choque de civilizaciones, inmorales e islamófobos. La autocrítica es siempre positiva y útil.
Por eso es necesario discutir y compartir puntos de vista desde la serenidad y la cabeza, dejando las emociones aparcadas. Y siempre desde la información.
Y eso es lo que tratamos de hacer en esta breve exposición: explicar algunas premisas básicas y, por una vez, dar una visión positiva y dinámica de esa gran cultura, tan injustamente vilipendiada, que es el Islam.
Y es que, el tener que justificarse constantemente por el hecho de ser musulmán o amar el Islam y su cultura, es algo que cansa y roza el absurdo.
El Islam y sus fuentes
El Islam surge en el siglo VII en la actual Arabia Saudí; el idioma de la revelación es el árabe, y el receptor y divulgador del mensaje coránico, el Profeta Muhammad. Lo que se conoce como Sharía islámica es la interpretación legal de los contenidos coránicos y la Sunna, o compilaciones dichos y acciones atribuidos al Profeta. Pero, la Sharía, como fruto de la interpretación humana, no es homogénea ni, mucho menos, inamovible.
Existen, como se sabe, dos ramas principales en el Islam, el sunnismo y el chiísmo, y dentro del sunnismo, que es mayoritario, cuatro escuelas teológicas establecidas en la Edad Media y por las que aún se rige la jurisprudencia islámica: la malikí, que abarca todo el Magreb y es tal vez la más extendida, la hanafí, la más liberal, la shafi’i, y la hanbalí, que es la más rigorista de todas. Todas datan de los siglos VIII-IX.
De este cuerpo dogmático, sólo tiene naturaleza sagrada el Corán, que proviene de fuente divina y no está sujeto ni a cambio ni a errores, aunque sí a interpretaciones y traducciones. El resto es fruto de la interpretación humana y por tanto, no sólo no es sagrado, sino que está, o debería de estar, sujeto a revisión o, cuanto menos, a adaptación.
El problema que se plantea a menudo en el mundo islámico es que el legado cultural, científico y filosófico de la civilización islámica a lo largo de los siglos, sobre todo durante los primeros, es tan denso, de tanto calado, que es difícil abstraerse de él y abordar con valor y una mirada fresca y actual muchos aspectos de la vida desde una perspectiva islámica, que se tienen por inmutables.
El peso de la tradición es enorme, y a veces, paralizante. Lo que en un principio fue una religión llena de frescor, audacia, sentido de la justicia y de la rebelión, en un mundo estanco y decadente como era el de la Arabia tribal preislámica, se ha convertido a menudo, por la manipulación humana, en un cuerpo rígido, sujeto al pasado y a la imposición dogmática. Pero esto no es sólo, lamentablemente, privativo del Islam.
Vamos a analizar algunos de los tópicos más extendidos acerca del Islam, y que son los que abonan la actual islamofobia, o miedo al Islam.
La democracia
A menudo se escucha decir que el Islam es incompatible con la democracia.Evidentemente estamos en el siglo XXI y un estado no puede estar regido con los mismos parámetros del siglo VII. Los tiempos han cambiado, los sistemas legislativos, económicos y políticos, también. Ahora, de esto a decir que el Islam es incompatible con la democracia, va un trecho.
La primera lección de democracia en el Islam la tenemos en el siglo VI, cuando Muhammad estableció un célebre pacto (uno de tantos) llamado de Hudaybiya, que implicó a las distintas tribus mequíes hostiles a su mensaje y que habían protagonizado una feroz persecución de los musulmanes. El fin era cumplir con la peregrinación a la ciudad de La Meca que les había cerrado las puertas desde hacía años. El historiador sueco Tor Andrae, en “Mahoma, su vida, su fe” (Londres, 1355/1936), dijo de él:
“El autocontrol que demostró Mahoma en Hudaibiya, su habilidad para soportar alguna ocasional humillación en cuestiones no importantes, con el fin de obtener un objetivo excelso, muestra que fue una persona con una habilidad única”.
