La Iglesia católica celebra los días 1 y 2 de noviembre la festividad de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, respectivamente, celebración que en España adquiere un sentido eminentemente religioso e íntimo, en contraposición con otros países, como México, donde tiene un carácter más lúdico.
El recuerdo y la liturgia en torno a los seres queridos desaparecidos es común a todas las culturas y religiones, aunque difiere en los rituales, los días específicos de celebración y en la manera de enterrar a los muertos, ya que hinduismo y budismo, fundamentalmente, practican por lo general la cremación de los cadáveres.
A partir del siglo IX los católicos celebran el 1 de noviembre la solemne liturgia de Todos los Santos, día de precepto, y festividad que, en ocasiones se confunde con la del día de Difuntos, que los monjes benedictinos de la abadía de Cluny, comenzaron a celebrar el día siguiente.
Para los católicos ambas festividades están unidas por el denominador común de la creencia en la vida eterna, hasta el punto de que noviembre se convierte en el mes de las ánimas, período propicio para rezar por los allegados que se fueron, para visitar los cementerios y para reflexionar sobre el dogma cristiano de la resurrección de los muertos.
Con la festividad de Todos los Santos, la Iglesia recuerda a todos los santos sin distinción, y hace también una llamada a que todos los fieles católicos vivan su vocación a la santidad según sus propios estados de vida, vocación en la que insistió particularmente el Concilio Vaticano II como destino de todos los creyentes.
En el judaísmo, religión que no tiene un día específico para recordar a los fallecidos, los difuntos han de gozar de descanso en su integridad, motivo por el que se prohíben las autopsias -a menos que halla alguna disposición legal definida para realizarla-, y el entierro ha de realizarse en el transcurso de 24 horas o tan pronto como sea posible.
Como símbolo de duelo
Durante el funeral los allegados rasgan una pieza de ropa como símbolo de duelo, aunque en la actualidad casi siempre se utiliza una cinta simbólica, y rezan una oración como petición para la salvación del difunto.
En el Islam, una religión caracterizada por el realismo y que estipula cómo debe realizarse cada uno de los actos cotidianos, está perfectamente indicado por normas cómo debe enterrarse el cuerpo, ya que ninguna escuela jurídica islámica admite la incineración.
El ritual del entierro comienza con bañar al fallecido, amortajarlo y proceder a la oración fúnebre -‘Fard Kifaia’ o ‘deber colectivo’- y a las honras antes de darle sepultura. El cuerpo se entierra sin ataúd y sin elementos de valor. La visita a los cementerios no tiene una fecha determinada.
En el budismo la muerte no es contemplada como un proceso terminal. Buda, que se mantuvo alejado de las creencias que mantienen que hay un alma inmortal e inalterable, incorporó a su enseñanza la antigua creencia india de la reencarnación y el karma, y el de la meta última: el Nirvana.
Aunque los budistas generalmente incineran el cuerpo del fallecido, en algunos lugares y ocasiones se descuartiza para que las aves carroñeras puedan alimentarse de él, ritual que se conoce como el ‘funeral celeste tibetano’ que, en China, goza recientemente de especial protección.
Según el hinduismo, la vida es eterna: en el momento de la muerte, el alma abandona el cuerpo que se ha vuelto inservible, es arrastrada por los yamadutas (los monstruosos sirvientes del dios Yamaraja, el encargado de juzgar el karma de todas las almas del universo) y juzgada.
Si las actividades que realizó en su vida fueron muy malas, el alma es enviada a un planeta infernal; si los actos fueron muy buenos el alma es enviada hacia algún planeta celestial, mientras que si las acciones no fueron excesivamente malas o buenas, el alma es enviada de nuevo a la tierra, donde puede reencarnarse en un animal o en un vegetal.
Aunque la cremación es la forma habitual de tratar el cadáver, la inhumación se practica también entre las castas bajas, y para los hombres santos y los niños. Si resulta posible la persona es cremada en una pira el mismo día de su muerte, una vez que el cadáver ha sido lavado, ungido con pasta de sándalo, afeitado si es varón y envuelto en un tela que hace las veces de sudario.