La recuperación de algunos tramos de los llamados «Viajes de Agua», o canalizaciones subterránea de origen musulmán, es uno de los proyectos que el CEMI mantiene, en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid. Este artículo, publicado en el diario El País, describe esta fabulosa red que data de distintas épocas y abasteció de agua a la capital española hasta la creación del Canal de Isabel II.
El subsuelo de Madrid está surcado por cientos de kilómetros de galerías ocultas que, por su importancia histórica, bien podrían ser las venas de la ciudad. Son los viajes de agua, el sistema de canalizaciones para recoger acuíferos subterráneos que los árabes trajeron desde Persia a aquel Mayrit del siglo IX y uno de los motivos que en 1561 impulsaron a Felipe II a trasladar la capital de España a esta ciudad por la abundancia de las reservas de este líquido. Los 124 kilómetros de viajes de agua que se estima que permanecen bajo el asfalto estuvieron en funcionamiento hasta finales del XIX -algunos, hasta el XX-, si bien muchos están deteriorados por las obras que los han anegado o destruido. El Ayuntamiento está restaurando ahora una parte del viaje de agua de Amaniel, que podrá visitarse a partir de final de año.
“Madrid se ha abastecido de los viajes de agua durante diez siglos, pero los más antiguos están machacados por las obras que se han hecho en el centro, que han destruido las galerías más antiguas”, explica Luis Díez, ingeniero y experto en estas canalizaciones por su labor en la asociación de vecinos de San Nicolás – Dehesa de La Villa. “Sin embargo, quedan huellas bajo muchas calles de Madrid. Por ejemplo, en 1983 se hizo una obra en la plaza de los Carros y apareció uno que podría ser islámico”, añade.
Las necesidades de la Corte
De aquellos primeros túneles queda poco. Los que permanecen proceden en su mayoría del siglo XVII cuando, con la llegada de la Corte, aumentaron las necesidades de agua de la ciudad, se repararon antiguos viajes de agua de la época árabe y se construyeron otros para abastecer a los madrileños. Los cinco viajes de agua más importantes son los de Amaniel, la Castellana, Abroñigal Alto, Abroñigal Bajo y la Alcubilla. A estos habría que sumar otros menores como los de Segovia, Caños del Peral, Caños de Leganitos o Fuente del Berro, entre otros. En 2009 apareció uno de ellos en las obras de un aparcamiento de la calle de Serrano, de casi tres metros de altura interna y realizado en ladrillo. Mientras la mayoría de estos conductos tenían titularidad municipal, el de Amaniel tenía la peculiaridad de ser privado: pertenecía a la Casa Real y daba servicio a Palacio Real y servía además para que la Corona pudiera dar concesiones de agua a conventos y nobles.
Es precisamente este último el que podrá verse en unos meses. El Ayuntamiento de la capital ha invertido 323.000 euros para acondicionar un tramo de unos 240 metros del conocido como viaje de Palacio, que atravesaba la Dehesa de la Villa, cuyas obras están ahora en marcha (la entrada está en el parque del paseo de Juan XXIII). Se espera que los trabajos concluyan en octubre y, un poco más adelante, la instalación pueda ser accesible con visitas guiadas para explicar este patrimonio de la ciudad. De hecho, en 2002, la Unesco recomendó declarar los viajes de agua como patrimonio de la humanidad, si bien por ahora solo ha otorgado este reconocimiento a varios ‘qanat’ iraníes, precursores de los madrileños, ya que los de la capital española nunca han sido puestos en valor.
El tramo de Amaniel que podrá visitarse cumple con las características de este tipo de construcciones: tiene varias galerías de ladrillo por las que cabe una persona, con pozos de ventilación y de acceso, además de hornacinas en las paredes para colocar luminarias. Los túneles llegan hasta la Dehesa de la Villa, pero están seccionados por los cimientos de edificios contemporáneos. En ese parque quedan todavía chimeneas de ventilación de este viaje del agua, denominadas capirotes y formadas por una gran pieza de granito de forma piramidal.
Este sistema de canalizaciones comenzó a decaer cuando se creó el Canal de Isabel II, en 1851. “A partir de aquella fecha, se comienzan a embalsar las aguas del río Lozoya para llevarlas a Madrid y el nuevo sistema va sustituyendo poco a poco al anterior”, explican desde el Canal. Sin embargo, varios de estos viajes estuvieron en funcionamiento hasta bien entrado el siglo XX y algunos mantienen un cierto uso: según el Ayuntamiento, el parque histórico de La Fuente del Berro se riega todavía con el agua procedente del viaje de agua que lleva su mismo nombre, mientras que el agua del viaje de Amaniel llena la instalación hidráulica ornamental ubicada en los jardines públicos de la avenida de Juan XXIII. Cuando se abra al público el viaje de Amaniel, la ciudad recuperará una parte de su historia oculta.