La ornamentación
El libro decorado por excelencia en la tradición musulmana es el Corán, aunque no el único. Del mismo modo, los diwan aparecen ricamente ornamentados. Los libros científicos, por su parte, ya traten de matemáticas, música, astronomía, medicina o fabricación de armas, están en ocasiones profusamente ilustrados. Según la tradición, en tiempos de Muhammad (s.a.w.s.), y hasta que se realizara la compilación definitiva del Corán tras su muerte, las aleyas se escribían, con el fin de memorizarlas, sobre distintos soportes. Se empleaban hojas de palmera, omóplatos del camello, así como piedras y cuero. Más adelante aparecieron los primeros ejemplares escritos sobre tablas de madera, pergamino y papel.
Tradicionalmente, los elementos ornamentales preceden o completan los textos sagrados en forma de frontispicio o de colofones policromos muy trabajados, y aparecen decorando páginas enteras en forma de tapiz. También se ornan los títulos de las azoras y las separaciones entre versículos. Algunas Biblias antiguas y algunos escritos drusos están decorados de la misma forma.
Los alcoranes andalusíes estaban particularmente iluminados. En algunos ejemplares como los cordobeses del siglo VI/XII y los del valenciano Ibn Gattus (ss.VI-VII/XII-XIII), la arquitectura sirve de motivo, como se ve en ciertas portadas que reproducen estrellas y tracerías que recuerdan a las cúpulas de las mezquitas. Muy peculiares son ciertos alcoranes sobre pergamino o papel azul y verde, con escritura dorada o plateada, como los que se encuentran en Túnez y en la BNRM de Rabat, respectivamente. El color verde del papel, podría haberse realizado mezclando arsénico amarillo con añil. El azul de los manuscritos de Qayrawan, provendría de una mezcla de añil con ruda con la que se teñía la vitela.
La elección de los colores impregna el Libro Santo de una gran espiritualidad. El azul simbolizaría el color del firmamento, mientras que las letras doradas representarían la Luz Divina difundida por la palabra de Dios. Parece que esta tradición fue transmitida a los musulmanes por los bizantinos. Esta técnica se conservará en el Magreb hasta el siglo X/XVI sobre papel, y se aplicaba tan sólo en las Bibliotecas Reales.
El cálamo
El cálamo reviste las negras líneas escritas de esplendor como si de él brotase un manantial de luz.
Ibn Hamdis de Sicilia, ss.V-VI/XI-XII, cortesano de al-Mutamid de Sevilla
En los primeros tiempos los calígrafos utilizaban para escribir un pedazo de caña o de mimbre tallado: el cálamo. Las varas eran cortadas en los humedales y se dejaban hasta que adquirían una flexibilidad determinada. A continuación se recogían, se seleccionaban, se cortaban y se tallaban con una herramienta metálica, generalmente de forma oblicua. Un buen cálamo, lo mismo que un buen instrumento musical, era apreciado y a veces se heredaba de generación en generación.
La forma tradicional de sujetar el cálamo, escribe Yasin Hamid Safadi (1399/1979) en su tratado de caligrafía islámica, “…es con el dedo corazón, el índice y el pulgar, bien situados a lo largo del extremo del cálamo. Solamente se aplica una presión lo más ligera posible».
Aunque las naciones le temen y los cuellos se le agachan,
sierva es del cálamo la espada.
Y hasta la muerte, a la que nada se iguala,
sierva es de lo que el cálamo pretenda.
Así lo decretó Dios: que a los cálamos,
desde que punta se les saca,
las espadas les sirvan desde que son afiladas.
Todo aquel que espada tenga
siervo será, por siempre jamás,
de lo que el cálamo pretenda.
(Ibn al-Rumi. s.III/IX)
El poema de Ibn al-Rumi, recogido en la obra Wafayat, de Ibn Jallikan (s.VII/XIII) habla de un tema clásico en la tradición islámica: el poder del cálamo sobre la espada.
