La exposición, cuyo comisario es Cherif Abderrahman Jah, continúa después del paseo, ya en el Museo de Etnobotánica, con una serie de recreaciones virtuales cedidas por el Instituto Cervantes que entusiasman especialmente a los más pequeños.
A través de paneles, maquetas y urnas de vidrio opaco especialmente ideadas para el olfato, «se insinúa –dice Hernández– lo que pudo ser el jardín andalusí». Basta, pues, que uno eche un poco de imaginación para sentirse conducido por sensuales patios de crucero dotados de arriates rehundidos y estanques. Jardines de inspiración coránica que, tal como explican los organizadores en el folleto informativo editado para la ocasión, estaban emparentados con el hortus conclusus de la tradición semítica. Jardines de resonancias arabescas cuyo referente primigenio remontan los expertos a los persas –a ellos se debían las grandes avenidas, canales, fuentes y pabellones–, mezclados con ciertos toques romanos.
Espacios verdes que refrescaban los días de nuestros ancestros mucho antes de que se popularizaran el término y el concepto de ecologismo, y que acabaron creando un estilo propio que habría de evolucionar a lo largo de los siglos.
Porque hablar del jardín andalusí es hablar de un periodo histórico de más de 400 años y por tanto muy heterogéneo. «No hay un jardín andalusí sino un cambio gradual en los modelos de jardinería –apunta Hernández–. Arranca en Medina Azahara y finaliza en La Alhambra del reino nazarita».
Así, el del esplendor omeya fue un jardín mediterráneo, abierto en terrazas que dominaban un horizonte de poder y de gloria, mientras que los grandes vergeles granadinos fueron la sublimación del jardín-paraíso interior, organizado en patios con albercas. «Entre ambos existieron expresiones muy polifacéticas –continúa Esteban Hernández–, como el jardín bustán, el jardín-huerto (se produjo una auténtica revolución verde que significó la expansión agrícola de Al Andalus y conllevó un incipiente comercio) y la buhayra sevillana, donde una alberca inmensa, casi un embalse, organizaba el espacio».
Una larga lista a la que hay que añadir los jardines botánicos surgidos en torno a palacios y almunias, es decir, fincas de recreo –se cree que el de Córdoba pudo ser un jardín de aclimatación en tiempos califales– que además de placer proporcionaban saberes científicos.
De todo ello se da cuenta en la muestra, que, en torno a una estilizada palmera de diseño, pasea por jardines literarios, místicos, científicos y hortícolas con ayuda de pliegos de hierbas disecadas, paneles, maquetas de corcho (es muy interesante la que pormenoriza los recursos hidráulicos de la época), tratados de agricultura ilustrados con primor y utensilios domésticos y de labranza. Todo ello con un único fin: recrear los perfumes y colores de entonces, que es igual que decir los de ahora. Y es que la exposición ayuda a comprobar hasta qué punto nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos.
Diario de Córdoba 13/06/2004