Mohamed Siali – Rabat, 4 de mayo (EFE)
Las medidas restrictivas forzadas por la aparición del coronavirus son un fenómeno casi mundial, pero en el caso de Marruecos no precisamente inéditas, pues su pasado es rico en otras epidemias devastadoras, como recuerda en entrevista con Efe el historiador Nabil Mouline.
Tanto los sultanes como los ulemas (doctores del islam) han recurrido en el pasado al cierre de fronteras, a las cuarentenas para los llegados del extranjero o a la clausura de las mezquitas, y la historia demuestra que cuando se negaron a hacerlo, las consecuencias fueron terribles para la población.
Fenómeno estructural
Según Mouline, los brotes epidémicos fueron un fenómeno habitual en la historia de Marruecos desde que se tiene constancia, ya que entre los siglos XII y XIX, por ejemplo, se registraron alrededor de 140 epidemias.
Aunque la mayoría de estos brotes tuvo un impacto limitado, cuarenta de ellos tuvieron graves consecuencias a todos los niveles, especialmente los diferentes tipos de peste y fiebres, la lepra, la viruela, la sífilis, el cólera y el sarampión.
Esas epidemias procedían del extranjero, ya fuera por mar a través de los puertos del norte, especialmente Tánger, Ceuta y Tetuán, o por tierra desde Argelia, y se propagaron hacia el interior a través de peregrinos, comerciantes o militares.
Según Mouline, los brotes epidémicos fueron un fenómeno habitual en la historia de Marruecos desde que se tiene constancia, ya que entre los siglos XII y XIX, por ejemplo, se registraron alrededor de 140 epidemias.
En 1799, por ejemplo, el sultán alauí Moulay Suleiman (1792-1822) se puso al mando de su ejército, afectado por la peste, y se dirigió, desde Fez a las ciudades sureñas de Safi, Essaouira y Marrakech, lo que causó una propagación rápida de la enfermedad y graves pérdidas humanas.
Las grandes epidemias supusieron una auténtica sangría demográfica en Marruecos. En el año 1348, por ejemplo, la peste negra mató a entre el 30 % y el 50 % de la población (entre 1,5 y 2,5 millones de personas), y el país no volvió a recuperar su población anterior hasta finales del siglo XVI.
Medidas oficiales
Dos han sido los métodos más frecuentes adoptados en la cuenca del Mediterráneo desde la Edad Media para protegerse de las epidemias: el cierre de fronteras y la cuarentenas. Sin embargo, la autoridad central marroquí, conocida como «Majzen», no aceptaba fácilmente esas medidas, recuerda Mouline.
Las fronteras del imperio se cerraron solo en algunas ocasiones (1582, 1679, 1804 y 1810 1817), mientras que el recurso a la cuarentena no se utilizó hasta finales del siglo XVIII.
En 1792, los cónsules europeos en Tánger (capital diplomática del sultanato) establecieron un consejo de salud para prevenir las epidemias, incluyendo la cuarentena para las personas que llegan al país en tiempos de epidemias. Esta medida se aplicó con éxito en la urbe varias veces entre 1793 y 1817.
Dos han sido los métodos más frecuentes adoptados en la cuenca del Mediterráneo desde la Edad Media para protegerse de las epidemias: el cierre de fronteras y la cuarentenas.
En 1818, un barco lleno de peregrinos llegó al puerto de Tánger. Los cónsules sabían que algunos de los pasajeros tenían la peste y trataron de persuadir a Moulay Suleiman para que les aplicara la cuarentena, pero el soberano se negó porque sus hijos iban a bordo.
En 1878, los representantes del sultán Hassan I (1873-1894) en Tánger le sugirieron establecer un cordón sanitario alrededor de la ciudad para proteger el país, pero el monarca rechazó la propuesta, al considerarla «una imitación a los infieles».
Otros sultanes, señala el historiador, como Yacoub al Mansour (siglo XII), Abu Inan al Merini (siglo XIV) y Ahmed al Mansour (siglo XVI) sí que tomaron medidas de precaución inspiradas en médicos griegos y árabes para protegerse a sí mismos y a su entorno.