De hecho, era la primera vez que La Meca reconocía a su pesar el estatuto islámico en Arabia y trataba a los musulmanes en condiciones de igualdad, tras años de feroz represión.
Pero antes de recibir la revelación, Muhammad era conocido entre los suyos como el Amin, el digno de confianza, y se le encomendaban diversas decisiones que afectaban a la comunidad, y siempre daban fe de su carácter conciliador y demócrata. Este fue el caso cuando preguntado acerca de qué tribu sería la que colocaría la piedra negra de la Kaaba, en el santuario de la Meca, él decidió que se colocaría en un gran paño cuya esquina sería arrastrada por cada representante. Esta decisión, que implicaba a todo el mundo, fue muy alabada.
Su sucesión fue también un ejemplo de democracia. No fue él quien designó a sus sucesores, los cuatro Califas bien guiados, sino que éstos fueron elegidos uno tras otro, por un riguroso sistema democrático si tenemos en cuenta la época: el de la shura, o consenso.
Tras la muerte de Alí, el último de ellos en gobernar, esto dejó de ser así para dar lugar a las sucesiones hereditarias.
En el Islam hay suficientes herramientas para pensar, decidir y adaptarse a cada circunstancia, en este caso, el actual sistema democrático. En la primera Sura del Corán, Dios se dirige a Muhammad conminándole a leer ¡él que era iletrado! La lectura, el conocimiento y la falta de prejuicios culturales, han sido los artífices durante siglos del esplendor científico de la civilización islámica. Hay un conocido hadiz del Profeta Muhammad que dice:
“busca la ciencia (el conocimiento) desde la cuna hasta la sepultura”
o aun:
“La búsqueda de la ciencia es una obligación para todo musulmán y musulmana”.
Las herramientas intelectuales, desde un punto de vista islámico y ortodoxo, son numerosas. Así la institución llamada iytihad, y escasamente empleada entre las autoridades religiosas y políticas del mundo árabe, estimula al creyente a razonar y buscar soluciones a cuestiones no estipuladas en las fuentes, adaptándose a las circunstancias y los tiempos y, en este caso a la democracia. El iytihad fue altamente recomendado por el Profeta.
El trato con los demás
La supuesta confrontación entre musulmanes y creyentes de otras religiones no tiene nada que ver con los principios del Islam. En el Corán queda claramente estipulado que judíos y cristianos pertenecen a lo que se llama Gentes del Libro, y deben ser respetados. El Corán es el único mensaje que admite a las revelaciones anteriores y sus libros sagrados. Así, en la Sura 3, aleyas 3-4, dice el Corán: “Ha hecho (Dios) que descienda sobre ti el Libro con la Verdad confirmando lo que ya había. E hizo descender la Torá y el Inyil anteriormente, como guía para los hombres. Y ha hecho descender el discernimiento”.
La aleya 285 de la sura 2, dice:
“…Todos han creído en Allah, en sus ángeles, en Sus libros y en sus mensajeros: “No aceptamos a unos mensajeros y negamos a otros”.
Eso sin embargo no sucede entre judíos y cristianos, pese a que por ejemplo los cristianos y algunos judíos del entorno de Muhammad tuvieron un importante rol en la expansión y reconocimiento de su misión profética. Fueron los monjes cristianos que vivían en Arabia, así como algunos judíos, quienes predijeron la llegada de un nuevo Mesías.
Así, la tradición musulmana narra que fue el monje Bahira, quien descubrió la profecía a la que estaba destinado Muhammad desde su infancia, cuando lo conoció en una caravana. El monje cristiano Waraqa ibn Nawfal predijo a su vez cuando comenzaron las revelaciones a Muhammad, y que éste se sentía muy turbado:
“Es cierto que se te tratará de mentiroso, que serás maltratado, que se te maldecirá y se te hará la guerra. Si vivo aún ese día, Dios sabe que me pondré de tu lado para la victoria de Su causa”.