En las caligrafías complejas, como la thuluth, se emplean diversos tipos de cálamo, tallados de manera diferente. En las monumentales, de grandes dimensiones, se toman dos cálamos que se sujetan entre sí mediante una tablilla fijada en medio, para dibujar los contornos de las letras. También se utilizaban para la escritura plumas de cobre y de otros materiales que se guardaban en estuches de madera de ébano y sándalo.
La tinta
La caligrafía ha basado su perfeccionamiento, además de en la forma, en el uso de los colores y las tintas, así como los dorados. Los colores más empleados eran el negro y el marrón, seguidos del amarillo, el rojo, el verde, el azul, el blanco, además del oro y la plata.
Una de las cosas que se enseñaba al calígrafo era la fabricación de la tinta. La preparación tomaba varios días y se hacía en varias etapas. La mayoría de las tintas se elaboraba a partir de hollín de lámpara, mezclado con agua y goma arábiga, y en ocasiones con agraz o vinagre como fijadores. Los demás ingredientes: añil, alheña y agalla de roble se hervían, destilándose a continuación la mezcla. En el Magreb se han usado tradicionalmente el azafrán y el siwak (corteza de castaño). Ibn Muqla aportaba recetas en las que agregaba elementos fragantes como la mirra y el alcanfor.
Receta de Ibn Muqla:
“Tamizar tres arreldes de negro de petróleo, con el fin de hacer desaparecer toda impureza. Poner en un recipiente con nueve arreldes de agua, un arrelde de miel, quince dirham de sal, quince dirham de goma arábiga y diez dirham de agalla de roble. Cocerlo a fuego muy lento. Dejar espesar. Verter en un recipiente. Añadir alcanfor para perfumar, y mirra para impedir a las moscas, atraídas por la miel, posarse sobre la tinta. Para la utilización, mezclar con un poco de agua”. Aquí se aprecia que la tinta podía ser perfumada.
El tratado Umdat al Kuttab wa-uddat dawi al-albab, o “Material de los escribas y herramientas para el entendimiento”, dedicado al gobernador de Ifriquiya Ibn Badis (Túnez, s.V/XI), versa, no solamente sobre los instrumentos de escritura y la encuadernación, sino también sobre las diferentes clases de tinta. El autor aporta recetas de tintas llamadas de China, India y Egipto, así como una cúfica y otra ahwazi, entre muchas otras. También explica cómo escribir utilizando el oro y la plata disueltos en distintos productos. Describe tintas elaboradas a partir de hollín de garbanzo, óxido de hierro y zumo de mora. Contiene una receta de tinta instantánea, para usar sin diluir, otra de tinta sólida para viajar. También menciona las tintas invisibles, o simpáticas, para escribir documentos secretos. Se elaboraban en general a partir de leche de distintos animales.
El pergamino y el papel
El primer material sobre el que se escribió el Corán completo fue el pergamino o piel de distintos animales. La piel se dejaba en remojo en un baño de cal con arsénico o zumo de dátiles, para limpiarla de impurezas. Podía ser de camello o cabra jóvenes, o bien de ternero: la vitela. Los más afamados pergamineros procedían de Qayrawan (Túnez), cómo al-Warraq, que fue invitado a Córdoba por el califa al-Hakam II para ejercer sus artes.
El papel es de origen chino y fue inventado por Chai Lung en el siglo II dC. En el año 96/714, los musulmanes conquistaron la ciudad de Samarcanda. Ofrecieron a los presos chinos la libertad, a cambio de que les enseñasen los secretos de la fabricación del papel. Samarcanda se convirtió entonces en el primer centro productor de este material.
El uso del papel supuso una revolución en el arte de la escritura. Así, se comenzaron a construir molinos de papel por el mundo islámico, desde Bagdad (Iraq), hasta El Cairo (Egipto) Játiva (España) y Sicilia (Italia). En época almohade, se contaban solamente en Fez 400 molinos. Al-Andalus tenía buenos materiales para su fabricación: lino, esparto y otras fibras, y pronto destacó por su calidad. Los principales focos productores fueron Mallorca, y sobre todo Játiva (Valencia). Según el geógrafo al-Idrissi (s.VI/XII):
En Xátiva elaboran un papel que no tiene equivalente en todo el mundo; se envía a Oriente y Occidente.
