El pasado día 6 de abril de 2006, Margarita López, historiadora medievalista y socióloga, responsable de investigación de la Fundación de Cultura Islámica, pronunció una conferencia bajo el título «Al-Andalus, reflexiones para el diálogo entre culturas».
El acto fue organizado por la Embajada de Brasil en Marruecos, junto con la Delegación de la FUNCi para el Magreb, en la Residencia del Embajador de dicho país en Rabat, y contó con la presencia de unas 70 personas. Entre ellas se encontraban numerosos diplomáticos extranjeros acreditados en Rabat, así como hispanistas y estudiosos marroquíes, y profesores españoles.
Algunos de los puntos que más llamaron la atención a lo largo de la intervención de Margarita López, sobre todo entre los asistentes no árabes, fue que, «el Islam lleva implícito en su esencia ese mensaje igualitario, que anima a buscar lo positivo de cada cultura, armonizando diferencias formales (…). En definitiva, la fusión entre culturas, como consecuencia de ese igualitarismo, no es un producto de nuestra época. Se ha dado en muchas ocasiones históricas, por encima de las creencias y las tradiciones, con resultados enormemente positivos. Y esto es lo que sucedió en al-Andalus, al menos durante el siglo X, y que hoy puede servirnos de ejemplo».
Otra de las cuestiones que resaltó Margarita López fue que, «el equilibrio que floreció en la sociedad andalusí, equilibrio no sólo político, sino religioso, científico y de grandes frutos culturales, y que la convirtió en paradigma de ese diálogo intercultural, se debió básicamente a la aplicación de los valores islámicos en su plenitud. El Islam aportó en toda su grandeza una idea de universalidad que no se había conocido hasta entonces en la Península, así como el carácter tolerante de su concepción religiosa, junto a una prodigiosa capacidad de asimilación y creatividad, basada en la observación de naturaleza experimental. A partir del siglo XII, eruditos europeos y de la Península, ya fueran musulmanes, judíos o cristianos, confluyeron en estas escuelas de traducción en Toledo.
Formaban grupos de trabajo, y el que mejor conocía la lengua árabe leía el texto en voz alta, traduciéndola directamente a la lengua romance, mientras que el copista, en general, un clérigo, lo escribía todo, traduciéndolo al latín. En estos grupos hubo italianos (Gerardo de Cremona), ingleses (Abelardo de Bath), escoceses (Miguel Scoto), eslavos (Hermann de Carintia), e hispanos (Juan Hispalense), y entre éstos últimos algún mudéjar (musulmán entre cristianos) y varios judíos (Judá ben Mose), entre otros.
Fueron grupos donde coexistían las lenguas árabe, latina, hebrea y romance, en los que se descubrió una concepción intelectual nueva, que transformaba los cerrados horizontes europeos de la época».