Agua y aromas en los jardines islámicos
IV Encuentro Internacional HIspano Árabe de Jardinería. Almería, 17 y 18 de octubre de 2014
Los vocablos Hadiqah, riyad, yanna, raudah, se refieren, en árabe, al jardín en su concepción clásica, con distintas connotaciones, mientras que bustan, munia, ruzafa, buhaira y ‘ars, denominan las grandes propiedades generalmente periurbanas de carácter agrícola o de recreo. Por su parte, agdal, sirve para designar los jardines agrarios. Por no hablar de otras denominaciones relativas a los lugares donde crecen plantas y plantaciones: garsía, dalia y demás.
Estos y otros términos indican con precisión la abundancia de acepciones y de utilidades que puede llegar a tener el jardín en la tradición islámica y en la vida cotidiana de los musulmanes. Para los musulmanes el jardín es ante todo la concentración de los elementos de la Creación; la Creación entera es un jardín. En él están contenidos todos los parámetros de la floreciente civilización islámica: estética, matemática, arquitectura, espiritualidad, poesía, aclimatación botánica, ingeniería hidráulica, biodiversidad… Pero también está contenido el secreto del Islam, y todos los estados de esta vida y de otra: la contemplación, el sosiego, la gratitud, la convivencia, la sensualidad, y hasta el descanso eterno.
Como acabamos de ver, la presencia del jardín en la cultura islámica es relevante. No cabe duda de que en su configuración, el jardín islámico ha recibido numerosas influencias culturales a lo largo de los siglos, en especial provenientes de las civilizaciones orientales preislámicas: nabatea y persa. Sin embargo, es erróneo pensar que el jardín islámico debe su núcleo espiritual y conceptual a concepciones ajenas.
Vamos pues a tratar de definir algunas de estas especificidades del jardín islámico y andalusí, desde una perspectiva meramente espiritual.
Comenzaremos diciendo que los jardines andalusíes, con sus diferentes usos y morfologías, hunden principalmente sus raíces en el concepto de jardín paradisíaco. La importancia del agua, de las fragancias, de la sombra, de los frutos al alcance de la mano y de la existencia de elementos arquitectónicos de asueto como pabellones y quioscos, que ya encontramos en los jardines persas y se reproducen en los islámicos, no responde a un mero capricho estético, sino a toda una rica cosmología retratada con minucia en el Libro Sagrado, las tradiciones Proféticas y los tratados sufíes.
La catedrática María Jesús Rubiera Mata de la Universidad de Alicante, en su obra La arquitectura en la literatura árabe, lo describe de la siguiente manera:
«El oasis debe ser el principio del jardín árabe, el oasis, que ofrece al beduino el placer estético del claroscuro, al presentarse como una ancha banda negra en el luminoso horizonte, y luego, cuando se acoge bajo sus palmeras colmará el resto de sus sentidos con la frescura de su sombra, con el agua de su manantial, recogida en una charca tranquila como un espejo, o sonora y fluyente en riachuelos o en rudimentarias acequias que nacen de su fuente. El Profeta del Islam trascenderá estas sensaciones, y mientras los persas habían hecho de sus jardines, paraísos, los árabes harán del Paraíso un jardín».
Sin embargo hay otro aspecto sumamente importante que es necesario resaltar en el jardín islámico, más allá de su capacidad para reflejar el imaginario del Paraíso, y es el lugar que ocupa en la cosmología del musulmán, y la relación que mantiene con el resto de la Creación.
Como tan bien lo explica nuestro colaborador, el arquitecto Manuel Ocaña:
“Su pacto con la naturaleza no es el pacto judeocristiano. Aquel que se basa tanto en el dominio como en el sometimiento a la misma. Es un pacto bi-direccional, donde la naturaleza, sus recursos y los seres humanos se benefician mutuamente. Donde la tecnología y la geometría no se aplican sobre la naturaleza sino con ella”.
