A través de este artículo, el profesor de Historia Medieval, Alejandro García Sanjuán, de la Universidad de Murcia, rebate algunas de las ideas que, aún hoy en día, tratan de negar la histórica presencia musulmana en España durante el periodo de Al-Ándalus. Para ello reflexiona sobre la función que este periodo, y la denominada Reconquista, han desempeñado en el proceso de construcción de una identidad nacional española.
En el año 92 del calendario islámico, 711 de nuestra era, grupos de contingentes beréberes cruzaron el Estrecho de Gibraltar y vencieron al último rey visigodo de Toledo, Rodrigo. Poco más tarde, el gobernador de Qayrawan, Musà ibn Nusayr, se dirigió a la Península con combatientes árabes para continuar el proceso de conquista, que supuso la integración de buena parte de dicho territorio en los dominios del Califato Omeya de Damasco. Este fue el origen de al-Andalus, un país árabe e islámico en la península ibérica durante los siglos VIII al XV.
Para los historiadores decimonónicos, imbuidos de la profunda identidad entre España y el catolicismo, al-Andalus fue simplemente la ‘anti-España’, destruida por la gloriosa empresa nacional de la ‘Reconquista’.
La recepción que esta entidad histórica ha tenido en la cultura española ha sido de lo más variopinta, no estando exenta de manifestaciones exóticas y disparatadas, algunas de las cuales llegan hasta la actualidad. Para los historiadores decimonónicos, imbuidos de la profunda identidad entre España y el catolicismo, al-Andalus fue simplemente la ‘anti-España’, destruida por la gloriosa empresa nacional de la ‘Reconquista’. Para contrarrestar esta visión excluyente surgió otra, igualmente imbuida de nacionalismo, pero de signo contrario, expresada a través de la idea de la ‘España musulmana’: al-Andalus habría sido solo otra forma de ser ‘españoles’.
Una lectura identitaria del pasado
Las lecturas identitarias del pasado forman parte del viejo concepto decimonónico de la historia, hoy fuertemente denostado. Se trata de discursos muy efectivos, ya que apelan a emociones asociadas a las identidades colectivas. El problema es que representan una profunda tergiversación del pasado, pues se basan en una falsa idea de continuidad. Las identidades no son esencias inmutables que atraviesan el tiempo. Pretender que los españoles del siglo XXI ‘fuimos’ algo, colectivamente, en tiempos remotos, no es más que una burda falacia carente de cualquier clase de argumento científico y dirigida a embaucar a lectores en permanente estado de adolescencia mental, dada su dependencia de dosis de refuerzo que les permitan confirmar su identidad.
Dada la naturaleza fraudulenta de este tipo de propuestas, sus promotores se ven inevitablemente abocados a recurrir a fake news, algunas tan irrisorias como la que pretende que la conquista musulmana de la Península es un ‘cuento’. El disparate no es, en absoluto, novedoso. Su origen se remonta a La revolución islámica en Occidente (1974), obra de Ignacio Olagüe, un simple aficionado que, al carecer de preparación suficiente para entender las fuentes históricas, decidió que era mejor prescindir de ellas. Olagüe aplicaba, así, a la historiografía el precepto que regula la elaboración de fake news: ‘no dejes que la realidad te estropee un buen titular’.
Las lecturas identitarias del pasado forman parte del viejo concepto decimonónico de la historia, hoy fuertemente denostado.
En realidad, todos los historiadores saben que las evidencias que acreditan ese proceso histórico son tanto literarias (latinas y árabes) como arqueológicas. Entre las puramente coetáneas se encuentran las primeras series de acuñaciones monetarias realizadas por los conquistadores. Los llamados ‘dinares bilingües’, fechados en 716-717, son monedas escritas en árabe y latín que incluyen el nombre ‘Al-Andalus’ y la referencia a Mahoma como ‘enviado de Dios’ (rasûl Allâh). Apenas diez años después de su llegada (a partir de 720), los conquistadores ya solo acuñaron monedas exclusivamente árabes, idénticas a las del califato Omeya de Damasco, que incorporaban leyendas coránicas.
Más recientemente, la Universidad de Granada ha publicado un excelente catálogo de sellos y precintos con inscripciones árabes que acreditan la actuación conquistadora de los musulmanes, incluyendo referencias a pactos de capitulación con los magnates locales y a la captura y reparto del botín. Asimismo, en 2001 se descubrió en Pamplona la más antigua necrópolis musulmana de la Península, datada a través de pruebas radiocarbónicas en el siglo VIII. Los cuerpos se depositan siguiendo el ritual islámico, es decir, directamente en la fosa, sin ajuar, y decúbito lateral derecho (apoyados sobre el hombro derecho) y con orientación SO-NE, con la cara mirando al SE.
Todo esto no es nada nuevo para historiadores, arqueólogos y arabistas que se dedican al estudio de la historia de al-Andalus y que saben que las ideas de Olagüe no son más que un vulgar fraude historiográfico, meras ocurrencias que representan una forma de revisionismo histórico vinculada a tendencias ‘negacionistas’. Pese a ello, desde hace ya varios años, ciertos sectores están haciendo su agosto a costa de fomentar este fraude. Al frente de los mismos se encuentra la editorial cordobesa Almuzara, propiedad del exministro Manuel Pimentel, reconvertido en paladín de Blas Infante a raíz de su salida del gobierno de Aznar. Siguiendo las ideas del fundador del andalucismo, Pimentel lleva años pretendiendo vender ‘el al-Andalus que llevamos dentro’.
La difusión del pasado
La difusión del conocimiento del pasado representa, a priori, una tarea encomiable. Incluso la publicación de productos fraudulentos como La revolución islámica en Occidente podría tener un indudable valor pedagógico, siempre que se advirtiera previamente al lector de su alta toxicidad. Tampoco parece aceptable lucrarse a base de vender obras que, aunque se presentan bajo el marchamo académico, no son más que subproductos historiográficos y que, aunque se venden como ‘alternativos’ y novedosos, lo que cuentan es lo mismo de siempre.
Los sectores que promueven estas supuestas visiones ‘alternativas’ del pasado pretenden, supuestamente, refutar viejas nociones como la de ‘Reconquista’, pilar conceptual del rancio discurso nacionalcatólico españolista. Nada más lejos de la realidad. Para comprobar lo mucho que se parecen a quienes pretenden oponerse, baste recordar que ya Sánchez-Albornoz, el más nacionalcatólico de nuestros historiadores del siglo XX y máximo apologista de la Reconquista, dijo hace años que el cordobés Ibn Hazm era ‘el eslabón moro de la cadena que une a Séneca con Unamuno’.
Estos vendedores de humo (nacionalcatólicos o no, da igual) son, en realidad, auténticos expertos en ciencias ocultas, capaces de descubrir nuestro ‘yo’ (el suyo, el mío y el de todos) en el más allá. No resulta extraño, por lo tanto, que entre los crédulos seguidores de patrañas como las de Olagüe se cuenten los aficionados al esoterismo, el ocultismo y las teorías de la conspiración, esos que gustan de hacer viajes interestelares sin salir de casa subidos en la ‘nave del misterio’.
Pero lo más grave de todo este lamentable y patético embrollo no son los aficionados al esoterismo, los expolíticos que cambian de chaqueta o las editoriales que se dedican la venta de productos bibliográficos tóxicos. Lo verdaderamente grave es que haya sectores académicos que crean que participar en este circo les resulta rentable. Como narra la leyenda, Narciso, perdidamente enamorado de sí mismo, murió ahogado en el agua, a la que cayó perturbado por su propia contemplación.
Fuente: 20 minutos