Excelentísimos señores, señoras y señores*,
Es motivo de gran satisfacción para mi estar hoy aquí, en Marrakech, representando a una entidad cultural española, ya que nuestros dos pueblos, el marroquí y el español, han recorrido juntos importantes etapas de su historia, como el período que vamos a estudiar ahora, durante el cual estuvieron unidos por un mismo imperio.
Los organizadores han incluido sabiamente en el programa el aspecto semiológico; punto éste importante ya que, tradicionalmente, la cultura occidental demuestra dificultades o quizás falta de capacidad a la hora de interpretar de modo abstracto la realidad física, material, de la vida musulmana.
Antes de nada debo señalar que mi aportación a este encuentro no tendrá el carácter propio del especialista en arte o arquitectura islámica, que no soy, sino más bien el objeto de compartir con ustedes unas reflexiones propias del islamólogo y humanista.
El campo de la semiología siempre es un terreno ambiguo y difícil en cuanto los atributos del símbolo no son fijos e inmutables, sino que varían según el ánimo o sentimientos del que los observa.
lLa cultura occidental demuestra dificultades o quizás falta de capacidad a la hora de interpretar de modo abstracto la realidad física, material, de la vida musulmana.
Sin embargo, nuestro día a día está repleto de símbolos y es importante aprender a desentrañarlos, pues son la abstracción última de mentalidades, modos de vida y, en definitiva, productos de civilización.
Así la «torre», una edificación más alta que ancha, que surgió como solución a problemas de defensa y comunicación, ha representado a lo largo de la Historia el dominio y el poder.
En el inconsciente del hombre se halla instalada, desde los primeros tiempos de la Humanidad, la asociación de lo elevado, de las alturas, al concepto de superioridad, divinidad y poder supremo.
El orgullo de las torres
Ciudades, pueblos, países y civilizaciones presumen y muestran con orgullo sus torres; casi podríamos trazar la Historia a través de ellas: Babel, símbolo de la confusión de las lenguas, los Zigurat de Mesopotamia, símbolos de la búsqueda de la sabiduría; las torres italianas, símbolos de rivalidad entre ciudades; la torre Eiffel y los rascacielos neoyorquinos, símbolos de poderío tecnológico… Todas ellas nos sugieren la necesidad que hay en el hombre de perpetuarse. Todos, si hubiesen podido, las habrían hecho más grandes, más altas.
En el caso de la civilización islámica, la forma arquitectónica que de manera más evidente indica la presencia del Islam, es el alminar, cualquiera que sea su función actual y cualquiera que sean las razones sociales que llevaron a su construcción.
El principal problema que plantea el alminar es cómo y cuando adquirió la forma de torre, porque la ceremonia de llamar a la oración, que es casi tan antigua como el establecimiento del Profeta en Medina, acostumbraba a llevarse a cabo primero en las calles y luego desde el tejado de la casa más alta de la vecindad.
En el caso de la civilización islámica, la forma arquitectónica que de manera más evidente indica la presencia del Islam, es el alminar
Si algo caracteriza al Islam, es esa capacidad, esa actitud inteligente de servicio a la comunidad, a la hora de resolver necesidades. El Islam nace, crece y evoluciona con y para la Umma, o comunidad de creyentes.
Según dice la tradición: «Donde quiera que se te presente la hora de la plegaria y hagas salat, eso es una mezquita.»
Pero la mezquita tuvo que ajustarse físicamente a la necesidad que la comunidad tenía de un espacio único, aunque la estructura del edificio no era concebida de manera rígida y definida, sino que se iba adaptando a las circunstancias.
Dependiendo de éstas, también se convertía en centro social, lugar de plegaria, de enseñanza, corte de justicia, de transacciones económicas, organización administrativa etc. Así, obedeciendo a este principio de respuesta a las necesidades de la comunidad, también se instauró el adhan, o llamada a la plegaria, como medio eficaz de convocatoria, y el alminar, posteriormente, se fue configurando como lugar físico desde donde realizarlo.
Vemos una vez más que el símbolo va entrañando todo un sinfín de principios, un sistema de valores, conocimientos, tradiciones.
Arquitectos y constructores
Al igual que el Islam luchó y trabajó para implantar sus bases como cualquier otra civilización en época de expansión, arquitectos y constructores tuvieron que solucionar problemas técnicos que les obligaban a adoptar formulas específicas que permitiesen la elevación de alminares más altos, más bellos, más significativos.