Esta idea, la de que el beneficiario del jardín no es solamente el ser humano, sino que se trata de una interrelación que beneficia también a las demás criaturas vivas, se encuentra en numerosas ayat (versos, o signos coránicos), donde se especifica que Allah provee a animales, plantas y seres humanos por igual, colocando casi siempre al ser humano en segundo o tercer lugar en la mención.
Así lo refleja el siguiente hadiz recogido por Bujari:
“El Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) dijo: ‘Cada vez que un musulmán planta un árbol o siembra una semilla, tendrá en contrapartida como recompensa todo lo que haya sido comido de la producción de esta planta, por un pájaro, un ser humano o un cuadrúpedo’”.
Pero, retomando la cuestión del jardín islámico y andalusí como representación del paraíso, lejos de ser exclusiva del Islam, es extremadamente antigua. Así, 2.700 años a.C los babilonios describieron su paraíso en el poema épico de Gilgamesh del siguiente modo:
“En estos jardines inmortales se yergue un árbol… este árbol está situado junto a una fuente sagrada”.
Este pasaje del Génesis también evidencia la simbología del jardín como sinónimo de Paraíso, presente en el judaísmo y el cristianismo:
«Plantó Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón..el segundo se llamaba Guijón… el tercero Tigris… el cuarto Eufrates».
Génesis 2, 8 a 14.
Pero tal vez fueron los persas quienes más resaltaron la espiritualidad del jardín, siendo los precursores del arte paisajista en el mundo islámico. Así, la palabra “paraíso” procede del antiguo vocablo persa pairideaza. Peiri significa “en torno”, y deaza, “muros”, lo que nos sugiere un espacio aislado y cerrado, precursor del hortus conclusus semítico, y la idea de jardín patio acotado y acogedor, tan querida por los árabes, en contraposición a la inmensidad y el desamparo de su medio natural: el desierto.
Y es que la belleza y la Verdad son una, que fluye como el agua a través de las culturas y los siglos.
No obstante, el jardín en su vertiente espiritual no se circunscribe en el Islam a una mera recreación y recuerdo del Jardín del Más Allá. El jardín está asociado también a la muerte, o descanso eterno, como lo demuestra el nombre que recibe el cementerio, rauda –una de las denominaciones del jardín-, y al florecer espiritual del ser humano, como se aprecia en el término Raudiyah, o disciplina para educar el alma hasta que se convierta en un jardín fragante que ofrezca sus flores y sus frutos a los demás.
Por ello, no es infrecuente que los musulmanes hablando entre ellos utilicen el término “ganarse el Jardín”. Término que todos asocian con la recompensa espiritual ante la búsqueda de perfección en el comportamiento.
El jardín tiene además tal importancia en la vida cotidiana y familiar del musulmán, que a las propias casas dotadas de jardín interior, se las conoce como riyad, jardines. No pocos países, por otra parte, pueden jactarse de tener una ciudad, y menos una capital que, como la saudí, se llame Riad, aunque bien es cierto que su emplazamiento en un ambiente ecológica y urbanísticamente hostil no da para mucho jardín.
El Jardín en el Corán
En relación a la terminología, cuando se evoca el jardín místico o espiritual se tiende a emplear en árabe el vocablo Yanna, utilizado en el Corán para designar al Jardín del Más allá, o Paraíso. Así, lo vemos mencionado en el Libro Sagrado, seguido de diversos distintivos, no menos de en 120 ocasiones.
La forma más común es la de Yannat al Firdaws, jardines del paraíso, aunque también aparece mencionado de las siguientes maneras:
Yannat al-‘adn — Jardines de la dicha eterna, o jardines del Edén (al-Tawbah:72, al-Ra’d:23)
Yannat al-khuld — Jardines eternos (al-Furqān:15)
Yannat al-ma’wá — Jardines de la morada (al-Najm:15)
Yannat al-na‘īm — Jardines de las delicias (al-Mā’idah:65, Yūnus:9, al-Hajj:56
El Yanna, Paraíso, está abundantemente descrito en el Corán. Consta de siete niveles, o estaciones, siendo el séptimo, el Firdaws, el más elevado. En él morarán los Profetas, y los salihin y los awliya, o protegidos y protegidas de Allah.