En lo que respecta a las tribus judías de su entorno, Muhammad y sus compañeros lograran pactar en ocasiones de forma satisfactoria con ellas, pero otras veces se verán traicionados por ellas en sus pactos. Una falta, la traición, así como el no cumplimiento de la palabra y los pactos de honor, considerada gravísima en la época. Ello les llevó a musulmanes y judíos a eventuales enfrentamientos y reyertas.
Esta coyuntura sin embargo, no desautoriza en absoluto la obligación coránica de respetar a las Gentes del Libro, y las gentes de bien en general, creyentes o no, por supuesto.
Por lo demás, el propio Muhammad tuvo en ocasiones relaciones de amistad e incluso complicidad en medio de aquel ambiente hostil y criminal que se estableció contra los primeros musulmanes, con paganos y judíos. Había un joven judío que siguió al Profeta durante años de su vida, por amistad y admiración, y el Profeta no le pidió nunca que se convirtiera a la nueva religión.
En una ocasión, pasaba ante el Profeta y sus compañeros una procesión fúnebre, y el Profeta se levantó en señal de respeto. Los demás le indicaron que se trababa de un judío y él dijo: “¿No se trata de un alma humana?” También hubo paganos de La Meca que, a pesar de los enfrentamientos, le prestaron servició y le protegieron durante sus años de predicación.
El en Islam, la imposición religiosa no existe. Queda claro en el Corán: “No hay imposición en materia de religión”.
El Corán y el Profeta además, no tuvieron problema en defender las injusticias ocasionalmente cometidas por algún musulmán contra los no creyentes.
EL YIHAD
Yihad significa “esfuerzo”, pero también, “guerra por esfuerzo, guerra legal”. Es cierto que, al regreso de una batalla, el Profeta dijo, “ahora que regresáis de la lucha pequeña, vais hacia el Gran Yihad”, el gran esfuerzo contra las pasiones y defectos. Sin embargo, no es menos cierto que en el Corán se hace mención en diversas ocasiones a la guerra en defensa propia, cosa por cierto, que ha hecho que algunas organizaciones terroristas se agarren a ello como un clavo ardiendo, sacando totalmente los texto de contexto y manipulándolos a su antojo.
Como muy bien explica el arabista González Ferrín, en su excelente libro “la Palabra descendida” sobre la naturaleza y el verdadero significado histórico del Corán, el Islam llega en una época y un contexto determinado, dirigido en un principio a un pueblo en concreto, aunque luego se convierta en un mensaje universal.
Se trata de Arabia, un país en plena crisis, en el que la usura, la decadencia de los valores morales, la falta de solidaridad, las injusticias sociales, el maltrato a las mujeres y a los esclavos, estaban en su apogeo. En ese contexto tribal, sin estructura de Estado, se hacía necesario poner orden. Orden familiar, social, económico y político. Esto sin embargo no sucederá en época de cristianos, en que en cambio sí existía una sólida estructura política. Los cristianos no se verán así pues obligados a instaurar un orden social y una estructura de estado, y serán libres de predicar sus creencias sin preocuparse más que de proteger su comunidad, que, lo mismo que la musulmana, estaba fuertemente perseguida y masacrada.
En este contexto, la herramienta entre los primeros musulmanes para extender su mensaje, será sin duda la palabra, la predicación, y, solamente cuando fueron ultrajados a muerte y traicionados (como antes veíamos, por algunas tribus judías, lo mismo que por sus vecinos y familiares de Meca), recibieron la orden de luchar para defenderse. Esto es lo que reza las aleyas 190 a 193 de la Sura 2:
“Combatid por Dios contra quienes combatan contra vosotros, pero no seáis vosotros los agresores.
