Recogemos este artículo elaborado por Daniel Gil Benumeya, Coordinador científico del CEMI, para el periódico 20 minutos, en el que explica el proceso de supresión de su historia al que fue sometido Madrid a partir del s. XVI y reflexiona sobre la necesidad de esta capital de recuperar sus orígenes, con fines patrimoniales y como modelo de diversidad.
La plaza de Maslama, en Chamartín, espacio privado de una zona residencial, parece ser el único recuerdo que Madrid tributa a quien fue en otro tiempo el más famoso de sus hijos: Abu al-Qásim Maslama al-Mayriti, es decir «el Madrileño», matemático, astrónomo y astrólogo, nacido en Madrid en el año 338 de la Hégira (950 de la era cristiana) y muerto en Córdoba en el 398 (1007). Fue, según sus coetáneos, el científico más importante de su tiempo. Su fama traspasó las fronteras de al-Ándalus y también corrió por la Europa cristiana, aunque en este caso no tanto por su contribución a la ciencia como por un manual de magia que se le atribuía erróneamente, el Picatrix.
En el Madrid actual es un perfecto desconocido. De hecho, es difícil encontrar un repertorio de madrileños ilustres que se remonte más allá de san Isidro. Madrid vive a espaldas de su primera historia o pasa de puntillas sobre ella para unir directamente un imposible pasado romano y visigodo con la época de los Lujanes, los Álvarez Gato y los Reyes Católicos. Sin embargo, las fuentes históricas y la arqueología no han hecho más que confirmar lo que ya se sabía a ciencia cierta a finales del siglo XVIII y se intuía desde siempre: que Madrid fue una fundación andalusí y los primeros madrileños fueron «moros». Y ese parece ser el problema.
Madrid vive a espaldas de su primera historia o pasa de puntillas sobre ella para unir directamente un imposible pasado romano y visigodo con la época de los Lujanes, los Álvarez Gato y los Reyes Católicos.
Felipe II se inventó el Madrid que conocemos. Convertir la modesta villa en una capital imperial pasaba por hacer tabla rasa de su pasado y reconstruirlo desde cero. El emperador y sus sucesores acabaron con prácticamente todas las construcciones medievales de la villa, especialmente aquellas que delataban su pasado islámico, aunque luego se quedaron sin fondos para hacer de Madrid una ciudad monumental que rivalizara con Roma. En aquel entonces Madrid conservaba aún la impronta de su origen andalusí, de aquella «ciudad pequeña y próspera», como la llamó el geógrafo ceutí al-Idrisi, fundada en el siglo IX por los habitantes mestizos de la frontera para defender el alfoz de Toledo. Después de su conquista y colonización castellana a finales del XI, la ciudad tuvo aún durante más de cuatrocientos años una minoría musulmana, que dominaba la herrería y las obras públicas, participaba en la procesión del Corpus con «sus juegos e danças» y tenía buena relación con las autoridades y la mayoría cristiana. Fueron los Reyes Católicos quienes acabaron con la diversidad religiosa que había caracterizado la Península durante los siglos medievales y que resultaba extraña al Estado moderno y a los ojos de sus nuevos aliados europeos. Se cuenta que fue su yerno,Felipe el Hermoso, quien alarmado en su primer viaje a Castilla por encontrarla «llena de moros blancos», rogó a la reina Isabel que pusiera fin a esa monstruosidad. Los musulmanes de Madrid tuvieron que pasar por la pila bautismal el 21 de febrero de 1502 y cambiar sus nombres de resonancias árabes por otros castellanos. Aun así, siguieron sobreviviendo bajo la vigilancia de la Inquisición y cuando los Austrias finalmente decidieron expulsar a todos los moriscos de sus reinos, en Madrid no pudieron dar con ellos. «Tienen muchas personas que los ayudan y cubren», se lamentaban los responsables de aquella expulsión, que pretendía extirpar los últimos restos de al-Ándalus.
En Madrid,la huella andalusí quedó sepultada bajo el peso de la corte. Después de arrasar prácticamente todo el Madrid medieval, el relato oficial de los Austrias reinventó la historia de la ciudad, remontándola a orígenes mitológicos y pasados esplendores griegos, romanos y godos. Dentro de esa narración, los «moros» tenían un papel menor, no como fundadores sino apenas como conquistadores finalmente expulsados, como un desgraciado paréntesis en una historia que se establecía un vínculo sin solución de continuidad entre los visigodos y la llamada «reconquista». Fue ese el primero de una larga serie de esfuerzos por inventarle a la que desde entonces sería capital de España un pasado más ilustre y acorde con los valores europeístas y católicos de la Monarquía hispánica primero y de la nación española después.