«Quienes obedezcan a Dios y a Su Enviado, Él les introducirá en Jardines debajo de los cuales fluyen ríos, en los que estarán eternamente».
Corán: Sura 4, Aleya 13.
En la Sura del Misericordioso (ar-Rahman) se describen cuatro jardines. Dos, frondosos, con dos fuentes manando y dos especies de cada fruta. Además de esos dos, habrá otros dos jardines verdinegros, con dos fuentes abundantes, palmeras, granados y frutas. Siendo que el número cuatro es una cifra simbólica en la escatología musulmana, como se aprecia asimismo en la tipología más común de los jardines: los interiores de crucero, donde se ven reflejados los cuatro puntos cardinales, así como los cuatro ríos del paraíso: el Pisón, El Eufrates, el Tigris y el Amu Dayra.
Vemos pues en el jardín de crucero o de disposición cuatripartita un ascendente claramente coránico. Algo de lo que escasamente se ha hablado, aduciendo generalmente que la forma cuatripartita es solamente propia de la tradición persa, cristiana y romana.
Según la descripción coránica, en el Yanna, el Jardín del Edén, habrá además viviendas amplias, luminosas y agradables, con amplios jardines, valles sombreados y fuentes perfumadas con alcanfor y jengibre. Discurrirán ríos de agua, leche, miel y vino (que no embriaga), y se encontrarán frutas deliciosas al alcance de la mano y árboles sin espinas.
Vemos nuevamente aquí todos los elementos genuinamente islámicos, más que persas, del jardín andalusí.
Siempre según la descripción coránica, el jardín del más allá tiene unas dimensiones fuera de lo común, difíciles de imaginar, siendo «tan amplio como el cielo y la tierra”. La concepción del tiempo también es totalmente diferente en la dimensión divina, siendo así que un día en el paraíso equivale a mil días en la tierra, en un concepto que “pliega las distancias y estira el tiempo”.
Se aprecia, en estas breves descripciones, la importancia de estos elementos que se incorporarán al jardín andalusí: la arquitectura de pabellones y quioscos, los aromas, los frutos fácilmente asibles mediante los parterres rehundidos, y la presencia de fuentes y de agua corriente. Incluso los pájaros tienen su cabida en el jardín andalusí, siendo capaces de recorrer grandes distancias para encontrar en ellos su sustento y su tranquilidad.
Por lo demás, estos jardines de tradición monoteísta, que aguardan a los creyentes y las creyentes, serán un lugar idílico, lleno de paz y al resguardo de las necesidades y los deseos corporales, a pesar de que la tradición nos los describe como colmados de sensaciones placenteras.
«No oirán allí vaniloquio ni incitación al pecado,
sino una palabra: ¡Paz! ¡Paz!
Los de la derecha – ¿qué son los de la derecha?-
Estarán entre azufaifos sin espinas
Y liños de acacias,
En una extensa sombra,
Cerca de agua corriente
Y abundante fruta,
Inagotable y permitida,
En lechos elevados”.
(Corán: Sura 56, Aleyas 25-34).
Cuántos elementos del jardín andalusí reconocemos en estos versos; entre ellos los lechos elevados, que en la jardinería hispano árabe clásica se representan mediante divanes y andenes en elevación desde los que contemplar la vegetación y el agua. También se describen las hileras de árboles, el beneficio de la sombra, la presencia del agua y la bondad de la fruta.
El Jardín con mayúsculas también aparece de forma frecuente en la Sunna del Profeta –las tradiciones relativas a la vida de Muhammad- como la meta máxima a la que debe aspirar el creyente. En un hadiz qudsi, es decir, un dicho inspirado por Dios a Muhammad, transmitido por Ibn Abbas, dice Allah:
“No es la recompensa de aquél a quien he favorecido con Mi conocimiento (maarifa) y con el testimonio de Mi unicidad (tawhid) sino hacerle habitar Mi Jardín y el recinto vedado de Mi pureza por medio de Mi misericordia”.
En otro hadiz dijo el Mensajero de Allah:
“Lo que más hará entrar a la gente en el Jardín son la conciencia de Allah y el buen carácter”.