“Matadles donde los halléis y expulsadles de donde os hayan expulsado. (…) Pero si cesan, Dios es indulgente, Misericordioso…”.
Parece pues natural que, tras trece largos años de resistencia pasiva ante las repetidas agresiones, Dios ordenara a defender a la comunidad islámica. Es lo que hoy llamaríamos derecho a la resistencia, que poco tiene que ver con el terrorismo, aunque haya, por una y otra parta, quien confunda estos términos.
No hay que olvidar que el Corán frecuentemente insta a inclinarse a la paz y no la guerra, y que una de sus célebres aleyas asegura que “matar a un ser humano equivale a matar a la humanidad”.
Además, se puede afirmar que en época de conflicto se estableció una auténtica “ética de guerra”, en la que se debían de respetar a los prisioneros (se los liberaba en ocasiones a cambio de enseñar a leer a diez musulmanes), a las mujeres, los ancianos, y hasta los árboles. Nada nuevo pues, nos enseña en este sentido el tribunal de la Haya.
La mujer
La mujer. Tema que es utilizado con demasiada frecuencia para catalogar y descalificar el Islam. El velo; parece como si el debate en el seno del Islam, y también fuera de él, se limitara tan sólo al uso, tamaño y forma del velo.
No se puede negar que la situación de la mujer es nefasta en la mayoría de los países de ámbito musulmán. Aunque en unos, más que en otros. Pero, ¿acaso es mucho mejor en el sudeste asiático con sus extendidas prácticas de prostitución infantil? ¿O en las comunidades cristianas y animistas del África subsahariana que también practican la mutilación genital femenina? ¿O entre las comunidades gitanas? ¿O entre los judíos ortodoxos? ¿O en los transportes públicos mexicanos? ¿O en la india de las castas? ¿O en China dónde las hijas son a menudo abandonadas?
¿Por qué limitar entonces sistemáticamente el discurso feminista al mundo islámico?
Lamentablemente, la mujer siempre ha sido el chivo expiatorio de la incultura, la ignorancia y el poder patriarcal. Dejarla que se emancipe en muchas culturas, significaría perder prerrogativas y sistemas machistas muy anclados. Interesa pues que siga estando sometida. Y esto, a desde luego, no escapan las sociedades llamadas musulmanas.
Esta situación es triste cuando vemos que el Islam en el siglo VII fue un mensaje liberador, que devolvía la dignidad y los derechos a las mujeres. Unos derechos totalmente pisoteados en una sociedad árabe en la que, entre otros espantos, se las enterraba vivas porque no eran consideradas válidas.
También es cierto que no podemos hallar en el Corán del siglo VII los mismos parámetros occidentales por los que nos regimos en la actualidad, pero tampoco las mismas vejaciones, claro está, porque a una musulmana tradicional que lucha por su dignidad, tampoco le agrada la cultura en la que la mujer sólo vale por su talla de sujetador, sus arrugas o los kilos de silicona que necesita para estar en el mercado laboral. “El harén de occidente es la talla 38”, dice la feminista marroquí Fatima Mernissi.
Una lectura atenta del Corán revela que la mujer, en pleno siglo VII, tenía derecho a la elección marital, el divorcio, la posesión de bienes y su administración, la participación social y política (la reina de Saba es alabada por el Corán por su equidad y sentido de la justicia, y sin embargo minimizada por la mayoría de los cronistas a lo largo de la Historia, ya sean musulmanes o cristianos).
El Corán menciona el caso de varias mujeres anteriores al Islam y musulmanas, por su valor y compromiso social y político, y constantemente se dirige a los musulmanes en todas sus suras en términos de igualdad, haciendo alusión a los “musulmanes y musulmanas”.
Recordad que en el cristianismo la mujer era considerada un ser sin alma hasta el Concilio de Trento en el siglo XVI, y que en España no tenía derecho a tener una cuenta bancaria solamente a su nombre, ni a vender sus propiedades hereditarias sin el permiso marital.