Para su fabricación, el autor del Umdat al Kuttab explicaba que las fibras vegetales se peinaban, se mechaban y se maceraban en una lechada de cal viva, poniéndose a continuación al sol, y así durante varios días consecutivos. Después se cortaban en trocitos, se lavaban durante varios días seguidos y se batían en un mortero. La pasta obtenida se trabajaba a continuación en un molde, alisándose con la mano. Después se sacaba, se dejaba secar sobre una pared y se bruñía con un líquido a base de harina y de almidón. A continuación se sumergía en un encolado de almidón de arroz. Como colorante, se usaban el azafrán, la paja y los higos.
La encuadernación
La encuadernación de libros tal y como hoy se conoce procede de los coptos. Los primeros códices coptos eran versiones del Evangelio y se escribieron durante los seis primeros siglos d.C. en Egipto. Las hojas eran de papiro, y las tapas, de papiro recubierto de cuero. Pronto, los musulmanes adoptaron el arte de la encuadernación (mishaf). Una de las primeras encuadernaciones islámicas está hecha en madera de cedro con taracea de marfil, hueso y diferentes maderas. También existía la costumbre de cubrir las tapas de cedro o de papiro, con piel. Desde los primeros tiempos surgieron curtidurías para la fabricación de cueros aptos, entre otras cosas, para encuadernar, en lugares tan dispares como Egipto, Yemen, famoso por su cuero rojo, Al-Andalus y el Magreb, en particular Marruecos.
Los motivos con los que decoraba la piel variaban de una región a otra, y los occidentales se caracterizaban por el empleo de tracerías y medallones centrales. Las cubiertas se gofraban, y en ocasiones se doraban con pan de oro. Algunas encuadernaciones reales eran tan lujosas, que se cubrían de piedras preciosas, como mandó hacer el califa almohade Abd al-Mumin con las tapas del Sagrado Corán escrito por Otmán, que se hallaba en Marrakech, procedente de Córdoba.
El alumbre fue la principal sustancia química para curtir la piel, ya conocida por los babilonios desde el año 184/800. También se empleaba entre los musulmanes el curtido vegetal con hojas, raíces y cortezas. Los tintes se elaboraban con corteza de granadas, azafrán, cártamo y hojas de acacia, y la piel utilizada era siempre la de cabra y de oveja, más fina y flexible que las demás. Una de las aportaciones más peculiares de la encuadernación islámica son las solapas (lisan), que cubrían parte de la portada con el fin de proteger las páginas del polvo. Generalmente estaban acabadas en una punta que coincidía con el centro de la portada. Dos de las principales referencias acerca de la encuadernación están contenidas en el mencionado Umdat al Kuttab, de Ibn Badis, y en el Kitab al-Taysir sina´at al-tasfir, del sevillano Ibn Ibrahim al-Isbili (s.VI H / XII dC).
Estos son las herramientas descritas en el tratado de Ibn Badis para al arte de la encuadernación:
La plancha, la piedra de afilar, el cortador, el cuchillo, la lezna, la esquiladora, el mazo, las agujas, la cuchilla, la prensa, la prensa de tornillo, las reglas y los compases.
Al-Sufyani, por su parte, siglos más tarde describe la forma de decorar las tapas de los manuscritos:
«Coges la piel cortada y la untas con cola fuerte por ambos lados. Entonces, pon dos piezas de piel sin cortar encima, úntalas con pegamento por la cara interna. Déjalo hasta que seque. Aplica encima una hoja de papel sobre la cual está marcado con tinta el dibujo que deseas realizar. Esto se hace tomando una hoja fina de papel, mojándola con tu saliva, dejándola hasta que la saliva haya sido absorbida y se haya secado un poco. Aprieta ese boceto (…) con tu pulgar y tu dedo. Delinea con un lápiz y tinta hasta que el dibujo sea visible….».
Fundación de Cultura Islámica
Del catálogo de la exposición Qalam el arte del libro
Fotos Foaud Maazouz