Plantas, frutos y aromas de la tradición islámica
Al igual que el agua, la sombra y los elementos arquitectónicos, la vegetación –árboles, flores y frutas- ocupa una plaza importante en la descripción del jardín coránico. Importancia a menudo secundada por la Sunna y el poemario sufí.
A través de las descripciones coránicas se aprecia que toda la vegetación referida, tanto a los jardines y los huertos terrenales, como al Jardín del Edén, son de tipo mediterráneo y medio oriental, adaptándose a la ecología propia de la región en la que el Mensaje fue revelado: la Península Arábiga.
Las vides, la palmera, el granado y el olivo conforman sin duda las especies coránicas por excelencia, que no han de faltar en un jardín islámico mediterráneo, y en particular, en un jardín andalusí. En el caso del olivo, es un árbol considerado además sagrado, perpetuando las creencias mediterráneas antiguas, y las monoteístas.
En la Eneida, Virgilio asocia el olivo al acuerdo de paz y de entendimiento. Los helenos consideraban que los descendientes de los dioses nacían bajo los olivos, mientras que la maza de Hércules era de madera de olivo y se convertía en árbol cuando se clavaba en el suelo. Noé por su parte lo llamó símbolo de la alianza entre la naturaleza y el ser humano, siendo que el Diluvio Universal no llegó a dañar al olivo, y en el Antiguo Testamento, los hijos del padre fecundo se comparan con los retoños de olivo.
En el Corán, el olivo se convierte en el núcleo de un versículo profundo y alegórico:
“Dios es la luz de los cielos y de la tierra. Su luz es a semejanza de una hornacina en la que haya una candileja. La candileja está en un recipiente de vidrio que parece un astro rutilante. Se enciende gracias a un árbol bendito, el olivo, no oriental ni occidental, cuyo aceite casi reluce aunque no lo toque el fuego. Luz de luz.”
La granada es otra de las frutas míticas en la cultura islámica. Además de aparecer mencionada en el Corán, son varios los hadices que se refieren a ella. No solamente como uno de los componentes de la llamada “medicina del Profeta”, sino como siendo portada de la semilla y el agua del Paraíso. El anís, la mostaza y el aloe, también forman parte de la Sunna, entre muchos otros productos vegetales.
Las higueras y las plataneras son algunas de las especies que también benefician al ser humano en esta vida y en la otra, pero hay otras especies, menos benéficas, asimiladas en el Corán a terrenos infértiles y áridos:
“Pero se desviaron y enviamos contra ellos la inundación de los diques. Y les cambiamos aquellos dos jardines por otros dos que producían frutos amargos, tamariscos y unos pocos azofaifos” (34-16).
Este es un ejemplo del jardín como signo de recompensa, que puede ser perdida por las malas acciones humanas. En esta aleya se asocian los tamariscos (Tamarix spp) y los azofaifos (Zizyphus spp) a terrenos baldíos y poco fértiles.
El caso del azofaifo en la tradición islámica es muy peculiar. En el Corán, como acabamos de ver en la aleya anterior, puede estar asociado a terrenos áridos o baldíos, pero también alcanza un grado sumamente elevado en otras azoras. Es el caso de la de la Estrella:
“Ya le había visto descender en otra ocasión [Muhammad a Yibril, Gabriel]
Junto al azofaifo del confín,
Junto al cual se encuentra el jardín de la Morada,
Cuando el azofaifo estaba cubierto por aquello [tal vez se refiera a la Luz divina]”.
Según ciertos místicos del Islam, el azofaifo representa aquí un árbol celestial ubicado en el séptimo cielo, a la derecha del Trono de Allah. Se trata del máximo límite que puede alcanzar cualquier criatura en su acercamiento a Allah.
Sin embargo, con respecto a esta especie nombrada sidrat en el Corán, existe una contradicción entre los arabistas, que no ha sido evocada, que se sepa. Algunos, como Julio Cortés, a quien se debe la traducción de la aleya anterior, han traducido el término sidrat como ‘azofaifo’, mientras que otros lo hacen como ‘loto’. Lo que no sabemos es si es debido a que el nombre científico del azofaifo es Ziziphus lotus.