El Profeta fue un ejemplo de perfecto comportamiento y respeto hacia las mujeres, y de hecho, durante años, los conversos musulmanes mayoritarios fueron esclavos, jóvenes y mujeres. El trato con sus esposas y las demás musulmanas era irreprochable, y tan ecuánime y paciente que en ocasiones fue incluso reprochado, o más bien fueron ellas reprochadas por sus abusos de confianza, como sucedió en una ocasión con Omar, uno de sus compañeros.
No en vano, el Mensajero decía:
“El mejor de vosotros es quien mejor se comporta con su mujer, y en esto yo soy ciertamente el mejor”.
Jadiya, su primera esposa, y Aicha, fueron dos ejemplos del gran ascendente y apoyo que encontró junto a sus esposas durante su difícil misión profética. Aicha fue una de las mayores autoridades morales tras la muerte de Muhammad, y compiló y legitimó un número enorme de hadices o tradiciones referidas al Profeta. Sin embargo, los historiadores han pasado junto a este hecho de puntillas, por decir algo.
Ahora bien, aquí hay dos cosas que decir; una, como veíamos, que no se puede equiparar, ni se debe, la situación en el siglo VII y en la Arabia de entonces con los parámetros occidentales actuales, y otra, que el Corán, cuyo mensaje fue totalmente revolucionario en la sociedad machista y despótica en que fue revelado, fue un mensaje que algunos consideran de tipo gradualista, que intentaba no romper de golpe y de forma violenta todas las tradiciones locales de la época.
La poligamia
La poligamia es, a decir de los estudiosos reformistas, uno de estos casos de gradualismo. Hay que saber que en época preislámica, en Arabia se tenía por costumbre tomar todas las esposas posibles, además de poner en práctica determinadas conductas incestuosas.
En ese contexto cultural y moral, y contra el abuso de los bienes de las huérfanas con las que ciertos varones deseaban casarse para apropiarse de sus bienes, el Corán prescribe la poligamia, o más bien, la regula y la limita, como se puede leer en la Sura 4, aleya 3:
“…Y si teméis no ser justos con los huérfanos… Casaos entonces, de entre las mujeres que sean buenas para vosotros, con dos, tres o cuatro; pero si teméis no ser equitativos, entonces, con una sólo o las que posea vuestra diestra. Esto se acerca más a que no os apartéis de la equidad.”
Esto, en realidad es una advertencia para hacer desistir a los hombres de semejante práctica.
Los castigos corporales
Aquí nos encontramos con la Sharía y la interpretación que le dan los diferentes países. Por cierto que hay que especificar que sólo algunos, una minoría, la aplican de forma literal, y que su interpretación es totalmente subjetiva, y esto desde hace siglos.
A veces llegan ejemplos escalofriantes de lapidación desde diversos países (pocos, afortunadamente) que aplican la Sharía en su forma más extrema. Pero hay que saber que la lapidación no aparece en absoluto contemplada en el Corán, siendo en cambio una tradición contenida en la Biblia y mantenida en tiempos de Jesús, como se descubre cuando pretendieron lapidar a María Magdalena.
Sí se mencionan en cambios el castigo corporal en el Corán. Pero, con toda evidencia, la forma de plantearlos es, desde el punto de vista de muchos estudiosos, totalmente disuasoria, en realidad.