En esta evolución lógica, junto al establecimiento de mezquitas a lo largo y ancho del mundo islámico, el alminar se desarrolló con las únicas limitaciones impuestas por las condiciones del entorno ecológico.
Pero el alminar no perdía su función primordial de atalaya para la convocatoria de la comunidad, al tiempo que unificaba los distintos elementos, sociales, políticos y religiosos en un tronco común: el Islam.
La utilidad de los símbolos, ya sean arquitectónicos o de cualquier otro tipo, viene dada por la capacidad que tengan de recordarnos los valores en ellos representados, y no mueren mientras permanezcan los principios que los animan.
Por lo que parece lógico pensar que cualquier reflexión que hagamos, debe tener como objetivo final la obtención de una enseñanza, que será de utilidad en la medida que cree futuro, si no, caeríamos en la esterilidad del esfuerzo.
Así, el mundo islámico debe seguir fiel a los principios representados en estos alminares. La cultura mundialista que hoy acerca a las distintas civilizaciones, los grandes problemas que amenazan a la Humanidad, la necesidad de cooperación y solidaridad a la hora de responder a los retos que nos plantea el futuro, hacen necesario que desde las distintas torres, símbolos de civilización en el mundo, se alcen voces que llamen a la unidad de la comunidad humana.
La utilidad de los símbolos, ya sean arquitectónicos o de cualquier otro tipo, viene dada por la capacidad que tengan de recordarnos los valores en ellos representados, y no mueren mientras permanezcan los principios que los animan
El Islam ha demostrado históricamente no tener problemas para evolucionar conforme a las necesidades, adaptándose a distintas circunstancias. Por eso, el mundo islámico de hoy debe aportar soluciones solidarias con el resto del mundo, sin perder de vista sus valores tradicionales y su equilibrio original.
Alminar de la Kutubiya
Me felicito de que su Majestad el Rey Hassan II haya elegido como tema central de este coloquio el alminar de la Kutubiya, queriendo, sin duda, no solamente propiciar el intercambio de conocimientos, objetivo más que suficiente, sino traducir la preocupación creciente de todos los Jefes de Estado y de gobierno, de buscar en la Historia puntos de reflexión conjunta, que nos unan por encima de las diferencias.
La Kutubiya, símbolo emblemático, junto a la mezquita de Tinmal, de la civilización almohade, civilización que tantos conocimientos y desarrollo ofreció a la Humanidad, bien se merece que en su honor todos aportemos nuestro grano de arena al diálogo euro‑islámico.
El Instituto Occidental de Cultura Islámica, que me honro en presidir, desde el profundo respeto que le inspiran las tradiciones que estudia y difunde, está llevando a cabo una serie de acciones encaminadas a acercar posturas entre el mundo islámico y occidente, ambos víctimas del fanatismo y la ignorancia.
El pasado mes de mayo, una organización también emblemática, el Consejo de Europa, organizaba junto a nuestro Instituto, en la sede de la UNESCO en París, un coloquio sobre la contribución de la cultura islámica a la cultura europea. Como resultado de las discusiones y debates que allí tuvieron lugar, el pasado 19 de septiembre, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobaba en sesión plenaria la Recomendación 1162, encaminada a tomar medidas concretas que ayuden a mejorar esos problemas de relación intercultural que nos afectan.
No puedo dejar pasar esta ocasión en que tratamos de un movimiento cultural y político que se extendió a ambos lados del Mediterráneo, sin volver a reclamar, como lo hice en París, y queda reflejado en el texto de Recomendación, la necesidad de considerar la unidad cultural del Mediterráneo occidental como realidad incontestable y premisa de base que podemos y debemos invocar con naturalidad y sin complejos.
Finalmente desear que actividades de este tipo se multipliquen, para que símbolos tan bellos y sugerentes como el alminar de la Kutubiya y el de la Giralda, representantes de las dos grandes capitales almohades, no pierdan vigencia y actualidad.
*Ponencia pronunciada en mayo de 1991 en Marrakech, con ocasión de un coloquio internacional sobre la mezquita Kutubiyya de dicha ciudad, organizado por la Asociación Gran Atlas y el Instituto Occidental de Cultura Islámica (ahora FUNCI).
Cherif Abderrahmán Jah