La Sunna contiene varios ejemplos de la importancia acordada a la plantación de árboles en un medio, el de la Península Arábiga, árido y falto de vegetación. Así lo recoge este hadiz recopilado por Ahmad:
“El Profeta (la paz y las bendiciones sean con él) dijo: ‘Si la Hora del Juicio suena y uno de vosotros tiene un esqueje entre sus manos, que lo plante si puede, antes de levantarse’”.
Tampoco olvidemos la simbología del árbol como elemento de sabiduría:
«¿No ves que Dios compara una buena palabra a un buen árbol? Su raíz es firme y sus ramas se elevan al cielo; da fruto en todas las estaciones por la gracia de Dios. Dios habla en parábolas a los hombres para que ellos atiendan. Pero una palabra mala es como un árbol malo, arrancado de la tierra y despojado de todas sus raíces.» Corán (14, 24-25)
Y para terminar, no dejemos de mencionar la relevancia de los aromas en los jardines andalusíes. Violetas, rosas, jazmines, alhelíes, azucenas, azahares, narcisos, lirios, lavandas y toda clase de aromáticas, aportan su olor en diferentes temporadas, mientras que el alcanfor, el jengibre, la mirra, el incienso y el almizcle realzan los jardines espirituales, reconfortando el alma.
El agua
“Quienes obedezcan a Allah y a Su Enviado, Él les introducirá en Jardines regados por aguas vivas, en los que morarán eternamente”. Corán (4-13)
El agua es otro de los atributos de estos jardines del Yanna, el Paraíso. También es esencial en la composición del jardín andalusí, como elemento de regadío, por supuesto, pero también estético y placentero, debido a su movimiento y su sonido.
En el Islam, el agua representa la pureza y el conocimiento con sus atributos de transparencia, luminosidad y adaptabilidad. Estas cualidades cobran aún más relevancia por el hecho de tratarse de un Mensaje surgido en un medio geográfico inhóspito donde el agua, contrariamente a otras latitudes, es percibida como una bendición del Cielo.
Es conocida la simbología de los recurrentes canales y fuentes del jardín hispano árabe, en representación de los jardines del paraíso en los que los creyentes se hallarán entre fuentes y abundantes arroyos claros de “aguas vivas”.
Mucho menos conocido es sin embargo el sentido metafórico y espiritual de la presencia de estanques en el jardín islámico. Otra modalidad arquitectónica para mostrar el agua en su vertiente quieta y horizontal, con su capacidad de responder a las necesidades hídricas del propio jardín, pero también ecológicas, espaciales y lumínicas.
En la Sîra, o relato histórico de la vida del Profeta Muhammad, y en numerosos hadices, éste esperará a los creyentes junto al Estanque, con Mayúscula, en la otra vida.
Así lo recoge un hadiz qudsi narrado por el Califa Omar y transmitido por Bujari y Muslim:
“La extensión de mi estanque en longitud, es igual a una distancia de un mes de marcha; su anchura equivale a su longitud; su agua es más blanca que la leche; su perfume más intenso que el del almizcle; sus cántaros más numerosos que las estrellas del firmamento. Quien beba de él jamás tendrá sed”.
Pero según la escatología islámica, todos los Profetas anteriores tendrán su propio estanque en el Más Allá. Así se refleja en este hadiz transmitido por Tirmidhi:
“Dijo el Profeta Muhammad:‘Ciertamente que cada Profeta tendrá su propio estanque y ruego a Allah que el mío sea el que tenga mayor número de creyentes para beber’”.
Aquí vemos claramente la metáfora referida al agua como la bebida que apaga la sed del alma. Pero, también, de forma inequívoca, la importancia de la presencia de estanques en la tradición paisajista islámica, más allá de las influencias ajenas, como sucede con la jardinería persa, también muy prolija en estos elementos hídricos.
El cultivo del jardín interior: la Riyadah
Ahora veremos la simbología del jardín en la tradición islámica, como sinónimo de perfeccionamiento humano. De florecer del alma.