“Aquellas de vuestras mujeres que se presenten con una indecencia, buscad cuatro testigos de entre vosotros, y si dan testimonio contra ellas, retenedlas en las casas hasta que la muerte se las lleve o Dios les de una salida”. (Sura 4, aleya 15)
Más adelante, en la Sura de la Luz, aparece mencionados los castigos corporales. Nunca la lapidación, sino los azotes a los adúlteros. Pero, en primer lugar, se habla de ellas y de ellos. Segundo, hacían falta cuatro testigos presenciales para incriminar a la persona. Tercero, aquel que acusara a una mujer inocente, era castigado de la misma forma por calumnia. Cuarto, la mujer es considerada libre de culpa si jura cuatro veces por Dios que él acusador está mintiendo. Sólo Dios en ese caso es conocedor de la verdad. Y Quinto y más importante, al final de estas aleyas y de todas las punitivas en general, se contempla el arrepentimiento y el perdón como la mejor solución. “…Pero, si se arrepienten y enmiendan, dejadles en paz. Dios es indulgente, misericordioso”. (Sura 4, aleya 16).
Como se ve, todas estas condiciones hacen imposible el castigo corporal: los cuatro testigos oculares, por una parte, el contra testimonio de la mujer por otra. Y por último y más importante, el arrepentimiento y consecuente perdón.
Por cierto que, ¿Cuántas veces se escucha decir que se ha lapidado o azotado a un varón por adulterio?
Otra Sura que suelen sacar a colación los rigoristas o los que quieren vilipendiar el Islam o a los musulmanes es la que haría alusión a maltratar a las mujeres.
En ella aparece un verbo, «adribuhunna», que normalmente se ha traducido por corregir, y, en algunas ocasiones, hasta por golpear. Este versículo trajo de cabeza a los sabios desde la Edad Media, y en su versión más rigorista, se interpretó como golpear a la mujer con una ramita de miswak. Sin embargo, muchos autores coinciden en que en realidad aquí adribuhunna se refiere a apartar.
Como explica por ejemplo la feminista islámica marroquí Asma Lamrabet, que ha escrito un interesante ensayo sobre la mujer en el Corán, ¿Por qué interpretar un verbo que aparece mencionado en el Libro Sagrado con significados tan diversos como cubrir, dar, caminar, acompañar, apartarse, dejar, y demás, se debería de traducir por golpear, cuando el propio Profeta, cuando sus esposas protagonizaron una especie de alboroto familiar reclamando más bienes materiales, decidió alejarse de ellas durante un tiempo para hacerles recapacitar? No tiene ningún sentido.
El velo
Aquí nos topamos con el tópico más arraigado y manido, tanto por una parte como por otra. Parece como si no hubiera otra cosa que debatir en el mundo islámico más que sobre el velo. Como si no hubiera otros problemas, y también otros aciertos. Pero hagamos un breve repaso del uso del velo en la historia. El velo existió antes de la llegada del Islam, pues lo encontramos como prescripción religiosa tanto en el Judaísmo como en el Cristianismo. En el Cristianismo, San Pablo tuvo una interpretación muy misógina del velo, ya que lo convirtió en el emblema de la opresión de las mujeres, enunciándolo así en su primera epístola a los Corintios (11: 2-16): “El hombre no debe velarse, es la imagen de la gloria de Dios, pero la mujer es la imagen de la gloria del hombre (…). Por eso, la mujer debe cubrirse y poner sobre su cabeza la marca de su dependencia”.
Esto por cierto no se parece a lo que dice el Corán acerca de que “la mujer es un vestido para el hombre, lo mismo que el hombre es un vestido para la mujer”.
El versículo coránico en el que se habla del velo fue enunciado en un contexto histórico particular, caracterizado por una terrible opresión a las mujeres. Efectivamente, antes del Islam, las mujeres quedaban repudiadas sin motivo y se encontraban a menudo en situaciones de miseria y de desamparo moral, que les obligaban a escoger entre la esclavitud y la prostitución. Obligadas a prostituirse, para atraer la atención tenían la costumbre de pasear con el pecho descubierto, (con las dos partes de su velo por detrás del cuello), a la imagen de las famosas prostitutas sagradas de Mesopotamia o India.
Es de ahí donde procede la sentencia coránica que invitó a las mujeres que habían escogido abrazar el Islam, a “liberarse” de la esclavitud y de la prostitución, y “cubrir con sus velos, o khimar, su escote”.