Restos del Madrid andalusí
Seguimos atados a ese enfoque. Es así de hecho, como muchas generaciones de españoles hemos estudiado el periodo de al-Ándalus y como se sigue reproduciendo en libros de texto y series seudohistóricas. Como una presencia extraña, extranjera. Quizás por eso entre las casi diez mil denominaciones del callejero de Madrid, solo tres recuerdan los ochocientos años de historia y civilización andalusí: la pequeña calle Averroes, el parque del Emir Mohamed I y la sorprendente placita de Maslama, cuyo nombre parece salido de alguna iniciativa particular. El reconocimiento a Mohamed I como fundador de Madrid es de hecho inusual y se debe a las circunstancias de finales de los años ochenta y la sombra de Tierno Galván. Si ya entonces suscitó recelos, hoy sería mucho más aventurado políticamente dedicar un espacio público a un musulmán. Quizás por eso, los actuales cambios de denominación en el callejero para hacerlo más representativo de nuestra sociedad y nuestra historia no han contado, de momento, con la posibilidad de dar espacio a la memoria de al-Ándalus.
La recuperación del legado andalusí cumple una doble función. Por un lado, preservar y dar a conocer una pieza esencial de la historia madrileña y, por otro, contribuir a una percepción de la diversidad como característica propia de la Villa desde su fundación misma.
A lo largo del último siglo han ido reapareciendo, tozudos, muchos restos del Madrid andalusí, aunque no siempre han sido bien tratados. Todavía en 1913 se celebraba el descubrimiento y destrucción de un tramo de la muralla andalusí en la calle Bailén en aras del progreso y la civilización. En los años cincuenta, el insigne arabista Jaime Oliver Asín casi tuvo que encadenarse a la muralla que conocemos hoy —oculta en el jardín de una casa nobiliaria— para salvarla de la perforadora. Y no lo consiguió del todo, porque el inmueble de Bailén 12, donde tiene su residencia oficial el cardenal Rouco Varela, se edificó poco después a costa de unos torreones cuando la muralla ya gozaba, en teoría, de protección oficial. La construcción del nunca inaugurado Museo de Colecciones Reales encontró en sus cimientos hace ya casi dos décadas otro gran tramo de muralla y las casas y calles más antiguas de la ciudad. Debería haberse impuesto un traslado del museo a cualquier otro lugar de Madrid, con lo que habrían ganado la arqueología y el paisaje, pero ahí está como homenaje, de momento estéril, al hormigón y el sobrecoste de las obras públicas. Podríamos poner más ejemplos. En términos generales, aunque los restos del primer Madrid sean modestos, no son tan escasos como parece. Existe patrimonio oculto, material repartido en diferentes museos, arqueología localizada pero no visible en la actualidad, huellas en el trazado urbano. Además del patrimonio inmaterial: el nombre de la Villa y el de su patrona (al-mudayna: la ciudadela), el origen quizás sincrético de su patrón, san Isidro, y bastante documentación sobre la vida en el Madrid andalusí y mudéjar y sus protagonistas. Todo ello es sin embargo muy poco conocido debido a que han sido muy escasas, y generalmente privadas, las iniciativas de visibilización e interpretación de este patrimonio, y menos desde una perspectiva amplia y totalizadora que trate de dar coherencia a materiales dispersos de distinta naturaleza (arqueológicos, documentales, históricos, antropológicos). El Centro de Estudios sobre el Madrid Islámico (CEMI), creado hace un año, tiene esa vocación, pero ante todo intenta que la tarea la asuman los poderes públicos, especialmente el Ayuntamiento de Madrid, que es quien tiene el compromiso de poner en valor el patrimonio histórico, artístico y cultural de la ciudad.
En este sentido, la recuperación del legado andalusí cumple una doble función. Por un lado, preservar y dar a conocer una pieza esencial de la historia madrileña y, por otro, contribuir a una percepción de la diversidad como característica propia de la Villa desde su fundación misma. Madrid, que se abrió tarde al cosmopolitismo del que gozan desde hace más tiempo otras capitales europeas, tiene la paradójica riqueza de su origen mestizo. Al Madrid multicultural del siglo XXI le debería interesar mucho redescubrirlo. Redescubrirse.
Fuente: 20 minutos