La Riyadah es una disciplina espiritual, cuyo nombre viene del árabe Riyad, jardín, arriate, en español. Mediante esta disciplina se pretende purificar el alma, convirtiéndola en un jardín, cuya tierra fértil pueda ser sembrada y dar frutos adecuados, ofreciendo su sabor a los demás.
La Riyadah consiste en llevar a cabo unos hábitos austeros, una disciplina de vida que tienda a domeñar los apetitos sensuales que, cuando son excesivos, hacen al ser humano esclavo de sí mismo. Mediante esta disciplina el musulmán o la musulmana consigue un nivel de conciencia del Creador y unas cualidades de comportamiento, superiores.
Se trata, en definitiva, de cultivar el jardín interior.
Vemos cómo esta acepción, la del jardín como metáfora de la purificación del alma y de sus frutos, está igualmente muy presente en la terminología sufí, o mística, del Islam:
Así lo expresa el Sheij Mohammed ibn al-Habib al Amghari, de los siglos XIX-XX en su Diwan:
«Verás directamente a un Señor cuyos atributos han sido manifestados por los secretos de los fenómenos y las luces del jardín…»
Por su parte, el místico persa del siglo XII persa Abul-Mayid Maydudibn Adam Sanaí escribió un conocido libro sobre el conocimiento gnóstico llamado Hadiqat al-Haqiqah wa shari’at at-tariqah, «El jardín de la verdad y la ley del camino o sendero espiritual», que es más conocido como El jardín amurallado de la verdad.
El Sheij, o jeque persa, Mahmud Shabestari, del siglo XIII, escribirá un célebre libro llamado El jardín del misterio, sobre el sufismo amoroso. Mientras que el Imam an Nawawi escribió, también en el siglo XIII, su célebre colección de hadices, en un libro conocido como El Jardín de los Justos.
Vemos así, a través de los manuscritos que han llegado hasta nuestros días, la importancia de la iconografía del jardín en la mística musulmana, como símbolo de la más alta estación espiritual que el ser humano pueda alcanzar.
El jardín del descanso, la Rauda
Pero, la importancia del jardín no se circunscribe solamente a la existencia, siendo como es, un sinónimo de la vida, un elemento orgánico, en perpetuo movimiento, crecimiento y transformación.
El jardín se asocia también a la muerte, al descanso del alma.
De ahí que el cementerio musulmán se conozca como Rauda, del árabe hispano rauda, mausoleo, y éste del clásico raudah, jardín. La palabra raudah aparece para el jardín celestial, pero también, ya un poco más adelante, en relación con la tumba de Muhammad.
Hoy este vocablo se conserva para designar los cementerios musulmanes. En España, como ejemplo significativo, tenemos la Rauda, o cementerio Real de la Alhambra.
De hecho, todos los alcázares tuvieron su propia rauda, dotada de panteones familiares, asociada a un jardín, probablemente como forma de anticipar el Paraíso prometido. La tuvieron los alcázares de Córdoba, en el siglo X; los de Sevilla, en los siglos XI y XII; el de Valencia, antes de su conquista, y la Alhambra de Granada.
Esto se puede interpretar como una necesidad de enterrar el cuerpo difunto en un entorno apacible y verde, donde el alma descanse y pueda evolucionar en su viaje hacia el Más Allá.
Así, existe una tradición islámica de cuidado y embellecimiento de los cementerios como forma de ejercicio útil para la comunidad. Arreglar o cuidar los cementerios colectivos se considera en el Islam una suerte de sadaqa, de acto piadoso.
Por las razones expuestas y por esa capacidad del jardín de suscitar la plenitud y el bienestar, hemos elegido en la FUNCI, a través de nuestro programa Med-O-Med, paisajes culturales del Mediterráneo y Oriente Medio,utilizar el símbolo del jardín como lugar de encuentro para intercambiar conocimiento, en un entorno agradable, alejado de la vorágine actual.
Cherif Abderrahman Jah es Presidente de la FUNCI
Fotografías: Inés Eléxpuru