Así dice la Sura 24, aleyas 30 y 31: “Y di a los creyentes que bajen la vista con recato y sean castos. Es más correcto. Dios está bien informado de lo que hacen.
Y di a las creyentes que bajen la vista con recato, que sean castas y no muestren más adornos que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo…”
Esta y otra aleya que conmina a las esposas del Profeta a salir a la calle con el manto, como medida para que no fueran confundidas con concubinas y se las molestara, son las únicas menciones que aparecen en el Corán. ¿Justifica en modo alguno esto toda esta mediatización acerca del dicho velo?
Y además, como recuerda con frecuencia Cherif Jah en sus alocuciones, y como acabamos de leer, “No solamente la mujer debe de ser modesta y discreta. También el hombre debe llevar un velo en el corazón y mostrar respeto, a partes iguales.”
Esto demuestra claramente que, aunque el uso del velo es reconocido como una recomendación, no existe un vestido propiamente llamado “islámico”, si no es la prescripción de vestir con modestia y dignidad, como encontramos por cierto también el la Biblia y en las demás religiones.
En este contexto es importante decir que, si bien es cierto que la imposición del velo es usada a menudo como símbolo de opresión por ciertas sociedades musulmanas patriarcales, hay muchos otros motivos para su uso, que en ningún modo deben de ser obviados: feminismo musulmán, reivindicación de una dignidad femenina, reivindicación de una entidad cultural, necesidad de diferenciarse ¡y hasta simple moda!
También hay quien opta por no significarse ni llamar la atención en países no musulmanes, no llevándolo. ¿No es al fin y al cabo el velo un signo de discreción? Hay quien soporta difícilmente el peso de las miradas y el juicio ajeno.
Esto es lo que dice Asma Lamrabet en un interesante artículo sobre el velo:
“En todas las tradiciones religiosas y las civilizaciones, el velo, reducido a su sentido más literalista, el de “ocultar” a la mujer y marginarla, fue el instrumento clave de la sumisión de la mujer en el orden patriarcal. En todas las religiones, el mensaje espiritual inicial, a través de sus distintas interpretaciones humanas y masculinas, ha sido marginado en detrimento de una lectura patriarcal que queda dominante en todos los sistemas religiosos.
En el mundo indo-paquistaní por ejemplo, la “Purdah”, traje que tiene semejanza con el famoso “Burqah” en Afganistán y significa literalmente “pantalla”, no tiene sus orígenes en el Islam ¡y habría nacido paradójicamente en esas sociedades fuertemente patriarcales, con el fin de proteger a las mujeres de los conquistadores musulmanes del Rajastán! En cuanto al “Chador” iraní, no corresponde a ninguna obligación musulmana ¡y su filiación remonta a la antigua Persia!”
Pero recordemos el origen de tanto revuelo: la ley francesa de su prohibición, y el colonialismo. Los afanes civilizadores y en ocasiones aculturizantes de los colonizadores, como pasó en Argelia, incitaron en cierta forma a las mujeres a recluirse, como forma de preservar su cultura. Se empezó a vivir el Islam a modo de «identidad-muralla», que es también un poco lo que sucede hoy en ciertas comunidades de inmigrantes en Europa.
Es curioso además comprobar cómo el colono se va a obsesionar, como ahora, por liberar a la mujer oprimida y llevarla a sus esquemas de comportamiento, como denunció Edward Said en su célebre libro “Orientalismo”.
Pero lamentablemente, no sólo los occidentales tienen la culpa de esta presión. Los propios musulmanes están con demasiada frecuencia educados para vivir y pensar el Islam, no como un mensaje espiritual libertador, sino como una tradición esencialmente dogmática y ritualista que no deja al creyente ningún espacio para la libertad. Muchos musulmanes de Occidente y en sus países de origen, desconocen además lamentablemente su propia cultura.