Por ejemplo, se aislaban en sus palacios o se refugiaban en aldeas remotas, donde cambiaban de lugar de residencia al menos cada dos días; también redujeron el contacto con el mundo exterior y desinfectaban con vinagre las cartas que recibían antes de leerlas.
Los clérigos y la ciencia
Respecto a la opinión religiosa que tenía su peso en las decisiones del Estado, los clérigos respondieron de dos maneras. La primera tendencia explicaba las epidemias de una manera que conciliaba los textos sagrados con la ciencia, según los estándares de la época, aunque era una corriente minoritaria.
El segundo grupo, más dominante, adoptaba una explicación metafísica y fatalista, y consideraba que las epidemias eran una fatalidad divina y por lo tanto, estaba prohibido tomar medidas preventivas.
Otros sultanes como Yacoub al Mansour (siglo XII), Abu Inan al Merini (siglo XIV) y Ahmed al Mansour (siglo XVI) tomaron medidas de precaución inspiradas en médicos griegos y árabes para protegerse a sí mismos y a su entorno.
Mouline narra la historia de dos casos opuestos, el de Ibn Abi Madian, uno de los líderes sufíes más importantes del Sultanato de Benimerín, quien creía que la peste era una enfermedad contagiosa como todas las demás y por lo tanto pidió la toma de todo tipo de precauciones.
«Cuando escuchó que la peste negra había llegado a Salé, en 1349, tomó medidas estrictas. Después de almacenar suficiente comida, cegó la puerta de su casa para evitar cualquier contacto con el mundo exterior. Al hacerlo, logró salvar a su familia y a gran parte de sus estudiantes», relató el historiador.
Actitud opuesta a la de Ahmed Ibn Ajiba, una de las destacadas figuras del sufismo en el siglo XVIII, quien consideraba que la peste era reflejo de una voluntad divina a la que no había que oponerse de ninguna manera.
Cuando la enfermedad se propagó por Tetuán, en el norte del país, entre los años 1798 y 1800, este jeque se opuso firmemente a cualquiera medida de precaución. «El resultado fue desastroso: todos sus hijos murieron, y él personalmente se unió a ellos posteriormente como resultado de la pandemia de 1808», recuerda Mouline.
Paralización de rituales
En el año 1056, por ejemplo, las oraciones colectivas fueron suspendidas y las puertas de las mezquitas cerradas para protegerse de la peste. Pero la mayoría de las veces los templos permanecieron abiertos, y a ellas acudía un gran número de personas en busca de alivio divino, lo cual fue contraproducente.
En el año 1056 las oraciones colectivas fueron suspendidas y las puertas de las mezquitas cerradas para protegerse de la peste.
En cuanto a la peregrinación, muchos de los principales ulemas de la doctrina Maliki, la oficial en Marruecos, emitieron fetuas (dictámenes religiosos) que defendían que la preservación de las vidas era más importante que el cumplimiento de la religión, relata Mouline.
En 1897, el sultán alauí Moulay Abdelaziz (1894-1908) ordenó la suspensión de la peregrinación de los marroquíes a la Meca por razones políticas y de salud, la más importante de las cuales fue la propagación de la peste proveniente de la India.
Las epidemias y la monarquía
A pesar de su vulnerabilidad, el poder central ha tomado ocasionalmente algunas medidas de precaución para proteger a la monarquía y recaudar los recursos disponibles para luchar contra las epidemias, y además de cerrar fronteras y establecer cuarentenas, algunos reyes distribuyeron víveres y dinero a las personas que más lo necesitaban.
Además, las autoridades repartieron semillas a los agricultores, importaron alimentos, fijaron los precios y lucharon contra la especulación.
En algunos casos, las epidemias debilitaron el tejido social, especialmente el poder de las tribus y las cofradías, lo que ayudó a la autoridad central a fortalecer su influencia y extender su control sobre las diversas regiones del imperio.
Pero la mayoría de las veces esas epidemias debilitaron a la autoridad central y su legitimidad, pues los bajos ingresos fiscales, la falta de recursos humanos y las estructuras administrativas débiles resultaron paralizantes. EFE